CAPITULO I


Del origen de la medicina y quándo comenzó primero la clínice y quándo primero la iatraléptica, y de Chrisipo y Erasístrato, y de la empírica, y de Heróphilo y de otros ilustres médicos, y quántas vezes fue mudada la razón y orden de la medicina, y quién fue el primer médico de Roma y quándo, y qué juzgaron los antiguos romanos de los médicos, y los vicios y defetos de la medicina


La naturaleza y multitud de los remedios presentes y de los pasados nos fuerzan a dezir muchas cosas de la misma arte de medicinar, aunque no ignoro que de ninguno ha n sido escritas hasta aora en lengua latina, y que el principio de todas las cosas nuevas es dudoso y lúbrico, nada firme y, verdaderamente, el de tales que en sacarlas a luz se ofrecen dificultades muy estériles de gracia. Pero, porque es cosa verisímil ocurrir a la imaginación de todos los que conocieren estas cosas de qué manera se hayan desacostumbrado o olvidado, en uso de medicina, cosas que eran tan aparejadas y pertenecientes, se ofrece al momento una cosa admirable y indigna de la medicina, y es no haver sido alguna de las artes más inconstante, ni mudarse aun hasta aora más vezes, siendo cierto que ninguna es de mayor fruto. Primero señaló por sus inventores a Jos Dioses, y la dedicó al Cielo.1 Y también hoy de muchas maneras se pide medicina de los oráculos. Después también aumentó con un crimen su fama, fabulando que Esculapio fue muerto con un rayo, porque a Tindarides, después de muerto, le tornó a la vida.2 Y no por esto dexo de contar haver resucitado a otros sus obras, ilustres en tiempo de los troyanos, a los quales fue más cierta su fama, pero solamente con remedios de las heridas. Las demás obras suyas que se siguieron después (admira dezirlo) estuvieron escondidas en obscurísima noche, hasta la guerra del Pelopooeso.3 Entonces la sacó a la luz Hipócrates, nacido en la isla de Coo, en sus principios famosa y valida y dedicada a Esculapio. Este, como fuese costumbre que aquellos que se libravan de las enfermedades escrivían en el templo de aquel dios qué remedio los huviese aprovechado, para que después la semejanza aprovechase a otros, se dize que los trasladó y después (como entre nosotros escrive Varrón), haviéndose abrasado el templo, instituyó esta medicina que se llama clínice.

Y no huvo después término o modo en la ganancia, porque Pródico, nacido en Selimbria, su dicípulo, instituyendo la medicina que se llama iatraléptica,4 halló nueva ganancia para los reunctores5 y ministros de los médicos. Los preceptos mudó Chrisipo con gran ostentación de palabras. Y de los preceptos de Chrisipo mudó también mucho su dicípulo Erasístrato, nacido de una hija de Aristóteles. Este, haviendo sanado al rey Anthioco, fue galardonado con cien talemos que le dio el rey Ptolomeo, su hijo, para que empecemos a mostrar también los premios del arre. Otra facción de médicos, que de los experimentos tomó nombre de empírica, comenzó en Sicilia por orden de Acron Agrigentino, acreditado con la autoridad de Empédocles físico. Contradixéronse aquellas escuelas con diferente dotrina, y todas ellas las condenó Heróphilo, descriviendo el movimiento y pulso de las venas6 por los grados de las edades, según los pies o compases musicales. Después quedó también desierta y desamparada esta secta, porque en ella era necesario saber letras. Después también fue mudada la que havía hallado (como diximos) Asclepiades. Su oyente Themisón fue el que escrivió éstas siendo principiante; después de muerto su preceptor y maestro las mudó a su parecer. Pero también mudó sus opiniones Antonio Musa, con autoridad del emperador Augusto, al qual havía librado de un grave peligro con medicina contraria. Paso en silencio muchos médicos y, déstos, celebradísimos, los Casios, Calpitanos, Aruncios, Albucios y Rubrios, los quales tuvieron dozientos y cincuenta sextercios de salario cada año de los emperadores. Pero Quinto Stertinio impuso a los emperadores que le havían de dar quinientos sextercios cada afio, y mostrava que ganava seiscientos con el salario de la ciudad, coocadas las casas. También a su hermano le hizo otra tanta merced el emperador Claudio César. Y aunque gastaron mucho de su hazienda en adornar con obras a Nápoles, dexaron a su heredero trecientos sexrercios, cantidad que hasta aquella edad sólo la havía dexado Aruncio.

Después vino Veccio Valente, ennoblecido con el adulterio de Mesalina, muger de Claudio César, igualmeoce estudioso de la eloquencia. Este, haviendo alcanzado aquella reputación, instituyó nueva secta. La misma edad en el principado de Nerón pasó hasta Thesalo, el qual destruyó todos los preceptos de los antiguos, contradiziendo con una cierta rabia a los médicos de todas las edades y tiempos pasados. Con qué prudencia y con qué ingenio, sólo un argumento lo puede mostrar suficientemente, pues en su monumento (que está en la vía Apia) se intitula iatronicen.7 Ninguno de los histriones o de los cocheros de tres cavallos llevava mayor acompañamiento quando salía en público, pero Crinas Masiliense, con sus dos artes, medicina y astrología, cobrada reputación como más capto y más religioso, teniendo atención a los movimientos de las estrellas por las ephemérides matemáticas, dando los alimentos y observando las horas, se le aventajó en autoridad, y no ha mucho tiempo que dexó cien sextercios para los muros de su patria, haviendo gastado en otras fábricas particulares poco menos que otro tanto. Estos regían los hados quando Charmis, de la misma Masilia, vino de repente a Roma, haziendo contradición y condenando no solamente los primeros médicos, pero también los baños, y persuadió a que se lavasen con agua fría también en los mayores hielos del invierno. A los enfermos zabulló en los lagos hasta hazer ostentación. Víamos a los viejos consulares temblando de frío, de lo qual tenemos una declaración de Anneo Séneca, y no hay duda, procurando éstos alcanzar fama con alguna novedad, hazer mercancía de nuestras vidas. De aquí nacen aquellas miserables contiendas de pareceres y opiniones acerca de los enfermos, no concordando uno con otro en una misma cosa, porque no parezca que otro añade o se aventaja. De aquí salió aquella inscripción o epitafio infeliz del monumento que dezía: La muchedumbre de los médicos me mató. Cada día se muda esta arte, interpolada tantas vezes con opiniones diversas, y somos impelidos con el viento de los ingenios de Grecia. Y es cosa clara que, hablando qualquiera entre éstos, se aventaja y se haze luego emperador de nuestra vida y de nuestra muerte, como si millares de gentes no pasasen sin médicos, pero no sin medicina. Como el pueblo romano estuvo sin ellos más de seiscientos años, y no era lento o perezoso en recebir todas las artes. Y también estuvo deseoso de la medicina, hasta que experimentada la condenó.

Y conviene contar de propósito las cosas insignes de los antiguos en estas costumbres. Casio Hémina, autor antiquísimo, escrive que el primer médico que vino a Roma fue del Peloponeso, llamado Archagato, hijo de Lisania, siendo cónsules Lelio Aemilio y Marco Livio, año de la edificación de Roma quinientos y treinta y cinco y que le fue dado privilegio de ciudadano de Roma y por esto le compraron públicamente tienda en el cómpito Acilio. Este dizen que fue llamado Vulnerario, y su venida admirablemente agradable al principio. Después, por la crueldad de cortar y quemar, le dieron nombre de carnicero y fue aborrecida el arte y todos los médicos, lo qua[ se puede entender clarísimamente de Marco Catón, a cuya autoridad el triunfo y dignidad de censor añaden muy poco, tanto hay más que estimar en él. Por lo qua! pondremos sus mismas palabras: “Yo diré destos griegos en su lugar, Marco hijo, lo que he procurado inquirir en Arenas, y que sea bueno mirar y ver sus letras, pero no aprenderlas. Yo venceré su malísima y indózil naturaleza, y entiende haverte dicho esto un profeta. En qualquiera tiempo que esta gente comunicare sus letras corromperá todas las cosas, y mucho si embiare acá sus médicos. Ellos han jurado entre sí que han de matar todos los bárbaros con la medicina. Pero esto mismo hazen pagándoselo, para que los den crédito y fácilmente destruyan. Y a nosotros también nos cuentan entre los bárbaros, y nos afean más suziamente que a otros, con nombre de babosos. Entre otras cosas, te he dicho éstas de los médicos.”

Murió este Catón año seiscientos y cinco de la fundación de nuestra ciudad Roma, y año ochenta y cinco de su edad, porque no entienda alguno haver faltado tiempos públicos o particularmente espacios de vida para experimentar estas cosas. Pues ¿qué diremos? ¿Creeremos haver condenado Catón una cosa que es utilísima? De ninguna manera, por cierto, porque pone después con qué medicina hayan llegado él y su muger hasta larga vejez, conviene a saber: con estas mismas cosas, que aora nosotros tratamos, y confiesa tener él un Comentario con qué curar a su hijo y a sus criados familiares, el qual nosotros distribuimos por las diferencias de sus efetos. Los antiguos no condenavan la cosa, sino la arte: pero sobre todo recusavan que fuese grangería con inhumano precio de la vida. Por esta causa el templo de Aesculapio también, quando fue recebido este dios, cuentan haverle hecho fuera de la ciudad y otra vez en una isla, y como huviesen echado a los griegos de Italia, largo tiempo también después de Catón recibieron los médicos. Añadiré a esto la providencia que éstos han tenido. De todas las artes griegas, sola esta hasta aora no la exercira la romana gravedad, con ser de tanto provecho, y poquísimos de los Quirites, nobles romanos, la trataron, y ellos mismos en estando enfermos acudían a los griegos, y aquellos que la tratan de otra manera, que en lengua griega no tienen autoridad aun acerca de los imperitos y de aquellos que no saben la lengua, y creen menos lo que pertenece a su salud, si lo entienden, y así es cierto, que sucede en sola esta arte creer al momento a qualquiera persona que profesa ser médico, no haviendo en mentira alguna mayor peligro. Pero no advirtimos esto: tan blanda y agradable es a cada uno la dulzura de esperar la salud para sí. Fuera desto no hay ley alguna que castigue esta ignorancia capital, ni exemplo alguno de venganza. Aprenden con nuestros peligros y hazen experiencias con nuestras muertes, y solamente al médico le es concedido matar al hombre sin algún castigo. Antes las qnexas se tornan en vituperio y denuesto, y se da la culpa a nuestra intemperancia y desorden, y por una o por otra parte son argüidos y reprehendidos los que se mueren. Pero las decurias es costumbre examinarlas con censuras de los príncipes; la inquisición se haze por las casas, y el que ha de juzgar del dinero es llamado de Gibraltar y de las colunas de Hércules, y del descierro no se da sentencia sino después de quarenta días, haviendo elegido cinco varones. ¿Pero del médico que sea el mismo juez, y sean quales fueren los que entran a dar consejo, que puedan matar luego? Merecidamente, pues ninguno de nosotros quiere saber lo que conviene a su salud. Andamos con ageoos pies, conocernos con agenos ojos, saludamos con memoría agena y vivimos con agenas obras. Perecieron los precios de la naturaleza de las cosas, y los argumentos y razones de la vida. No tenemos otra cosa por nuestra, sino los deleytes. No trayré a Catón, opuesto por mí a la embidia de arte tan ambiciosa, ni a aquel Senado que lo juzgava así. Ni trayré los delitos del arte, como alguno habrá mirado. Porque ¿quál cosa hay más fértil de venenos o de dónde proceden más engaños en los testamentos? Ya rambién dexaré los adulterios cometidos en las casas de los príncipes, como el de Eudemo en Livia, muger del césar Druso, y también el de Valenre en la reyna que diximos. No sean éstos vicios del arte, sino de los hombres. No temió más Catón, según yo creo, estas cosas para la ciudad que la honra de las mugeres principales. No tampoco arguyré su avaricia, y las robadoras mercancías que bazen estando pendientes los hados, y el aprecio de los dolores para la paga, y la arra o moneda que llevan de la muerte, y los ocultos preceptos, como dezir que la escama en los ojos ames se ha de apartar que sacar, por lo qual se ha seguido que parezca no aprovechar más que si fueran multitud de salteadores, y no los sugera la vergüenza, sino los precios del contrario. Cosa sabida es que el mismo Chármide concertó de curar a un enfermo de aquella provincia por dozientos sextercios. Y el emperador Claudio quitó a Alconto, médico de heridas, que estava condenado, den sextercios. Y este mismo, estando desterrado en Francia, y siendo después restituido, adquirió no menos en pocos años. Y estas cosas también se imputen a las personas. No reprehendamos tampoco la hez o la ignorancia de aquella turba de médicos y su destemplanza en las enfermedades, con entretenimientos de aguas calientes, la imperiosa dieta y, ellos mismos estando descaecidos, tomar alimentos muchas vezes en el día. Fuera desto, atormentar con mil modos de penitencia y preceptos de guisados y misturas de ungüentos, quando no havían dexado ellos regalo alguno de la vida.

Traer peregrinas mercaderías y conciliar excesivos precios creo y tengo por cierto que desagradó a nuestros mayores, pero no entiendo haver conocido esto Catón quando condenó el arte. llámase triaca una composición inventada de superflua demasía. Házese de cosas estrangeras, haviendo dado tantos remedios Naturaleza que solos por sí serían suficientes. El antídoto mitridático se compone de cincuenta y quatro cosas, pero entre sí ninguna con peso igual, y de algunas manda echar la sexagésima parte de un denario. Pero quál de los Dioses les mostró esta perfidia, porque tanta sutile.za no pudo ser de los hombres. La ostentación del arte y portentosa vanidad que tiene se muestra en esto manifiesta, y aun ellos mismos no la conocieron. Y he visto que vulgarmente, en lugar de cinabar indica, echan en los medicamentos minio, por ignorancia del nombre, el qual ostraremos ser veneno quando tratemos de los colores, y esras cosas pertenecen a la salud de cada uno, pero aquellas que temió y expelió Catón mucho menos dañosas y tenidas por pequeñas en la opinión, y que los magnates de la misma arte las confiesan ellos mismos. Aquéllas destruyeron las costumbres del Imperio, aquellas que padecernos estando sanos, como luchas, unturas llamadas ceromatas, instituidas como por causa de salud, baños ardientes, con los quales persuadieron que se cuezen en los cuerpos los alimentos, para que qualquiera saliese menos robusto y los obedientísimos fuesen llevados al sepulcro. Después las bevidas de los ayunos y las bomiciones, y luego otras sobrebevidas y la evitación o desombrecimienro instituido en el quitar de los pelos, con sus resinas, y dexar en las hembras públicos los empeynes. Así, es cierto, la corrupción de las costumbres de ninguna parte vino a ser mayor que de la medicina, y de todo punto haze cada día adivino y oráculo a Catón. Haver dicho ser harto mirar los ingenios de los griegos, no aprenderlos. Estas cosas huvicron de ser dichas por aquel Senado, y por seiscientos años del pueblo romano contra esta arte. En la qual con engañosísima condición los buenos dan aucoridad a los malos, juntamente contra las atónitas persuasiones de algunos, que no piensan que aprovechan sino las cosas preciosas. Y no dudaré que a algunos les han de ser fastidiosos los animales, de quien luego trataremos, pero no lo fue a Virgilio nombrar sin necesidad alguna las hormigas y gorgojos, y las cuebas amontonadas de cucarachas, huidoras de la luz. Ni a Homero descrivir entre las batallas de los Dioses la improvidad de la mosca. Ni a la Naturaleza le causó fastidio engendrar estos animales, engendrando también al hombre, por lo qual estime cada uno las causas y los efetos, y no estime las cosas. Pero comenzaremos desde aquellas que son manifiestas, esto es, de las lanas y ovejas, para que así de paso se dé primeramente honra a las cosas principales. Algunas cosas, aunque en agenos lugares, será necesario dezirlas, pero de paso, y no faltará pompa a la materia o sugeto, si quisiera mirar a otra cosa más que a la fe de la obra. Porque es cierto que entre las primeras cosas se hallan también escritas medicinas de la ceniza de la phénix y de su nido, como si esto fuera verdadero y no fabuloso. Cosa es ridícula mostrar remedios de la vida que han de tornar después de mil años.


EL INTERPRETE

Reprueva en este capítulo nuestro autor Plinio, no la medicina, que nunca el mundo estuvo sin ella, sino a los médicos griegos, enemigos ocultos de la romana púrpura, como mostró aquel maestro de la sabiduría y exemplo de las buenas costumbres, Catón. Cuyas palabras y todas las que aquí escrive Plinio deven advertir los príncipes, para que de su consideración atenta salga conocimiento y remedio del daño que los amenaza, y tiene a muchos sin haverlo advertido en los fosos obscuros y olvidadas bóvedas de la muerte, poniendo su salud y vida, no en manos de enemigos griegos, sino de fingidos christianos, lechuzas ciegas del hebraísmo, como muestra con muchos y admirables exemplos Vincence de Costa Matos, lusitano, en sus eruditos discursos contra la herética perfidia del judaísmo, donde podrá ver el curioso casos estupendos escritos, delitos castigados y rencores conocidos, manifestados al mundo por sus mismas confesiones y muchas vezes con maravillosos milagros. Vista pues su apostasía, delitos y fraudes, justísimo sería se hiziese estatuto en todas las universidades de España, como le ha puesto en su colegio de Valladolid el doctísimo doctor Polanco, médico de cámara del rey nuestro señor don Felipe Quatro (revalidando las leyes) o se diese algún orden, como le tiene Coímbra, para que no se admitiesen a estas facultades y artes, honrosas y de confianza, los que esta insigne universidad con traza discreta expele o aquel nuevo y bien fundado colegio no admite, viendo el justo rezelo que se deve tener de los tales. Que si Catón aconsejó a, su hijo y a los romanos que se guardasen de los médicos griegos, con más razón se puede aconsejar a los españoles fieles se recaten de los que sus tratos y engaños indican ser enemigos.

La dificultad de la medicina, sus dudas y opiniones varias son tales y tantas que pedían grande volumen, y así basta la advertencia con que el autor las apunta.


1(La dedicó al Cielo). Otros leen: “y ser dictada del Ciclo”. 2(Le tornó a la vida). Con razón pone aquí Plinio por fábula lo que otros escriven por cierto. 3(La guerra del Peloponeso). Plinio, lib. 7, cap. 56. 4(Iatraléptica). Curar con unturas. 5(Reunctores). Los que tornavan a hazer unturas a los enfermos por orden de los médicos, como aora los que dan unciones o sudores.

6(Las venas). Aquí llama venas a las arterias. 7(Iacronicen). Esto es, médico superior, que es lo mismo que archiáter proromédico. 8(Las estrellas). Opinión bien refutada del doctor Francisco de Valles, covarrubiano, el qual, curando a un grande señor desta Corte y viendo presentánea ocasión y necesidad de purgado, se lo contradezían algunos menos doctos, diziendo ser conjunción. Y él respondió: No importa, el afecto y ocasión lo pide, hazerlo hemos sin que lo sepa la Luna. Hízose con feliz suceso, condenando la contraria opinión.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a