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ANTIGÜEDADES DE LA NUEVA ESPAÑA


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LIBRO DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA




TRADUCIDOS Y ANOTADOS POR JOAQUÍN GARCÍA PIMENTEL. INTRODUCCIÓN DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA



INTRODUCCIÓN



MIGUEL LEÓN-PORTILLA



En términos del humanismo en que participó el doctor Francisco Hernández, y también desde el punto de vista de una moderna concepción de la historia, cabe afirmar que la obra toda del protomédico de Felipe II fue concebida con hondo sentido a la vez cultural e histórico. Sin embargo, es cierto también que, en la copiosa producción escrita de Hernández, hay algunos trabajos que, por referirse específicamente a instituciones indígenas y al acontecer prehispánico hasta los tiempos de la Conquista, se consideran como aportaciones suyas de tema histórico, aun en la acepción más restringida del término. Pensamos sobre todo, como es obvio, en sus De Antiquitatibus Novae Hispaniae {Sobre las Antigüedades de Nueva España}, distribuidas en tres libros, y en el que dedicó a De Expugnatione Novae Hispaniae, es decir el que versa acerca de la Conquista.

El interés de Hernández por ahondar en la cultura indígena, especialmente en la que floreció en la altiplanicie central, resulta patente, de hecho, en múltiples lugares de sus diferentes escritos, como en el caso de su Historia de las plantas, donde suele hallarse información complementaria que hoy calificaríamos de etnohistórica y etnobotánica. Consecuencia de tal interés fue que don Francisco apreciara debidamente lo que conoció de la magna recopilación hecha por fray Bernardino de Sahagún y se sirviera de ella cuando él mismo —encontrándose en México— decidió escribir también sobre semejantes materias. No pocas muestras del aprovechamiento que hizo de los textos de Sahagún, las ofrecen los tres libros que integran la obra De Antiquitatibus.

Consta además que el propio Hernández, tal vez pensando en otros posibles trabajos suyos, llegó a copiar y traducir al latín algunas secciones completas de lo elaborado por Sahagún. Un ejemplo de esto último nos lo da un texto latino del protomédico, conservado en la biblioteca del Ministerio de Hacienda de Madrid, intitulado De Partibus Septuaginta Octo Maximi Templi Mexicani, Fartis, Effuso Sanguine, Aliis Ministeriis, Generibus Officiorum, Votis, lure lurando, Hymnis ac Foeminis quae Templo inserviebant, Liber Vnus. El análisis que, por nuestra parte, hemos hecho de este manuscrito revela que se trata de una puntual versión de lo que escribió fray Bernardino en su Historia general de las cosas de Nueva España y que quedó incluido como Apéndice II al libro II de dicha obra, ostentando los siguientes encabezados: “Relación de los edificios del gran templo de México; . . .de las cosas que se ofrecían en el templo; . . .de la sangre que se derramaba; de otros servicios que se hacían...; de ciertas ceremonias. . .; de las diferencias de ministros. . .; del tañer y cuántas veces tañían en el templo. ..; de los sacrificios o trabajos; ... de los votos y juramentos; ... de los cantares. . .; de las mujeres que servían en el templo.”1

Por demás está decir que, en tanto que a continuación vuelven a publicarse aquí en versión castellana, los libros de las Antigüedades y la Conquista, sería impertinente, en cambio, incluir una retraducción, del latín al español, del texto sobre el templo máximo y los ritos y sacrificios. Razones obvias de ello son que en modo alguno se trata de una obra original de Hernández y que, además, se conserva, ampliamente difundida, la redacción en español, según la escribió Sahagún con apoyo en los relatos en náhuatl de sus informantes indígenas. Dato curioso, desde otro punto de vista, y que pensamos tiene sentido aducir ahora es el que se refiere al aprovechamiento que hizo, de la mencionada versión latina de Hernández, el escritor jesuita Eusebio Nieremberg en su Historia Naturae Maxime Peregrinae. . . publicada en Amberes, en 1635.2

Pero volviendo ya a los libros que dedicó don Francisco, tanto a las Antigüedades como a la Conquista de la Nueva España, reconociendo que mucho fue lo que en ellos tomó de distintos autores, hasta transcribir a veces algunos párrafos de obras ajenas, como con frecuencia ocurría en esa época, es también verdad que hay en estos trabajos aportaciones personales, dignas de tomarse en cuenta y que justifican plenamente su inclusión en las Obras completas de Hernández.

Por lo que toca al manuscrito en latín de las Antigüedades cabe recordar que su original se conserva en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. De ello había ya noticias desde mediados del siglo XIX, no obstante lo cual tales libros continuaron por largo tiempo inéditos.3 Don Francisco del Paso y Troncoso, durante su larga misión como escudriñador en los archivos de España y de otras naciones europeas, tras localizarlos de nuevo, concibió la idea de su publicación. Ésta se logró varios años después, en 1926, en pulcra edición facsimilar, para la que se aprovecharon las fotografías que había mandado tomar Paso y Troncoso.4

Respecto de la versión castellana, que aquí se publica, destacamos expresamente que se debe a don Joaquín García Pimentel que se ocupó en prepararla, durante los últimos años de su vida, residiendo en el puerto de Veracruz. Como trabajo póstumo, la traducción fue publicada en 1945 por la editorial Pedro Robredo, que fielmente reprodujo asimismo las apostillas y las notas que también había dejado dispuestas García Pimentel.

Por considerar que el resultado de los empeños de don Joaquín fue de hecho una versión castellana bastante precisa del De Antiquitatibus Novae Hispaniae y De Expugnatione…, el Comité Editorial de las Obras completas de Francisco Hernández decidió publicarla aquí de nuevo, a casi cuarenta años de distancia de su primera y hasta ahora única aparición.

Objeto de especial consideración fue el punto referente a la posibilidad y conveniencia de volver a incluir en la presente edición las notas y apostillas debidas a García Pimentel. Por una parte se adujo el hecho de que, al ofrecer en esta edición tanto la Historia Natural de Nueva España como la versión hernandina de la Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, no se adicionaron dichos textos con otras notas que las debidas, en el caso de la última obra, al propio doctor Hernández. Por otra, sin embargo, se notó que las ya existentes notas y apostillas, debidas a don Joaquín García Pimentel, constituían meritorio trabajo que facilitaba en muchos aspectos la comprensión del De Antiquitatibus. Añadiré que, ante el hecho de que, en algunos casos, lo anotado por García Pimentel pareció perfectible a la luz de los mayores y mejores recursos documentales y bibliográficos de que hoy disponemos, hubo de plantearse también la hipótesis de introducir correcciones o adiciones en las dichas notas y apostillas. La resolución final, sin embargo, fue que, manteniendo el criterio de no adicionar con nuevas notas los textos incluidos en esta edición de las Obras completas de Hernández, convenía limitarse a reproducir la versión de García Pimentel con cuanto, en relación con ella, dejó él mismo dispuesto. Para proceder a tal republicación, se obtuvo la debida autorización de quienes ostentan los correspondientes derechos de autor.

Importa subrayar aquí que estos trabajos sobre Antigüedades indígenas y acerca de la Conquista constituyen aportaciones hasta hoy poco tomadas en cuenta y aun miradas a veces con cierto recelo, como si se pensara que su valor es nulo o muy escaso, en cuanto testimonio independiente. Necesario es aceptar que ni las Antigüedades ni el libro de la Conquista pudieron ser fruto de investigaciones, detenidas y directas, como las que habían emprendido ya algunos frailes y otros cronistas. Sin embargo, Hernández, a quien no impidió la relativa brevedad de su estancia en tierras mexicanas —poco más de seis años— dar cima a su magna empresa sobre los atributos de la naturaleza, en particular plantas, animales y minerales de la Nueva España, se ingenió asimismo para elaborar lo que cabe describir como una sagaz combinación de sus propias observaciones con bien sopesados testimonios ajenos, todo en torno a las realidades culturales del mundo indígena.

Destinó su trabajo, a decir de él, para conocimiento de don Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de Indias. Así lo manifestó a éste en carta que le dirigió el 1º de septiembre de 1574 y en la que le anunció la remisión de “una historia de las Antigüedades desta tierra que, a contemplación de Vuestra Señoría Ilustrísima, se ha escripto”.5 Teniendo in mente a don Juan de Ovando y seguramente también a un público lector mucho más amplio, Hernández había puesto manos a esta obra, escribiendo, o mejor dictando —según lo dejó dicho— acerca de Antigüedades y Conquista, en sitios como el de lo que aún quedaba la edificación nada menos que de un palacio de Nezahualpilli en Tetzcoco.6

Para redactar su trabajo, como lo muestran las apostillas de don Joaquín García Pimentel, aprovechó Hernández, cuanto pudo, papeles de fray Bernardino de Sahagún y asimismo otras crónicas y escritos, entre ellos probablemente algunos de Motolinía y Diego Pomar, sin excluir, desde luego, la obra ya publicada de Francisco López de Gomara.

Ahora bien, contrario a la verdad sería sostener que, por esto, carece de interés e importancia lo elaborado por Hernández. Hemos de repetir que no son escasas ni carentes de significación las observaciones suyas que le permitieron ofrecer capítulos básicamente originales. A modo de ejemplo nos referiremos a lo que escribió en el libro I de las Antigüedades sobre “Cómo era la ciudad de México cuando al principio la tomaron los españoles” y “Cómo era en el año quincuagésimo, más o menos, de que fue ganada”, así como en lo tocante al “clima de dicha ciudad”, y a las que llama Cosas admirables de la Nueva España”, continuando con el tema “de los mercados”, y con sus reflexiones sobre las cosas conocidas en el antiguo continente de que carecían los mexicanos (capítulos XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXVII y XXVIII). Del libro II vale citar lo que escribió sobre “los médicos que llaman titici”, la mitotiliztli, o sea los bailes y danzas, “el origen de la gente de la Nueva España”, “la ciudad y los reyes de Tetzcoco”, así como acerca “de otras cosas que realzan el ornamento de la ciudad tetzcocana” (capítulos II, VI, XI, XII y XIV). Finalmente en el libro III destacan su visión de conjunto sobre los dioses y diosas de los mexicanos, la opinión de éstos sobre el origen del mundo, y nueva descripción acerca de la ciudad de Tlaxcala (capítulos I, II y XX).

Las referencias que en particular hemos hecho no significan que el resto del trabajo de Hernández haya de considerarse como mera transcripción de lo que antes habían consignado otros cronistas. En general cabe afirmar que, aun en aquellos lugares en que es patente el aprovechamiento de testimonios ajenos, siempre se ofrecen éstos asimilados e integrados en términos del pensamiento del protomédico de Felipe II.

En el plan de las Antigüedades, contra lo que a veces se ha dicho, puede percibirse que hay una estructura propia. Así, en el libro I, tras ofrecer una descripción general de todas las Indias”, la atención de Hernández se concentra en la vida cotidiana de los antiguos mexicanos y las instituciones culturales relacionadas con ellas: el parto, el baño de los recién nacidos, las escuelas y monasterios, el matrimonio, mujeres y concubinas, herederos, esclavos, vivienda y consagración de los reyes, muerte y sepultura, castigos, motivos para hacer la guerra, características de la ciudad de México, costumbres, vestidos y mercados. El libro II atiende más directamente a lo que concierne a la nobleza y supremos gobernantes y a aquello que más fue de la incumbencia de éstos. Comienza así hablando del conocimiento de los astros y de distintas formas de presagio. Pasa luego a los médicos y sus atributos, para ocuparse en seguida de la alimentación del rey, sus divertimientos, lugares de recreo y arsenales, la guardia que tenía Motecuhzoma y los tributos que se le pagaban. Como cosa ligada a la nobleza, trata del sacerdocio y el culto, y describe luego lo que fueron ciudad y monarquía de Tetzcoco, el principio de los mexicanos, su gobierno, sus reyes, y también la realeza de Tiatelolco, para concluir con el tema de los augurios, edades que han existido y sistema de escritura entre los antiguos mexicanos. El libro III es de asunto fundamentalmente religioso, institución que tanta importancia tenía en el México prehispánico. En él se trata de dioses y diosas, de las creencias sobre el origen del mundo y, de modo muy especial, de las fiestas que se celebraban a lo largo de las dieciocho veintenas en que se distribuía el año. Atención especial recibe en dicho libro lo que Hernández pudo allegar acerca de Quetzalcóatl.

Acerca del libro de la Conquista sólo diremos que, de la confrontación que de él hizo García Pimentel, parece desprenderse que Hernández, a la par que tomó en cuenta los testimonios de Conquistadores y cronistas hispanos, se valió asimismo en ocasiones de aquello que los informantes indígenas habían trasmitido a Sahagún en calidad de visión de los vencidos”.

Reiteramos, en conclusión, al sacar de nuevo a luz las Antigüedades y el libro de la Conquista, que son obras que en verdad merecen mayor atención que la que hasta ahora han recibido. La publicación que aquí se hace de las mismas —con las notas y apostillas de García Pimentel, reproducidas a pie de página y con el mismo sistema de siglas adoptado por él, según se indica en el sitio correspondiente— vuelve a hacer asequibles estos importantes trabajos. Los escritos “de tema histórico”, porción de la gran obra de Hernández, en verdad siempre significativa a la luz de la historia y la cultura, se incorporan así en definitiva al conjunto de sus Obras completas.









1 Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, edición preparada por Ángel Ma. Garibay K., 4 vols., México, Editorial Porrúa, 1956, t. I, pp. 232-263.

2 Ioannis Evsebii Nierembergii, Madritensis ex Societate Iesv..., Historia Naturae Máxime Peregrinae, Libris XVI Distincta, Antverpiae, Ex Officina Plantiniana Balthasaris Moreti, MDCXXXV, pp. 142-150.

Cabe señalar expresamente que el padre Nieremberg dejó constancia de que el texto que incluyó procedía de Hernández. Lo que ignoró, en cambio, es que se trataba de una versión latina, hecha por el protomédico, de un “Apéndice” de fray Bernardino de Sahagún y, en última instancia, de un testimonio expresado originalmente en náhuatl por los informantes del fraile franciscano. Véase a este respecto: Informantes indígenas de Sahagún, Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses, introducción, paleografía, versión y notas de Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958.

3 Véase lo que al respecto asentó Miguel Colmeiro, La botánica y los botánicos de la península hispano lusitana, Estudios bibliográficos y biográficos, Madrid, Rivadeneira, 1858, p. 33.

4 De Antiquitatibus Novae Hispaniae, Authore Francisco Hernando, Médico et Histórico Philippi II, et Indiarum Omnium Medico Primario, Códice de la Real Academia de la Historia en Madrid. Edición Facsimilar. México, Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1926. Al reverso de esta portada se lee la siguiente anotación: “De las publicaciones hechas a expensas del Gobierno Mexicano por D. Francisco del Paso y Troncoso.”

5 Tomamos la cita de esta carta de Germán Somolinos D’Ardois, Vida y obra de Francisco Hernández, en Francisco Hernández, Obras completas, México, Universidad Nacional, I960, t. I, p. 226.

6 De ello da testimonio el propio Hernández en sus Antigüedades de la Nueva España, Libro II, capítulo XIII, al decir: “Lo mismo nos preocuparemos de hacer en el caso de Nezahualpiltzintli.. de quien quedan todavía dos palacios reales, uno donde hoy está el convento y el otro donde dictamos esto…”

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS