CAPÍTULO VI


De la sabiduría


Y aunque solemos también llamar sabios a los muy excelentes y perfectos artífices, como Phidias y Policleto, aquél sólo se podrá dezir verdadero sabio, que simplemente ha alcanzado perfectos conocimientos de todas las cosas que se pueden saber, porque la sabiduría abraza la ciencia y entendimiento y dévese tener por la más honrada de todas las ciencias del mundo, y por esta causa tenemos a la prudencia por muy inferior a la sabiduría. La prudencia tracta de lo que toca a los hombres, y la sabiduría las cosas altísimas y divinas. Lo que pertenece a la sabiduría es perpetuo y lo que a la prudencia diverso y mudable, por lo cual es muy posible que el que se llama sabio carezca de prudencia. {D}el número déstos fueron Tales y Anaxágoras, philósophos, porque cómo pudieron ser prudentes si no vieron sus cómodos o los disiparon por suma negligencia. Ansí que aquél parece haverse de tener por prudente que no sólo conoce las cosas universales, pero también alcanza cuáles sean los particulares cómodos, y los puede con consejo y presidencia conseguir. Por lo cual acontece que antes se hagan algunos mancebos mathemáticos que prudentes, porque la prudencia tracta de acciones particulares, de las cuales es maestra la experiencia, y el mozo no puede ser experimentado, y embeven más fácilmente las disciplinas mathemáticas que no las methaphísicas o naturales, porque los principios de las doctrinas naturales se conocen por experiencia, pero las cosas methaphísicas exceden, como increíbles, la capacidad de los mozos. La principal prudencia es la ciudadana o política, la cual acomoda al hombre a la utilidad de toda la república, o trabaja en poner leyes o en executar lo que manda la ley. Y es la prudencia en tres maneras: la primera, ésta que acabamos de dezir; otra que no investiga el provecho común, sino el particular, y la tercera que aprovecha a las cosas de casa. Falsamente han pensado algunos pertenecer la ciencia ciudadana a los curiosos y negociadores, como que pudiese hallarse bien la ciencia civil sin la particular y doméstica, porque ninguno aconsejará bien a la ciudad si no supiere primero aconsejarse a sí y a su casa.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS