INTRODUCCIÓN

MA. DEL CARMEN NOGUÉS


LA VERSIÓN DE FRANCISCO HERNÁNDEZ


LA Historia natural de Cayo Plinio Segundo fue escrita, en su mayor parte, bajo el imperio de Vespasiano, aunque el autor la dedica el año 79 de Nuestra Era, poco antes de su muerte, a Tito, hijo y sucesor de aquél en el imperio. Francisco Hernández, médico de cámara de Felipe II, la tradujo al castellano mediado el reinado de este monarca, agregando a cada capítulo comentarios originales que tituló "El Intérprete’’. Esta versión quedó inédita y es la que ahora presentamos.

Fue una abrumadora tarea que ocupó a Hernández más de 10 largos años. Consta que ya en 1567 estaba escribiendo la traducción (libro segundo, capítulo XVI) y, aunque en el texto hay alusiones a fechas anteriores, no hay evidencia de que antes de la mencionada hubiese redactado algo en forma definitiva.

Hernández inició su labor en Toledo, pero en ciertos pasajes de sus comentarios se citan también Guadalupe, Sevilla y otras poblaciones españolas. Cuando Hernández se traslada en 1570 a México con el encargo de estudiar la historia natural de las Indias, trae consigo la obra pliniana, seguramente con el afán de completar los comentarios y pulir la traducción, ya que no esperaría tener a su disposición los códices que en España consultó. Durante seis años labora sobre ella en México, país al cual alude con frecuencia en sus comentarios.

En 1576 considera terminada esta obra y desde México remite al monarca español 16 volúmenes que, entre otros trabajos, contenían su versión de la Historia natural, con dibujos e ilustraciones. Acompañando dicho envío Hernández escribió el 10 de febrero del mismo año una carta recomendando al rey "los treinta y siete libros de Plinio, acabados de traducir y comentar’’.1

Aproximadamente un año después de haber llegado los manuscritos primeros, Hernández regresa a España, y con él llega a Sevilla un equipaje copioso, que incluye escritos y material científico para componer la Historia natural de Nueva España. Mediado septiembre de 1577 emprende el camino a la Corte y una vez en Madrid solicita audiencia al Rey, a quien desea explicar el alcance y contenido de la obra realizada. No consta que lo consiguiese, pero dejó un memorial para ser presentado a Felipe II, en el quepide al monarca “que mande imprimir los treinta y siete libros de la Historia natural de Plinio”. La traducción de Hernández, a pesar de todo, nunca se imprimió. Ignoramos si ello fue debido a una decisión real, o bien si fue resultado de las intrigas cortesanas de las que tan amargamente se queja en varios de sus “intérpretes”.

A partir de la muerte de Hernández poco se sabe de las vicisitudes que sufrieron los volúmenes que envió desde México. Diez años después algunos son citados en el inventario de la biblioteca de Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial y amigo de Hernández: “Dos cuerpos de libros manoescriptos en romanze de los libros de Plinio de la Historia natural, desde el libro veintiséis hasta el treinta y siete”. Son éstos, precisamente, los libros que no han llegado hasta nosotros, puesto que hoy sólo se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid los 25 primeros, faltando aquellos 12 últimos, así como los mapas, dibujos y figuras que con toda certeza Hernández preparó, puesto que a ellos hace continuas referencias y en ellos apoya a veces su argumentación. Unos y otros pudieron desaparecer en el incendio que sufrió la biblioteca de El Escorial en 1671, del mismo modo que desaparecieron muchas otras joyas literarias irremplazables.

La presente edición, pues, incluye la traducción de los 25 primeros libros de Plinio que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la Sección de Manuscritos, encuadernados en siete volúmenes, escritos recto y verso, en papel de la época, tamaño folio (24 X 34 cm), encuadernados en piel española, con un total de 24.5 X 34.5 cm y 15 X 26 cm de caja escrita, con las signaturas Ms 2862 a 2868.

El contenido de estos volúmenes, a los que el Dr. Somolinos llama redacción definitiva, está distribuido en la forma siguiente: El volumen I (Ms 2862) contiene la Dedicatoria a Felipe II (f. 1 a 4), el Prefacio y argumento del libro I (f. 4 v. a 7), las Cartas de Cayo Plinio Cecilio (f. 7 v. a 11) y los libros I (f. 12 a 64), II (f. 65 a 235) y III (f. 236 a 340) de la Historia natural de Plinio. El volumen II (Ms 2863) contiene los libros IV (f. 1 a 66 v.), V (f. 69 a 148) y VI (f. 149 a 231 v). El volumen III (Ms 2864) los libros VII (f. 1 a 130) y VIII (f. 131 a 273). El volumen IV (Ms 2865) contiene el IX (f. 1 a 112), X (f. 113 a 187) y XI (f. 188 a 305 v.). El volumen V (Ms 2866) los libros XII (f. 1 al 50 v.), XIII (f. 51 a 94 v.), XIV (f. 95 a 142 v.), XV (f. 143 a 180 v., con la particularidad de que tras el folio 162 v. recomienza la numeración a partir del 153), y XVI (f. 181 a 258). El volumen VI (Ms 2867) incluye los libros XVII (f. 1 a 83v.),XVIII (f.84a 169 v.), XIX (f. 170 a 217 v.) y XX (f. 218 a 287 v.). El volumen VII (Ms 2868) contiene los libros XXI (f. 1 a 54), XXII (f. 55 a 94), XXIII (f. 95 a 134 v.), XXIV (f. 135 a 182) y XXV (f. 183 a 220 v.). En ocasiones se encuentran folios en blanco y, a veces, la foliación no corresponde al orden del texto (por ejemplo, el comienzo del libro VI), sin duda porque fueron desordenados al encuadernarse.

También en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la misma Sección de Manuscritos, bajo las signaturas Ms 2869 a Ms 2871, hay otros tres volúmenes, en gran parte autógrafos de Hernández, que son borradores incompletos, desordenados y muy corregidos, de algunos libros de la Historia Natural, con el siguiente contenido: el volumen VIII (Ms 2869), incluye el Proemio, el Prefacio y los libros I, III y V; el volumen IX (Ms 2870), los libros VII, XII, X y XI y el volumen X (Ms 2871) los libros XIII, XIV, XV, IV, XVI y VI. En su conjunto estos tres volúmenes son los que designa Somolinos como Primeros borradores.


FUENTES


Para situar correctamente las fuentes que Hernández empleó en su versión dentro del marco general de la producción pliniana, debemos comenzar por describir el esquema de la abundante literatura basada en la Historia natural.

En primer lugar, los copistas medievales reprodujeron profusamente la Historia natural, no siempre con fidelidad. En la actualidad se conoce un cierto número de códices de mérito muy diferente, no todos ellos completos y, a veces, mutilados. Estos manuscritos fueron, lógicamente, las fuentes de las ediciones y, luego, de las versiones que aparecieron y se divulgaron desde el Renacimiento.

La crítica moderna ha clasificado los códices plinianos en tres grupos: vetustiores, escritos del siglo V a VIII, con frecuencia palimpsestos; recentiores, en que se incluyen los manuscritos de los siglos IX al XIII, y un tercer grupo de manuscritos de fechas varias, algunos de ellos contaminados y otros desaparecidos, que se podría designar ambiguamente como heterogéneo.

Las ediciones de Plinio han sido numerosas a partir de la edición princeps,2 habiéndose esforzado los editores en reconstruir el que pudo ser el texto original de Plinio, que estaba deformado y contaminado por los copistas medievales. Para estas ediciones los eruditos tomaron como base los códices vetustiores, principalmente el Vaticanus, el Parisinus y el Leodensis, buscando completar el texto de los XXXVII libros de la Historia natural. Otros códices han permitido corroborar la paleografía realizada sobre los más antiguos o directamente han servido como fuentes de ediciones y versiones. Las ediciones del Plinio se han agrupado cronológicamente en tres series: desde la princeps (1469) hasta la de Hardouin (1685); desde ésta a la de Sillig (1851) y, por fin, desde esta última hasta el momento actual.

Las fuentes consultadas por Hernández y que sirvieron de base para su versión fueron de toda clase: códices, ediciones y versiones. Respecto a los primeros, Hernández hace constar en varios pasajes de su manuscrito que hizo amplio uso de los códices Toletanus y Salmanticense, así como de otros que, en forma imprecisa, denomina él vetustos. Tanto el Codex Toletanus,3 del siglo XIII, como el Salmanticense, de fecha desconocida, pertenecen al tercer grupo de los que arriba habíamos mencionado. El primer códice contiene todos los libros de la Historia Natural, excepto el XXXVII y último; el Salmanticense solamente contiene los 15 primeros libros. Se ignora el paradero de éste que fue el que transcribió Pinciano en el siglo XV y que solamente es conocido a través de su edición. En cuanto a los códices que Hernández denomina vetustos no se deben confundir con los vetustiores de la crítica literaria moderna. Muchos de éstos, o eran conservados en bibliotecas fuera del alcance de nuestro médico, o han sido descubiertos en fechas posteriores a las de Hernández. Así pues los códices vetustos de Hernández solamente pudieron ser consultados por él en las ediciones disponibles a la mitad del siglo XVI, las cuales, posiblemente, tuvo a mano, y algunas aún se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Entre las ediciones anteriores o contemporáneas a Hernández, que éste cita específicamente en su manuscrito, están las de Hermolao Bárbaro,4 Beato Rhenano,5 Erasmo,6 Gelenio,7y Pinciano.8 Este último ejerció, sin duda, gran influencia en la obra de Hernández. Nacido en Valladolid, hijo de un contador de los Reyes Católicos, y cuyo verdadero nombre era Fernán Núñez de Guzmán, estudió en Granada y, más tarde, en Bolonia, donde permaneció largos años y tuvo oportunidad de asimilar la cultura clásica. Fue catedrático de la Universidad de Salamanca, donde explicó latín a base del texto de Plinio, sacado de los mismos códices Toledano y Salmanticense que luego sirvieron de base a Hernández para su traducción al castellano.

No fueron muy numerosas las versiones a lenguas vulgares de la Historia natural de Plinio anteriores o contemporáneas a Hernández. Este cita reiteradamente la del florentino Landino,9 la del humanista griego Teodoro Gaza, y las de Ludovico Dominici,10 Solino y Francisco Massario. Años más tarde, otro latinista español, también médico y doctor en filosofía, Gerónimo de la Huerta, tradujo al castellano tres libros de la Historia natural —VII, VIII y IX— que dedicó al rey Felipe III. En 1624, De la Huerta publicó en Madrid la traducción completa de la Historia natural,11 con escolios marginales y anotaciones, dedicada al monarca Felipe IV. Esta versión no tiene relación con la de Hernández; cotejando ambos textos se advierte que se basaron en códices diferentes, ignorándose si Gerónimo de la Huerta conoció el manuscrito que hiciera Hernández años antes.


CARÁCTER DE LA VERSIÓN


La Historia Natural de Plinio revistió el carácter de una ambiciosa enciclopedia de los conocimientos que sobre el Cosmos había llegado a obtener el mundo clásico. Este empeño supuso un gran esfuerzo de erudición por parte de su autor; el propio Plinio señala en cada capítulo las numerosas fuentes consultadas. Sin embargo, la obra, en conjunto, no es fuente segura de información científica debido al escaso análisis que realiza de la abundante información acumulada, que por otro lado no se esfuerza en comprobar. En ocasiones sus afirmaciones son sorprendentemente exactas y, en otros casos, burdamente erróneas. Plinio cree en lo maravilloso y en lo mágico, así como en las hipótesis más peregrinas, en contraste con algunos de los filósofos griegos y aun romanos que le habían precedido. No es un estoico puro puesto que, en ocasiones, admite el valor de los horóscopos, presagios y prodigios, mostrando así la influencia que ejercieron sobre él los astrólogos de Oriente.

Por el contrario, Hernández vierte la Historia de Plinio con justeza y objetividad, contrastando los textos de los códices que él traduce con el de otros códices, y enfrentando la versión que él propone con la interpretación de otros traductores. Investiga, rigurosamente, las fuentes de Plinio, acercándose a Ptolomeo y Aristóteles, principalmente para justificarles o contradecirles.

Las aportaciones de Hernández ponen en esta obra claramente de manifiesto la base humanística de su personalidad, en contraste con los rasgos renacentistas que también demuestra en la búsqueda de nuevos conocimientos y experiencias.

Hernández no puede desligarse de la cultura clásica. Admira a Plinio y considera su obra como la fuente más importante de la historia de la civilización: Hernández tiene la ambición de hacer algo semejante. ¿Por qué no partir de la Historia de Plinio, que él considera la obra perfecta, y añadirle nuevos hallazgos personales actualizando el contenido de la obra clásica de acuerdo con los conocimientos y la filosofía dominante en la España del siglo XVI?

Siempre preocupado por establecer un puente de comunicación entre el clasicismo grecorromano y la cultura renacentista, a veces transige con puntos de vista erróneos que, en lo fundamental, no comparte. Unas veces Hernández investiga los hechos hasta encontrarles explicación, apareciendo, entonces, el hombre científico y, otras, en forma tibia y a veces confusa, incorpora a su traducción los recientes descubrimientos o teorías entonces prevalecientes. Con frecuencia elabora nuevas interpretaciones que no llegan a cristalizar en conceptos originales y bien definidos, de rasgo personal, pero su juicio es severo, y su curiosidad y pasión de saber son comparables a las que se le pudieran atribuir a Plinio.

En el plano filosófico y religioso no siempre conserva su ecuanimidad de traductor. Por ejemplo, al comentar ciertos pasajes históricos y, en especial, cuando éstos fueron desfavorables para su patria, no oculta su brusca desaprobación. Hernández es un humanista que, como todos los que vivieron en la época de Felipe II, está ligado a la política y religión de la época.

Del mismo modo procede cuando su formación religiosa choca ásperamente con el paganismo romano. Así, Hernández suprime el capítulo LV del libro séptimo, en que Plinio niega la inmortalidad del alma, y lo discute en "El Intérprete” con los argumentos del cristianismo, aunque sus creencias religiosas no reflejan influencias decisivas de la dogmática elaborada en el Concilio de Trento, celebrado poco antes (1545-1563) de realizar su traducción.


ACLARACIONES A NUESTRA TRANSCRIPCIÓN


Para realizar esta edición nos basamos en la redacción definitiva que Hernández nos dejó de su versión de la Historia natural de Plinio. La primera versión paleográfica fue realizada por las paleógrafas Delfina López Sarrelangue y Beatriz Arteaga, con la colaboración de Carmen Huerta y Mercedes Millares. Sobre este primer original paleográfico, copiado y revisado por nosotros —cotejándolo, cuando lo ameritaba, con el manuscrito que se conserva en España y, siempre, con la micropelícula y las copias fotográficas que obraban en nuestro poder—, hemos llevado a cabo la labor de unificación y las anotaciones indispensables para poderlo llevar a la imprenta.12 No pretende ser una edición crítica del texto pliniano; el propósito es, en todo momento, poner a disposición de los investigadores y del público en general el texto de Hernández en forma accesible y, sin corromperlo, hacer comprensible la obra, dando facilidad al lector. Para ello nos hemos valido de las siguientes normas de transcripción:

Se han aplicado las reglas ortográficas actualmente en uso en cuanto a puntuación, acentuación y empleo de mayúsculas y minúsculas. La arbitraria separación de las palabras en el manuscrito y el empleo de letras dobles, se han corregido; las abreviaturas se han desdoblado.

En todos los casos se han respetado los nombres propios y geográficos.

La y con valor vocálico se ha transcrito por i, caía por caya. En las palabras que pudieran dar lugar a confusión, como en la forma ay empleada como adverbio de lugar, hemos intercalado una h, suprimiendo los corchetes usuales para correcciones intercaladas, con objeto de facilitar la lectura. Del mismo modo hemos procedido con el ay del verbo haber anteponiéndole la h. La copulativa y la hemos transcrito por e o por y de acuerdo con la redacción. En muchas ocasiones, cuando la claridad del texto lo condiciona, se ha sustituido la ç por z y se ha restablecido la e de la contracción preposición- pronombre, de él, de éste, en lugar de dél, déste.

Hemos uniformado la escritura eligiendo el vocablo más correcto y actual de los varios empleados por el propio Hernández. Así, se ha conservado la palabra nacer en lugar de nascer, y cuando por quando, a pesar de que con mucha frecuencia también las escribe así.

Se han homologado los títulos de los índices y capítulos.

Los corchetes se han empleado no sólo para las lagunas del manuscrito debidas a manchas, claros o trozos en blanco, y que hemos interpretado, sino para las palabras añadidas e intercaladas en el texto para su mejor comprensión.

El libro primero contiene los índices elaborados por Plinio para todos los libros de su Historia natural. Constituye por sí mismo una guía que el lector puede consultar antes de emprender la lectura. Ahí mismo incluye Plinio la relación de los autores utilizados como fuentes de donde obtuvo la información que le sirvió de base para su obra. Dada la importancia que Plinio concede a la descripción física del Cosmos, mostrada por la gran extensión de los libros respectivos, hemos considerado conveniente hacer al lector, en estos casos, una breve indicación sobre el sistema seguido por Plinio en la descripción general. Estas indicaciones aparecen bajo el título general de "Advertencia del editor” al principio de los libros correspondientes.

Hemos relacionado el texto de Plinio con "El Intérprete” mediante cifras, y hemos puesto notas nuestras valiéndonos de letras, para la mejor aclaración del texto, sin discutir las teorías expuestas.

Los nombres geográficos, en parte, se han castellanizado, pero en general se ha respetado la grafía propia de cada país.

En el texto de Plinio se encuentran fechas referidas a la cronología griega, basada en las Olimpiadas, la primera de las cuales tuvo lugar en 776 a. c., celebrándose cada cuatro años.

Otras fechas más son dadas por Plinio de acuerdo con las cronologías romanas. En un principio los años se numeraban de nuevo en cada consulado, nombrando al mismo tiempo el cónsul correspondiente. En ocasiones se hacen referencias a los Fasti Capitolini, historia de los cónsules hasta el tiempo de Augusto. Más tarde se adoptó como punto de partida la fecha de la fundación de Roma (753 a. c.), contando sucesivamente a partir de dicho acontecimiento. Tanto el año griego como el romano estaban divididos en doce meses lunares, comenzando el primero en la luna nueva siguiente al solsticio de verano, y el segundo en el 15 de marzo, aunque desde 153 a. C. comenzó a considerarse el año a partir del 1° de enero. Para corregir la diferencia de tiempo entre el año lunar y el solar, se añadía, de tiempo en tiempo, un mes intercalar. Julio César regularizó en 45 a. c. el calendario para disminuir la discrepancia entre ambos ciclos; esta reforma estuvo vigente hasta 1582 en que el Papa Gregorio XIII modificó el calendario juliano. Los meses griegos constaban, alternativamente, de 29 y 30 días; los romanos de 30 y 31, excepto febrero. El mes comenzaba en la luna nueva (Kalendis); el día de luna llena era el idus (los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre y el día 13 de los demás meses).

El día romano comenzaba en la medianoche; la hora era la dozeava parte del tiempo comprendido entre la salida y la puesta del sol. Así, la duración de las horas no era igual a lo largo del año. Por otra parte, aunque desde 263 a. c. disponían los romanos de relojes de sol, la designación de las horas era algo imprecisa.

Sólo en unos pocos casos se ha referido la cronología pliniana a la actual, gregoriana. Por otro lado, es bien sabido cuán insegura es la cronología clásica y la imprecisión de una buena parte de las referencias cronológicas de la Antigüedad. Debemos hacer notar que las fechas dadas por Hernández corresponden, todas, al calendario juliano, aún vigente en la época en que escribía.

De acuerdo con el criterio general que norma esta edición de las Obras completas de Hernández, no hemos abordado aquí la discusión crítica de ninguno de los problemas derivados tanto del texto de Plinio como de la traducción y las notas elaboradas por Hernández. Estos aspectos habrán de ser tratados en el volumen final de las Obras completas que se dedicará a estudios y comentarios.

Hernández transcribe la numeración romana a caracteres arábigos, aunque a veces también escribe en forma literal los números o cantidades que pretende expresar; con frecuencia hace uso del vocablo castellano cuento para significar el millón de unidades, palabra que hemos respetado.

Las unidades de longitud romanas que Hernández transcribe se han conservado tal como éste las hizo figurar; es decir, palmos, pies (0.29 m), codos (0.44 m),pasos (2½ pies=0.736 m), estadios (125 pasos) y milla (mil pasos=8 estadios=1 472 m). La legua castellana, de 5 572 m, es casi cuatro veces la milla romana.

Al describir provincias romanas de cultura no latina figuran las unidades usuales en tales lugares. Por ejemplo, el estadio egipcio (30 codos), el parasanga indio (375 millas), el pie griego (0.31 m), etc. Ciertas unidades, como el día de navegación, son muy imprecisas.

Las superficies agrícolas son expresadas, a veces, en yugadas (jugerum) de unos 2 000 m2, pero, más corrientemente, en pies cuadrados. Los volúmenes, en modios (de 8.75 litros) y ánforas (tres modios). La unidad básica para pesos es la libra de 12 onzas, aproximadamente de 327 gramos; el semis era la media libra.

La moneda básica fue el as; el sestercio valía dos ases y medio y el denario 10 ases, pero la más usual era el sestercio. El peso inicial de bronce que contenía el as se redujo en ciertas épocas; en 187 a. c. sólo tenía una onza de aquella aleación.

Esperamos que los datos e informaciones aportados en esta introducción, así como los rasgos que hemos tratado de describir en forma sumaria de la Historia natural de Plinio y de la versión de Francisco Hernández, juntamente con sus "Intérpretes”, servirán de nueva fuente de conocimientos para posteriores estudios arqueológicos, históricos y, en general, científicos. El primer autor, en pleno Imperio romano, y el segundo, en el momento culminante de la expansión de su país, fueron notables exponentes de dos culturas que han dejado huella permanente en la historia de la humanidad.

Advertencia:

Los números arábigos volados del texto de Plinio corresponden a las aclaraciones y notas con que Hernández comenta el texto, y éstas se encuentran al final de cada capítulo bajo el título de "El Intérprete”.

Las letras voladas, tanto en el texto de Plinio como en el correspondiente de Hernández, se refieren a indicaciones del editor y deberán buscarse al final del texto correspondiente.





1 Véase: Germán Somolinos d’Ardois, “Vida y de Francisco Hernández, I, Universidad Nacional de Obra de Francisco Hernández”, en Obras Completas México, 1960.

2 C. Plinius Secundus, Historia Naturalis (ed. Johannes de Spira), Venecia, 1469.

3 Ahora en la Biblioteca Nacional de Madrid, MS. 10042.

4 Hermolai Barbari, Castigationes Plinianas, Roma, 1492-3.

5 Beatus Rhenani, In Cayo Plinio Annotationes, Basilea, 1526.

6 Basilea, 1525.

7 Segismundi Gelenii, Historiae Mundii libri triginta septem, Basilea, 1548; otra ed. 1549; otra ed. 1554

8 Ferdinandi Pintiani, Observaciones ... in loca obscura aut depravata, Salamanca, 1544.

9 Christhoporo Landino, Historia Naturale di latino in volgare tradotta, Venezia, 1476; otra ed. 1543.

10 Ludovico Domenichi, Historia Naturale tradotta per ..., Venezia, 1561.

11 Gerónimo de Huerta, Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, Madrid, Luis Sánchez, vol. I, XXVIII + 907 pp., 1624; vol. II, XVI + 720 pp., 1629.

12 Los mapas y dibujos intercalados en los seis primeros libros se han elaborado siguiendo los datos que da Hernández en el texto y fueron dibujados, siguiendo indicaciones nuetras, por Luis Covarrubias. Los dibujos incluido en los libros 7 y 8 se tomaron de Caii Plinii Secundi. Des wijtberoemden hoochgheleerden ouden Philosophi ende Natuer Kondighers Boecken ende Schriften, impreso en Hoorn por Pieter Iansz. Van Campen para el librero de Amsterdam Hendrich Laurentiz, y de la edición de la traducción de Plinio realizada por Gerónimo de la Huerta y publicada por Luis Sánchez, Madrid, en 1624.

TOMO IV. HISTORIA

NATURAL DE CAYO

PLINIO SEGUNDO 1