5
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Quien se apreste a seguir el camino que sube
entre rocas hostiles, por angostos senderos,
hasta las etéreas moradas
donde esplenden los coros angélicos;
quien busque en la egregia reunión de los santos
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10
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merece asiento,
y alabar con ellos al Dios de bondades
por siglos sin término
contemplando a las Sacras Personas.
en su trono excelso,
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15
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escuche estos cantos nacidos
de un humilde pecho,
que intenta decir los arcanos
del amor infinito y eterno.
No hay en estos cármenes ornato ni brillo,
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20
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pero habrá de encontrarse en ellos
lo que debe creer, cómo viva,
de qué armas se vista, qué empeño
aliente, qué busque, qué haga
quien del amor de Cristo lleno,
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Alude a lo que en este poema se contiene, a saber: los artículos de la fe, los preceptos del Decálogo, los siete sacramentos de la Iglesia y la oración dominical.
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25
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soporta alegremente las pruebas de esta vida
mientras seguro hacia el empíreo va ascendiendo.
***
¡Oh Tú, Sapiencia Suma, Creador omnipotente
de cuya vida vive cuanto en su vasto seno
encierra el orbe!, tiende tu diestra soberana
y, si es tuyo y es santo, bendice aqueste intento,
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Invocación
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30
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para que quienes fueron redimidos
por la preciosa sangre del Cordero
y arrebatados por su gracia
a las fauces horribles del infierno,
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puedan al fin dichosos morar en las alturas
inefables del cielo
adorando por siempre al Sol que las alumbra,
a Jesucristo Señor Nuestro.
***
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35
40
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He aquí lo que habrá de creer el cristiano
con firme voluntad y mente presta:
que en el principio era sólo el Dios único,
padre luego de toda existencia
cuando le plugo crear las cosas de la nada
y ceñirlas dentro una vasta esfera;
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Aunque las mentes de los mortales no puedan comprender las grandezas de Dios ni su divina naturaleza.
Nombra y confiesa ante todo al Dios único.
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45
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que por su gracia y su virtud omnipotente
todo lo nutre, restaura y conserva,
dando su providencia a cada cosa
su principio, su término, su época.
Y que a este Dios debemos tender con toda el alma,
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50
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con todos los sentidos y potencias,
como a nuestro fin último,
supremo bien e inefable belleza.
Mas no basta llevar en nosotros
la luz verdadera:
es preciso mostrarla ante el mundo
sin miedo a sus befas.
Y si amenaza furioso el tirano
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No basta, dice, para alcanzar la salvación llevar la fe dentro de sí; es preciso que la confesemos de palabra (cuando sea necesario) y con las obras, y que estemos siempre dispuestos a morir por defenderla y profesarla.
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55
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con muerte, suplicios, cadenas,
¡no tiembles, te llaman, te esperan los santos
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60
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en sus áureas moradas eternas!
Es la fe resplandor de los cielos
que alumbra la senda
por donde lleguemos, pobres desterrados,
a la patria nuestra;
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Nada hay, dice, más cierto y seguro que la fe, por la cual tenemos como absolutamente indudable todo lo que la Iglesia declara haberle revelado Dios.
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65
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y la define y la graba en las almas
nuestra santa madre la Iglesia,
a quien la revelara Dios mismo
desde las alturas excelsas.
Mas siendo Dios en sí unidad purísima,
es empero preciso que creas
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Que Dios, aunque es uno y substancia simplicísima, es empero trino, pues se dice de tres distintas personas.
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70
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que hay en Él tres personas distintas
y una sola divina esencia;
que son las personas el Padre y el Hijo
y el Espíritu Santo, cada una de ellas
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75
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con la misma suma sabiduría,
con igual infinita potencia.
Y aunque son un solo Señor Dios Nuestro,
son en su íntima relación diversas:
porque el Padre no es engendrado;
el Hijo, del Padre procede y se engendra,
y de entrambos emana el Santo Espíritu
|
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Que el padre no procede de nadie, el Hijo es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede y emana (spiral) del Padre y del Hijo, de donde su nombre.
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80
85
90
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que en amor ardentísimo los abrasa y estrecha.
Que tal divina procesión fue en el principio,
antes de todo tiempo, lo declaran y enseñan
los Santos Padres y la Escritura cuando explican
la trinidad de Dios y su indivisa, única esencia.
Y así, aunque son el Hijo y el Espíritu Santo
omnipotentes como el Padre, el poder y la fuerza
se atribuyen a Este que es el principio y el origen,
la bondad al Espíritu y al Hijo la sapiencia.
Es este Padre omnipotente y sapientísimo
el señor de los cielos y la tierra;
nada escapa a su imperio divino,
todo lo rige, dispone y gobierna.
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Concluye que Dios es simplicísimo en esencia, pero trino por la distinción de las personas.
Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, dice, son igualmente omnipotentes, damos al Padre este nombre por ser la fuente y el origen, asi como llamamos al Hijo sabiduría por ser el Verbo del Eterno Padre, y bondad al Espíritu Santo porque es el amor de ambos.
Si Dios es omnipotente, es preciso que de su omnipotencia se sigan los demás atributos, pues de otra suerte no podría serlo.
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95
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¿Cómo darle las gracias condignas?
¿Quién podría decir las proezas,
los milagros que en nombre de Cristo
realizaron los fieles de su Iglesia?
¿Y a quién no otorga este Creador Supremo
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Porque puede y quiere dispensarnos inmensos beneficios.
Con auxilio de Cristo, esto es, de la fe, siempre que no ocurra lo que dice San Pablo: "Si tuviese tanta fe...", etc.
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100
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su amparo cuando humilde se lo ruega?
Mal podrían entonces, soberbios e ingratos,
desconocer su amor y omnipotencia los que, sacados un día de la nada,
Cristo después con su preciosa sangre redimiera.
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105
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Manda la religión creer que el Padre,
de la nada creó cielos y tierra,
sin forma ni materia preexistentes,
y no obligado, sino movido de su bondad excelsa;
que formó asimismo las aguas, los mares,
|
|
Dios, dice, creó de la nada forma y materia, y de ellas hizo el cielo y el mundo, no obligado por fuerza alguna, sino movido por el amor de la belleza de su obra y por su propio designio de cumplirla.
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110
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el fuego que al aire sus llamas eleva,
y de la varia conjunción de aquestas cosas
la muchedumbre de los seres inmensa,
y luego el humano linaje,
y al fin las sublimes legiones angélicas.
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Enumera en particular algunas de las cosas creadas por el Sumo Hacedor.
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115
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Debe creerse que Jesús el Cristo
es el Hijo divino, señor de cielo y tierra,
vida, salud y sostén de los hombres
perdidos aquel día de la culpa primera,
cuando embriagado por el dulzor de la manzana
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120
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la gustó Adán pecando de gran desobediencia
provocando la cólera divina
y mereciendo para su estirpe muerte eterna.
Movido entonces del amor a sus criaturas,
quiso Dios (¡oh prodigio de su bondad inmensa!)
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125
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que el Hijo eterno tomase carne de una virgen
para que con nosotros en el mundo viviera,
y al fin nos rescatase de la muerte
sufriendo por nosotros muerte acerba.
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130
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Di si podrás ahora desdeñar las mercedes
divinas de Jesús, o negar la grandeza
sublime de quien siendo Señor omnipotente,
por amor de los hombres hacerse hombre quisiera;
de Aquel por cuyo nacimiento y muerte
cobran todas las cosas vida, salud y fuerza,
|
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Se llama Jesús como salvador, Cristo como ungido, y Mesías porque fue prometido.
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|
y sin cuyo sostén el orbe entero
en hórrido fracaso se derrumbara y pereciera;
de Aquel a quien llamamos Jesús porque nos salva,
y Cristo, o sea el ungido para obra tan excelsa.
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|
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135
140
|
Con toda el alma ha de creerse este misterio del Dios-Hombre
en que se fincan toda la fe y doctrina de la Iglesia,
pues es Jesús quien le revela fe y doctrina
y quien la erige inconmovible sobre la simbólica piedra.
Y aunque fue el cuerpo de Jesús formado
en el seno de casta doncella,
no fue de nuestra humana simiente concebido,
sino por obra de la gracia eterna,
del Espíritu Santo que hizo tal maravilla
porque muriendo Cristo nuestro pecado redimiera.
|
|
Dice el poeta que es de tanta importancia creer que Cristo es el Hijo de Dios, porque es Él quien confirmó la fe de la Iglesia al decir: 'Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia."
De la purísima sangre de la Virgen se formó el cuerpo de Cristo como los cuerpos de los demás hombres. Cuando asintiendo ella a las palabras del ángel dijo: "He aquí la sierva del Señor", se formó al punto el santísimo cuerpo de Cristo unido a su alma y a la Divinidad, haciéndose así en el mismo instante perfecto Dios y perfecto hombre.
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145
150
|
Pues si bien son de toda la Trinidad Santísima
las obras divinas externas,
y no viene de una Sagrada Persona
lo que de todas tres no venga,
dicen los Santos Padres ser origen de Cristo
el Espíritu Santo, que es el amor y la clemencia,
|
|
Aunque las tres personas de la Divina Trinidad, dice, hayan obrado este misterio, empero, porque la encarnación divina muestra la inmensa benignidad de Dios para nosotros, se atribuye particularmente al Espíritu Santo.
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155
|
y a quien se le atribuyen los dones y las gracias
y cuanto nos auxilia y nos consuela.
Se adunan en este misterio inefable
causas propias de naturaleza,
con otras que exceden sus límites
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160
|
y de nuestra mente las luces y fuerzas.
Pues cuando decimos que el cuerpo de Cristo
se formó de sangre virgínea y materna,
confesamos sólo que el Verbo Divino
asumió nuestra naturaleza;
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165
|
mas para confesar que el Dios altísimo
al instante mismo del Ave arcangélica
fue engendrado, y que en cuerpo y alma unidos
alentó la divina esencia,
no necesitada de gracias o dones
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170
|
sino en toda su augusta grandeza,
ha de alumbrarnos antes el mismo Dios, que estos prodigios
sobrepasan las lindes de la naturaleza.
Es preciso también confesar que María,
conservando su virginal pureza,
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175
|
fue verdadera madre del Dios y el hombre a un tiempo,
pues aquel hijo a quien la vida diera
es el mismo engendrado por el Eterno Padre
antes de todo tiempo y en su divina esencia.
Y pues que nadie alcanza a vislumbrar cómo pudieron
|
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180
|
realizarse tamaños portentos, tú no quieras
penetrar los divinos arcanos,
mas con alma sumisa y mente presta
ten como verdadero e indudable
lo que nos muestra y manda creer la Santa Iglesia.
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|
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185
|
No debe pues decirse que es Jesucristo hijo adoptivo
de Dios, o que este nombre le dé honor y grandeza,
pues tal dictado que a otros exalta y glorifica
no es digno de su majestad excelsa;
porque Cristo es el Hijo natural de Dios Vivo,
|
|
Que no debe llamarse a Cristo hijo adoptivo de Dios, pues aunque tal nombre dé honor a los elegidos, en modo alguno puede convenir a Cristo, que es Hijo de Dios por naturaleza.
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190
|
creador del mundo y de los hombres y de las legiones angélicas.
¿Qué gracias ofrendar por tantos dones?
¿Qué adoración rendida no habrá de ser la nuestra
viendo al Hijo divino revestir nuestra carne
por unirse a nosotros y conllevar nuestras miserias?
|
|
|
195
|
¿Y quién del corazón en lo más hondo
no alzará un tabernáculo de amor y reverencia
al que por redimirnos quiso nacer en un establo,
pobre infante aterido, sobre la paja, entre las bestias,
y vivir con nosotros, y dejarnos
|
|
No con otro fin, dice, quiso Dios hacer esto, sino para que los hombres renaciesen como hijos de Dios.
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200
|
ejemplo de humildad y de trabajo y de pureza?
Es cierto, pues, que hay quienes nacen de la estirpe de los dioses,
no de la pobre carne y sangre nuestras,
cuando Dios mismo se encarnó en el seno de María
para librarnos de la culpa y de sus penas
|
|
Porque como la culpa, si bien se considera, es infinita, exige una reparación también infinita, la cual sólo Dios mismo pudo proveer.
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205
|
Creo también que Jesús, el Cordero inocente,
gobernando Pilatos la Judea,
sufrió por nos crueles suplicios y atroz muerte,
pues tomó sobre sí las culpas nuestras,
las mortales ofensas contra el Dios infinito
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Es de gran provecho creer que Cristo sufrió por nosotros, para que veamos con claridad meridiana cuánto nos ha amado, y qué obligados estamos con quien, por el ardiente amor que nos tiene, no perdonó su propia vida ni temió ningún género de tormentos.
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210
|
merecedoras de la muerte eterna,
y que solo podría borrar quien siendo a un tiempo
hombre y Dios, padeciese y muriese por ellas.
Y es de tal suerte necesaria la fe en este misterio,
meditar y sentir con el alma suspensa
|
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215
|
cómo por nos el Hijo del Altísimo
quiso sufrir sobre la cruz muerte y afrenta,
que Pablo, el recio varón admirable,
enfáticamente declara y protesta
no saber otra cosa que a Cristo,
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220
|
a Cristo pendiente de la cruz acerba,
a Cristo inflamado de su amor divino
a los hombres que con su muerte redimiera,
y a quienes obligó con tantos dones,
con tales gracias y finezas,
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|
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225
|
como nunca antes de merced tan extremada
se habría podido imaginar siquiera.
Pues sufrió por salvarnos dolores crudelísimos
en carne y alma que eran de Dios, porque había en ellas,
desde el instante de su concepción sagrada,
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230
|
la divina, inmortal esencia,
para que así el Maligno que disfrazado de serpiente
fue vencedor en aquel árbol de la fatal culpa primera,
fuese también vencido en otro árbol,
el árbol santo de la cruz acerba,
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235
|
y huyese al fin, despechado y corrido,
a hunirse entre las sombras de su prisión eterna.
Es este el Isaac que se apresta sumiso
al holocausto que Abraham su padre intenta;
es este el inocente Abel a quien su hermano
|
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Es este", es decir, Nuestro Señor Jesucristo.
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240
|
da muerte cruel y artera;
es el Cordero pascual y simbólico
que dio su vida por la nuestra,
y conoció la fría lobreguez del sepulcro
aunque sin sombra alguna de corrupción o mengua.
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|
"No permitió que su santo [Hijo] sufriese corrupción."
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245
|
Considera, lector, qué gran oprobio,
cuán indecible afrenta,
qué tormentos atroces los que sufriera Cristo
en aquel suplicio de la cruz que era
el más infamante de cuantos,
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bajo Pilatos y en Judea,
se infligiera a los reos más abyectos,
y el más cruel, acaso, de todas las épocas.
Mira caer su sangre gota a gota,
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250
255
|
la complexión óptima, la sensibilidad extrema
de Jesús, y di ahora cómo puedes, vencido
de la falaz dulzura que el pecado te ofrenda,
enclavar otra vez en el leño infamante
al que lavó tus culpas con su sangre benéfica,
a quien abrió los cielos cerrados antes para el hombre,
|
|
La complexión óptima, que da la mis alta capacidad de sentir.
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260
|
y nos libró del Enemigo, y satisfizo nuestra deuda;
la deuda inmensa de nuestros crímenes y culpas
contra el Eterno Padre, Señor del cielo y de la tierra.
Ve en Jesús asimismo el ejemplo más puro
de todas las virtudes. ¿Hay en quien resplandezcan
|
|
Satisfizo nuestra deuda, pues éramos nosotros impotentes para hacerlo.
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265
|
como en Cristo el amor y la sabiduría,
la mansedumbre, la constancia y la firmeza?
¡Oh, si me fuera dado seguir sus huellas sacrosantas
rememorando a cada instante sus pasos en la tierra,
sus días y sus noches, su muerte y su sepulcro,
|
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270
|
y como Él, inocente, gustoso todo lo sufriera
porque pudiese yo, libre al fin de mis culpas,
gozar la bienaventuranza eterna!
Mira también ahora cómo el alma de Cristo,
unida siempre a la Deidad Suprema
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275
|
y mientras que su cuerpo yacía en el sepulcro
también unido a la divina esencia,
visitó los infiernos con gran enojo del Maligno
y les arrebató valiosa presa
liberando las almas de patriarcas y justos
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280
|
que allí aguardaban subir con Él a vida eterna.
Nos muestra este descenso de Jesucristo al limbo,
que no alcanzó su gracia sólo a quienes nacieran
tras Él, sino también a los antes nacidos
y a los hombres de todos los climas y las épocas.
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|
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285
|
Resplandecen al par su cuidado solícito
de asegurarles a sus fieles gloria y paz sempiternas,
y su poder sobre las fuerzas del abismo,
y el abrasado amor que le llevó a la entraña de la tierra
por defender de la tremenda muerte última
|
|
El abrasado amor que le impulsó a descender a las entrañas de la tierra para sacar de allí a las santas.
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290
|
a la mortal y pecadora estirpe nuestra.
Resucitó al tercero día por voluntad y virtud propias,
tal como lo anunciaran los antiguos profetas,
probando así por manera indudable
ser hombre y Dios, pues ninguno pudiera
|
|
Verdadero hombre porque murió, y verdadero Dios porque resucitó por su propia virtud, lo cual jamás otro hombre ha hecho.
|
|
sin ser hombre morir, ni alzarse luego del sepulcro
para no morir más, si a la vez Dios no fuera.
Todo ello fue cumplido, según los Santos Padres
que estos altos misterios nos declaran y enseñan,
|
|
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295
|
porque resplandeciese la justicia divina,
y se afirmase nuestra esperanza de vida eterna,
y tuviese coronamiento digno
este misterio de la fe, donde aprendieras
|
|
La primera razón de la resurrección fue que se maní testara la suma justicia de Dios, pues, como dice el Apóstol (a los filipenses), porque se humilló Cristo y obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz, por eso Dios lo exaltó.
|
300
305
|
que hay una nueva vida, y cómo has de guardarte
libre de culpas hasta la jornada postrera;
pues el saber a Cristo redivivo
alumbra nuestras almas y les da paz y fortaleza.
Subió luego a los cielos ante las miradas absortas
de sus apóstoles y fieles y de María, su madre tierna;
|
|
La segunda razón fue que con la resurrección de Cristo se alentara nuestra esperanza de resucitar también. La tercera razón fue que se confirmara así la santa fe, sin la cual no pueden los hombres salvarse. Porque la mejor prueba de que Cristo es el Hijo de Dios, es que por propia virtud resucitó de entre los muertos.
|
310
|
y por propia virtud intrínseca
de su sacra naturaleza,
fue hendiendo los aires radiosos
hacia las alturas excelsas,
más allá de los coros celestes
y de todas las jerarquías angélicas,
|
|
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315
|
hasta arribar al trono sublime
en que el Padre glorioso se asienta,
y donde en gozo de amor inefable
le sentó a su diestra,
y por escabel de sus pies puso el mundo
|
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320
|
porque en él reinase con potestad y gloria eternas.
Se ordenan así los misterios sagrados
de su vida, llenos de dolor y afrenta,
a este fin que es su ascenso al empíreo
y en que se exalta su grandeza,
|
|
Como los misterios y hechos de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, dice, se ordenan a un fin y estuvieron llenos de afrenta y dolor, su ascensión a los cielos fue el fin de todos ellos, lleno de esplendor y gloria.
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325
|
Mas subió Cristo Jesús a los cielos,
porque su cuerpo, ya no mortal, tener pudiera
sede digna y estable en regiones más puras
que no la de esta vida nuestra.
en donde el torbellino de los hados
|
|
Primera causa de la ascensión de Cristo a los cielos.
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330
|
todo lo agita, lo arrasa o lo trueca,
y donde nunca fue inmortal alguno
ni inmune a los males ni exento de penas.
Subió también para ocupar el alto solio
que con su sangre derramada mereciera,
|
|
Segunda causa.
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335
|
donde reinar triunfante por los siglos
sobre la mística Jerusalén eterna;
y asimismo para estar siempre junto al Padre,
y presentarle nuestras súplicas y defender las causas nuestras.
Quiso además mostrarnos que su reino
|
|
Tercera causa.
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340
|
no es de este mundo, como a Pilato antes dijera,
y cuánto más valiosos son los bienes celestes
que los caducos de la tierra,
para que así, encendidas en su amor nuestras almas
a las alturas mismas del cielo le siguieran,
|
|
Cuarta causa.
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345
|
primero con la mente y el deseo,
después volando hasta su luz eterna.
Pues si, muriendo y luego resucitando Cristo
a morir en la carne, a vivir para el alma nos enseña,
al subir a los cielos nos señala el camino
|
|
Quinta causa.
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350
|
de nuestra patria donde la bienaventuranza nos espera.
¿Qué mérito, además, tendría creer en Cristo
si le viésemos, ya inmortal, sobre la tierra,
y pudiéramos conversar con Él, oírle, hablarle,
y no fuese posible dudar de su existencia?
|
|
Porque la fe consiste en creer lo que no se ve.
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355
|
Por su ascensión, en fin, crece nuestra esperanza,
de subir, místicos miembros suyos, a donde Él reina;
por su ascensión es mediador nuestro ante el Padre,
y nos alcanza sus mercedes, y nos concilia su clemencia,
y a través de sus manos fluye hasta nuestras almas
|
|
Sexta causa.
Séptima causa.
Octava causa.
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360
|
el torrente de gracia que les da vida y las consuela.
Desde allí ha de venir empero un día
a juzgar a los hombres que con su sangre redimiera,
a los vivos y a los ya despojados de su carne,
a cuantos fueren o hayan sido antes en la tierra.
|
|
|
365
|
Ha de creerse pues en dos advenimientos;
mas en tanto que aquel en que a la tierra
bajara el Verbo para tomar carne de una virgen
fue callado y humilde, su segunda venida,
el "día del Señor", el de la justicia tremenda,
|
|
|
|
370
|
cuando aparte a los malos de los justos,
se anunciará con un vibrante estruendo de trompetas,
y el mundo entero temblará de espanto
ante la inminente, divina sentencia,
y brillarán la gloria y majestad de Cristo;
|
|
|
375
|
mas nadie sabe de esto el día, la hora ni la época.
Porque primero, tras de la muerte, cada uno
ante el divino tribunal a ser juzgado se presenta,
más luego iremos todos el día del fin del mundo
a juicio universal y a última sentencia
|
|
Primera razón del juicio final.
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380
|
en que tengan su palma los méritos
y los vicios castigo y afrenta.
Y será así, porque no sólo de nuestras propias culpas
habremos de dar cuenta,
sino también de los ajenos pecados que suscitan
|
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Segunda razón.
|
|
385
|
y en que se perpetúan y renuevan
hasta el fin de los tiempos, tal como las virtudes
a través de los siglos difunden su irradiación benéfica.
Será por eso el juicio final en el día último,
cuando no haya lugar para virtud o culpa nuevas
|
|
Tercera razón.
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390
|
ni quede cosa alguna olvidada u oculta sobre el haz de la tierra,
porque reciba el bueno su galardón cumplido
y sufra el malo toda su merecida afrenta.
También para que entonces resuciten los cuerpos
|
|
|
395
|
y a tal juicio asimismo comparezcan,
y, pues que fueron instrumentos de las almas,
tengan con ellas parte por siempre en gozo o pena.
(Y nadie piense que por un fatal destino
persiguen a los buenos dolores y tristezas
|
|
Cuarta razón.
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400
|
en tanto que la turba de los malos
lleva una vida fácil y gozosa y serena,
y que no obstante también éstos serán salvos
porque aunque a todos les espera
el premio digno de sus obras,
|
|
|
405
|
se borrarán las malas una vez descubiertas.)
Además, temerosos de tan terrible juicio,
enmendarán los malos sus vidas deshonestas,
mientras los buenos se alegrarán con la esperanza
de su final victoria y su gloriosa recompensa.
|
|
|
410
|
Y aunque a las tres Divinas Personas
corresponda este juicio y sentencia,
y de las tres se forme el tribunal sublime
que a cada uno dé lo que merezca,
es sin embargo Cristo, Sabiduría del Padre,
|
|
Es decir, la atribución de juzgar.
Primera razón de que se atribuya el juicio a Cristo.
|
415
|
Dios y hombre al par, quien bajará a la tierra
a ser supremo juez, para que los mortales
convocados a tan tremendo juicio puedan
verle y hablarle y oír de sus labios
la palabra de vida o muerte eterna.
|
|
|
420
|
Será esto así también para que Cristo,
que sufrió un día tan atroz sentencia,
oiga y juzgue a los que condenaron
a morir en la cruz y entre ladrones a quien era
el Cordero inocente que dio su vida en holocausto
|
|
Segunda razón.
|
425
|
porque tuviese el mundo salud y vida eternas.
Cuando la santa religión alumbre todo el mundo
y haya muchos que, ciegos, se aparten de ella,
y aparezca el apocalíptico Anticristo,
será que el fin de los tiempos se acerca,
|
|
Declara cuándo será el juicio universal y el fin del mundo.
|
430
|
que ya baja el Señor a juzgarnos,
a dar a los justos cabal recompensa,
a reprobar a los impíos y malvados
y arrojarlos a las llamas eternas,
en donde con la turba de espíritus malignos
|
|
Es decir, a los que no tuvieron caridad. Porque, según el Apóstol, la plenitud de la ley y la consumación de sus mandatos es la caridad.
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435
|
lamentarán por siempre su rebeldía y su ceguera.
¡Brillará entonces la ley suavísima de Cristo,
gozo de los buenos, de los malos desdicha tremenda!
También ha de creerse que el Espíritu Santo
es de la Trinidad la Persona tercera,
|
|
"Gozo de los buenos..." Se refiere al juicio final.
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440
|
que procede del Padre y el Hijo
y es Dios con ellos en indivisa esencia,
con su misma eterna sabiduría,
y su propia infinita potencia.
Creo en la Santa Iglesia, esposa mística de Cristo,
|
|
|
445
|
que llamamos católica porque en el mundo entero está dispersa,
de quien Cristo es cabeza invisible
y hasta el fin de los tiempos habrá de estar con ella.
Mas es doble la Iglesia: una triunfante
y militante otra, una en el cielo, otra en la tierra;
|
|
"Yo estoy con vosotros —dijo Cristo— hasta la consumación de los tiempos."
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450
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aquélla victoriosa para siempre,
ésta luchando contra los enemigos que la acechan.
Símbolo suyo el Arca de Noé que de las aguas
arrolladoras y voraces pudo escapar salva e ilesa,
y la Jerusalén en que a Jehová se ofrecían sacrificios
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Es Jerusalén imagen y símbolo de paz.
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y se exaltaba a los caudillos y profetas.
Creo también en una comunión de los santos,
pues somos miembros místicos de Cristo y de su Iglesia;
los mismos sacramentos nos confortan,
la gracia de Jesús a todos nos sustenta,
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y los dones que por su intercesión otorga el Padre
descienden sobre todos como lluvia benéfica.
Creo que la Iglesia puede perdonar los pecados,
que anuda o desata los lazos que al alma sujetan,
mas esto por gracia de Cristo y si los pecadores
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contritos y humildes sus culpas detestan,
y se proponen no pecar más nunca,
y así lo declaran con alma sincera.-
Y también la resurrección de nuestra carne
debe ser en nosotros una esperanza cierta,
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pues que los cuerpos, como instrumentos de las almas,
han de tener con ellas su merecida recompensa.
Creo, por fin, que en el cielo les aguarda a los justos
la bienaventuranza eterna,
una vida de gozo inefable
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que no alcanza a decir la humana lengua
ni a comprender la mente, una vida gloriosa
en Dios, que es paz y amor, abundancia y riqueza.
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