CAPÍTULO DUODÉCIMO


De la vivienda de los mexicanos


Viven muchos en una sola casa, o porque sea necesario que habiten juntos los hermanos y los sobrinos, puesto que no se divide (como dijimos) la fortuna paterna, o por lo numeroso de los hombres y lo estrecho de la ciudad. Para construir entallan la piedra con piedra. Los más a propósito para ser hendidos o entallados son algunos sílices translúcidos, que se encuentran blancos, negros y cerúleos. Usan también hachas, barrenas y escoplos de cobre mezclado con oro, con estaño y a veces con plata. Con palo sacan piedra de las canteras y con palo forman con arte maravilloso de la piedra iztlina46 [CM,II,309: “azabache”] espadas, sables, instrumentos propios para castrar el maguey, puntas de flechas y de dardos y navajas.47 Con semejantes herramientas pulen las piedras con tanta destreza y artificio que exceden con mucho a nuestros escultores. Decoran con variadas pinturas las paredes y multiplican por doquiera los escudos y las hazañas de los mayores. Los proceres y los ricos cubren y adornan las paredes de las casas con tapices de algodón de imágenes multiformes y colores variados, y también con plumas, [CM,II,310.] con esteras de palma {petates} y con tapetes finísimos de algodón48 más hermosos que los de los nuestros. Todavía no habían inventado las puertas ni las ventanas de hojas; ni habían echado cerrojos en gracia de la seguridad. Siempre estaban abiertas para todos las entradas a las casas con absoluta seguridad, porque si algún ladrón por casualidad fuese encontrado, lo cual era raro y notable, era castigado de manera atroz; y no se procedía con menor pena en contra de los estupradores y los adúlteros.49 Usaban teas en lugar de lámparas, y otros varios géneros de maderas resinosas a pesar de que abundaran en cera, lo que no es poco de maravillar. [CM,II,310: “chiya”.] Extraían aceite del hueso de la fruta ahoacaquahuitl, de la semilla de la chía, del ricino, del saín de las aves, pescados y gusanos, pero no lo empleaban para candiles. En lugar de camas usaban paja de cereales, esteras y cuando mejor se trataban, mantas y pluma. En vez de almohadas tenían leños, piedras o unos bancos cuadrados, [“tajoncillos”]entretejidos de hojas de palma o de junco y de espadaña común o de otros géneros de espadaña; sobre éstos también se sentaban. [“tajoncillos”] Usaban además sillas bajas de la misma materia, con apéndices en los cuales se apoyaba el respaldo; pero la mayor parte se sientan en el suelo.50 El piso les sirve de mesa donde puercamente [SPR,II,299.] y sin ninguna limpieza ni urbanidad toman sus alimentos y limpian con paños los restos de la comida. Se privan fácilmente de la carne y la mayor parte se contenta con tortillas untadas con salsa de chile, [CM,II,310.] a la cual añaden casi siempre la fruta de algunos géneros de solano llamada “tómame” {tomate}; tanta es la fuerza y el poder de la costumbre y de su alimento, no sólo para nutrir esa gente, sino para excitar en gran manera la gana de comer y el apetito, y así no es de asombrar que apenas se encuentre algo que se escape de la voracidad de esos hombres o de que su paladar, [CM,II,311.] a pesar del peligro, no haya experimentado el sabor. Aun cuando sean amiguísimos del vino y de la embriaguez, carecen del vino exprimido de las uvas, a pesar de que en las selvas se entretejen unas vides silvestres llamadas totoloctli y que los árboles estén adornados con ellas por todas partes. La bebida más suave de las que usaban, se preparaba con harina de cacaoatl desleída en agua y añadiéndole a veces miel y harina de otras legumbres; ésta en verdad no embriaga, sino refrigera el cuerpo; por consiguiente usan de ella para el calor, aun cuando estén cubiertos de sudor. Hacen también vino del maíz con miel mezclada (abundan en verdad en muchos géneros de mieles, de los cuales hemos hablado en otra parte);51 lo llaman atolli, y es bebida casera para muchas enfermedades. Lo que se hace de esta manera, con esta semilla o con las otras, no puede embriagar, a no ser que se cuezan dentro ciertas hierbas y raíces. Acostumbraban de ordinario beber agua, a no ser que fueran convidados, cuando les era gratísimo embeodarse y desatinar, mezclando hierbas, que dañan la mente y hacen heder la boca; y venenos y algunos géneros de hongos mortíferos, por los que eran acometidos por tanta rabia, que pedían ser degollados [CM,II,312.] por alguno o colgarse ellos mismos de una cuerda o atravesarse con una espada; ardían en sed insaciable y andaban excitados por ferocísima locura. Sin embargo, este mal tan grande los reyes y los señores lo rehúsan a la plebe y los excluyen de sus cenas, castigando con gravísimas penas a los transgresores. También preparan pocilios de yztauhyatl cocido, añadiéndole harina de chía; a los que no están acostumbrados a beber esto, les parece amargo e ingrato, pero a los acostumbrados muy sabroso. Extraen de los sesos barrenados de las palmas un licor que también se usa como vino, y emplean asimismo jugo de nueces52 indias, o metl crudo, con ocpatli, llamado “medicina del vino”, con gran peligro de la salud y de la mente y desastre para el aliento de la boca. Omitiré el vino mezclado con azúcar,53 ciruelas y otras mil cosas, pero tanto les gusta enloquecerse y carecer de razón por algún tiempo, que mientras lo buscan con avidez, corren espontáneamente peligro de la vida. Los que son encontrados ebrios (a no ser que esto acontezca en los días festivos o por venia dada por los jueces o por el rey) son ejecutados o rapados enmedio de la plaza, lo que para ellos es una vergüenza inmensa; además se les derriba la casa; porque no juzgan digno de tener casa a aquel que pierde el juicio por su voluntad. En verdad, el premio mayor de estas pociones era la insania arrebatados por la cual o se mataban a sí mismos o a los que encontraban. ¡Qué digo!; a veces sin diferencia alguna, [CM,II,313.] acometían hasta a las madres, hermanas e hijas para forzarlas y si no las tenían, abusaban de varones, y ojalá que ya se abstuvieran por completo del vino y de otros desatinos semejantes.








46 {Y en otros lugares}: lapide itztlino. Die. de la langue náhuatl, de Rémi Simeón, París, 1885, p. 187, col. 2: “Itztli s. Obsidienne ou fragments d’obsidienne servant de couteaux, de rasoirs, de lancettes, de fleches, de miroirs, etc.” No traduje itztli por “obsidiana” en primer lugar por conservar la palabra mexicana que trae el doctor Hernández y en segundo porque el mismo doctor Hernández tachó la última palabra del folio 22 v que era “obsidianos” y la sustituyó por “itztlinos”. Véase nota 75.

47 A la altura de esta línea al margen exterior el núm. 209. Menciono este número y los siguientes porque pueden referirse a páginas o lugares de las obras que servían de fuente al doctor Hernández.

48 bombicinisque {por bombycinis} tapetis. Bombyx en latín es propiamente seda, pero como la seda fue introducida en México por los españoles después de la conquista (véase BMSXVI, p. 193), Bombyx debe significar, como en Plinio 19, 1, 2, párrafo 14, “algodón”. Lo mismo en la baja latinidad. Véase M. d’Arnis, op. cit., col. 337: “Bombycinus: idem q. Bombacynus, e bombace confectus, de coton.”

49 tiphae. Diccionario R. Miguel: “typhe, es, f (τύφη). Según San Isidoro especie de planta acuática”. Dr. Colmeiro, Dic. de nombres de plantas (Madrid, 1871): “Espadaña común. Typha angustifolia L. y T. latifolia L. (tifáceas). Alim. Med. Indust.” Véase también el Libro de las plantas del doctor Hernández y la Historia natural del P. Nieremberg. Véase Sahagún, SPR, II, 299; M, 272. Las espadañas son de la familia de la tifáceas. El doctor Hernández, con gladiolus o thipbae, quiso seguramente significar el tule.

50 Al principio de la línea al margen interior el núm. 243. Véase nota 47.

51 Probablemente en su historia de las plantas.

52 nucum; el original parece decir micum y así transcribió Jesús Gómez, el señor Troncoso pone encima de la palabra: “sic ¿nucum?”, lo cual está bien, pero si se ve el original con cuidado se verá que también dice nucum.

53 En el original sacharo {por saccharo}. No sé a qué se refiere exactamente, porque, según tengo entendido, los mexicanos no conocían más dulce que la miel de abeja, cf. p. 68, col. 2.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS