CAPITULO LXVIII

Qué parte de la Tierra se habite

Y cuando a lo primero hazemos cuenta que es la mitad del globo, como que no llevase su parte el Océano, el cual, como rodee todo el mundo, y derrame y reciba en sí todas las demás aguas, hasta las que dan materia a las nubes y pasto a tantas y tan grandes estrellas ¿qué tanta amplitud y espacio creeremos ocupar de la tierra? Insaciable e infinita es de creer que sea la parte de tierra que baña un mar tan grande. Añádese a esto que del espacio que queda, nos quitó aún más el cielo porque, como haya de él cinco partes que llaman zonas, todo lo que está debaxo de las dos extremas del un cabo y del otro, a par de los Polos, uno que llaman Septentrional y otro, contrario a éste, que llaman Austrino, es aquexado de un muy grande y perpetuo frío y dañoso a los hombres. Hay en el un cabo y en el otro una obscuridad perpetua1 aunque con el ajeno aspecto de aquellas blandas estrellas se ve algún poco de luz y que blanquea solamente con la [h]elada, que siempre está sobre la tierra. La otra parte della, por do van los carriles del Sol, abrasada y quemada con sus llamas, se tuesta con su cercano calor. Las dos que restan entre la abrasada y [h]eladas se tiemplan y no son entre sí comunicables por el incendio que causa el Sol.

Desta manera quitó a la tierra tres partes el cielo; la rapiña del Océano no está del todo sabida, pero una parte que nos quedó no sé si está subjeta a mayores daños; porque el mismo Océano, derramado (como diremos) en muchos senos, se allega con tanta vezindad a los mares que están dentro de las tierras, que dista el seno Arábico del mar Egiptio por 15 mil pasos, y el Caspio 375 mil del Póntico. El mismo, derramado por diversas partes, entra por tantos mares con que divide a Africa, Asia y Europa. Cuéntase el espacio de tantos ríos y de tantas lagunas, añádanse los lagos y estanques, quítense los collados, tan levantados al cielo que apenas alcanza la vista, y las selvas y quebradas, las soledades y lugares por mil causas desiertos y deshabitados. Estas son las porciones tan numerosas de la Tierra o según que muchos lo han enseñado, el punto del mundo (porque no es otra cosa la Tierra en comparación del Universo). Esta es la materia de nuestra gloria, éste es nuestro asiento, aquí nos honramos con las dignidades y exercitamos los imperios, aquí deseamos riquezas, aquí andamos tumultuando el género humano, aquí renovamos las guerras aun contra nuestros ciudadanos, y hazemos la Tierra más vazía y espaciosa con las muertes que nos damos unos a otros y, por no detenerme en los furores públicos de las gentes, ésta es la Tierra en que ahuyentamos los que confinan con nosotros y donde pasamos a nuestra heredad el césped que hurtamos al vezino. Mas, válame Dios, el que más dilatare y ampliare sus campos y alanzare de sus términos los vezinos, ¿de cuán gran parte de las tierras gozará? O, cuando la huviere dilatado a medida de su avaricia ¿qué porción della poseerá después que fuere difunto?


EL INTERPRETE

Claro muestra en esta parte el autor cuánta parte de nuestra mitad de tierra se cubra de aguas. También haze mención de las zonas que imaginamos en el cielo y de las que les corresponden en la Tierra, de que pudiéramos añadir algunas cosas tomadas de la philosophía y astrología y de lo que el tiempo presente nos ha descubierto y hecho notorio. Mas por ser en parte vulgares, y en parte no necesarias para el entendimiento pliniano que a mi parecer con sola la interpretación se manifiesta, pasaré al capítulo que se sigue.

1(Obscuridad perpetua). Siguió en esto Plinio la opinión de los que dixeron, no teniendo tan clara noticia de la disp[o]sición del mundo, que debaxo de los dos Polos havía perpetuas tinieblas, como sea cierto haver en el un cabo y en el otro seis meses de continuada y perpetua luz, aunque haya otros tantos de perpetua obscuridad y tinieblas.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1