Libro Primero. De los artículos de fe





        

              5

Quien se apreste a seguir el camino que sube

entre rocas hostiles, por angostos senderos,

hasta las etéreas moradas

donde esplenden los coros angélicos;

quien busque en la egregia reunión de los santos





10

merece asiento,

y alabar con ellos al Dios de bondades

por siglos sin término

contemplando a las Sacras Personas.

en su trono excelso,





15

escuche estos cantos nacidos

de un humilde pecho,

que intenta decir los arcanos

del amor infinito y eterno.

No hay en estos cármenes ornato ni brillo,





20

pero habrá de encontrarse en ellos

lo que debe creer, cómo viva,

de qué armas se vista, qué empeño

aliente, qué busque, qué haga

quien del amor de Cristo lleno,

Alude a lo que en este poema se contiene, a saber: los artículos de la fe, los preceptos del Decálogo, los siete sacramentos de la Iglesia y la oración dominical.









25

soporta alegremente las pruebas de esta vida

mientras seguro hacia el empíreo va ascendiendo.

 

***

 

¡Oh Tú, Sapiencia Suma, Creador omnipotente

de cuya vida vive cuanto en su vasto seno

encierra el orbe!, tiende tu diestra soberana

y, si es tuyo y es santo, bendice aqueste intento,




 

 

Invocación


 


30

para que quienes fueron redimidos

por la preciosa sangre del Cordero

y arrebatados por su gracia

a las fauces horribles del infierno,

puedan al fin dichosos morar en las alturas

inefables del cielo

adorando por siempre al Sol que las alumbra,

a Jesucristo Señor Nuestro.

 

***

35





40

He aquí lo que habrá de creer el cristiano

con firme voluntad y mente presta:

que en el principio era sólo el Dios único,

padre luego de toda existencia

cuando le plugo crear las cosas de la nada

y ceñirlas dentro una vasta esfera;

Aunque las mentes de los mortales no puedan comprender las grandezas de Dios ni su divina naturaleza.

Nombra y confiesa ante todo al Dios único.





45

que por su gracia y su virtud omnipotente

todo lo nutre, restaura y conserva,

dando su providencia a cada cosa

su principio, su término, su época.

Y que a este Dios debemos tender con toda el alma,





50

con todos los sentidos y potencias,

como a nuestro fin último,

supremo bien e inefable belleza.

Mas no basta llevar en nosotros

la luz verdadera:

es preciso mostrarla ante el mundo

sin miedo a sus befas.

Y si amenaza furioso el tirano

No basta, dice, para alcanzar la salvación llevar la fe dentro de sí; es preciso que la confesemos de palabra (cuando sea necesario) y con las obras, y que estemos siempre dispuestos a morir por defenderla y profesarla.

 

55

con muerte, suplicios, cadenas,

¡no tiembles, te llaman, te esperan los santos





60

en sus áureas moradas eternas!

Es la fe resplandor de los cielos

que alumbra la senda

por donde lleguemos, pobres desterrados,

a la patria nuestra;

Nada hay, dice, más cierto y seguro que la fe, por la cual tenemos como absolutamente indudable todo lo que la Iglesia declara haberle revelado Dios.





65

y la define y la graba en las almas

nuestra santa madre la Iglesia,

a quien la revelara Dios mismo

desde las alturas excelsas.

Mas siendo Dios en sí unidad purísima,

es empero preciso que creas

Que Dios, aunque es uno y substancia simplicísima, es empero trino, pues se dice de tres distintas personas.



 

70

que hay en Él tres personas distintas

y una sola divina esencia;

que son las personas el Padre y el Hijo

y el Espíritu Santo, cada una de ellas




 

75

con la misma suma sabiduría,

con igual infinita potencia.

Y aunque son un solo Señor Dios Nuestro,

son en su íntima relación diversas:

porque el Padre no es engendrado;

el Hijo, del Padre procede y se engendra,

y de entrambos emana el Santo Espíritu

Que el padre no procede de nadie, el Hijo es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede y emana (spiral) del Padre y del Hijo, de donde su nombre.



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85





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que en amor ardentísimo los abrasa y estrecha.

Que tal divina procesión fue en el principio,

antes de todo tiempo, lo declaran y enseñan

los Santos Padres y la Escritura cuando explican

la trinidad de Dios y su indivisa, única esencia.

Y así, aunque son el Hijo y el Espíritu Santo

omnipotentes como el Padre, el poder y la fuerza

se atribuyen a Este que es el principio y el origen,

la bondad al Espíritu y al Hijo la sapiencia.

Es este Padre omnipotente y sapientísimo

el señor de los cielos y la tierra;

nada escapa a su imperio divino,

todo lo rige, dispone y gobierna.

Concluye que Dios es simplicísimo en esencia, pero trino por la distinción de las personas.

Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, dice, son igualmente omnipotentes, damos al Padre este nombre por ser la fuente y el origen, asi como llamamos al Hijo sabiduría por ser el Verbo del Eterno Padre, y bondad al Espíritu Santo porque es el amor de ambos.

Si Dios es omnipotente, es preciso que de su omnipotencia se sigan los demás atributos, pues de otra suerte no podría serlo.

 




95

¿Cómo darle las gracias condignas?

¿Quién podría decir las proezas,

los milagros que en nombre de Cristo

realizaron los fieles de su Iglesia?

¿Y a quién no otorga este Creador Supremo

Porque puede y quiere dispensarnos inmensos beneficios.

Con auxilio de Cristo, esto es, de la fe, siempre que no ocurra lo que dice San Pablo: "Si tuviese tanta fe...", etc.




100

su amparo cuando humilde se lo ruega?

Mal podrían entonces, soberbios e ingratos,

desconocer su amor y omnipotencia los que, sacados un día de la nada,

Cristo después con su preciosa sangre redimiera.





105

Manda la religión creer que el Padre,

de la nada creó cielos y tierra,

sin forma ni materia preexistentes,

y no obligado, sino movido de su bondad excelsa;

que formó asimismo las aguas, los mares,

Dios, dice, creó de la nada forma y materia, y de ellas hizo el cielo y el mundo, no obligado por fuerza alguna, sino movido por el amor de la belleza de su obra y por su propio designio de cumplirla.


 



110

el fuego que al aire sus llamas eleva,

y de la varia conjunción de aquestas cosas

la muchedumbre de los seres inmensa,

y luego el humano linaje,

y al fin las sublimes legiones angélicas.

Enumera en particular algunas de las cosas creadas por el Sumo Hacedor.





115

Debe creerse que Jesús el Cristo

es el Hijo divino, señor de cielo y tierra,

vida, salud y sostén de los hombres

perdidos aquel día de la culpa primera,

cuando embriagado por el dulzor de la manzana





120

la gustó Adán pecando de gran desobediencia

provocando la cólera divina

y mereciendo para su estirpe muerte eterna.

Movido entonces del amor a sus criaturas,

quiso Dios (¡oh prodigio de su bondad inmensa!)

 

 


125

que el Hijo eterno tomase carne de una virgen

para que con nosotros en el mundo viviera,

y al fin nos rescatase de la muerte

sufriendo por nosotros muerte acerba.






130

Di si podrás ahora desdeñar las mercedes

divinas de Jesús, o negar la grandeza

sublime de quien siendo Señor omnipotente,

por amor de los hombres hacerse hombre quisiera;

de Aquel por cuyo nacimiento y muerte

cobran todas las cosas vida, salud y fuerza,

Se llama Jesús como salvador, Cristo como ungido, y Mesías porque fue prometido.

y sin cuyo sostén el orbe entero

en hórrido fracaso se derrumbara y pereciera;

de Aquel a quien llamamos Jesús porque nos salva,

y Cristo, o sea el ungido para obra tan excelsa.

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140

Con toda el alma ha de creerse este misterio del Dios-Hombre

en que se fincan toda la fe y doctrina de la Iglesia,

pues es Jesús quien le revela fe y doctrina

y quien la erige inconmovible sobre la simbólica piedra.

Y aunque fue el cuerpo de Jesús formado

en el seno de casta doncella,

no fue de nuestra humana simiente concebido,

sino por obra de la gracia eterna,

del Espíritu Santo que hizo tal maravilla

porque muriendo Cristo nuestro pecado redimiera.

Dice el poeta que es de tanta importancia creer que Cristo es el Hijo de Dios, porque es Él quien confirmó la fe de la Iglesia al decir: 'Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia."

De la purísima sangre de la Virgen se formó el cuerpo de Cristo como los cuerpos de los demás hombres. Cuando asintiendo ella a las palabras del ángel dijo: "He aquí la sierva del Señor", se formó al punto el santísimo cuerpo de Cristo unido a su alma y a la Divinidad, haciéndose así en el mismo instante perfecto Dios y perfecto hombre.

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150

Pues si bien son de toda la Trinidad Santísima

las obras divinas externas,

y no viene de una Sagrada Persona

lo que de todas tres no venga,

dicen los Santos Padres ser origen de Cristo

el Espíritu Santo, que es el amor y la clemencia,

Aunque las tres personas de la Divina Trinidad, dice, hayan obrado este misterio, empero, porque la encarnación divina muestra la inmensa benignidad de Dios para nosotros, se atribuye particularmente al Espíritu Santo.





155

y a quien se le atribuyen los dones y las gracias

y cuanto nos auxilia y nos consuela.

Se adunan en este misterio inefable

causas propias de naturaleza,

con otras que exceden sus límites





160

y de nuestra mente las luces y fuerzas.

Pues cuando decimos que el cuerpo de Cristo

se formó de sangre virgínea y materna,

confesamos sólo que el Verbo Divino

asumió nuestra naturaleza;





165

mas para confesar que el Dios altísimo

al instante mismo del Ave arcangélica

fue engendrado, y que en cuerpo y alma unidos

alentó la divina esencia,

no necesitada de gracias o dones





170

sino en toda su augusta grandeza,

ha de alumbrarnos antes el mismo Dios, que estos prodigios

sobrepasan las lindes de la naturaleza.

Es preciso también confesar que María,

conservando su virginal pureza,





175

fue verdadera madre del Dios y el hombre a un tiempo,

pues aquel hijo a quien la vida diera

es el mismo engendrado por el Eterno Padre

antes de todo tiempo y en su divina esencia.

Y pues que nadie alcanza a vislumbrar cómo pudieron





180

realizarse tamaños portentos, tú no quieras

penetrar los divinos arcanos,

mas con alma sumisa y mente presta

ten como verdadero e indudable

lo que nos muestra y manda creer la Santa Iglesia.





185

No debe pues decirse que es Jesucristo hijo adoptivo

de Dios, o que este nombre le dé honor y grandeza,

pues tal dictado que a otros exalta y glorifica

no es digno de su majestad excelsa;

porque Cristo es el Hijo natural de Dios Vivo,

Que no debe llamarse a Cristo hijo adoptivo de Dios, pues aunque tal nombre dé honor a los elegidos, en modo alguno puede convenir a Cristo, que es Hijo de Dios por naturaleza.


 



190

creador del mundo y de los hombres y de las legiones angélicas.

¿Qué gracias ofrendar por tantos dones?

¿Qué adoración rendida no habrá de ser la nuestra

viendo al Hijo divino revestir nuestra carne

por unirse a nosotros y conllevar nuestras miserias?





195

¿Y quién del corazón en lo más hondo

no alzará un tabernáculo de amor y reverencia

al que por redimirnos quiso nacer en un establo,

pobre infante aterido, sobre la paja, entre las bestias,

y vivir con nosotros, y dejarnos

No con otro fin, dice, quiso Dios hacer esto, sino para que los hombres renaciesen como hijos de Dios.





200

ejemplo de humildad y de trabajo y de pureza?

Es cierto, pues, que hay quienes nacen de la estirpe de los dioses,

no de la pobre carne y sangre nuestras,

cuando Dios mismo se encarnó en el seno de María

para librarnos de la culpa y de sus penas

Porque como la culpa, si bien se considera, es infinita, exige una reparación también infinita, la cual sólo Dios mismo pudo proveer.





205

Creo también que Jesús, el Cordero inocente,

gobernando Pilatos la Judea,

sufrió por nos crueles suplicios y atroz muerte,

pues tomó sobre sí las culpas nuestras,

las mortales ofensas contra el Dios infinito

Es de gran provecho creer que Cristo sufrió por nosotros, para que veamos con claridad meridiana cuánto nos ha amado, y qué obligados estamos con quien, por el ardiente amor que nos tiene, no perdonó su propia vida ni temió ningún género de tormentos.





210

merecedoras de la muerte eterna,

y que solo podría borrar quien siendo a un tiempo

hombre y Dios, padeciese y muriese por ellas.

Y es de tal suerte necesaria la fe en este misterio,

meditar y sentir con el alma suspensa





215

cómo por nos el Hijo del Altísimo

quiso sufrir sobre la cruz muerte y afrenta,

que Pablo, el recio varón admirable,

enfáticamente declara y protesta

no saber otra cosa que a Cristo,





220

a Cristo pendiente de la cruz acerba,

a Cristo inflamado de su amor divino

a los hombres que con su muerte redimiera,

y a quienes obligó con tantos dones,

con tales gracias y finezas,





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como nunca antes de merced tan extremada

se habría podido imaginar siquiera.

Pues sufrió por salvarnos dolores crudelísimos

en carne y alma que eran de Dios, porque había en ellas,

desde el instante de su concepción sagrada,


 



230

la divina, inmortal esencia,

para que así el Maligno que disfrazado de serpiente

fue vencedor en aquel árbol de la fatal culpa primera,

fuese también vencido en otro árbol,

el árbol santo de la cruz acerba,





235

y huyese al fin, despechado y corrido,

a hunirse entre las sombras de su prisión eterna.

Es este el Isaac que se apresta sumiso

al holocausto que Abraham su padre intenta;

es este el inocente Abel a quien su hermano

Es este", es decir, Nuestro Señor Jesucristo.


 



240

da muerte cruel y artera;

es el Cordero pascual y simbólico

que dio su vida por la nuestra,

y conoció la fría lobreguez del sepulcro

aunque sin sombra alguna de corrupción o mengua.

"No permitió que su santo [Hijo] sufriese corrupción."

 




245

Considera, lector, qué gran oprobio,

cuán indecible afrenta,

qué tormentos atroces los que sufriera Cristo

en aquel suplicio de la cruz que era

el más infamante de cuantos,


bajo Pilatos y en Judea,

se infligiera a los reos más abyectos,

y el más cruel, acaso, de todas las épocas.

Mira caer su sangre gota a gota,

250


 

 


255

la complexión óptima, la sensibilidad extrema

de Jesús, y di ahora cómo puedes, vencido

de la falaz dulzura que el pecado te ofrenda,

enclavar otra vez en el leño infamante

al que lavó tus culpas con su sangre benéfica,

a quien abrió los cielos cerrados antes para el hombre,

La complexión óptima, que da la mis alta capacidad de sentir.





260

y nos libró del Enemigo, y satisfizo nuestra deuda;

la deuda inmensa de nuestros crímenes y culpas

contra el Eterno Padre, Señor del cielo y de la tierra.

Ve en Jesús asimismo el ejemplo más puro

de todas las virtudes. ¿Hay en quien resplandezcan

Satisfizo nuestra deuda, pues éramos nosotros impotentes para hacerlo.





265

como en Cristo el amor y la sabiduría,

la mansedumbre, la constancia y la firmeza?

¡Oh, si me fuera dado seguir sus huellas sacrosantas

rememorando a cada instante sus pasos en la tierra,

sus días y sus noches, su muerte y su sepulcro,


 



270

y como Él, inocente, gustoso todo lo sufriera

porque pudiese yo, libre al fin de mis culpas,

gozar la bienaventuranza eterna!

Mira también ahora cómo el alma de Cristo,

unida siempre a la Deidad Suprema





275

y mientras que su cuerpo yacía en el sepulcro

también unido a la divina esencia,

visitó los infiernos con gran enojo del Maligno

y les arrebató valiosa presa

liberando las almas de patriarcas y justos





280

que allí aguardaban subir con Él a vida eterna.

Nos muestra este descenso de Jesucristo al limbo,

que no alcanzó su gracia sólo a quienes nacieran

tras Él, sino también a los antes nacidos

y a los hombres de todos los climas y las épocas.





285

Resplandecen al par su cuidado solícito

de asegurarles a sus fieles gloria y paz sempiternas,

y su poder sobre las fuerzas del abismo,

y el abrasado amor que le llevó a la entraña de la tierra

por defender de la tremenda muerte última

El abrasado amor que le impulsó a descender a las entrañas de la tierra para sacar de allí a las santas.





290

a la mortal y pecadora estirpe nuestra.

Resucitó al tercero día por voluntad y virtud propias,

tal como lo anunciaran los antiguos profetas,

probando así por manera indudable

ser hombre y Dios, pues ninguno pudiera

Verdadero hombre porque murió, y verdadero Dios porque resucitó por su propia virtud, lo cual jamás otro hombre ha hecho.

sin ser hombre morir, ni alzarse luego del sepulcro

para no morir más, si a la vez Dios no fuera.

Todo ello fue cumplido, según los Santos Padres

que estos altos misterios nos declaran y enseñan,

295

porque resplandeciese la justicia divina,

y se afirmase nuestra esperanza de vida eterna,

y tuviese coronamiento digno

este misterio de la fe, donde aprendieras

La primera razón de la resurrección fue que se maní testara la suma justicia de Dios, pues, como dice el Apóstol (a los filipenses), porque se humilló Cristo y obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz, por eso Dios lo exaltó.

 

300


 


305

que hay una nueva vida, y cómo has de guardarte

libre de culpas hasta la jornada postrera;

pues el saber a Cristo redivivo

alumbra nuestras almas y les da paz y fortaleza.

Subió luego a los cielos ante las miradas absortas

de sus apóstoles y fieles y de María, su madre tierna;

La segunda razón fue que con la resurrección de Cristo se alentara nuestra esperanza de resucitar también. La tercera razón fue que se confirmara así la santa fe, sin la cual no pueden los hombres salvarse. Porque la mejor prueba de que Cristo es el Hijo de Dios, es que por propia virtud resucitó de entre los muertos.






310

y por propia virtud intrínseca

de su sacra naturaleza,

fue hendiendo los aires radiosos

hacia las alturas excelsas,

más allá de los coros celestes

y de todas las jerarquías angélicas,





315

hasta arribar al trono sublime

en que el Padre glorioso se asienta,

y donde en gozo de amor inefable

le sentó a su diestra,

y por escabel de sus pies puso el mundo





320

porque en él reinase con potestad y gloria eternas.

Se ordenan así los misterios sagrados

de su vida, llenos de dolor y afrenta,

a este fin que es su ascenso al empíreo

y en que se exalta su grandeza,

Como los misterios y hechos de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, dice, se ordenan a un fin y estuvieron llenos de afrenta y dolor, su ascensión a los cielos fue el fin de todos ellos, lleno de esplendor y gloria.





325

Mas subió Cristo Jesús a los cielos,

porque su cuerpo, ya no mortal, tener pudiera

sede digna y estable en regiones más puras

que no la de esta vida nuestra.

en donde el torbellino de los hados

Primera causa de la ascensión de Cristo a los cielos.





330

todo lo agita, lo arrasa o lo trueca,

y donde nunca fue inmortal alguno

ni inmune a los males ni exento de penas.

Subió también para ocupar el alto solio

que con su sangre derramada mereciera,

Segunda causa.


 



335

donde reinar triunfante por los siglos

sobre la mística Jerusalén eterna;

y asimismo para estar siempre junto al Padre,

y presentarle nuestras súplicas y defender las causas nuestras.

Quiso además mostrarnos que su reino

Tercera causa.





340

no es de este mundo, como a Pilato antes dijera,

y cuánto más valiosos son los bienes celestes

que los caducos de la tierra,

para que así, encendidas en su amor nuestras almas

a las alturas mismas del cielo le siguieran,

Cuarta causa.





345

primero con la mente y el deseo,

después volando hasta su luz eterna.

Pues si, muriendo y luego resucitando Cristo

a morir en la carne, a vivir para el alma nos enseña,

al subir a los cielos nos señala el camino

Quinta causa.





350

de nuestra patria donde la bienaventuranza nos espera.

¿Qué mérito, además, tendría creer en Cristo

si le viésemos, ya inmortal, sobre la tierra,

y pudiéramos conversar con Él, oírle, hablarle,

y no fuese posible dudar de su existencia?

Porque la fe consiste en creer lo que no se ve.





355

Por su ascensión, en fin, crece nuestra esperanza,

de subir, místicos miembros suyos, a donde Él reina;

por su ascensión es mediador nuestro ante el Padre,

y nos alcanza sus mercedes, y nos concilia su clemencia,

y a través de sus manos fluye hasta nuestras almas

Sexta causa.


Séptima causa.


Octava causa.





360

el torrente de gracia que les da vida y las consuela.

Desde allí ha de venir empero un día

a juzgar a los hombres que con su sangre redimiera,

a los vivos y a los ya despojados de su carne,

a cuantos fueren o hayan sido antes en la tierra.


 



365

Ha de creerse pues en dos advenimientos;

mas en tanto que aquel en que a la tierra

bajara el Verbo para tomar carne de una virgen

fue callado y humilde, su segunda venida,

el "día del Señor", el de la justicia tremenda,


 



370

cuando aparte a los malos de los justos,

se anunciará con un vibrante estruendo de trompetas,

y el mundo entero temblará de espanto

ante la inminente, divina sentencia,

y brillarán la gloria y majestad de Cristo;


 



375

mas nadie sabe de esto el día, la hora ni la época.

Porque primero, tras de la muerte, cada uno

ante el divino tribunal a ser juzgado se presenta,

más luego iremos todos el día del fin del mundo

a juicio universal y a última sentencia

Primera razón del juicio final.





380

en que tengan su palma los méritos

y los vicios castigo y afrenta.

Y será así, porque no sólo de nuestras propias culpas

habremos de dar cuenta,

sino también de los ajenos pecados que suscitan

Segunda razón.





385

y en que se perpetúan y renuevan

hasta el fin de los tiempos, tal como las virtudes

a través de los siglos difunden su irradiación benéfica.

Será por eso el juicio final en el día último,

cuando no haya lugar para virtud o culpa nuevas

Tercera razón.




390

ni quede cosa alguna olvidada u oculta sobre el haz de la tierra,

porque reciba el bueno su galardón cumplido

y sufra el malo toda su merecida afrenta.

También para que entonces resuciten los cuerpos





395

y a tal juicio asimismo comparezcan,

y, pues que fueron instrumentos de las almas,

tengan con ellas parte por siempre en gozo o pena.

(Y nadie piense que por un fatal destino

persiguen a los buenos dolores y tristezas

Cuarta razón.





400

en tanto que la turba de los malos

lleva una vida fácil y gozosa y serena,

y que no obstante también éstos serán salvos

porque aunque a todos les espera

el premio digno de sus obras,





405

se borrarán las malas una vez descubiertas.)

Además, temerosos de tan terrible juicio,

enmendarán los malos sus vidas deshonestas,

mientras los buenos se alegrarán con la esperanza

de su final victoria y su gloriosa recompensa.





410

Y aunque a las tres Divinas Personas

corresponda este juicio y sentencia,

y de las tres se forme el tribunal sublime

que a cada uno dé lo que merezca,

es sin embargo Cristo, Sabiduría del Padre,

Es decir, la atribución de juzgar.

Primera razón de que se atribuya el juicio a Cristo.





415

Dios y hombre al par, quien bajará a la tierra

a ser supremo juez, para que los mortales

convocados a tan tremendo juicio puedan

verle y hablarle y oír de sus labios

la palabra de vida o muerte eterna.





420

Será esto así también para que Cristo,

que sufrió un día tan atroz sentencia,

oiga y juzgue a los que condenaron

a morir en la cruz y entre ladrones a quien era

el Cordero inocente que dio su vida en holocausto

Segunda razón.





425

porque tuviese el mundo salud y vida eternas.

Cuando la santa religión alumbre todo el mundo

y haya muchos que, ciegos, se aparten de ella,

y aparezca el apocalíptico Anticristo,

será que el fin de los tiempos se acerca,

Declara cuándo será el juicio universal y el fin del mundo.






430

que ya baja el Señor a juzgarnos,

a dar a los justos cabal recompensa,

a reprobar a los impíos y malvados

y arrojarlos a las llamas eternas,

en donde con la turba de espíritus malignos

Es decir, a los que no tuvieron caridad. Porque, según el Apóstol, la plenitud de la ley y la consumación de sus mandatos es la caridad.





435

lamentarán por siempre su rebeldía y su ceguera.

¡Brillará entonces la ley suavísima de Cristo,

gozo de los buenos, de los malos desdicha tremenda!

También ha de creerse que el Espíritu Santo

es de la Trinidad la Persona tercera,

"Gozo de los buenos..." Se refiere al juicio final.





440

que procede del Padre y el Hijo

y es Dios con ellos en indivisa esencia,

con su misma eterna sabiduría,

y su propia infinita potencia.

Creo en la Santa Iglesia, esposa mística de Cristo,



 


445

que llamamos católica porque en el mundo entero está dispersa,

de quien Cristo es cabeza invisible

y hasta el fin de los tiempos habrá de estar con ella.

Mas es doble la Iglesia: una triunfante

y militante otra, una en el cielo, otra en la tierra;

"Yo estoy con vosotros —dijo Cristo— hasta la consumación de los tiempos."





450

aquélla victoriosa para siempre,

ésta luchando contra los enemigos que la acechan.

Símbolo suyo el Arca de Noé que de las aguas

arrolladoras y voraces pudo escapar salva e ilesa,

y la Jerusalén en que a Jehová se ofrecían sacrificios

Es Jerusalén imagen y símbolo de paz.





455

y se exaltaba a los caudillos y profetas.

Creo también en una comunión de los santos,

pues somos miembros místicos de Cristo y de su Iglesia;

los mismos sacramentos nos confortan,

la gracia de Jesús a todos nos sustenta,





460

y los dones que por su intercesión otorga el Padre

descienden sobre todos como lluvia benéfica.

Creo que la Iglesia puede perdonar los pecados,

que anuda o desata los lazos que al alma sujetan,

mas esto por gracia de Cristo y si los pecadores





465

contritos y humildes sus culpas detestan,

y se proponen no pecar más nunca,

y así lo declaran con alma sincera.-

Y también la resurrección de nuestra carne

debe ser en nosotros una esperanza cierta,





470

pues que los cuerpos, como instrumentos de las almas,

han de tener con ellas su merecida recompensa.

Creo, por fin, que en el cielo les aguarda a los justos

la bienaventuranza eterna,

una vida de gozo inefable

que no alcanza a decir la humana lengua

ni a comprender la mente, una vida gloriosa

en Dios, que es paz y amor, abundancia y riqueza.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS