CAPÍTULO DECIMOCUARTO


De otras cosas que realzan el ornamento de la ciudad tetzcocana


Es en verdad el más noble y más reciente y más famoso por su artística estructura; en el cual, además de un añoso abeto en medio de uno de los patios, verde aún después de setecientos años y que apenas pueden rodear siete hombres con los brazos extendidos; además de los laberintos inextricables de las calles superiores y de las encrucijadas subterráneas en las que el rey cuando le venía en mente o juzgaba que [Nota 109] convenía, se escondía y ocultaba o remaba en chalupas por ciertas galerías y túneles ocultos, sin que nadie lo pudiera ver hasta el lago mexicano, distante casi una milla de su ciudad; además del número increíble de huertos y vergeles y de la variedad de aviarios de muchas clases, jaulas de fieras, piscinas, bóvedas de piedra; además de multiformes canales cuyas esculturas en piedra podían envidiarlas el oro y la plata y aún las mismas gemas; además de las construcciones y maniposterías de piedras y guijarros toscos y desiguales, acomodados con artificio admirable, divididos y separados, pero de tal manera unidos con sábulo y cal, con ligeras depresiones, aplanados y grietas de la mezcla,227 gratas a la vista, que presentaban un espectáculo firme y al mismo tiempo hermoso a los ojos de los transeúntes; además, digo, de todas estas cosas y de otras que apenas pueden alabarse dignamente, se ve algo admirable: veinte o más piedras de grandísimo tamaño, de las cuales muchas son del grosor de cuatro bueyes, embutidas en el piso (?) y estoy suficientemente persuadido de que, para levantar una de ellas, apenas bastarían cincuenta mil hombres con tanta penuria de maquinaria. Y no eran para otro uso más que para que las avecillas que acostumbraban espontáneamente revolotear por los palacios y huertos reales, tuvieren licor preparado para saciar libremente228 su sed, bebiendo las lluvias recogidas, o para acogerse a algunas pequeñas fosas cavadas por la propia naturaleza de las piedras y así halagaran con sus gratísimos cantos los oídos de los presentes. 229 En esta época se hicieron tantas guerras y se sujetaron tantas provincias, que en breve se dilató el imperio del mar septentrional al austral. Y en la época también de estos dos reyes postremos, los tlaxcalteca y los hoexincenses hicieron la guerra al rey tetzcocano y al mexicano,230 a los cuales {mexicanos}, [SPR, II, 285] a pesar de ser enemigos temidos y odiados, cuando huyendo de los tlaxcaltecas se refugiaron en Tetzcoco en busca de auxilio y protección, Neçahoalcoyotzin [Pomar, 45] poco antes les había recibido y protegido. Pero ¿por qué paso en silencio los hechos heroicos y humanos de este varón? Durante los años estériles, valiéndose de cualquier ocasión, para que no se resintieran, repartía la anona oculta y conservada desde mucho antes de su reinado. Por aquellos mismos tiempos comenzó a aparecer aquel conocidísimo esplendor casi una noche tras otra durante el espacio de cuatro años completos: empezó el año chichimetecpatl231 [SPR, II, 285] y desapareció en el año matlactlocetecpatl.232 También en ese tiempo en no pocos lugares se derrumbaron las cumbres de algunas montañas; algunas colinas se hundieron espontáneamente y fueron arrancadas de su sitio como por milagro piedras de inmensa mole. Se vio extinguirse {el resplandor} completamente cuatro años antes de la llegada de los españoles, y en este mismo tiempo ese príncipe se partió de los vivos. Tuvo cuatrocientas concubinas, de las cuales, según he oído, recibió trescientos cincuenta y cinco hijos. Cuando ya estaba cerca de la muerte, exhortó a sus súbditos para que no resistiesen a la gente que venía de longincuas regiones, por muy presto que llegara, y que no se [Pomar, 45 P. 14 in fine.] esforzaran inútilmente en contra del hado, sino que cedieran. El sexto se llamó Cacamatzin, tiránicamente llevado al suelo {solio?} regio233 por el rey Motecçuma, que pospuso al hermano mayor y más honrado, a quien por naturaleza y por su valor y méritos pertenecía el reino. Cacama reinó cuatro años.234 Bajo su imperio, los españoles, con el auspicio y providencia de los dioses, llegaron a estas regiones en sus flotas y a tan larga distancia del suelo paterno, sometieron en breve tantos millares [Nota 223] de hombres, de pueblos y de ciudades a Carlos César y a sus descendientes, porque atemorizados aquéllos por la artillería, los caballos, la pericia militar, los atabales, las armaduras y las armas de brillante acero, y completamente imperitos e ignaros, se juzgaron impares para conjurar y refrenar tanto daño como venía sobre el género humano. Llamado {Cacama} por el mismo Motecçuma por quien había sido alzado al imperio, Cortés lo puso en la cárcel, porque se había indignado en contra del rey de los mexicanos y, por medio de sus enviados, criticaba con discursos su incipiente amistad con el jefe español y que tolerara con ecuanimidad la violencia y la injuria que se le hacían y porque {Cacama} amenazara vehementemente a los españoles. El séptimo, puesto en el trono por Cortés, [SPR, II, 286] se llamaba Tecocoltzin,235 quien reinó cuando tenía las riendas del imperio mexicano por la miserable muerte de Motecçuma, Quauhtimotzin.236 Éste, ausente Cortés, que había ido a pedir refuerzos a los tlaxcalteca, fue muerto por su hermano Coanacotzin, al que puedes considerar como octavo [Nota 235]; al cual, a quien Cortés hizo prisionero cuando volvió, siguió el noveno, Hernando, y a éste Ixtlilxochitl237 que, aun cuando reinó ocho años completos, siguió siempre las armas vencedoras de Cortés y quien, en medio de los vencedores, no despreció su rudo vestido, casi no usado por ninguna gente, y llegó hasta el fin de su vida sin mudarlo por el español. Éste, en mi opinión, no debe de pasarse en silencio, por más que omita los otros, los cuales ya brillando en estas playas el astro cesáreo, alguien llama con más propiedad gobernadores que reyes. Pero vamos a lo que falta. Los señores de Tetzcoco erigieron muchos templos en los cuales acostumbraban venerar a los dioses de los mexicanos [SPR, I, 134] y principalmente a Titlacoa,238 Quetzalcoatl y Hoitzilopuchtli, los cuales consta entre ellos que fueron hombres, pero héroes y como semillero de dioses y fuerza [Nota 85] inmortal. Pero antes de la llegada de los mexicanos, sólo consideraban como númenes el sol y la tierra. Uno {de los templos} era el mayor de todos; construido a una altura de seiscientos codos y de una maravillosa amplitud, desde su último piso (tanta era su altura) parecía a los espectadores que la ciudad de México yacía muy cerca a sus pies. Ahí se rendían honores sumos a Huitzilopuchtli. Todavía quedan hoy en día vestigios, y gran copia de ladrillos [SPR, II, 259] crudos dispuestos en murallas de mayor a menor, adonde hacían sacrificios a Ecatl,239 dios de los vientos, ¿porque en qué cosa no estaba persuadida que había un numen esa estupidísima raza de hombres, según la costumbre de los paganos? [SPR, I, 88]¿Qué diré de la casa de Motecçuma, o del llamado cuicacalli240 [SPR, II, 310. Pomar, 69] donde los niños de los tetzcoquenses se ejercitaban en bailes y cantos compuestos en honor de los dioses, de los reyes y de los héroes, en los que se contaban sus hazañas, y que ahora se usa como cárcel y de otras muchas que apenas podían ser alabadas como lo merecen por varones muy sabios? Las vestiduras de las mujeres y de los hombres eran semejantes a aquellas que usaban los mexicanos, a pesar de que las mujeres cubrieran el cueitl [Nota 26] con un género de manto que se llamaba quezquemitl,241 tejido de hilos brillantísimos de algodón y los varones sólo blancos y sin ningún color, en contra de la costumbre de sus colindantes. Los sacrificios también y las inmolaciones de hombres eran casi los mismos a pesar de que se sacrificaba un número mucho menor de enemigos, de esclavos o de comprados para este objeto que en México. Porque entre éstos cada año perecían, con los corazones arrancados en honor de los dioses, más de mil quinientos hombres y entre los tetzcoquenses se acostumbraba inmolar apenas trescientos.242 Este rito execrable nació de su cobardía y vergonzosa timidez, porque en manera alguna se atrevían a tener dentro de sus murallas y hogares a los prisioneros de guerra, o por esta otra razón: la de comer carne humana; cien años ha un hambre acerba los obligó, para no perecer, a comer carne de hombres sacrificados. No tenían ningunas instituciones legales ni jurídicas diferentes de los mexicanos; había en verdad pretores y tribunos de la plebe, de quienes podía apelarse a los senadores y al rey si fuese necesario o al triunvirato o consejo (así parece bien llamar al consejo de los tres reyes amigos y confederados), cuando ocurría algo que necesitara mayor examen o consulta.

Por las mismas causas se ejecutaba a los reos, y no me parece que debe omitirse que procedían tan severamente en contra de los ladrones, que por una sola espiga de tlaolli robada, eran castigados con [Nota 185] la pena capital y los adúlteros también, principalmente cuando maculaban la regia majestad, a tal grado que un rey tezcoquense, poco antes de que las armas españolas penetraran en estas regiones, no sólo mandase matar243 a su mujer, sino a cuatrocientos otros varones y mujeres que se encontraron complicados, aunque en mínima parte, en ese crimen; lo cual ocasionó tanto terror a todos, que estando en esas casas abiertas (porque en verdad no conocían el uso de las puertas antes de la llegada de los españoles) acostadas las mujeres y tiradas por todos lados cosas preciosísimas, ninguna llegó a ser violada por fuerza y ninguna cosa fue robada a hurtadillas. Pero declaremos ya el principio de los mexicanos, según las opiniones de algunos.244









227 massaeque viodica depressione atque complanatione, et hiatu... Esto y las líneas que preceden son términos técnicos de arquitectura o albañilería. He traducido como he podido pero no garantizo la traducción. (He traducido massa por mezcla {?}.)

228 La línea concluye con la grafía lib3 que interpreto libere, tal vez libenter, sin estar seguro. Véase nota 162. Las dos grafías son idénticas pero la de 162 tiene que representar un verbo y la de 228 un adverbio.

229 No entiendo bien este pasaje de las inmensas piedras para que bebieran los pájaros y tal vez estoy traduciendo mal. Verificar con otras descripciones del palacio.

230 Acerca de estas guerras, cf. Sahagún, lib. VIII, capítulo tercero (SPR, II, p. 285, párrafo que empieza: “El quinto señor de Tetzcoco”).

231 Debe ser chicóme técpatl. Véase Sahagún, loc. cit.

232 Debe ser matlactlionce técpatl. Véase ubi supra. Ver el final de ese párrafo de Sahagún respecto del “resplandor” agorero.

233 El original dice solum muy claro, tal vez por solium, solio. Véase construcción de eveho en el Ox. Die., II, B. Él parece justificar solium.

234 Véase J. B. Pomar, op. cit., p. 5, párrafo 14 in fine, donde se lee que reinó tres años y que había sido muy vicioso.

235 Sahagún (SPR, II, 286) invierte el orden que el doctor Hernández asigna a los reyes 7o y 8o y considera 7o a Cohanacoch y 8º a Tecocol.

236 El doctor Hernández lo mismo que don Pablo Nazareo omiten por completo a Cuitláhuac. Pero el doctor Hernández lo menciona en su lugar en p. 129, col. 2.

237 Sahagún, loc. cit., considera a Ixtlilxóchitl como noveno señor y a Hernando que supongo será don Hernando Pimentel como decimotercero. El doctor Hernández omite los que Sahagún llama décimo, undécimo y duodécimo.

238 Éste, otro nombre de Tezcatlipoca. Sahagún (SPR, I, 134) lo llama Titlacáuan y hace de este nombre numerosas referencias.

239 Sahagún (SPR, II, 259): “Quetzalcóatl”, que también se llama “Ecatl”.

240 “La casa de Motecçuma”, cf. Pomar (op. cit., p. 69): “Había estas casas {las de los reyes de Tetzcoco} aposentos dedicados para los reyes de México y Tacuba, donde eran aposentados cuando a esta ciudad venían”.

Cuicacalli, cf. Sahagún (SPR, I, 88; II, 310).

241 No lo encuentro en Sahagún.

242 Me parece muy reducido este número de víctimas de los sacrificios. Las dos explicaciones o justificaciones que siguen, de los sacrificios humanos, no las he visto en ninguna otra parte. Véase J. E. Nierembergii, Historia Naturae, Plantin, 1635, lib. VIII, cap. XXIV: “De effusione sanguinis superstitiosa” (p. 147, col. 1): Addam hoc Francisco Hernando, uno olim unius diet sacrificio immolata septuaginta sex milita hominum sin templo Tetzcutzingo {Tetzcotzinco}, ¿De dónde tomaría el dato el sabio jesuíta?

243 Esta línea termina en la palabra {o palabras} interimisus y la siguiente empieza con serit; la letra n está muy clara. Jesús Gómez las considera, y creo que con razón, como una sola palabra interimisusserit pero no sé lo que querrá decir y lo considero como falta del copista por interimeret y así he traducido. El sentido está claro.

244 Originalmente el título de este conjunto decía así: “De adventu Mexicanorum, ex quorundam sententia, Cap. 15”, pero el doctor Hernández, por lo que respecta a los capítulos 15, 16, 17 y 18, parece haber querido abandonar la división en capítulos y ligar el que sigue con el que precede (véase nota siguiente, 245) y, en este caso, tachó de adventu, encima puso nunc y lo tachó y en seguida sed iam ortum, y en la línea de abajo tachó “Cap. 15” y agregó declaremus; de modo que la ligadura queda así: “Sed iam ortum Mexicanorum, ex quorundam sententia declaremus” y viene en seguida la materia del capítulo 15.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS