CAPITULO XXIV


Del TEUHTLACOZAUHQUl o señora de las serpientes


Es el TEUHTLACOZAUHQUI una serpiente muy temible que los criollos llaman víbora por la fiereza y crueldad de su mortal mordedura; tiene cuatro pies o más de largo, y uno de ancho en su grosor medio, dorso prominente, cabeza de víbora, vientre blanco con amarillo y los lados cubiertos de escamas blancas, pero con franjas negruzcas a trechos; el dorso es pardo con rayas amarillas que se entrecruzan en el mismo espinazo. Hay muchas variedades de esta serpiente no muy diversas entre sí, y todas matan con su mordedura si no se acude rápidamente a curarla. Si se la irrita o se la toca se enrosca formando bolas, tuerce la cabeza haciéndola irregular, y se resguarda de tal modo que no se la puede atacar por ninguna parte. Se ha ideado meter en la tierra y cubrir bien con ella los miembros que han sufrido su mordedura, y tenerlos así hasta que el dolor cese por completo y se cure la enfermedad, casi siempre, según dicen, con buen resultado. Se desliza por las rocas con gran rapidez y, cosa extraña, menos rápidamente por la tierra y lugares planos, por lo que algunos mexicanos le han dado un nombre derivado de viento, llamándola ecacóatl. Cuantos son los años de su edad, tantos ruidosos cascabeles tiene en el extremo de su cola unidos entre sí a manera de vértebras. Los ojos son negros, de mediano tamaño. Tiene en la mandíbula superior dos colmillos encorvados por donde arroja el veneno, y cinco dientes pequeños a cada lado en la misma mandíbula, que se ven fácilmente cuando abre la boca. Camina ondulando. A los que muerde se les hacen grietas en todo el cuerpo, y mueren, según se dice, al cabo de veinticuatro horas. Los indios que las cazan las cogen impunemente de la cola teniéndolas suspendidas, pero ellas retuercen el cuello, hacen sonar sus cascabeles y sacuden el cuerpo en todas direcciones, haciendo cuanto pueden por vengarse del cazador. Oigo decir a muchos de los que alimentan y crían esta serpiente en sus casas, que dura un año entero sin alimento ni bebida. Aseguran los panucenses que la cabeza, cortada, adquiere al cabo de diez días el grueso y tamaño de un muslo. Son muchísimos los que han podido domesticarla y la tienen en sus casas como un lujo. Arroja el veneno por los canales de los colmillos, que son huecos. Afirman algunos que es vivípara, pero erradamente, según lo he sabido por el relato más verídico de otros. Cuando se la hace enojar molestándola, sacude y suena fuertemente sus cascabeles y yergue el cuello no sin temor de quienes la miran, pero no muerde sino oprimida e irritada. Con los colmillos, que guardan para remedio, punzan los médicos mexicanos el cuello y la nuca de los que sufren dolor de cabeza; y con la grasa de este animal, casi el más dañino de todos, untan los lomos para calmar sus dolores, o cualesquiera otras partes del cuerpo que duelan, y también resuelven los tumores. Comen los indios su carne, y aseguran ser completamente verídico que es mejor y más sabrosa que la de gallina. Envuelta esta serpiente en un lienzo por delgado y ralo que sea, pierde a tal punto su fiereza que un niño puede llevarla a dondequiera sin miedo ni daño. Dicen que atándose al cuello la cabeza de este animal, lo mismo que la de víbora, alivia a los enfermos de la garganta y a los que tienen fiebre. Curan las mordeduras de todas las serpientes que tienen cascabeles con excremento humano tomado en dosis de dos onzas con una cantidad conveniente de agua, o con pícietl mascado y aplicado a la herida, y también con las hojas del árbol hoitzmamaxalli, muy común en este Nuevo Mundo, machacadas y aplicadas, como ya se ha dicho al hablar de los árboles. Es muy bueno asimismo contra este mal el chipáhoac, llamado por otros acuitzehuaríracua, del que tratamos al estudiar las hierbas. Se encuentra en lugares cálidos de esta Nueva España.

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TOMO III. HISTORIA NATURAL DE LA NUEVA ESPAÑA 2