CAPITULO XV


Del templo de Cízico y de la piedra fugitiva y del eco que resuena siete vezes y del edificio sin clavos y cosas admirables de edificios de Roma


Dura también el templo de Cízico, en el qual puso el artífice en todas las juntas de piedras labradas un hilo de oro, por haver de dedicar dentro dél un Júpiter de marfil, coronándole un Apolo de mármol. Relumbran pues las junturas con los delgadísimos hilos y con la blanda repercusión que alegra las estatuas. Y fuera del ingenio del artífice la misma materia, aunque oculta, se entiende dar precio a la obra. En la misma ciudad hay una piedra llamada fugitiva. Los argonautas la dexaron allí, haviendo usado della en lugar de áncora. Esta piedra, porque muchas vezes havía huido del Pritaneo (así se llama el lugar), la fixaron con plomo. También en la misma ciudad, junto a la puerta que se llama Tracia, hay Siete torres, que recebidas las vozes las multiplican con su repercusión: y a esta maravilla llamaron los griegos eco. Y esto es cierto que sucede por la naturaleza de los lugares, y muchas vezes en las quiebras de los valles. Allí sucede acaso. Pero en Olimpia por arte con un admirable modo, en un pórtico que por esta causa le llaman heptáphonon, porque siete vezes repite la misma voz. En Cízico hay también un sumptuoso edificio, llamado Buleuterio, sin clavo alguno de hierro dispuesta de tal manera su travazón que se quitan y se tornan a poner las vigas sin puntales. Lo qual también en Roma es cosa religiosa en la puente Sublicia, después que, defendiéndola Horacio Cóclite, fue arrancada con dificultad.

Pero conveniente es pasar a contar las cosas admirables de nuestra ciudad y hazer mención de los hombres que en novecientos años han sido de sutil ingenio y mostrar así, vencido por ella el mundo, lo qua! se mostrará haver sucedido casi tantas vezes quantas fueren las maravillas que contaremos: pero recogidas en universal y juntas como en un ontón, no se levantará otra menor grandeza que si se contase, en un lugar, un otro mundo. Y para que contemos entre las obras grandes el Circo máximo, edificado del dictador César, que de largo tenía tres estadios y de ancho uno, pero con los edificios quatro yugadas, donde pueden sentarse dozientas y sesenta mil personas. ¿Por ventura no contaremos entre las obras magníficas la Basílica de Paulo, admirable por sus colunas frigias? ¿La plaza del emperador Augusto y el templo de la Paz de Vespasiano, emperador augusto, obras las más hermosas que jamás huvo? ¿El Panteón hecho por Agripa al vengador Júpiter, y el teatro que cubrió antes en Roma Valerio Ostiense, architecto, para las fiestas y juegos libones? Admírannos las pirámides, obras de los reyes, haviendo el dictador César comprado en mil sextercios sólo el sitio para edificar su plaza. Y si los gastos grandes mueven los ánimos presos de la avaricia, P. Claudio, a quien mató Milón, compró la casa de su habitación en ciento y quarenta y ocho mil sextercios, lo qual no me admira menos que la locura de los reyes. Pero cuento entre los prodigios del humano ánimo que el mismo Milón devía setecientos mil sextercios. Entonces los viejos se admiravan viendo el gran espacio de campo y las locas fábricas del Capitolio. Fuera desto, las latrinas, obra la mayor de quantas se pueden dezir, minados los montes (y como poco antes diximos), pendiente en el ayre la ciudad, navegándose por debaxo. Esto hizo Marco Agripa, siendo edil después de su consulado, haziendo que fuesen por debaxo de la tierra encanalados siete ríos, los quales con velozísimo curso de sus corrientes fuesen forzados a llevar y arrebatar todas las cosas. Y, fuera deseo, crecidos y concitados con las grandes lluvias, baten su fondo y los lados. Algunas vezes reciben las ondas del río Tibre, que infundido por ellos los haze bolver atrás, y pelean dentro los ímpetus de las aguas, y estrivando la firmeza de los conductos resiste. Llevan las aguas por dedentro piedras grandes y de grande peso, sin quedar vencidas las causas de la obra. Reciben golpes de las ruinas que encima se hunden o se derriban con incendios. Estremécese el suelo con los terremotos y con todo eso duran inexpugnables, haviendo casi ochocientos años que fueron hechas por Tarquina Prisco. No dexaré por dezir un memorable exemplo, mayormente por no haverle contado los celebradísimos escritores de las cosas notables. Como Tarquina Prisco hiziese esta obra con manos de la gente plebeya y huviese duda si el trabajo havía de ser más largo o más peligroso, porque a cada paso se matavan los ciudadanos con sus propias manos, huyendo de la fatiga y pesadumbre, halló aquel rey un nuevo remedio no pensado antes ni después. Y fue que todos los cuerpos de aquellos que muriesen así, públicamente los fixasen en cruzes a vista de los ciudadanos y juntamente fuesen despedazados de las fieras y de las aves. Por lo qual la vergüenza propia del nombre romano, el qual muchas vezes en las batallas ganó las cosas perdidas, entonces también aprovechó; pero añidiose en aquel tiempo que, avergonzándolos así, se avergonzavan vivos, como si se huvieran de avergonzar muertos. Dízese que hizo las cavas tan anchas que podía pasar por ellas un carro muy cargado de heno. Pequeñas son todas las cosas que hemos dicho, y todas juntas comparadas a una sola maravilla, antes que llegue a contar las nuevas. Siendo cónsules M. Lépido y Q. Catulo, según consta entre diligentísimos amores, no huvo más hermosa casa en Roma que la del mismo Lépido. Pero es cierto que dentro de treinta y cinco años la misma casa no tuvo el centésimo lugar, porque huvo más de ciento mejores. Cuente el que qisiere en esta estimación la grandeza de mármoles, las obras de pintores, los gastos reales, compitiendo cien casas con aquella que era hermosísima y loadísima, y que después acá han sido aquellas vencidas de otras innumerables, hasta el día de hoy. Cierto que quien castiga estas demasías son los incendios: y con todo esto no se puede hazer que las costumbres entiendan haver alguna cosa más mona! que el mismo hombre. Pero a todas éstas vencieron dos cosas. Dos vezes vimos ser ceñida toda la ciudad con dos casas de príncipes, que fueron de Cayo Calígula y de Nerón, y la déste (porque no le faltase cosa alguna) fue dorada. Así cierto habitaron aquellos que hizieron y levantaron este imperio para vencer tantas gentes y alcanzar tantos triumphos, saliendo del arado o de su fuego, cuyos campos y posesiones aún eran menores que los aposentos en que los de aora habitan. Y ofrécese a la imaginación pensar qué tan grandes fuesen los espacios que dava la República a los emperadores invictos para edificar casas, y aquello era una suprema honra, como sucedió en L. Valerio Publícola, que fue el primer cónsul con L. Bruto, después de tantos merecimientos, y con su hermano, que en el mismo magistrado havía vencido dos vezes a los Sabinos, se les añidió por público decreto que las puertas de sus casas se abriesen afuera, y la portada quedase pacenre y pública. Esto era clarísima y insigne honra entre las cosas triumphales. Y no sufriremos que dos Cayos o dos Nerones gozen de la gloria desta fama, y enseñaremos que también su locura fue vencida con obras particulares de Marco Scauro, cuya edilidad no sé si fue la que abatió más que otra cosa las costumbres de la República, y si hizo mayor daño Silla con la potencia de su antenado o con el destierro de tantos millares de ciudadanos. Este hizo siendo edil la mayor obra que ha sido hecha jamás por manos de hombres, y no para breve tiempo, sino para que fuese eterna. Esta fue el theatro; tuvo tres órdenes de edificios en alto, con trecientas y sesenta colunas, en aquella ciudad que no havía sufrido seis colunas hymetias, sin vituperio y afrenta del ciudadano más rico y poderoso. La más baxa parte del edificio era de mármol, la de comedio de vidrio, nunca oydo después tal género de grandeza. Las más altas colunas tenían (como diximos) las tablas doradas, las baxas eran de treinta y ocho pies de alto. Entre las colunas (como en otra parte diximos) estavan tres mil figuras de bronce. La misma caba cupo ochenta mil hombres, siendo suficiente la del amphiteatro de Pompeyo, haviéndose tantas vezes multiplicado la ciudad, y siendo tanto mayor el pueblo, para que en ella quepan quarenta mil. Pero fueron tantos los demás aparatos de tapicerías y de tablas pintadas y de otras cosas, que llevadas las riquezas que havían sobrado para el uso ordinario a la Aldea Tusculana, poniéndola fuego los esclavos enojados, se abrasó en ella valor de dos mil sextercios. Quita el ánimo y haze que me aparte del camino comenzado la contemplación de un entendimiento tan pródigo, y haze que junte a esto otra mayor locura hecha de madera. Cayo Curión, que murió en la guerra civil, siendo de la parte de César, en los espectáculos que hizo, no pudiendo vencer a Scauro en las riquezas y aparato (porque ¿dónde tenía él por padre un Silla y una madre como Metella, que dividía las proscripciones y destierros? ¿Dónde tenía él un padre como M. Scauro, tantas vezes príncipe de la ciudad y receptáculo, con sus amigos Marianos, de las rapiñas y robos de las provincias?). No pudiendo ya el mismo Scauro compararse a sí mismo, quando haviendo juntado tantas cosas de todo el mundo, es cierto haver tenido este premio de aquel incendio, que ninguno después le pudiese igualar en aquella locura. Fue pues necesario, para vencerle Curión, usar de su ingenio, y es conveniente saber quál fue la traza que halló y holgarnos de nuestras costumbres y a nuestro modo llamarnos mayores. Hizo dos grandísimos theatros de madera, uno junto a otro, cada uno puesto sobre un quicio, que con él se podían bolver de una parte a otra; en los quales, buelros entrambos hazia afuera, haviendo hecho el espectáculo de los juegos ames de mediodía, porque no hiziesen estruendo y rumor entre sí las Scenas,1 se bolvían de repente alrededor, para que estuviesen al contrario uno de otro. A lo último del día, decendiendo las tablas y juntándose entre sí los cuernos de sus dos lados, hazían un amphiteatro y formavan un espectáculo de gladiadores, autorizado mucho más, trayendo alrededor al pueblo romano. ¿Qué será lo que a cada uno admirará más en esto? ¿El inventor o la invención? ¿El artífice que lo hizo o el autor que lo ordenó? ¿El atreverse uno a imaginarlo o recebirlo para hazerlo? ¿Obedecerlo o mandarlo? Pero sobre todo admira la locura del pueblo atreverse a sentar en silla que era tan infiel y movible. Mirad, éste es aquel pueblo vencedor de las tierras y domador de todo el mundo, el que distribuye las gentes y los reynos y da leyes a los estrangeros, el que es una parte de los dioses inmortales para el linage humano, colgado en una máquina, haziendo fiesta con su peligro. ¿Qué poca estimación es ésta de las vidas? ¿O qué querella de los de Canoas? ¿Quánto mal pudo suceder? Hundirse ciudades con aberturas de la tierra, es público dolor de los mortales. Mirad todo el pueblo romano, puesto como sobre dos navíos y sustentado con dos quicios, y se mira combatiéndose a sí mismo, que puede perecer en un momento si las máquinas se quiebran, y por esto pide gracia y merced con oradores tribunicios, por hazer estar los tribunos colgados. ¿De qué manera pidiera éste y orara en las naos? ¿Qué no se atreviera a alcanzar de aquellos a quien persuadió esto? Pero, confesando verdad, todo el pueblo romano peleó con fúnebre fiesta al túmulo de su padre. Varió ésta su magnificencia, cansados y turbados los quicio y guardada la forma de amphiteatro, y el último día dio espectáculo de luchadores con dos salas eminentes por medio, y arrebatados con gran presteza por el contrario los púlpitos, en el mismo día sacó en público los vencedores de sus gladiadores. No fue rey Curión ni emperador de las gentes ni insigne en las riquezas, como hombre que no tuvo otra renta o patrimonio sino la discordia de los príncipes. Pero tratemos aora con verdadera estimación las no vencidas maravillas que hizo Q. Marcio, rey. Este, teniendo comisión del Senado para reparar los conductos de las aguas apias, anienas y tépulas, truxo otra nueva agua a Roma, llamada de su nombre, haziendo cuevas por los montes, y acabó esta obra antes que pasase el tiempo de su pretura. Pero Agripa, siendo edil, añadió a ésta el agua virgen, y haviendo dado corriente y enmendado las demás, hizo setecientos lagos,2 y fuera déstos ciento y cinco fuentes que corrían y ciento y treinta arcas y otras muchas obras magníficas; sobre estas obras puso trecientas estatuas de bronce, o de mármol y quatrocientas colunas de mármol, y todas estas cosas en espacio de un año. Añadió también, en memoria de su edilidad, los juegos, que duraron cincuenta y nueve días, y ciento y setenta baños que dio de gracia, que aora en Roma se han aumentado en infinito número. Nuevamente venció los antecedentes conductos de aguas el grande gasto de la obra comenzada por C. César y acabada por Claudio,3 porque desde quarenta millas de Roma truxeron las fuentes Curcia y Cerúlea, con tan grande altura que sobrepujava todos los montes de la ciudad. Gastáronse en esta obra tres mil sextercios. Y si alguno considerare diligentemente la abundancia de las aguas que se comunican a coda la ciudad, en baños, piscinas, casas, caños, huertos, jardines, alcherías y en el espacio por donde vienen los arcos levantados, montes minados y valles igualados, confesará no haver cosa más admirable en toda la redondez de la tierra. Entre las cosas grandemente dignas de memoria juzgo yo otra obra del mismo Claudio, aunque desamparada por odio de su sucesor. Un monte horadado para desaguar el lago Fucino, con gasto que no se puede contar y de grandísima muchedumbre de obreros por muchos años: porque o se havía de sacar con máquinas hasta lo alto del monte lo que era tierra o cortar todo lo que era piedra, para dar corriente a las aguas, y todo se havía de hazer dentro en tinieblas, lo qua! ni puede comprehenderlo el ánimo, si no es de aquellos que lo vieron, ni contarlo la humana lengua. Paso en silencio la obra del puerto de Ostia, también los caminos abiertos entre los montes y el mar Tirreno dividido del lago Lucrino con grandes presas y diques de piedra; tantas puentes hechas con tanta costa y, entre otras muchas maravillas de Italia, crecer en las canteras los mismos mármoles, de lo qual es autor Papirio Faviano, peritísimo de la naturaleza de las cosas, y también los pedreros que las sacan afirman que aquellas llagas de los montes se tornan a llenar por sí, las quales cosas, siendo verdaderas, hay esperanza de que nunca faltará superfluidad excesiva.


EL INTERPRETE

1(Las Scenas). Tiendas de gentes. 2(Hizo setecientos lagos). Pilas de agua. 3(Acabada por Claudio). Julio Frontino, libro De aquae ductis.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a