CAPÍTULO DECIMOSEXTO78


De las sepulturas de los reyes mexicanos


Cuando caía enfermo el rey de México, [CM,II,288.] ponían una máscara al rostro de Tetzcatlipuca o de Hoitzilopuchtli79 o de otro dios de aquellos que eran tenidos como mayores por el consenso de todos. Y no se las quitaban hasta que sanare o muriere. Si moría, todas las provincias y los reyes sujetos al imperio mexicano eran notificados del acontecimiento sobre la marcha, para que derramando lágrimas y con frecuentes suspiros, según era debido, celebraran la muerte del rey y atestiguaran la tristeza del ánimo por el señor difunto y lo que lo echaban de menos. Convocaban a todos los señores limítrofes, ya fueran súbditos o aliados, que dentro de cuatro días pudiesen estar presentes a las honras. Puesto el cadáver sobre una estera, gemían con dolor inmenso cuatro noches íntegras, durante las cuales lo lavaban, le cortaban el pelo, y religiosamente guardaban la guedeja porque creían que permanecía en ella vestigios del alma. Le ponían en la boca una [CM,II,289..] esmeralda preciosa y lo amortajaban con [Nota 74] diecisiete mantas, con múltiples figuras de muchos colores, en la última de las cuales estaba tejida la imagen de Hoitzilopochtli, Tetzcatlipoca o de otro cualquiera dios mayor, del cual hubiese sido más devoto el rey mientras vivía o en cuyo templo fuese a ser sepultado. Adaptaban máscaras preciosas por las perlas, las gemas y el oro, a las estatuas de los dioses; mataban al esclavo [CM,II,289: “esclavo lamparero”.] que tenía a su cuidado el fuego doméstico y el aplacar las imágenes domésticas con sahumerios y después el cadáver era llevado al teuhcalli por unos que lloraban y por otros (porque tal era la costumbre) que cantaban versos en alabanza y gloria del difunto. Los proceres, la familia del [CM,II,289.] rey y los criados, llevaban en las manos escudos, flechas, cetros, banderas, y los penachos, y otras cosas con las cuales solía aumentar su estatura cuando ejecutaba los bailes sagrados o hacía la guerra, o cuando andaba por la ciudad. Todo esto para que fuese arrojado y al mismo tiempo que él convertido en cenizas en su pira.80 Recibía el cadáver regio el sumo pontífice con los sacerdotes inferiores e iba hasta la puerta del patio cantando cosas tristes, murmuraba no sé qué y después ordenaba que fuera incinerado con todas las joyas que traía. Se quemaban también sus armas, dardos, plumas y las banderas que lo precedían y distinguían de los demás cuando avanzaba en la batalla. También traspasaban el cuello con una flecha al perro sobre el cual montaría durante su camino y por el cual le sería mostrada la vía. Mientras ardía la pira, se quemaba al rey y se degollaba al perro, los sacerdotes sacrificaban más o menos doscientos esclavos, cuyos corazones sacados de los pechos abiertos se echaban en la pira, pero los cuerpos se echaban en un carnero.81 [CM,II,290.] Éstos eran esclavos del rey u ofrecidos para los sacrificios de ese día por sus amigos y aliados, y eran sacrificados tanto en honor del difunto cuanto para que siguiéndolo a cualquier parte adonde fuese le sirviesen y cuidasen. Por fin, elegíanse para ese funesto y lúgubre espectáculo con todo cuidado y diligencia, jorobados, enanos, convulsos y monstruos, y no se perdonaba a las mismas mujeres en esa ocasión. Esparcían flores sobre el cadáver del rey, ya en el palacio real o en el templo, y le ponían por delante muchos géneros de comida y bebida como si aún gozara de la vida; ofrenda que a nadie, excepto a los sacerdotes, era permitido tocar. Al día siguiente se guardaban las cenizas del rey quemado y los dientes que no había podido consumir la fuerza del fuego, con la esmeralda que llevaba en la boca y metían todo dentro de un arca cuya faz interior causaba terror por las imágenes monstruosas, y las figuras feroces y deformes de dioses allí esculpidos. También dentro de la misma conservaban los cabellos que le habían cortado recién nacido y moribundo, y que habían guardado para este fúnebre empleo. Se cerraba aquella caja con gran cuidado y se le ponía encima una figura o estatua de madera con la cara y atavío del difunto. Duraban cuatro días los funerales, en los cuales la mujer, los hijos y los amigos del rey difunto, según la costumbre hacían grandes ofrendas y las ponían delante de la pira apagada y de la caja y estatua. Al cuarto día sacrificaban más o menos quince esclavos, el vigésimo cinco y el sexagésimo tres. Y el último, que era el [Nota 69] octogésimo, nueve.82








78 Este capítulo está tomado casi literalmente de López de Gomara, Conquista de México, ed. citada, vol. II, p. 288: “Enterramiento de los Reyes”.

79 Al final de la línea el número “2/5”; al principio de la siguiente “2/4” y al fin “2/6”. Véase nota 47.

80 En el texto rogum bustumve. He traducido por pira porque en castellano rogus y bustum no tienen traducción en una sola palabra; en lo general rogus es el hacinamiento de leña en la que se va a que mar el cadáver, antes de quemarlo; pyra es el rogus cuando ya está ardiendo, y bustum es lo que queda de la pira cuando ya se apagó el fuego.

81 En el original: Xerōlopho. Palabra muy rara que en los Diccionarios modernos se encuentra sólo en la acepción de nombre propio de un montecillo árido cerca de Bizancio, donde había un templo de Diana; pero se encuentra como nombre común en léxicos más antiguos, viz.: Calepinun, 1752, vol. II, p. 478, vol. 1; A. Nebrissensis, Diet. (Rubiños y de la Cruz Herrera) y Pars. Prima, p. 840, col. 2 (in vo. Xeroliphus); Forcellini, tomo IV, p. 745, col. 2, del que copio la definición siguiente que aparece casi igual en los demás: “Xerolophos, i, m. 2 ξηρολοφος, tumulus aridus et sicus, ex congestis nempe lapidibus: a ξηρός, aridus et λοφος, tumulus, etc.” (Usa la voz Prisciano y tal vez Justiniano; pero Alciato juzga corrupto el lugar.)

He traducido “carnero” porque es la palabra que trae López de Gomara, p. 289, del lugar de donde el doctor Hernández tomó este capítulo (véase nota 78). El Diccionario de la Academia Española, ed. 1936, dice: “Carnero (de carnario), m. Lugar donde se echan los cadáveres”, pero la arriba citada descripción de xerolophus me inclinaba a creer que se trata de los llamados teteles que se ven en Morelos y en otras partes. No encuentro la palabra tetele en los Diccionarios náhoas; tal vez esté corrupta, pero son montones de piedras (tetl, piedras) que se dice que son monumentos sepulcrales y que siempre contienen idolillos. Cf. Sahagún, lib. X, cap. XXIX, párrafo 12 (SPR, III, 138): “Allí también {en Teotihuacán} se enterraban los principales y señores, sobre cuyas sepulturas se mandaban hacer túmulos de tierra, que hoy se ven todavía y parecen como montecillos hechos a mano”; es cierto que aquí se trata de entierro de señores y en el xerolophuscameto, de esclavos.

Aun cuando el texto no lo diga explícitamente ni se repita la palabra, creo que el xerolopho del título del capítulo IX, del lib. II, se refiere al edificio descrito al fin (p. 115), que es el famoso ’’tzompantli”. En SPR, tomo I, hay seis referencias; en cuatro lo describe como un palo en que espetaban las cabezas cortadas y en dos (pp. 172, 222) como lugar donde estaban todos estos palos con las cabezas espetadas. Tal vez llame el doctor Hernández xerolopho, sustituyendo los cráneos a las piedras de la definición anterior: ex congestis nempe colvariis en vez de ex congestis nempe lapidibus. Véase en López de Gomara, Conquista de México, I, 26l, la descripción del xerolopho.

82 Entre líneas, tachado: “como al pr0. Liber secundus”. Las palabras antes de liber están en castellano. Tal vez de primer intento quiso aquí el Dr. Hernández comenzar el libro II y advertía que antes se pusiera lo que había al principio de la obra; es decir hay que leer: “Como al principio. Liber secundus’.’ Admitiendo por supuesto que “pr0.” signifique principio.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS