Por qué y para qué fue elaborada la Historia de las plantas de Nueva España


Cuando Felipe II nombra a Francisco Hernán­dez protomédico general de Indias, islas y tierra firme del Mar Océano, se le ordena que parta en la primera flota para la Nueva España “porque se tiene noticia que en ella hay más cantidad de plantas e yerbas y otras semillas medicinales que en otra parte” del vastísimo territorio que com­prende su protomedicato y que abarcará la in­vestigación botánico-médica (principalmente) que está a punto de emprender por orden real. Para llevar a cabo dicha tarea se le indica que aborde a médicos, cirujanos, herbolarios, indios, y a cualquier persona que él crea que le puede propor­cionar los datos que interesan a la corona. Estos comprenden la identificación de “todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiere en la provincia” donde Hernández se encontrase, la experiencia que ahí se tiene “de las cosas susodi­chas y el uso y facultad y cantidad que de las dichas medicinas se da y de los lugares a donde nascen en lugares secos o húmedos o acerca de otros árboles y plantas y si hay especies diferen­tes de ellas y escribiréis las notas y señales”.2

Como se ve, Hernández viene a América en primer lugar a recoger información sobre las plan­tas medicinales, información que debe compren­der desde las características de la planta, el lugar donde nace, el clima y la forma de cultivo, hasta la indicación terapéutica, la dosis, la forma de empleo, la vía de aplicación, etc. Solamente en segundo lugar se le pide a Hernández que se ocu­pe de “otros árboles y plantas”.

Queda claro, por el conocimiento de las ins­trucciones recibidas, que Hernández por propia iniciativa emprendió el estudio de los animales de la Nueva España —el cual forma parte de su Historia natural— y se ocupó de las antigüedades de esta tierra3 así como de otros asuntos que despertaron su interés como la enfermedad lla­mada cocoliztli.

La razón por la que Felipe II estuviera intere­sado en las plantas medicinales americanas, en par­ticular las mesoamericanas, era porque desde los primeros tiempos del descubrimiento del Nue­vo Mundo, éste suministró a Europa una serie de medicamentos de origen vegetal así como va­rios alimentos pertenecientes al mismo reino. Por toda Europa se extendió, y con rapidez, la nue­va farmacopea americana. Aquellas raíces, hojas, cortezas, que hasta entonces solamente habían sido empleadas por los médicos indígenas, adqui­rieron la categoría de “simples” valiosos en las farmacopeas oficiales europeas e importancia lite­raria al ser alabadas por los poetas y escritores de la época.4 Así expresaban su agradecimiento, por ejemplo, al antisifilítico palo santo.

En suma, Hernández escribe su Historia de las plantas de la Nueva España porque es una orden, que además le satisface y puede cumplir, de Felipe II. Éste a su vez quiere obtener los beneficios de toda índole que resultarían de tener a su dis­posición la extensa flora médica americana, o por lo menos los conocimientos acerca de ella.5






2 Germán Somolinos d’Ardois, Vida y obra de Francisco Hernández, en Francisco Hernández, Obras completas, México, Universidad Nacional de México, 1960, tomo I, capítulo III.

3 Francisco Hernández, Antigüedades de la Nueva España, trad. y notas de Joaquín García Pimentel, en Obras completas, tomo VI, pp. 37ss.

4 Germán Somolinos d’Ardois, op. cit., capítulo III.

5 Sin embargo, también en este terreno Hernández va más allá de lo ordenado por su rey, aunque la obra toda esté dedicada al monar­ca. Por ejemplo, cuando se ocupa del quauhxóchitl, árbol de hermosas flores pero sin ninguna utilidad práctica, el Protomédico dice: “lo describimos sin embargo, por su extraordinaria figura y su hermoso aspecto, como hemos hecho con otros muchos, porque no es nuestro propósito dar cuenta sólo de los medicamentos, sino reseñar la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros coterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe, todo lo que se produce en esta Nueva España” (III, p. 116).

TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ