CAPITULO XXX


De la ozena, nauplio y lagostas


Es la ozena1 del linage de los pulpos y dízese ansí a causa del olor pesado de su cabeza, a cuya causa la persiguen estrañamente las morenas.


Están escondidos los pulpos dos meses, y no viven más que otros tantos años, y mueren siempre secos y consumidos,2 las hembras más presto y, las más vezes, después de haver parido.


No se pueden dexar de dezir las cosas que se entendieron de los pulpos, siendo Lucio Lúcullo procónsul en el Andaluzía, por relación de Trebio Níger, uno de sus compañeros, y es que son cobdiciosísimos de las conchas y ellas se cierran en tocándolas, cortándoles los brazos, y {comen} no buscando mantenimiento de quien quería comérselas. Carecen ellas de vista y de todos los otros sentidos, salvo del que se tiene del manjar y peligro. Aguardan los pulpos que se abran, y poniéndoles fuera del cuerpo una pedrezuela, porque no la expelan con su palpitación, las saltean seguras y sacan la carne. Ciérranse ellas pero poco les aprovecha, que las impiden las cuñas; tanta sagacidad tienen los animales, aun torpísimos. Dize, aliende desto, que no hay animal que mate más cruelmente los hombres en el agua, porque primero los abraza y sorbe con sus vasos, y tras esto los despedaza chupados por muchas partes, cuando haze ímpetu contra alguno de los buzos, o de los que acaso naufragio {sic}. Pero si se trastornan boca abaxo pierden las fuerzas, porque bueltos desta manera se estienden. Apeteciendo también admirablemente todos los otros pescados su color, por lo cual untan con ellos las nasas. Lo demás que cuenta parescerá casi monstruoso, y es que en las almadravas de Carteya un pulpo que acostumbrava salir del mar e ir a sus tinas descubiertas y allí atalar los pescados salados, movió contra sí la indignación de los guardas, con la continuación del desaforado hurto. Cercadas estavan de setos, pero saltava dentro por cima de un árbol. No pudieron descubrirle sino con ventores, los cuales le acometieron, bolviéndose ya a la mar una noche, por todas partes. Y despertando las guardas temieron la novedad. Lo primero, la grandeza era nunca oída, y tras esto el color y olor terrible, por la salmuera que se le havía pegado. ¿Quién esperara ver en aquel lugar pulpos? Paresceríales pelear con un monstruo, porque ahuyentava los perros con el resuello terrible, azotándolos unas veces con lo último de sus brazos, y otras hiriéndolos con los más robustos dellos, como con porras. Y finalmente pudieron, no sin grande trabajo, matarle con muchos tridentes o harpones. Mostraron a Lúculo su cabeza, tamaña como una tinaja y de cabida de 15 ámphoras,3 y por usar de las palabras de Trebio, las barbas, que no se podían abarcar con ambos brazos, rollizas a manera de porras y largo de 30 pies, de vasos como bacías, de cabida de urnas4 y dientes proporcionados a su grandeza. Sus relieves, guardados como por milagro, pesaron 700 libras. El mismo cuenta que fueron expelidos a aquellas riberas xibias y calamares del mismo tamaño. Asense estos calamares, en nuestro mar, de cinco cobdos y xibias de dos, y no viven más que dos años.


Muciano refiere haver visto en el Propontis otra semejanza de navio, conviene a saber, una concha de forma de vareo {acacio}5 con la popa doblada y la proa con punta, y que en ésta se entra el nauplio, animal semejante a xibia, haziendo la tal compañía estos dos géneros de pescados para holgarse, porque estando la mar sosegada hiere el nauplio6 a la concha que le lleva con sus palmillas abaxadas, como con remos, y si a ello le convidan los vientos las estiende en lugar de governalle, y desparze al aire los senos de la concha. El deleite dellas es llevarlos y el de los nauplios regir el navio, descendiendo este gusto a dos pescados casi sin sentimiento alguno, si por ventura no es causa dello (porque esto se sabe por experiencia) la humana desventura con triste agüero de los que navegan.


Cúbrense las lagostas7 de costra frangible en el género de los que carescen de sangre. Están escondidas cinco meses, y de la misma manera los cangrejos, los cuales se esconden al mismo tiempo, y los unos y los otros al principio del verano. Dexan su cobertura como las culebras, renovándola. Nadan los otros pescados en lo hondo, mas las lagostas andan por cima, vagando como las culebras. Y si no se les ofrece haver miedo, van con los cuernos su camino derecho, que son redondos y agudos al cabo y estendidos al través y, si temen, tuercen su camino a los lados con los cuernos derechos con que pelean entre sí. Sólo este animal, si no le cuezen vivo en agua caliente, tiene floxa la carne y sin algún callo.



EL INTERPRETE


1(Es la ozena). Ya hablé della entre las especies de los pulpos. 2(Secos y consumidos). Ansí traslado tabe, porque, según dize Cornelio Celso en el capítulo XXII del libro tercero, no es otra cosa sino un consumimiento que viene, o por causa de no mantenerse el cuerpo, que llaman los griegos atrophia, o por algún mal hábito que dizen los mismos cacexis {ϰαχεξία} o por phtisis, que sucede a las llagas del pulmón. 3(Amphoras). Contiene, una ámphora, cántara y media y un cuartillo. 4(De urnas). Contiene, la urna, seis azumbres y medio cuartillo. 5(Acacio).a Género es de navio ligero.


6(Nauplio). En ningún autor hallo mención deste género de pulpo, debaxo de nombre semejante, si por ventura no entendió el náutico de Aristóteles. 7(Lagostas). Una especie es de cuatro de los que se cubren de costra, divididos en lagostas, cangrejos, astacos y esquillas. Porque, puesto caso los llama Plinio todos cancros, es cierto llamar Aristóteles desta manera a solos aquellos que él juzgó carecer de cola por tenerla muy recogida y aplicada al cuerpo. Son todos, en general, de costra no frágil pero collísil, según el mismo Aristóteles enseña. Plinio dize en el presente ser su costra frágil o frangible. El intento de ambos fue, como quiera que leamos estos textos en alguno de los cuales podría haver depravación, que se quiebre fácilmente de golpe pero con dificultad se corta, como el vidrio, al contrario que los testáceos, los niales pueden cortarse con más facilidad que quebrarse, según lo vemos por experiencia; pero desto me acuerdo haver hablado sobre el libro séptimo deste mismo autor. Su mantenimiento es salado y duro y, por tanto, de dificultosa cocción y mucho nutrimento, cozido primero en agua dulce, porque es cierto que perdida desta manera la parte purgativa se hazen estípticos. Viniendo, pues, a las lagostas ninguno hay que no sepa llamarse ansí las locustas de los latinos, de dura carne y difícil digestión. De los astacos, se conoscen los que llaman en Italia cámbaros o gammaros, nosotros lobagantes, elephantes Plinio, crustato conoscido en todas las riberas, y el león de cuya forma y descripción hablaremos con Plinio en el capítulo que se sigue. De las esquillas que llaman los griegos caridas por la grandeza de su cabeza, la cual negó con grande engaño a estos pescados Galeno, haze tres especies Aristóteles: gibas, crangones y pequeñas, las cuales se ven hoy, y, de ellas, los cangrejos dezimos lagostines, y las gibas y parvas, que sin distincción llamamos camarones. Y fuera de éstas, las que llaman latas por razón de su anchura y las celatas, que llama, por la semejanza, cigarras Æliano. A éstas refiere otra que él nombra martín por la semejanza que tiene con nuestra cervatica, especie de lagosta terrestre, de quien ningún antiguo haze mención. Los cangrejos dize Aristóteles son de muchas maneras y que no se pueden fácilmente contar. Los mayores son los llamados meas, los segundos, los paguros (que en Hespaña llamamos centollas) y los que dizen heradeóticos; los terceros son los fluviales. Los que restan son menudos y casi sin nombres. En Phenicia hay un género de cangrejos fluviales de tanta ligereza que no hay quien pueda alcanzarlos. Hay otros no mayores que cangrejos y semejantes a astacos de que hay muchas especies, atiende de las meas, paguros y hcraclcóticos de Aristóteles, que él llama osos, latipedes, undularos, marmoratos, anommos, brachichilos, hirsutos, corazones y otros que viven en conchas agenas, los cuales podrán verse acerca deste autor.





a. De ἇϰατος, barquilla, barco ligero.

TOMO V. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2