CAPÍTULO XVI


Si la luz del Sol es cualidad corpórea o accidente, y acerca de los ojos y la visión


Afirman los peripatéticos que la luz es accidente corpóreo y que reside en el aire, y confirma esta opinión el hecho de que nuestros ojos perciben tanto la luz comunicada al Sol como la comunicada al aire, ya que parece contra razón que lo espiritual se aprehenda con los sentidos. Pero los platónicos, siguiendo la opinión contraria, sostienen que la luz del Sol no es cuerpo, ni accidente, ni cualidad alguna corpórea, sino reflejo de la luz del divino intelecto, o resplandor suyo aplicado a un cuerpo nobilísimo. Por eso dijo Moisés que cuando todo era caos tenebroso, a manera de abismo de oscuras aguas, el aliento de Dios sopló sobre él y produjo la luz. Como si dijese (según explican sus exegetas) que del esplendoroso intelecto divino se derivó la luz visible en el primer día de la creación, la cual se aplicó después, en el cuarto día, al Sol, a la Luna y a las estrellas.

Sostienen pues los platónicos que la luz del Sol no es accidente, sino forma espiritual del mismo, dependiente y formada de la luz del entendimiento divino, la que también está en todas las estrellas, pero comunicada por el Sol, y más imperfecta y toscamente, como forma, en el fuego y en los cuerpos luminosos del mundo inferior. Pero en los cuerpos diáfanos o transparentes, como el aire, el agua y los que en esto se les asemejan, aparece la luz en lo iluminado como acto espiritual, separable, y en manera alguna corpóreo como las cualidades o accidentes, siendo lo transparente vehículo de la luz, pero no su jeto suyo. Pues si la luz estuviese en lo transparente como la cualidad en el sujeto, se ajustaría a las leyes y propiedades de la cualidad, que pueden reducirse a seis, y lo cual no sucede: primero, porque se extendería por el sujeto invadiéndolo poco a poco, pero la luz penetra súbitamente el cuerpo transparente por enorme que sea su extensión; segundo, porque al sobrevenir la cualidad mudaría el sujeto y su disposición natural, y la luz nada cambia en lo transparente; tercero, porque la cualidad se extendería sólo a un cierto y determinado espacio, y la luz se extiende por todo lo transparente sin término ni medida; cuarto, porque quitado lo que induce la cualidad, queda por algún tiempo en el sujeto su vestigio, como el calor en el agua después de quitar el fuego, en tanto que quitado lo iluminante nada queda de luz en lo transparente; quinto, porque la cualidad se mueve con su sujeto, y la luz, en cuanto iluminante, no se mueve al movimiento del aire o del agua en que se halla presente; sexto, porque cualidades múltiples de la misma cuerpo transparente o luminoso no es una cualidad o accidente corpóreo, sino acto espiritual que reduce a acto al cuerpo transparente, por representación del iluminante, y que es separable cuando éste se quita, puesto que todo ello se realiza por la diversa y variada sucesión de rayos rectos o reflejos, y nunca de rayos confusos intermedios. Y no de otra manera se halla la luz en lo transparente, según opinión de los platónicos, que como dicen estar el entendimiento o alma inteligente en el cuerpo, unida a él por presencia y asistencia, pero no por mezcla, de donde acontece que no se muda al mudarse el cuerpo, ni se corrompe por su corrupción. Dicen por eso que la verdadera luz es la intelectual, y que su esencia ilumina el mundo corpóreo y el incorpóreo y suscita en el hombre la luz del alma y la visión del intelecto; luz de la cual procede también la del Sol, que formalmente y en acto ilumina el orbe corpóreo, y hace posible en el hombre la visión ocular para percibir todos los cuerpos, no sólo los del mundo inferior de generación, cosa que hacen asimismo los otros sentidos, sino también los divinos y eternos del mundo celeste, que son lo que principalmente despierta en el hombre el especie, cuando están en el mismo sujeto, suelen mezclarse y confundirse hasta convertirse en una sola, pero muchas luces jamás se funden en una. Porque si a dos lámparas se opone un solo cuerpo opaco, se producen dos sombras, y si las lámparas son muchas, muchas serán las sombras. Además, si tres o más lámparas se ponen cerca de un pequeño orificio, producirán otras tantas luces y otras tantas sombras que no se juntan en una:• O si la luz del Sol entra por tres o cuatro ventanas u orificios a donde se le opone un solo cuerpo opaco, se producirán asimismo tres o cuatro sombras.

Todo lo cual demuestra que la luz del cuerpo transparente o luminoso no es una cualidad o accidente corpóreo, sino acto espiritual que reduce a acto al cuerpo transparente, por representación del iluminante, y que es separable cuando éste se quita, puesto que todo ello se realiza por la diversa y variada sucesión de rayos rectos o reflejos, y nunca de rayos confusos intermedios. Y no de otra manera se halla la luz en lo transparente, según opinión de los platónicos, que como dicen estar el entendimiento o alma inteligente en el cuerpo, unida a él por presencia y asistencia, pero no por mezcla, de donde acontece que no se muda al mudarse el cuerpo, ni se corrompe por su corrupción. Dicen por eso que la verdadera luz es la intelectual, y que su esencia ilumina el mundo corpóreo y el incorpóreo y suscita en el hombre la luz del alma y la visión del intelecto; luz de la cual procede también la del Sol, que formalmente y en acto ilumina el orbe corpóreo, y hace posible en el hombre la visión ocular para percibir todos los cuerpos, no sólo los del mundo inferior de generación, cosa que hacen asimismo los otros sentidos, sino también los divinos y eternos del mundo celeste, que son lo que principalmente despierta en el hombre el conocimiento de las cosas incorpóreas. Pues viendo que las estrellas y los cielos se mueven incesantemente, conocemos que quienes los mueven son inteligencias incorpóreas, y admiramos la sabiduría y el poder de su universal creador y artífice. Por eso dice David: “Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos...” Pues aunque el tacto y el gusto son más necesarios para preservar y conservar la vida del cuerpo, para mantener la de la inteligencia espiritual son más necesarios los ojos, y es por esto por lo que son más admirables en su instrumento, en su objeto, en su medio y en su acto.

¿Quién puede dudar que el instrumento de la vista es el más refinado, el más espiritual, y construido con mayor artificio que los de los otros sentidos? A diferencia de las demás partes del cuerpo, los ojos no son carnosos, sino lucientes, transparentes, espirituales; se dirían estrellas, y superan con mucho en belleza a todo lo demás del cuerpo. Su singular composición de siete membranas, excede en delicadeza a cualquier otra estructura corpórea. El objeto de la vista es todo el universo corpóreo, tanto el celeste como el inferior; los demás sentidos sólo pueden abarcar cierta parte del mundo. El medio de los demás sentidos es la carne, como en el tacto, el vapor como en el olfato, la humedad como en el gusto, o el aire móvil como en el oído; el medio de la vista, en cambio, es lúcido, sutil y transparente: el aire iluminado por la luz celeste, que es la más bella entre las cosas del mundo. La actividad de los demás sentidos se desarrolla en la zona exigua de lo que afecta a nuestros cuerpos: sólo siente el olfato los impactos de los vapores; el gusto los de la humedad de los alimentos; el tacto los propios de las cualidades pasivas, con cierta leve sensación general; y todo esto percibido de un modo material e imperfecto, de suerte que las percepciones de estos tres sentidos son más pasivas que activas. El oído, si bien más espiritual y de mayor alcance, sólo percibe los sonidos graves o los agudos producidos por choque de un cuerpo con otro, y esto sólo a corta distancia, y sus percepciones están casi siempre mezcladas con pasividad percusiva y movimiento corpóreo; el ojo, en cambio, alcanza hasta la última circunferencia del mundo y a los más altos cielos, y a todo lo distante y lo próximo, mediante la luz, y capta todas las formas sin perturbación alguna; conoce sus distancias, colores, brillo, tamaño, figura, número, situación, movimiento y diversas y particulares diferencias, tal como si fuese el explorador del entendimiento en todas las cosas inteligibles. Dijo con razón Aristóteles que amamos el sentido de la vista sobre los otros, por ser el que nos rinde mayor conocimiento.

Diremos finalmente que, así como en el microcosmos que es el hombre el ojo es entre las partes corporales lo que el entendimiento entre las facultades del alma, así en el macrocosmos es el Sol, entre las cosas corpóreas, lo que el entendimiento divino entre las espirituales. Y lo mismo que luz y visión en el hombre dependen de la luz y la visión intelectuales, y sirven a ellas, también la luz del Sol depende de la suprema luz del divino intelecto, de quien es ministro, y a quien se asemeja más que cosa alguna por su belleza, con que derrama esplendor y hermosura sobre el universo entero. Pero además, así como el entendimiento divino y el humano a la par que ven iluminan, así también el Sol y el ojo iluminan al ver. Porque si bien el ojo no puede ver en un medio oscuro, tampoco podría ver en uno iluminado si no emitiese de sí mismo rayos con que ilumina el objeto y el medio; pues en el acto de visión es menester, primero, envía rayos luminosos al objeto; luego, que la imagen venga a los ojos, y por último que emanen de los ojos otros rayos que conformen con ellos el objeto, para que se realice al fin la visión.

Muchos afirman que también los cielos oyen y ven, y, como el Sol se asemeja al intelecto divino, tratan de probar a la vez con diversos ejemplos, y principalmente por los aspectos del Sol y de la Luna, que el alma, por no ser uniforme como el entendimiento, se asemeja a la Luna y es el medio entre el mundo sensible y el intelectual, y que, siempre móvil, alterna su presencia en uno y en otro, ya abandonando, ya reasumiendo los sentidos, como la Luna recibe la luz solar ora en su paree superior, ora en la inferior.

Pero de esto hablaremos más ampliamente en su ocasión. Ahora importa examinar el argumento de quienes dicen que la luz no es forma substancial, puesto que se ve con los ojos. Porque puede decirse que no es verdadera forma ni verdadera entidad espiritual, aunque sea más espiritual que todos los otros accidentes y se acerque mucho a la esencia de espíritu; ni es tampoco accidente corpóreo, porque no tiene sus condiciones. O puede pensarse que es verdadera forma espiritual, y que no es vista por nadie, aunque con nuestros ojos y merced a partecillas de éstos sumamente espirituales, vemos cierto color resultante de aquella luz de la cual participan el Sol y los astros, corporalmente, pero en una manera mucho más pura que los demás cuerpos luminosos y más aún que los opacos, cuyos colores percibimos mediante formas resultantes de su muy impura y corpórea participación de la luz. O quizá puedan verse las cosas incorpóreas y espirituales, siempre que el aire las refleje como materiales, no de otra suerte que se ven las imágenes de las cosas reflejadas en espejos y demás cuerpos tersos y nítidos. También podría decirse que no es la luz lo que se ve, sino sólo cierta coloración y la acción misma de la luz. O bien que es el alma quien percibe la luz que le llega por conducto de los ojos; aunque en este supuesto sería preciso conceder que los brutos carecen de sentidos, y que los colores son formas espirituales engendradas, según los mismos filósofos, por participación material de la luz.

En suma, y habida cuenta de todo lo dicho, juzgo más cierta la opinión de quienes sostienen que la luz es accidente, pero engendrado en su propio sujeto, y que en su medio es sólo operante, no fijo y adherente; que es de cierta naturaleza y carácter más altos que los de cualquier otro accidente, y que la ven realmente los ojos, como lo hemos probado y confirmado en la apología que sobre tal asunto escribimos en otro lugar.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS