Francisco Hernández, que según Somolinos d’Ardois estudió medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, adquiriría ahí una preparación médica y quirúrgica de primera pues “en Alcalá la escuela era médico-quirúrgica, con un sentido muy elevado del concepto de cirugía, considerándola como disciplina científica y no como práctica popular de barberos y sangradores”. Además, dicha escuela estaba “fuertemente impregnada de humanismo, con un aristotelismo marcado en los estudios sobre la naturaleza”. Casi seguramente Hernández estudió en la Universidad complutense, en un primer curso médico, el De natura hominis y el De humoribus de Hipócrates y el De facultatibus naturalibus de Galeno. En un segundo curso se enfrentaría al texto De morbo et symptomate de Galeno y, finalmente, en el tercer curso se comentarían los escritos galénicos De pulsibus, De urinis, De febrium, etcétera. Pudo haber tenido que ver también con los Aforismos y Los pronósticos hipocráticos y con el famoso Canon de Avicena. En fin, pudo haberse completado su preparación teórica con una cátedra de anatomía práctica.6
Al adquirir sus conocimientos profesionales en tales fuentes, Hernández fundamentaría su ejercicio de la medicina, así como sus juicios sobre las plantas usadas con fines terapéuticos por los médicos mesoamericanos, en la teoría de los cuatro humores —sangre, flema o pituita, bilis negra o melancolía y bilis amarilla o cólera— y en su importante participación en la génesis de la enfermedad, ya por alteraciones en su mezcla o en su consistencia —humores “gruesos”, humores “viscosos”—, por su crudeza o falta de cocción, por su corrupción, por su acúmulo en ciertos órganos o “partes”, lo cual podía tener o no que ver con su “corrimiento” o desplazamiento anormal hacia esos sitios.
La doctrina humoral permitió también contar con una especie de biotipología, de caracterología y de clasificación del hombre por lo que toca a la predisposición a padecer ciertas enfermedades, la que a su vez era utilizada por los médicos no solamente en el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, sino también para indicar el régimen de vida que era conveniente llevar, lo que se debería comer y beber. Hernández echa mano de estas nociones, por ejemplo, cuando habla del chocolate, del maíz y de las tunas (II, pp. 305, 288 y 310).
Francisco Hernández aprendería también en la Universidad complutense que la enfermedad tiene tres tipos de causas: la interna o dispositiva, la cual no es otra que el exceso de humor o la facilidad de producirlo que tiene el sujeto según su temperamento o constitución, la que, por supuesto, se dividió en flemática, sanguínea, colérica o biliosa y melancólica; la causa externa o mediata que es, como su nombre lo dice, algo que viene de afuera, como una transgresión en el régimen, un enfriamiento, etcétera; la causa conjunta o inmediata que es el primer paso del trastorno anatomopatológico que constituye la enfermedad como la fiebre o la inflamación.
El capítulo de las causas comprendía además una etiología de carácter “térmico” que podía colocarse en cualquiera de los tres tipos de causas antes señaladas. En efecto, el exceso de un humor caliente, como la sangre o la bilis, producía enfermedades cálidas; lo opuesto sucedía cuando predominaba un humor frío como la pituita o la melancolía. Por otra parte, el calor o el frío formaban parte de las causas externas o mediatas así como de algunas inmediatas o conjuntas como era el caso de la fiebre.
6 Germán Somolinos d’Ardois, op. cit., capítulo I.
TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ