Hernández durante el siglo XIX y en la actualidad


NO obstante las muchas mejoras que contenía la nueva edición, como son el texto original de Hernández y las descripciones de plantas en número muy superior al que en ediciones anteriores, y principalmente en el libro de Roma, podían consultarse, aunque parezca extraño, no obtuvo la repercusión científica inmediata que podía suponerse y que los autores materiales de la impresión esperaban.

Las razones invocadas para este fracaso han sido muchas, pero ninguna satisfactoria: se ha dicho que la Revolución francesa con su enorme repercusión social y política impidió la difusión del libro por Europa; también se achaca a la situación decadente del Estado español que, precisamente a raíz de publicarse el libro, cae primero en las manos si no ineptas por lo menos inadecuadas de Godoy, para continuar en una serie de sucesos, revueltas y situaciones inestables que culminan en la invasión francesa, con la consiguiente guerra de independencia, y que se continúan muchos años después en gobiernos transitorios, situaciones difíciles y guerras civiles casi continuas que duran muchas décadas.

También se ha pensado que el libro ya no despertaba el interés científico que un siglo antes había tenido. La estructura de la ciencia había cambiado; la sistemática y la experimentación habían sustituido en los estudios biológicos al método puramente descriptivo que durante siglos fue la norma para los estudios de la naturaleza. Por otro lado, en el siglo XVI y XVII las observaciones de Hernández eran, si no las únicas, por lo menos las más completas y agudas que existían sobre la naturaleza americana, pero al terminar el siglo XVIII ya habían sido muchos los viajeros y observadores que habían tenido ocasión de ampliar, mejorar y modernizar lo que Hernández había descrito.

Sea cual fuere la razón (lo más probable es que todas ellas influyeran de uno u otro modo), la realidad es que el libro que Gómez Ortega había preparado con tanto cuidado no tuvo casi resonancia en Europa; hoy todavía es difícil encontrar ejemplares de esta obra por las bibliotecas europeas. Inversamente, fuese por las remesas enviadas desde España o porque en América el libro tenía interés como elemento fundamental para los estudios naturales, el hecho es que se difunde rápidamente por los países americanos convirtiéndose en libro de consulta habitual.

La comprobación objetiva de estos hechos la tenemos al repasar la trayectoria de los conocimientos hernandinos en los primeros años del siglo XIX. En España su nombre vuelve a desaparecer; lo recuerda Ignacio de Asso, el famoso economista, botánico y jurista, miembro activo ilustrado de la Sociedad Económica de Zaragoza, cuando ya viejo, en 1801, escribe su Discurso sobre los naturalistas españoles.1 Se le recuerda también cuando a la vuelta de Martín de Sessé, en 1805, cargado de especies vegetales nuevas, dibujos de aves ignoradas y otras muchas cosas desconocidas en Europa, revolviendo en la biblioteca de El Escorial cree haber encontrado los manuscritos originales de Hernández;2 lo cita con ánimo literario, en parte polémico, el padre Moxó, al asegurar en sus Cartas mejicanas, que fue la incuria, y no el fuego, la que destruyó los manuscritos hernandinos en El Escorial.3 No volvemos a encontrar en España, hasta que a mediados del siglo se publican las historias de la medicina de Morejón, Chinchilla y Codorniu, ninguna otra referencia a Hernández y su labor, si exceptuamos una corta biografía aparecida en un diccionario de medicina y cirugía que, no obstante estar impreso en Madrid y en la imprenta real, ignora por completo la edición que acaba de hacerse allí mismo y sólo cita a Hernández como autor de una historia de las plantas, de los animales y de los minerales de México, en latín, impresa en Roma en el año de 1651 en folio, muy estimada y rara”.4

Bien es verdad que, durante estos años primeros del siglo, la situación política y cultural de España es una más de las muchas etapas deplorables de su historia. Gobernantes ineptos, pronunciamientos, guerras, persecución de ideas liberales que, como siempre, culminaron en la expulsión y destierro de los intelectuales más eminentes y avanzados, quienes en busca de atmósferas menos cargadas tuvieron que emigrar o huir a otros países más abiertos y tolerantes. No es de extrañar, por tanto, que sea en Londres y entre emigrados españoles, refugiados de las persecuciones del tirano y absolutista Fernando VII, donde se recuerda el libro de Hernández editado en años anteriores y se decida darlo a conocer mediante una noticia insertada en la revista Ocios de Españoles Emigrados5 que, como otras tantas publicaciones análogas de aquellos y otros tiempos, servía de desahogo espiritual a los que esperaban el retorno gastando su tiempo en tareas literarias y artísticas.

Con respecto a las tres historias de la medicina que citamos más arriba, la información sobre Hernández no puede ser más pobre. Si empezamos por la de Codorniu y De la Rubia, nos encontramos que los autores ignoran incluso la edición de Gómez Ortega, inventan un título a la obra de Ximénez y dan por supuesto que éste sacó sus datos de la edición romana.6 Morejón, cuya obra es encomiástica por otros conceptos y sobre todo por el enorme esfuerzo que representa haberla podido terminar en la penuria de materiales con que se desenvolvía, trata insuficientemente el tema de Hernández. Desde luego ignora todo lo referente a su vida, con excepción de que fue toledano, médico de Felipe II y que fue a las Indias Occidentales. Para compensar su desconocimiento copia los párrafos que tratan de Hernández en la Flora española, de Quer, párrafos que, a su vez —ya lo hicimos notar—, Quer había tomado de Porreño o de Sigüenza. Luego inserta, traducido, gran parte del prólogo de Gómez Ortega a la edición matritense, intercalándole algunos comentarios y termina incluyendo íntegro el poema latino de Hernández dirigido a Arias Montano, que Gómez Ortega había colocado al principio de su edición. La referencia, por tanto, es, en este libro, bastante extensa pero nada original.7 En cuanto a Chinchilla se puede decir casi lo mismo. Empieza diciendo que apenas sabe nada de su vida; sigue casi con las mismas noticias que diera Morejón, al cual ataca, según su costumbre, pero esto no impide que le copie casi todos los datos; vuelve a insertar lo de Quer, lo de Gómez Ortega y el poema de Hernández; y la única cosa original que contiene su obra es la descripción de un manuscrito que dice tener en su poder, el cual parece haber sido copia del resumen de Recchi, al que se habían unido algunos papeles que él da como originales de Hernández y que realmente debían de tener bastante interés.8

Casi simultáneos a la publicación de estas historias médicas, y sin que tengan ninguna influencia sobre ellas, aparecen en España un grupo de documentos hernandinos de inestimable valor biográfico. Nos referimos a las siete cartas encontradas en el Archivo de Indias, dadas a la luz de manera rutinaria, junto con otros muchos papeles del Archivo, en la Colección de documentos inéditos para la historia de España.9 Los encargados de la recopilación y transcripción de los documentos incluidos en esta Colección los recogen sin darles mayor importancia. Pasarán bastantes años antes de que los datos contenidos en las cartas sean utilizados para el conocimiento de Hernández.

Una vez que hemos repasado lo ocurrido en España con respecto a Hernández, durante la primera mitad del siglo XIX, veamos qué pasaba en el mismo tiempo en el resto de Europa. Lo primero que se nota es la total ignorancia del libro editado en España; tanto Sprengel, quien en su historia de la medicina dedica un recuerdo a Hernández,10 como Odescalchi, cuando escribe la historia de la Accademia dei Lincei,11 solamente hacen referencia a la edición romana, única que al parecer conocen. Lo mismo puede decirse de autores como Chaumeton que, al reunir los materiales para su bella y monumental obra sobre la flora médica, todo lo que recoge de Hernández está tomado de la edición romana;12 y, naturalmente, de Cuvier, que trata sólo de animales y que recurre a las descripciones hernandinas del “Tesauro” — por cierto que advierte con gran agudeza que en el libro es preciso separar, de un lado, lo que vio y describió Hernández y, de otro, todo lo que le añadieron Recchi y sus seguidores.13

Especialmente dedicados al estudio de Hernández y de sus observaciones encontramos en estas primeras décadas del siglo XIX, en Europa, sólo dos trabajos, publicados conjuntamente en Berlín. El principal es de Lichtenstein, y está dedicado a comentar, traducir al alemán e interpretar los animales cuadrúpedos descritos por Hernández y contenidos en la edición romana.14 El otro, complemento del anterior, aun siendo menos importante dentro de la biología, tiene mayor interés por la calidad de su autor y la rareza de su tema. Se trata de una aclaración (Erklärung es la palabra usada) que escribe el famoso filólogo, poeta y político alemán Guillermo von Humboldt, hermano de Alejandro, después de retirado a la vida privada, en su finca de Tegel, sobre las etimologías, orígenes y significados de las palabras aztecas usadas por Hernández para denominar a los animales mexicanos. Como él mismo confiesa, sus conocimientos han sido adquiridos principalmente a través del diccionario de Fray Alonso de Molina; consigue felices interpretaciones y traducciones de dichas palabras, que confirman una vez más su autoridad en cuestiones lingüísticas.15

El desconocimiento de la obra editada en Madrid sigue siendo manifiesto y, si no lo ejemplificara lo que llevamos apuntado, bastaría repasar los capítulos sobre Hernández en el diccionario especializado de A. J. L. Jourdain, Biographie médicale. Dictionnaire des sciences médicales, publicado en París durante los años 1820 a 25, o el famoso diccionario histórico de la medicina que publica en 1836 Dezeimeris, y que más de medio siglo después seguía siendo la fuente biográfica más consultada sobre autores y obras de medicina.16 En esta obra el autor dedica a Hernández una página, relata los datos clásicos de su viaje por encargo de Felipe II, el gasto de los 60 000 ducados, ignora el incendio de El Escorial, pues asegura que allí se conservan 17 volúmenes de sus escritos, habla de la edición de los Linceos y de Recchi, y copia los títulos de la edición romana y del libro editado en México por Ximénez. O sea que, a los 46 años de publicada la edición de Gómez Ortega, cuando el bibliotecario de la Facultad de Medicina de París, que tal era el cargo de Dezeimeris en aquel momento, escribe una obra histórica y bibliográfica de la medicina, ignoraba la existencia de la nueva edición de Hernández. Si esto ocurría entre los que por su especialidad debían tener mayores conocimientos, no debe extrañarnos que obras de carácter general, como el famoso diccionario histórico y biográfico de Feller, apenas sepan de Hernández poco más que su nombre y la referencia del libro romano.17 Por esta misma época, el botánico alemán Karl Ludwig Blume, que a la sazón enseñaba botánica en Leyden, eleva el género hernandia, que había propuesto Jussieu y aceptado y confirmado Linneo, a la categoría de familia; desde entonces se admite la familia de las hernandiáceas, uno de cuyos géneros precisamente es el hernandia, representado por un arbusto veracruzano conocido vulgarmente como aguacatillo.

En este estado las cosas, se llega a mediados del siglo XIX. No hemos tratado hasta ahora de América; cuando tratemos de este continente nos referiremos a los países de habla española, pues en los Estados Unidos la ignorancia sobre Hernández era todavía mayor que en Europa. Como ha demostrado recientemente el Dr. Izquierdo, a principios del siglo XIX, el Dr. Samuel Mitchill, profesor de Historia Natural, Botánica y Materia Médica en el College of Physicians and Surgeons de Nueva York, ignoraba casi todo lo referente al protomédico, al punto de que, al citarlo, incurría en errores lamentables.18

Respecto a los países de habla española, especialmente México, el aspecto era muy diferente. El interés por la obra de Hernández subsistía e incluso llegaba a libros de tema alejado de la historia natural; así, encontramos como ejemplo la referencia que Miguel Valero Olea hace a la labor del protomédico, al recordar lo celebrado que fue en su tiempo en Europa y al compararlo con Dioscórides, en un manuscrito que se conserva en la Universidad de Austin (EE. UU.), fechado en 1793, titulado Descripción del estado eclesiástico, secular y regular del arzobispado de México. Unido a este interés latente, los libros enviados empezaron a divulgarse entre todos aquellos dedicados a estudios de las ciencias naturales. Aunque la Expedición Botánica dirigida por Sessé había tenido sus dificultades y se entablaron controversias y disensiones entre los enviados de España y los ingenios mexicanos, en especial Alzate, controversia que, como dice Izquierdo, fue ocasionada por “el desmesurado orgullo de los recién llegados peninsulares”,19 la realidad es que el interés por la botánica estaba activo y que el nombre de Hernández se utilizaba continuamente. Una interesante prueba de cómo el prestigio de las observaciones hernandinas presidía las ideas de todos los médicos y naturalistas de México la encontramos en el curioso caso de la mujer enferma de hidrofobia que ingresó en el Hospital de San Pedro, Puebla, en 1795. El caso está prodigiosamente recopilado por el Dr. Izquierdo; no tendría objeto repetirlo, pero sí señalar que se invocó entonces la autoridad de Hernández al describir las propiedades de la hierba curativa, pues se le adjudicaron al protomédico una serie de observaciones que en ningún momento aparecen en su obra, las que los autores pretendían hacer suyas para aumentar el interés por las propiedades curativas de la planta.20

En el documentado estudio que sobre Montaña publicó recientemente el Dr. Izquierdo, queda también patente el interés que tuvo este extraordinario espíritu progresista de la medicina mexicana en estudiar a Hernández, y cómo, en colaboración con Mociño, inició el estudio de las acciones terapéuticas de las plantas mexicanas en las salas de observación de los hospitales Real de Naturales y de San Andrés, con las obras de Hernández, de Ximénez y de Sahagún como guía. Aunque los resultados de estos estudios no han llegado a nosotros y sólo conocemos datos dispersos de lo que allí se hizo, no por esto disminuye el valor de quien los inició, ya que se demuestra el interés vivo que todavía existía por la obra del protomédico.21

Durante los años de las guerras de independencia, es natural que el interés por los estudios científicos disminuyese y que la producción resultara escasa o nula, difícilmente puede esperarse que en una sociedad revuelta y alterada, con guerras intestinas y trastornos públicos y políticos que conmovieron hasta lo más profundo la estructura estatal, nadie encontrara la tranquilidad necesaria y los materiales adecuados para la investigación. Fue preciso esperar que las guerras de independencia culminaran y que las pasiones por ellas desatadas se fuesen acallando al par que se pacificaban los espíritus, para que las tareas de estudio y trabajo se reiniciaran. Por esta razón, después del interés evidente que durante los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX se tiene por Hernández y sus trabajos, pasan más de veinte años antes de que volvamos a encontrar la huella de su influencia.

Cuando México se independiza y se libra de la tutela colonial, que tanto había perjudicado el libre desenvolvimiento de su cultura, sea por una reacción natural o también porque era el país científicamente más adelantado, el hecho es que rápidamente trata de absorverle e incorporarse al movimiento de Francia y a sus progresos. Todo en el nuevo México va tomando un aire francés, tanto en los aspectos científicos como en los político-sociales, y hasta en las costumbres y los hábitos de sus moradores. La enseñanza universitaria se moderniza con base en normas francesas, principalmente en el aspecto de los estudios médicos, y, sin embargo, cuando se trata de volver a trabajar sobre la naturaleza y sus productos, nos encontramos con que los investigadores recurren de nuevo a las fuentes originales del conocimiento natural de México. Toca a Hernández ocupar el primer lugar entre ellas.

Debido a este esfuerzo de emulación europea, se producen en México una serie de acontecimientos, todos ellos loables, encaminados a la renovación de una ciencia que en los últimos años del período colonial había llegado al más completo estado de atraso e incapacidad. Uno de los métodos de renovación fueron las academias; en la famosa Academia Médico Chirúrgica de la Puebla de los Ángeles, que se fundó en 1824 después de consumada la independencia, volvemos a encontrar el hilo de la influencia hernandina. Tuvo esta academia desde sus comienzos intensa actividad editora, pues se debe a ella, por los esfuerzos de sus miembros, la publicación de varios libros y trabajos. De éstos el más importante fue sin duda el Ensayo para la materia médica mexicana, que salió a la luz en 183222 gracias a los trabajos de un grupo de socios de la academia, encabezados y dirigidos por Antonio de Cal y Bracho, socio farmacéutico de la entidad; éstos recogieron la idea de Mociño y Montaña cuando en los hospitales de México iniciaron el estudio de los productos medicinales de la naturaleza mexicana y, tratando de llevarla a la práctica, estuvieron “cotejando, para ello, los datos antiguos, principalmente de De Historia Plantarum Novae Hispaniae, de don Francisco Hernández, con los de contemporáneos que habían hecho estudios relativamente recientes en el país”.23

Mientras estos acontecimientos sucedían en México, el Barón von Humboldt, que había recorrido media América y permanecido en México tiempo suficiente para adquirir una precisa imagen de sus características y problemas, al escribir su trascendental obra se acuerda de Hernández y se refiere a él, por cierto, con algunos datos que sólo podía haber obtenido en la edición matritense, consultada probablemente, o adquirida, durante su paso por la Nueva España.24

También muy curiosa, de esa misma época, es la referencia que hace a Hernández el historiador León y Gama, aunque suponemos es de fecha anterior, ya que nosotros no hemos podido consultar más que la segunda edición de su obra.25 El mayor interés de esta cita estriba en que León y Gama recurre a Hernández como historiador, recogiendo párrafos de su descripción del templo máximo mexicano. Como el original de este escrito de Hernández, que según ha demostrado recientemente el Dr. León-Portilla es una traducción latina de un texto castellano de Sahagún,26 estaba inédito en esa fecha entre los papeles que había preparado Gómez Ortega para los tomos que quedaron sin editar, León y Gama recoge su material de la transcripción que de dicho trabajo hizo Nieremberg en su Historia Naturæ Maxime Peregrinæ. Probablemente se trata de la primera vez que se acude a la autoridad de Hernández como historiador de Indias, aspecto anexo a su cometido de naturalista, de cuya actividad han quedado resultados apreciables.

Llegamos también en México a la mitad del siglo XIX; a partir de sus años centrales, se despierta cada vez con más fuerza el interés por Hernández y sus trabajos, de tal manera que desde entonces hasta el día de hoy se ha producido una serie ininterrumpida de estudios y trabajos dedicados a profundizar en el conocimiento del protomédico y de sus obras, estudios que reseñaremos después de repasar lo que se hizo en el resto del mundo.

También en España se avanza bastante, durante la segunda mitad del siglo XIX, en el interés por la figura de Hernández, aunque no tan intensamente como en México; así, tenemos que Fernández de Navarrete, que ya había publicado las famosas cartas de Hernández en la Colección de documentos, vuelve a ocuparse del protomédico con motivo de su Biblioteca mairítima, exhumando algunos datos y documentos hasta entonces ignorados.27 Colmeiro, al escribir su libro sobre la botánica y los botánicos de la Península Ibérica,28 recoge todo lo que se sabía hasta entonces de Hernández; le dedica un detenido estudio con algunos datos originales que más adelante, en 1892, repite al celebrarse el ciclo de conferencias del centenario del descubrimiento de América.29

Durante la segunda mitad del siglo XIX, se produce en España un importante movimiento de estudios bibliográficos e históricos dedicados a América, la mayoría de los cuales recogen las obras de Hernández añadiéndoles datos biográficos, en ocasiones de interés. Entre los tratados bibliográficos que merecen citarse tenemos los de Gallardo,30 a mediados del siglo, y el de Picatoste, al final.31 Respecto a estudios y recopilaciones históricas, son importantes para nuestro tema la impresión del original de Cabrera de Córdoba32 y los dos tomos que bajo el título de Cartas de Indias33 recogen gran cantidad de documentos epistolares de los primeros tiempos coloniales, en los cuales el recopilador, que fue Justo Zaragoza, intercala cortas biografías de los personajes relacionados con las cartas. La dedicada a Hernández contiene algunos datos importantes. También merecen citarse las Relaciones geográficas del Perú34 publicadas por Jiménez de la Espada, que contienen en el prólogo datos originales sobre Hernández utilizados como antecedentes, y el grupo de trabajos publicados a fines del siglo con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América, constituidos por la colección de conferencias que con tal motivo se pronunciaron en el Ateneo de Madrid. En casi todas las que se roza el tema de la naturaleza de América sale el nombre de Hernández, en ocasiones con cierta originalidad, como en los trabajos de San Martín35 y en el de Colmeiro, citado más arriba. Con la misma intención de conmemorar el centenario americano, se publica ese mismo año, en Sevilla, un estudio sobre los naturalistas españoles en América, donde naturalmente vuelve a salir la figura de Hernández, si bien el autor no aporta en realidad nada nuevo.36 También aparece el nombre de Hernández durante esta segunda mitad del siglo en obras de otros autores, pero con menos interés, ya que los datos dejan de ser originales, pues están tomados en su mayor parte de Colmeiro o de las cartas de la Colección de documentos inéditos. En este caso debemos recordar las referencias a Hernández que hace Menéndez y Pelayo en algunas de sus obras, como en La ciencia española y en la Historia de los heterodoxos españoles.37

Fuera de España son menos abundantes los trabajos dedicados en esta época a estudiar o recoger datos de Hernández; sin embargo, tenemos uno muy curioso de La Habana, donde Juan Ignacio de Armas trata de clasificar científicamente todos los datos zoológicos recogidos por los escritores de la conquista de América. Precedido de un buen prólogo general, cuando trata de Hernández lo hace con buen conocimiento y pocos errores, impugnando la edición romana por sus “comentarios difusos e impertinentes”.38 En Italia se ocupan de Hernández y de sus obras, refiriéndose siempre a la edición romana; de este modo podemos encontrar a mediados del siglo el trabajo de Rezzi,39 al que siguió poco después la nota y el documentadísimo estudio de Salvatore Proja, quien hace un trabajo bibliográfico muy detenido y profundo sobre la edición de los Linceos y sus variedades y vicisitudes.40 Menos importante, tratado el tema sólo de pasada, tenemos el trabajo de Del Gaizo,41 así como frecuentes referencias en los trabajos académicos de los miembros de la Accademia dei Lincei. En Francia, Alemania y en Inglaterra, el nombre de Hernández se generaliza en casi todos los diccionarios biográficos que se editan con profusión en esa época, casi siempre con cortedad de datos y algunas inexactitudes, pero interesantes por lo que representan para el mantenimiento del interés por nuestro autor. Resulta imposible recoger la totalidad de estas citas, cosa que obligaría a efectuar una búsqueda cuidadosa por todas las enciclopedias y diccionarios biográficos; sin embargo, como ejemplos, citaremos los de Gregoire42 y Firmin Didot, en Francia,43 el editado por Urban & Swarzemberg, en Alemania y Austria,44 y aun el de Quaritch, en Inglaterra,45 si bien este último debe ser con más razón incorporado al grupo de publicaciones dedicadas a recoger datos bibliográficos de libros americanos, que también se producen con abundancia en estos años, y entre los que citaremos, porque se refieren a Hernández, los trabajos de Trommel, en Alemania, y los de Ledere, en Francia.46 Finalmente, entre el grupo de los americanistas que tanto florecen en estos años de la segunda mitad del siglo, son muchos los trabajos que recuerdan y se refieren a la labor del protomédico; unos de pasada, como Jourdanet y Siméon, cuando traducen y editan la Historia del padre Sahagún,47 y otros utilizándolo como fuente informativa, al modo que lo hace Siméon Remi, cuyo diccionario de la lengua náhuatl, en la parte de botánica y medicina, está en su mayor parte tomado de Hernández.48

Y, naturalmente, en todos los países de Europa, cuando se trata de hacer historia de las ciencias naturales, se recoge el nombre de Hernández, con bastante fantasía y desconocimiento en unos casos, como ocurre con Monlau,49 o con más conocimiento de causa, como en Carús,50 quien, porque trata sólo de animales, se refiere a la edición romana.

Después de este repaso por el mundo volveremos a México. Como ya advertimos, se produce desde mediados del siglo pasado un movimiento de interés creciente hacia la figura de Hernández, que podríamos reseñar comenzando con la referencia que hace el americano Mayer en su obra sobre México, de 1844, aunque, por su carácter literario y por su enfoque de libro de viajes, no tiene mayor importancia.51 Creemos sin embargo que, antes de relatar los trabajos mexicanos de esta época, es interesante recordar un hecho muy curioso ocurrido entonces entre México y España, y que permaneció ignorado hasta que nosotros tuvimos noticia de los documentos que lo atestiguan.52

Cuando ya la independencia mexicana estaba completamente consolidada y se habían establecido relaciones diplomáticas entre España y el nuevo país, el ministro plenipotenciario de España en México, que era Pedro Pascual de Oliver, recibió una petición confidencial del intendente de la Casa Real de Madrid para que le fueran enviadas semillas y especies de árboles mexicanos con objeto de plantarlos en las posesiones reales que estaban a su cargo. Con este motivo, el representante diplomático español recordó las diversas expediciones científicas que en épocas anteriores habían venido a México y escribió al ministro de Estado de España, su superior inmediato, la siguiente carta:


“Excelentísimo señor


“Muy señor mío: La circunstancia de haberme pedido confidencialmente el señor intendente de la Real Casa algunas semillas de árboles mexicanos para las posesiones de su majestad, me ha hecho pensar en la riqueza que encierra este país en los tres ramos de la historia natural, y, considerando los muchos descubrimientos que se habrán hecho desde que el docto naturalista Hernández concibió sobre esta materia en tiempos del señor Felipe II y el poco o ningún fruto que produjo para España la Expedición Científica enviada por el señor don Carlos III al cargo de don Martín de Sesé, me atrevo a proponer a vuestra excelencia la idea de que el gobierno de su majestad envíe a esta América alguna persona o personas versadas en la botánica, la zoología y la geología a fin de que, con el apoyo y auxilio de esta legación, puedan formar colecciones de las preciosidades naturales que aquí se encuentran, no sólo para trasladar a nuestra patria tan útiles conocimientos, sino para ensayar después la aclimatación en la Península de algunos de los infinitos vegetales preciosos que cubren estos bosques, montes y valles, de los cuales solamente diré que existen, según se me ha informado, cuarenta variedades de encino, desconocidas entre nosotros, y cuya madera es excelente para toda clase de construcción.

“No dudo que vuestra excelencia, en quien tanto sobresale el amor a la patria y a las ciencias, acojerá favorablemente este pensamiento si lo considera de alguna utilidad, o me disimulará en caso contrario la libertad que me tomo de proponerlo llevado de mi buen deseo.

“Al visitar el Museo Mexicano, me han ofrecido sus directores proporcionar a nuestro Gabinete de Historia Natural cualesquiera objetos de los de este país que hayan podido deteriorarse o perderse con el transcurso del tiempo y se tenga interés en su reposición, cuya apreciable oferta ruego a vuestra excelencia se sirva poner en conocimiento de la Junta Gubernativa del Gabinete.

“Aprovecho esta oportunidad para renovar a vuestra excelencia las seguridades de mi más distinguida consideración y respeto, y pido a Dios, etc.


Excelentísimo señor conde de Almodóvar.

Primer Secretario del Despacho de Estado.

“México 14 de Marzo de 1843.”


La redacción nos muestra que el ministro español era un hombre activo y de buenas intenciones, probablemente deslumbrado con la naturaleza de México y deseoso de hacer partícipes de su admiración a sus compatriotas. Pero también nos muestra la buena disposición que existía, sin rencores ni recelos, entre los biólogos mexicanos y el representante de España, cuando los directores del Museo Mexicano se ofrecen a surtir el Gabinete de Historia Natural con los objetos que allí se hubieran podido perder o deteriorar.

La iniciativa de Pascual de Oliver llegó a Madrid y, según nos informa un segundo documento conservado en el expediente y firmado por el eminente marino Olegario de los Cuetos, que a la sazón desempeñaba de modo interino la cartera de Estado, fue turnado al ministro de la Gobernación por orden del regente del reino, que era el general Espartero, probablemente para que informara sobre ello. No hubo lugar a tal cosa; la carta tiene fecha del 24 de mayo de 1843, y el día 23 se había iniciado en Málaga la sublevación que, extendida a toda España, obligó al propio Espartero a ponerse al frente de las tropas para batirse en retirada y huir el 3 de agosto, en un barco inglés, camino de Londres. Olegario de los Cuetos murió a fines del año, y el ministro de su majestad en México fue sustituido pocos meses después por Salvador Bermúdez de Castro. Las buenas intenciones quedaron únicamente en el papel, sin posible realización.

Nos indica el hecho arriba relatado que el interés por la naturaleza de México estaba vivo y que la memoria de Hernández subsistía en todos los sectores del país, por esto no es de extrañar que Leonardo Oliva, al emprender la redacción de sus Lecciones de farmacología, utilizara continuamente los conocimientos hernandinos cada vez que en el libro se hace referencia a alguna de las plantas medicinales de México.53 Probablemente Oliva, como casi todo el que tiene ocasión de conocer al detalle la obra de Hernández, sintió deseos de profundizar más en la figura y en la labor del protomédico; se sabe que escribió un extenso trabajo titulado Comentarios a la «Historia natural mexicana» del Dr. Francisco Hernández, que quedó en manuscrito, inédito hasta el momento de su muerte. Fue visto por Nicolás León; ahora está perdido.

Suponemos que este manuscrito debió de estar fechado a fines de la década del 50 o principios de la del 60, la época de mayor actividad de Oliva; su pérdida ha sido muy lamentable. Posteriormente, Oliva vuelve a tratar de Hernández, de pasada, cuando escribe su discurso sobre la historia de la botánica.54

A partir de esta época, los trabajos mexicanos donde se utilizan materiales de Hernández o se trata de su figura son muy frecuentes; probablemente el más antiguo es el de Juan J. León, quien traduce párrafos de la edición matritense para su estudio sobre el mal del pinto.55 Pimentel, pocos años después, publica un trabajo lexicográfico sobre los nombres utilizados por Hernández para denominar el maguey;56 también por la misma época, José María Reyes recuerda a Hernández al iniciar sus publicaciones sobre el ejercicio médico en México.57 Mientras, Alfaro recoge y traduce los datos hernandinos del chihopatli, cuando estudia esta planta.58

En esta misma época encontramos una pintoresca referencia a Hernández en un libro literario con intenciones históricas. Se trata de la hoy rarísima novela de Natal del Pomar (seudónimo que oculta el verdadero nombre del autor, Pascual Almazán) titulada Un herege y un musulmán: México hace trescientos años, publicada en México, en 1870. El autor, buen conocedor de la historia de México, después de relatar sucintamente la expedición del protomédico, imagina la escena de cómo, pasando por El Tajín (lugar que Hernández nunca visitó), fue llamado con su corte de médicos indígenas para visitar a uno de los protagonistas de la novela, enfermo de cuidado, y que naturalmente sanó de inmediato. No tiene mayor interés que el de demostrar cómo el recuerdo del protomédico subsistía vivo en todos los medios científicos y literarios.

El año 1872 marca en la historia mexicana de Hernández, y en la historia de la medicina mexicana, una fecha fundamental. En este año por primera vez publica Icazbalceta su estudio sobre los médicos de México en el siglo XVI, donde dedica a Hernández una extensa parte, resumiendo todos los conocimientos que se tenían en aquel momento sobre el protomédico.59 Aunque el trabajo no tuvo resonancia inmediata, por el carácter confesional de la revista en que apareció, alcanzó difusión años después al ser incluido en la Bibliografía mexicana del siglo XVI,60 del mismo autor, aparecida en 1886. Este mismo año encontramos que sale a la luz la Historia de la medicina en México de Flores, quien, en toda la parte referente a terapéutica y conocimientos médicos precortesianos, sigue principalmente el texto de Hernández,61 y también aparece el trabajo inconcluso de Paso y Troncoso sobre la botánica de los antiguos mexicanos, que está casi totalmente inspirado en los conocimientos del protomédico.62

El siguiente año de 1887 se publica en México un fragmento traducido de una obra inglesa dedicada a la botánica centroamericana, de la que sólo se tomó la parte referente a México. Allí se hace una corta referencia a Hernández; por cierto que el autor inglés conocía ya la edición de Gómez Ortega, que por no estar ilustrada la consideraba menos inteligible que la romana.63 La traducción la hizo José Ramírez, que años después, se supone, preparó unos índices de las diversas ediciones de la obra de Hernández traducida por Ximénez, que anotó debidamente. Mientras esto ocurría, sabemos que, en Morelia, Nicolás León preparaba su reedición de los Quatro libros de la naturaleza, que, tomados de Hernández, publicó en 1615 Francisco Ximénez. Se conserva la copiosa correspondencia dirigida por Joaquín García Icazbalceta a León, en la cual le envía datos sobre Hernández y consejos para la edición.64

El año 1888 es importantísimo para nuestra historia. Se publican las dos reediciones del Ximénez, la que preparaba Nicolás León y la que se hizo simultáneamente en México,65 y además, en Morelia, se trata por primera vez de escribir una biografía de Hernández lo más documentada posible. El esfuerzo de Nicolás León fue grande y tuvo el éxito merecido. Llegó a conseguir una visión bastante completa de la figura del protomédico con muchos datos que, si no originales, estaban tan dispersos que resultaban casi desconocidos. Este estudio biográfico, durante más de cincuenta años fue el único dedicado a Hernández, fuente a su vez de muchos trabajos posteriores.

Además, en este mismo año, se crea por decreto el Instituto Médico Nacional, institución que durante más de veinticinco años llevó a cabo una profunda labor de investigación científica, principalmente en el campo de la materia médica mexicana, siempre con la vista puesta en Hernández, cuyas obras estaban de tal manera infiltradas en el espíritu de los que allí trabajaban que sus dos publicaciones, El Estudio y los Anales del Instituto Médico Nacional, están llenas de referencias a sus obras. El propio director del instituto, Fernando Altamirano, emprendió la magna tarea de traducir y anotar la obra de Hernández con la intención de publicarla.66 Altamirano, autor de varias decenas de trabajos sobre plantas y materia médica mexicana inicia la mayor parte de sus estudios con los datos obtenidos a partir de los primitivos conocimientos hernandinos. Convertido en ferviente hernandista, Altamirano no escatimó esfuerzo para interpretar y estudiar la obra del protomédico y, además de sus trabajos monográficos sobre elementos aislados, escribe una Historia natural aplicada de los antiguos mexicanos, basada íntegramente en datos hernandinos,67 y un Catálogo explicado de las plantas citadas en la obra del Dr. Hernández,68 Como preparación para el estudio y comentarios de la traducción de la edición de Gómez Ortega, que tenía ya casi terminada, publicó con carácter anónimo un Indice69 de las plantas descritas por Hernández, localizándolas en la edición matritense. Trabajos todos éstos que ocupan al autor durante los últimos diez años del siglo XIX.

Simultáneamente, también otros autores mexicanos siguen interesados en la obra de Hernández; así, encontramos que Duges da a conocer el contenido de animales y minerales del libro romano identificándolos hasta donde fue posible.70 Nicolás León vuelve a ocuparse de la figura del protomédico en su Bibliografía botánica,71 añadiéndole datos nuevos a la biografía que publicara años antes y, según indica, trató de levantar el mapa de las expediciones hernandinas por la Nueva España, cosa que, si llegó a terminar, no aparece en la obra. Otros autores, entre los que se distingue Urbina, trabajaron mientras tanto intensamente sobre los materiales de Hernández, agrupando los conocimientos del protomédico e identificando las plantas por él descritas.72

Mientras esto ocurría en México, Paso y Troncoso, que ya vimos inició sus estudios históricos con un profundo estudio de la botánica náhuatl inspirado fuertemente en Hernández, se había expatriado voluntariamente y se dedicaba a explorar y reconocer los archivos españoles sin perder ocasión de recoger todo lo que sobre Hernández caía en sus manos.

Desgraciadamente, como ya hemos expuesto en alguna otra ocasión,73 el gran drama de la vida de Paso y Troncoso fue su incapacidad para terminar y publicar sus trabajos; siempre le quedaba algo por hacer, y los trabajos y las investigaciones quedaron en muchos casos incompletos y en espera de ser acabados. Esto nos impide tener hoy los datos que Paso y Troncoso recogiera sobre Hernández en España. En su libro Papeles de Nueva España74 anuncia que tiene recogidos bastantes materiales sobre el protomédico y que piensa redactar con ellos un estudio sobre su figura; el hecho es cierto, pues gracias a sus datos nos fue posible encontrar algunos documentos hernandinos, principalmente la partida de defunción. El interés que tenía Paso y Troncoso por la obra de Hernández queda patente con sólo recordar el esfuerzo y los trabajos que llevó a cabo hasta conseguir que el manuscrito de las Antigüedades fuese publicado en edición facsímil,75 y consta, porque algunos lo vieron, que escribió un estudio biobibliografico de Hernández, que hoy desgraciadamente está perdido.76

Por esos mismos años trabajaba también en España el eminente investigador chileno José Toribio Medina; a él se debe el hallazgo de un numeroso grupo de documentos sobre Hernández que incluye en sus libros.77 Nicolás León volvió a ocuparse del protomédico en varias ocasiones,78 sin aportar nada nuevo pero manteniendo el interés de los lectores por su figura. En esta situación se produce en México el comienzo de la Revolución, que momentáneamente paralizó los esfuerzos y trabajos científicos durante algunos años. En plenos años de inquietudes revolucionarias se escribe el trabajo histórico-médico que pudiéramos llamar punto inicial de la historia de la medicina en México como disciplina organizada; nos referimos al magnífico estudio que presentó Nicolás León para solicitar la entrada en la Academia de Medicina; en él, la figura de Hernández vuelve a tomar cuerpo presentada con todo lo que hasta ese momento se conocía.79 Casi simultáneamente y como consecuencia del cierre del Instituto Médico Nacional, Landa escribe la historia de la institución, recordando el fuerte influjo que en sus trabajos tuvo la obra de Hernández,80 pero sin aportar nada nuevo, pues en general, siempre que hay ocasión, se inspira en Nicolás León; hay que admitirlo como un mantenedor más de la memoria del protomédico.

Mientras tanto, por los demás países tampoco se olvida completamente a Hernández; así, en Italia vuelve a tratarse de él en la Accademia dei Lincei, con largas disquisiciones sobre la historia de la edición romana y de las plantas, que entonces fueron bautizadas, en homenaje, con nombres de los miembros distinguidos de la Accademia.81 Un raro trabajo aparece en los listados Unidos, donde se utilizan los datos de Hernández y de otros autores del siglo XVI, como Ximénez y Monardes, con motivo del estudio de una planta.82 En Alemania, sin conexión con otros trabajos, Fritz Lejeune traduce al alemán las cartas que se publicaron en la Colección de documentos inéditos, anteponiéndoles un largo prólogo tomado casi íntegramente del estudio de Nicolás León en la reedición del Ximénez.83 Y en España encontramos que el nombre de Hernández aparece citado en diversos trabajos, pero siempre de modo superficial y de paso, sin aportaciones nuevas de interés. Así lo utiliza Ramón y Cajal en un discurso conmemorativo84 y lo incluyen Fernández Montaña,85 Aragonés86 y otros varios autores en sus trabajos. Cejador, en su historia de la literatura,87 le dedica algunos párrafos, aunque desgraciadamente comete errores lamentables. Con motivo de un estudio general sobre los gobernantes del Perú se publican algunos datos sobre la expedición de Hernández que allí se conservaban.88


Factura de la Viuda de lbarra por la edición “matritense”


Joaquín García Icazbalceta


Nicolás León


José Toribio Medina


Francisco del Paso y Troncoso


Volviendo a México encontramos que, después de un corto trabajo ocasional de Nicolás León,89 y descontando algunas referencias aisladas de tipo literario o general,90,91 se inicia nuevamente el interés por la obra del protomédico con un estudio de Gándara, dedicado a establecer las diferencias existentes entre la edición romana y la de Ximénez de 1615.92 Maximino Martínez, que más adelante se ocupará extensamente de Hernández dedicándole un largo espacio en su obra sobre las plantas medicinales de México,93 publica varias referencias biográficas,94 y Becerra, siguiendo la tradición de fines de siglo, escribe un interesante trabajo en el que, con motivo de haber podido identificar una planta descrita por Hernández en un petroglifo precortesiano, se extiende en el relato de la vida y las obras del protomédico.95 Toda la década del 1920 al 30 está ocupada por trabajos sobre Hernández, algunos de positivo interés, como los publicados por Agustín Barreño en España, quien desde algunos años antes venía interesándose en las obras y en la vida de Hernández. Barreiro, no obstante cometer algunos errores de interpretación, tiene sin embargo el enorme mérito de haber dado a la publicidad documentos tan fundamentales para la historia del protomédico como son su testamento96 y el índice de los capítulos de animales y minerales, que quedaron inéditos en tiempos de Gómez Ortega.97 Pero además de estos trabajos con aportaciones originales, el nombre de Hernández aparece citado continuamente en obras a veces literarias, como las de Reyes;98 históricas, como las de Cantú,99 Noguera,100 Gómez Orozco,101 etc.; o biológicas, como las de Bravo102 y Popenoe.103

Pasan de cien los trabajos sobre Hernández que tenemos recogidos en las dos décadas de 1930 a 1950; reseñarlos todos sería imposible; muchos son simples recopilaciones de datos de autores anteriores y otros no tienen mayor interés que la presencia del nombre manteniendo el recuerdo. Sin embargo, dentro de ese grupo es necesario recordar algunas publicaciones primordiales que han tenido trascendencia posterior. El año 1937 el Instituto de Biología de México, que había heredado el espíritu y en parte el material y la biblioteca del suprimido Instituto Médico Nacional, decidió, por idea de su director Isaac Ochoterena, publicar nuevamente las cartas de Hernández a Felipe II, con lo cual este indispensable material de trabajo se hizo asequible a todos los interesados y se difundió ampliamente por todos los países.104 A las cartas se les añadió un pequeño prólogo bien documentado, para situar la figura, del que es autor Silvio Ibarra Cabrera.105 Ese mismo año, Teixidor, con motivo de la publicación de la correspondencia de García Icazbalceta, saca a la luz las cartas donde éste informaba a León de las cosas que sabía sobre Hernández.106 Tiene interés también, en esta época, la publicación de Silvio Zavala sobre los papeles europeos de Paso y Troncoso,107 108 pues recoge muchos datos de los trabajos que este investigador hiciera en Europa, y el libro de Martínez, ya citado, que por la extensa difusión adquirida amplió mucho el conocimiento del protomédico entre el público. En Estados Unidos, el famoso investigador Wroth descubre y da noticia del probable manuscrito original de Recchi,109 y la Dra. Emmart desentierra del polvo de cuatro siglos el extraordinario Códice Badiano, en cuyo estudio preliminar se ocupa extensamente de Hernández,110 también citado por Sigerist en el prólogo de la misma obra. Estos dos trabajos en lengua inglesa hicieron progresar mucho el conocimiento y el interés por la figura de Hernández entre los investigadores norteamericanos, que hasta entonces habían contribuido poco a su estudio; la consecuencia más próxima la tenemos en unos trabajos de Von Hagen que, aunque plagados de errores, tuvieron mucha difusión,111 y los casi simultáneos de Verdoorm, quien se ocupa de Hernández al mismo tiempo que escribe sobre la historia de la botánica en América Latina.112 Arístides Moll también se ocupa extensamente de la figura del protomédico cuando redacta su libro Aesculapius in Latin America113 si bien todas sus noticias las toma del prólogo de Nicolás León al libro de Ximénez.

En España, en esta misma época, se producen varios importantes estudios sobre Hernández debidos a la pluma de Álvarez López, quien, al estudiar y publicar sus observaciones sobre los comentarios y la traducción del Plinio que había hecho Hernández, dio la voz de alerta para evitar que el protomédico fuese considerado como un simple explorador americano, demostrando que por su cultura, su formación y sus trabajos debía ser incluido entre los grandes humanistas españoles del siglo XVI.114 De las Barras y de Aragón, que ya viejo entretenía sus ocios rebuscando en el Archivo de Indias de Sevilla, publica interesantes documentos sobre las expediciones botánicas del siglo XVIII, como ya sabemos fuertemente relacionadas con la obra de Hernández.115

En México, mientras tanto, se llega a una realización que si bien en la práctica no alcanzó todo lo que de ella podía esperarse, indica sin embargo el elevado interés que en el medio biológico mexicano seguían teniendo los estudios del protomédico. Nos referimos a la publicación de la obra de Hernández, traducida e ilustrada, que inició el Instituto de Biología el año 1942.116 En otra ocasión hemos discutido los aspectos equivocados de esta impresión y sus errores, que motivaron varios artículos críticos muy importantes, especialmente dos de Del Pozo,117 que pueden considerarse como el germen original de la nueva edición de Hernández; pero, dejando a un lado sus fallas, es preciso hacer resaltar que en más de siglo y medio nadie se había atrevido a emprender una empresa de tanta envergadura y que al hacerla realidad se colmaban los deseos de muchos biólogos de México y se cumplía el deseo de Altamirano, quien durante años trabajó en conseguirla. La edición, aunque inconclusa, tuvo un extraordinario éxito, pues permitió dar a conocer el propio pensamiento de Hernández y sus observaciones a un núcleo muy amplio de investigadores y en un idioma asequible a todos ellos. Esta difusión se tradujo en un aumento considerable de los trabajos aparecidos sobre Hernández, así como en el inevitable deseo de conocerlo completo, de tal modo que, en los últimos cinco años de la década de 1940, las referencias a Hernández y los trabajos sobre su figura se multiplican tanto en México como en otros países. Citar nombres es incurrir en la seguridad de omitir algunos importantes, pero de esta época es indispensable recordar a Izquierdo,118 Del Pozo,119 Rioja,120 Beltrán,121 Chardon, en Santo Domingo,122 y Miranda, uno de los autores de la edición de 1942, que después escribió trabajos importantes sobre Hernández.123 El nombre de Hernández se hace indispensable en todos los tratados de la historia científica mexicana, y así aparece en libros y artículos generales como los de Chávez,124 Izquierdo,125 González Guzmán,126 Ochoterena,127 etc. Por cierto que este último autor hace la observación de que Hernández es el único autor que durante el período colonial de México describe de manera original los animales mexicanos, pues algunos otros que también lo hacen, como Ximénez y Clavijero, toman los datos del propio Hernández.

Y llegamos a la etapa final de esta revisión. Desde 1950 hasta el día en que escribimos estas líneas, el interés por Hernández ha crecido de modo extraordinario; el número de trabajos sobre su figura y su obra han doblado en este tiempo a todos los que se produjeron en el resto del siglo; lo que ha permitido alcanzar un mayor y mejor conocimiento de su figura y de la extensión de su obra. España y México han sido los dos países donde este interés ha tenido mayor auge y donde mayor número de investigadores se han ocupado en trabajos de este tema, sobre el que también han aparecido algunos firmados por investigadores norteamericanos.

La revisión detallada de todos estos trabajos superaría nuestros propósitos y la consideramos innecesaria, dado que todo lo que ha llegado a nuestro conocimiento figura en la bibliografía. De todos modos, en el grupo español es importante recordar, por las aportaciones originales con que han contribuido, los trabajos de Álvarez López,128 el libro de Tudela de la Orden,129 un artículo de Benítez Miura130 y los estudios de Oliveros de Castro,131 de Rico Avelló,132 y de Rodríguez Batllori.133 En casi todos ellos existen datos nuevos de interés para la historia hernandina. En los Estados Unidos tenemos el trabajo de la Dra. Benson134 y las búsquedas bibliográficas de la Dra. Langman,135 que nos han aportado datos y documentos antes ignorados. Respecto a México, el volumen más importante y copioso de trabajos ha sido seguramente el del autor,136 dedicado durante varios años al estudio de la figura de Hernández, y después los libros de Gallegos Rocafull,137 de León-Portilla138 y de Sáenz de la Calzada;139 las bibliografías de Guerra140 y de Fastlich141 y un grupo numeroso de trabajos (entre los que se cuentan una buena cantidad de artículos y algún libro) de los que son autores Comas,142 Beltrán,143 Rioja,144 Fernández del Castillo,145 Izquierdo,146 etc.

Llegamos con lo anterior al momento actual, cuando los esfuerzos y deseos de muchos investigadores se han plasmado en realidad al emprender la Universidad Nacional Autónoma de México la edición de las Obras completas de Hernández. La historia de esta edición toca escribirla a otras personas; por ello cerramos aquí la historia de la vida y de las obras de Hernández. No se nos oculta lo anómalo de prolongar una biografía hasta cuatro siglos después de haber desaparecido el héroe cuya vida se relata. Mas, en el caso de Francisco Hernández, resultaba indispensable hacerlo así. Su vida y su obra son un conjunto indisoluble; si la vida material se apagó en 1587, en cambio la energía espiritual que trasmitió a sus obras tuvo tanta fuerza que hoy, a cuatro siglos de haber sido escritas, después de haber padecido las extraordinarias aventuras y vicisitudes que han quedado relatadas en estas páginas, nos encontramos con que aún se mantienen vivas y son capaces de conseguir que los hombres actuales las lean y estudien, con tanto interés como pudieron hacerlo todos aquellos que desde fines del siglo XVI las buscaron y utilizaron como fuentes de saber.






1 Ignacio de Asso. “Discurso sobre los naturalistas españoles”, Anales de Ciencias Naturales (Madrid), vol. 3, n. 9, 1801, pág. 170. Ignacio de Asso fue una de las figuras secundarias pero más activas de la Ilustración española”; profundamente interesado por la economía, escribió la Historia de la economía política del reino de Aragón (Zaragoza, 1798). Anteriormente publicó varios tratados jurídicos y, como botánico, describió la flora aragonesa en varios libros y reunió un copioso y magnífico herbario que más tarde regaló a la Sociedad Económica Aragonesa. También tiene en su haber la traducción al castellano, del idioma sueco original, de los trabajos de Linneo y de las cartas cruzadas entre Linneo y Loefling durante la estancia de este último en España; que publicó bajo el título de Observaciones de historia natural”, en los Anales de Ciencias Naturales, vol. 3, n. 9, 1801.

2 La noticia del hallazgo de los manuscritos de Hernández por Sessé en El Escorial apareció, junto con la reseña de su llegada a España, en la revista Variedades de ciencias, literatura y artes (Madrid), vol. II, núm. 24, 16 de diciembre de 1805, pág. 357.

3 En repetidas ocasiones hemos hecho referencia a esta afirmación del padre Benito María Moxó, aparecida en su libro Cartas Mejicanas (Génova, 1805), págs. 5 y 6. La tesis de Moxó es defender a los españoles de la pretendida barbarie que Linneo les atribuye, aunque al mismo tiempo demostrar el poco interés con que se miraban muchas cosas.

4 Diccionario de medicina y cirugía o Biblioteca manual médico-quirúrgica por D. A. B. La referencia a Hernández aparece en el tomo V, pág. 103, que tiene fecha de 1807.

5 “Noticia del descubrimiento e impresión de los manuscritos de la Historia natural de Nueva España del doctor Francisco Hernández”. Aparecida en la revista Ocios de Españoles Emigrados (Londres, 1825).

6 Antonio Codorniu y José María de la Rubia. Compendio de historia de la medicina (Madrid, 1841). materia un médico del rey de España Felipe II, llamado Francisco Hernández, el cual fue comisionado por este príncipe para estudiar las producciones de la naturaleza en las Indias Occidentales. La obra, titulada De la naturaleza y virtudes de los árboles, plantas y animales de la provincia de Méjico, de que se aprovecha la medicina, contiene un gran número de observaciones suyas, dignas de muchísima consideración; es probable que este tratado, dado a luz por Francisco Jiménez, fue sacado del original latino que se publicó en Roma en 1648...”

7 Antonio Hernández Morejón, Historia bibliográfica de la medicina española (Madrid, 1843). El capítulo sobre Hernández está en el tomo III, págs. 398-408.

8 Anastasio Chinchilla, Anales históricos de la medicina en general y biográfico-bibliográfico de la española en particular (Valencia, 1845). La parte referente a Hernández se encuentra en la sección Historia de la medicina española, tomo II, págs. 165 (1a columna) 182 (2a columna). Los datos referentes a la importancia bibliográfica del manuscrito descrito por Chinchilla aparecen en la Bibliografía Hernandina, n. 35.

9 Colección de documentos inéditos para la historia de España (Madrid, 1842). Las cartas de Hernández aparecen incluidas en el tomo I de la obra, págs. 362-379, y los recopiladores y directores de la edición eran en aquel momento Martín Fernández de Navarrete, Pedro F. de Baranda y Miguel Salvá.

10 Kurt Polykarp Sprengel, Versuch einer pragmatischen Geschitste der Medicin (Halle, 1792-1803).

11 Baldasarre Odescalchi, Memorie storico-critiche dell’ Accademia dei Lincei (Perego-Salvioni, 1806).

12 F. P. Chaumeton, Flore medicale (Paris, 1815-20).

13 Georges Cuvier (barón George-Leopold-Chretien-Frederic-Dagobert), Le regne animal distribué d’après son organization (Paris, 1816).

14 Heinrich Lichtenstein. “Erläuterungen der Nachrichten des Franc. Hernandez von den vierfüssigen Thieren Neuspaniens”. Abhandlugen der koniglichen Akademie der Wissenschaften zu Berlin. Phys. Classe (Berlin), 1830, págs. 89-127. Aunque la publicación fue en el año citado, el trabajo había sido leído en la Academia en la sesión del 29 de junio de 1827 .

15 Wilhelm von Humboldt, “Erklärung einiger Thiernamen aus Hernández thesaurus rerum medicarum novæ Hispaniæ”. Este trabajo aparece en el texto del artículo de Lichtenstein, pág. 124-127.

16 Jean Eugene Dezeimeris, Dictionnaire historique de la medicine ancienne et moderne (Paris, 1836); el capítulo referente a Hernández aparece en el t. III, 1a parte, pág. 117.

17 F. X. de Feller, Dictionnaire historique ou biographie universelle des hommes qui se sont fait un nom par leur genre, leurs talents, leurs vertus, leurs erreurs ou leurs crimes, depuis le commencement du monde jusqu’à nos jours, 9a ed. (Paris, 1837).

18 J. J. Izquierdo, “A note on the early relation between scientists of Mexico and the United States. (Luis José Montana and Samuel Mitchill)”, Journal of the History of Medicine and allied Sciences, vol, X, n. 1, 1955, págs. 45-57.

19 José Joaquín Izquierdo, Montaña y los orígenes del movimiento social y científico de México (México, 1955). La serie de controversias producidas entre el grupo de botánicos españoles y los intelectuales mexicanos, así como la trascendencia de la expedición, aparecen detalladamente descritas, págs. 120-178.

20 J. Joaquín Izquierdo, Raudon, cirujano poblano de 1810 (México, 1949). Ver el estudio del caso a que nos referimos, págs. 58-63.

21 J. Joaquín Izquierdo, Montaña... (ob. cit.), págs. 198-205.

22 Ensayo para la materia médica mexicana, arreglado por una comisión nombrada por la Academia Médico-Quirúrgica de esta capital, quien ha dispuesto que se imprima por considerarlo útil (Puebla, 1832).

23 J. J. Izquierdo, Raudon... (ob. cit.), pág. 239.

24 Alejandro von Humboldt, Cosmos, ensayo de una descripción física del universo. La edición alemana original es de 1845 a 1861; existen varias ediciones en otros idiomas.

25 Antonio León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que… se hallaron… el año de 1790, 2a ed. (México, 1832), pág. 89.

26 Miguel León-Portilla, Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses (México, 1958).

27 Martín Fernández de Navarrete, Biblioteca Marítima Española (Madrid, 1851), tomo I, págs. 454 y 466.

28 Miguel Colmeiro, La botánica y los botánicos de la Península Hispano-Lusitana. Estudios bibliográficos y biográficos (Madrid, 1858).

29 Miguel Colmeiro, Primeras noticias acerca de la vegetación americana suministradas por el almirante Colón y los inmediatos continuadores de las investigaciones dirigidas al conocimiento de las plantas, con un resumen de las expediciones botánicas de los españoles. Colección de conferencias pronunciadas con motivo del centenario del descubrimiento de América en el Ateneo de Madrid (Madrid, 1892), tomo IV, tercera conferencia.

30 Bartolomé José Gallardo, Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos (Madrid, 1862), tomo I, págs. 175-180, y tomo II, pág. 73.

31 Felipe Picatoste y Rodríguez, Apuntes para una biblioteca científica española del siglo XVI (Madrid, 1891).

32 Luis Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, rey de España (Madrid, 1876), tomo II, libro XI, cap. XVII.

33 Cartas de Indias (Madrid, 1877). La biografía de Hernández aparece en el tomo II, pág. 773.

34 Marcos Jiménez de la Espada, Relaciones geográficas de Indias, Perú (Madrid, 1881).

35 Alejandro San Martín, Influjo del descubrimiento de América en las ciencias médicas. Colección de conferencias… (ob. cit.), tomo IV, segunda conferencia.

36 Salvador Calderón y Arana, Los naturalistas españoles en América (Sevilla, 1892), pág. 20.

37 Marcelino Menéndez y Pelayo, La ciencia española, (Madrid, 1877); Historia de los heterodoxos españoles (Madrid, 1880-82).

38 Juan Ignacio de Armas, La zoología de Colón y de los primeros exploradores de América (La Habana, 1888).

39 Luis Rezzi, “Lettera sulla invenzione del microscopio”, Atti dell, Accademia de’ Nuovi Lincei, ann. 5, ses. I, 1852.

40 Salvatore Proja, “Sopra alcuna delle più rare opere degli antichi Lincei les quali si trovano nella Biblioteca Lancisiana de S. Spirito”, Atti delle Accademia de Nuovi Lincei, vol. 12 (2), 2 de enero de 1859, págs. 100-104; y Ricerche critico bibliografiche intorno alla «Storia natural del Messico» di Fr. Hernández (Roma, 1860).

41 Modestino Del Gaizo, Documenti inediti della Scuola Salernitana (Napóles, 1888). Bajo el epígrafe general de “Siglo XVI. Florecimiento de la botánica en Italia , se ocupa de la obra de Francisco Hernández, págs. 8-33.

42 Louis Gregoire, Dictionnaire encyclopédique d’histoire, de biographie, de mytologie et de géographie (Paris, 1875).

43 Nouvelle Biographie générale… publié par MM. Firmin Didot et Cie., sous la direction de M. le Dr. Hoefer (Paris, 1877). Estos mismos editores ya se habían ocupado de Hernández en una publicación anterior titulada Dictionnaire de botanique pratique (Paris, 1850), de donde tomaron los datos para la Nouvelle biographie.

44 Biographisches Lexicon des hervorragenden Aerzte aller Zeiten und Völker (Viena y Leipzig, 1886). El artículo sobre Hernández, no obstante estar firmado Pgl., ha sido tomado íntegramente del escrito por Jourdain en su Biographie médicale de 1820.

45 Bernard Quaritch, Biblioteca hispana (Londres, 1895).

46 Trommel, Biblioteca americana (Leipzig, 1878), y A. Leclerc, Biblioteca americana (París 1878). Citados ambos por Paoli.

47 Histoire generale des choses de la Nouvelle Espagne par le R. P. Fray Bernardino de Sahagún. Traduite et annotée par D. Jourdanet... et par Rémi Siméon (Paris, 1880).

48 Siméon Remi, Dictionnaire de la langue náhuatl ou mexicaine (Paris, 1885).

49 José Monlau, Museo pintoresco de historia natural (Madrid, 1855). Trata de Hernández en el tomo V, dedicado a zoología, pág. 62, donde aparte de errores de bulto confunde al protomédico con otro, llamándolo Fernández.

50 Victor Carús, Histoire de la zoologie depuis l’Antiquité jusqu’au XIX siècle (Paris, 1880).

51 Brantz Mayer, Mexico as it was and it is (New York, 1844). Esta obra ha sido traducida reciente mente y editada en México, en 1953, por el Fondo de Cultura; el traductor y comentarista castellano ha mostrado ignorancia total en lo referente a Hernández, incurriendo en varios errores, como suponer que el párrafo de Hernández referente a los templos mexicanos estaba tomado del libro de las plantas editado por Gómez Ortega, cuando en realidad el autor lo tomó de la trascripción que hizo Nieremberg.

52 Los documentos fueron encontrados por el Dr. Javier Malagón, en el Archivo de la Embajada de España, en México, cuando preparaba el libro Relaciones Diplomáticas Hispano-Mexicanas (México, 1952). Se conservan en el Archivo de la Embajada Española de México, caja n. 23, despacho 236; además del despacho existe un documento anexo firmado por Olegario de los Cuetos, al que nos referimos más adelante.

53 Leonardo Oliva, Lecciones de farmacologia dadas por el catedrático del ramo en la Universidad de Guadalajara (Guadalajara, 1853).

54 Este manuscrito aparece reseñado por Nicolás León en su Bibliografía botánico mexicana (México, 1895), pág. 202. Hemos llevado a cabo diversas gestiones cerca de los familiares descendientes de Oliva para tratar de encontrar este documento, pero han sido totalmente negativas. Pérdida que es muy lamentable, pues hubiera sido el primer intento de estudio crítico de la figura y la obra de Hernández hecho en México. El otro trabajo de Leonardo Oliva, “Discurso sobre la historia de la botánica extranjera e indígena”, La Naturaleza (1a serie), tomo I, 1869, págs. 57-61, es corto y superficial.

55 Juan J. León, “La tiña endémica en Tabasco, Chiapas y el sur de México”, Bol. de la Soc. Mex. de Geograf. y Estad. (1a época), vol. VIII, 1860, pág. 503.

56 Francisco Pimentel, “Observaciones a los nombres aztecas de que usa Hernández al hablar del maguey”, Bol. de la Soc. Mex. de Geograf. y Estad. (1a época), vol. X, 1863, págs. 543-545.

57 José María Reyes, “Estudios históricos sobre el ejercicio de la medicina”, Gaceta Médica de México, tomo II, n. 16, 1866, págs. 241-249.

58 Ramón Alfaro, “Del chihopatli o zoapatle”. Gaceta Médica de México, tomo II, n. 3, 1866, págs. 47-48.

59 Joaquín García Icazbalceta, “Los médicos de México en el siglo XVI”, El Defensor Católico, septiembre de 1872.

60 Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI (México, 1886), págs. 159-178. Posteriormente esta misma obra ha sido reeditada con el mismo nombre, pero extensamente ampliada por Millares Cario en 1954, por el Fondo de Cultura; además de estas dos ediciones el artículo sobre los médicos fue reimpreso en el tomo I de las Obras de D. Joaquín García Icazbalceta que editara Victoriano Agueros en México, en 1905, págs. 67-125, y fraccionado en El Impulsor Bibliográfico, (México, 1948), n. 6, págs. 4-7.

61 Francisco A. Flores, Historia de la medicina en México desde la época de los indios hasta la presente (México, 1886).

62 Francisco del Paso y Troncoso, “Estudio sobre la historia de la medicina en México”, Anales del Museo Nacional de México (1a época), tomo III, 1886, págs. 137-235.

63 W. B. Hemsley, “Bosquejo de la historia de la exploración botánica de México”, La Naturaleza (2a serie), tomo I, 1887, pág. 1.

64 Cartas de Joaquín García Icazbalceta... Compiladas y anotadas por Felipe Teixidor (México, 1937).

65 Véase la Bibliografía Hernandina, fichas 13 y 14.

66 Sobre esta traducción, véase la Bibliografía Hernandina, n. 30.

67 Fernando Altamirano, “Historia natural aplicada de los antiguos mexicanos”, Anales del Instituto Médico Nacional, vol. II, 1896, págs. 261-272.

68 Fernando Altamirano, “Catálogo explicado de las plantas citadas en la obra del Dr. Hernández”, Anales del Instituto Médico Nacional, tomo II, 1896, págs. 139-141.

69 Índice de los nombres mexicanos de las plantas descritas en la obra del doctor Hernández. Sobre la paternidad de este escrito, véase la ficha 30 de la Bibliografía Hernandina.

70 Alfredo Duges, “Francisco Hernández”, La Naturaleza (2a serie), tomo I, 1889, págs. 282-288.

71 Nicolás León, Bibliografía botánica mexicana (México, 1895).

72 Los trabajos de Manuel Urbina sobre temas de Hernández son numerosos. “Notas acerca de los copales de Hernández y las burceráceas mexicanas”, Anales del Museo Nacional, tomo IV (1a época), 1897, págs. 98-121; “El peyote y el ololiuhqui”, Anales del Museo Nacional, tomo VII (1a época), 1903, págs. 25-48; “Los amates del Dr. Hernández o higueras mexicanas”, Anales del Museo Nacional, tomo VII (1a época), 1903, págs. 93-114; “Los zapotes de Hernández”, Anales del Museo Nacional, tomo VII (1a época), 1903, págs. 209-234; “Notas acerca de los ‘ayotli’ de Hernández o calabazas indígenas”, Anales del Museo Nacional, tomo VII (1a época), 1903, págs. 353-390; “Plantas comestibles de los antiguos mexicanos”, Anales del Museo Nacional, tomo I (2a época), 1903, págs. 503-591; “Notas acerca de los ‘tzauhtli’ y orquídeas mexicanas”, Anales del Museo Nacional, tomo I (2a época), 1903, pág. 54; “Raíces comestibles entre los antiguos mexicanos”, Anales del Museo Nacional, tomo III (2a época), 1906, págs. 117-190; “Notas acerca de los copales de Hernández y las burceráceas mexicanas”, La Naturaleza, tomo I (3a serie), 1914, págs. 13-31; “Los amates de Hernández o higueras mexicanas”, La Naturaleza, tomo I (3a serie), 1914, págs. 32-43; “Notas acerca de los ‘ayotli’ de Hernández o calabazas indígenas”, La Naturaleza, tomo I (3a serie), 1914, págs. 80-118; “El peyote o el ololiuhqui”, La Naturaleza, tomo I (3a serie), 1914, págs. 131-154.

73 Germán Somolinos D’Ardois, Historia y medicina (México, 1957), págs. 56-69.

74 Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de Nueva España (Madrid, 1905).

75 Véase Bibliografía Hernandina, ficha 7.

76 Sobre las investigaciones para conseguir ese manuscrito, véase Germán Somolinos d’Ardois, Historia y medicina (ob. cit.), pág. 61, n. 18.

77 En casi todas las obras de José Toribio Medina se hacen referencias a Hernández, sin embargo las más importantes aparecen en la Biblioteca hispanoamericana (1493-1810) (Santiago de Chile, 1900), donde incluye como complemento a los datos bibliográficos una biografía corta de Hernández y 19 documentos, no todos inéditos, que había encontrado en el Archivo de Indias de Sevilla.

78 Nicolás León, “Expediciones botánicas en México”, Boletín Municipal de México, vol. II, n. 30, 1902.

79 Nicolás León, “Los precursores de la literatura médica mexicana en los siglos XVI, XVII y XVIII y primer tercio del XIX” [hasta 1833], Gaceta Médica de México, t. X (3a serie), n. 1, 1915, pp. 3-94, y “Apuntes para la historia de la enseñanza y ejercicio de la medicina en México desde la conquista hispana hasta el año de 1833”; Gaceta Médica de México, tomo X (3a serie), 1915, págs. 466-489, y tomo XI, 1917, págs. 210-289.

80 Everardo Landa, “El Instituto Médico Nacional ha desaparecido”, Gaceta Médica de México, tomo IX (3a serie), 1916, págs. 196-199.

81 Ettore de Toni, “Le piante Lincea, Cesia, Columnia, Stelluta e Barberina”, Memorie della Pontificia Accademia dei Nuovi Lincei, vol. 18, 1901, págs. 349-361.

82 Otto Stapf, “Lignun nefretitucum Keer Botanical Gardens”, Bulletin of Miscellaneous Information, n. 7 (39), 1909, págs. 293-305.

83 Fritz Lejeune, Die Hinterlassenen Briefe des Leibarztes Philipps II, Francisco Hernández (Greifswald, 1924).

84 Santiago Ramón y Cajal, Psicologia de don Quijote y el quijotismo. Discurso leído por su autor en la Facultad de Medicina de Madrid el 9 de mayo de 1905, publicado en varias ocasiones. Figura en las Obras literarias completas de don Santiago Ramón y Cajal, publicadas por la editorial Aguilar (Madrid, 1947).

85 J. Fernández Montaña, Felipe 11, el prudente, rey de España, en relación con artes y artistas, con ciencias y sabios (Madrid, 1912).

86 Adolfo Aragonés de la Encarnación, Toledo en América (Toledo, 1925).

87 Julio Cejador y Frauca, Historia de la lengua y literatura castellanas (Madrid, 1915-20).

88 Roberto Levillier, Gobernantes del Perú (Madrid, 1921).

89 Nicolás León, ¿Qué era el matlazáhuatl y qué el cocoliztle en los tiempos precolombinos y en la época hispana? (México, 1919).

90 Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México (México, 1921).

91 Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac —1519— (Madrid, 1921).

92 Guillermo Gándara, “La obra de Fray Francisco Ximénez comparada con la del doctor Francisco Hernández, recompuesta por el doctor Nardo Antonio Recco”, Memorias y Revista de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, vol. 39, 1920, págs. 99-120.

93 Maximino Martínez, Plantas medicinales de México (México, 1939).

94 Maximino Martínez, “Algo de la obra de España en América”, Revista de Revistas, vol. 19 (1009), 1921, p. 26.

95 Marcos M. E. Becerra, “El huacalxóchitl de Hernández en un petroglifo”, Memorias y Revista de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, vol. 43, 1924, págs. 345-353.

96 Agustín Jesús Barreiro, El testamento del Dr. Francisco Hernández (Madrid, 1929).

97 Agustín Jesús Barreiro, Los trabajos inéditos del Dr. Francisco Hernández sobre la gea y la fauna mejicanas (Madrid, 1929).

98 Alfonso Reyes, Yerbas del tarahumara (Buenos Aires, 1929).

99 Elíseo Cantú, Historia de la medicina en Río de la Plata (Madrid, 1928).

100 Eduardo Noguera, “El uso de anestésicos entre los aztecas”, Rev. Mex.de Estudios Históricos, tomo II, 1928, pág. 162.

101 Federico Gómez de Orozco, “Miscelánea histórica”, Rev. Mex. de Estudios Histórieos, tomo II, 1928, apéndice.

102 Helia Bravo Hollis, “Bibliografía del mal del pinto y de algunas dermatosis cromógenas afines”, Revista Mexicana de Biología, vol. X, 1930, págs. 49-62 y 82-96.

103 Wilson Popenoe, El aguacate y el mango (Habana, 1926).

104 Anónimo, “Contribución para la historia de las ciencias biológicas en México. I—Doctor Francisco Hernández”, Ann. del Inst. de Biol. de México, vol. VIII, 1937, págs. 419-435.

105 Ibid. El prólogo, págs. 421 y 422, aparece sin firma pero tenemos la comunicación verbal del propio autor para afirmar su paternidad.

106 Cartas de Joaquín Garía Icazbalceta… (ob. cit.).

107 Silvio Zavala, Francisco del Paso y Troncoso. Su misión en Europa (1892-1916) (México, 1939).

108 Maximino Martínez, Plantas medicinales... (ob. cit.).

109 Lawrence C. Wroth, “Notes for bibliophiles”, New York Herald Tribune, vol. XVI, n. 45, 14 de julio de 1940, pág. 14.

110 Emily Walcott Emmart, The Badianos manuscript (Baltimore, 1940).

111 Victor Wolfgang von Hagen, “Francisco Hernández-The conquistador of science”, Frontiers, vol. V n. 3, 1941, págs. 75-80, y “Francisco Hernández, naturalist, 1515-1578”, Scientific Monthly, n. de mayo de 1944, págs. 383-385.

112 Frans Verdoorn, Plants and plants science in Latin America (Walthan, Mass., 1945).

113 Arístides A. Moll, Aesculapius in Latin America (Philadelphia, 1944).

114 Enrique Álvarez López, “El Dr. Francisco Hernández y sus comentarios a Plinio”, Revista de Indias (Madrid), vol. III, n. 8, 1942, págs. 251-290.

115 Francisco de las Barras y de Aragón, “Una información sobre la obra del Dr. Francisco Hernández en Nueva España”, Bol. de la Real Soc. Esp. de Hist. Nat., vol XLV, 1947, págs. 561-574, y “Notas para una historia de la Expedición Botánica de Nueva España”, Anuario de estudios americanos (Sevilla), vol. VIII, 1950, págs. 411-469.

116 Véase la Bibliografía Hernandina, ficha 5.

117 Efrén C. del Pozo, “Historia de las plantas de Nueva España por Francisco Hernández” (Reseña bibliográfica), Bol. Bibliográfico de Antropología Americana, vol. XI, 1949, págs. 239-245, y “Estudios farmacológicos de algunas plantas usadas en la medicina azteca”, Bol. Indigenista, vol. VI, 1946, págs. 350-364. Este trabajo se había publicado anteriormente en la revista The Biologist, vol. XXVIII, mayo de 1946, con el título: “Pharmacological studies of some plants used in aztec medicine.”

118 J. Joaquín Izquierdo, Raudón, cirujano poblano de 1810 (México, 1949).

119 Efrén C. del Pozo (ob. cit.).

120 Enrique Rioja, “Algunos datos acerca de la aportación de España a las ciencias naturales”, Las Españas, año V, n. 15-18, 1950, pág. 57.

121 Enrique Beltrán, “Próceres de la ciencia mexicana. III-Francisco Hernández”, México en la Cultura, (Suplemento del diario Novedades) 24 de julio de 1949, pág. 6; también: “Los orígenes de la ciencia mexicana”, ibidem, 13 de marzo de 1949.

122 Carlos E. Chardón, Los naturalistas en la América Latina (Ciudad Trujillo, 1949).

123 Faustino Miranda, “Algunos comentarios botánicos de la fabricación del papel por los aztecas”, Cuadernos Americanos, vol. V, septiembre-octubre de 1946, págs. 196-204.

124 Ignacio Chávez, México en la cultura médica (México, 1947).

125 J. J. Izquierdo, Raudón... (ob. cit.).

126 Ignacio González Guzmán, “La biología médica”, capítulo del libro México y la cultura (México, 1946), págs. 747-769.

127 Isaac Ochoterena, “La Biología”, del libro México y la cultura (México, 1946), págs. 554-675.

128 Enrique Álvarez López, “Noticias y papeles de la Expedición Científica Mejicana dirigida por Sessé”, Ann. del Jardín Botánico de Madrid, tomo X, vol. II, 195a, págs. 5-79.

129 José Tudela de la Orden, Los manuscritos de América en las bibliotecas de España (Madrid, 1954).

130 José Luis Benítez Miura, “El Dr. Francisco Hernández, 1514-1578 (Cartas inéditas)”, Anuario de estudios americanos (Sevilla), vol. VII, 1950, págs. 367-409.

131 María Teresa Oliveros de Castro y Elíseo Subiza Martín, Felipe II. Estudio médico-histórico (Madrid, 1956).

132 Carlos Rico-Avelló, “Las enfermedades y los médicos en la vida de Felipe II”, Revista de Sanidad e Higiene Pública (Madrid), vol. XXIV, 1950, págs. 817-867.

133 Francisco Rodríguez Batllori, “Francisco Hernández, el español que descubrió el caucho”, Diario ABC de Madrid, del día 7 de julio de 1954.

134 Nettie Lee Benson, “The ill-fated works of Francisco Hernández”, Library Chronicle of the University of Texas, vol. V, n. 2, 1953, págs. 17-27.

135 Ida K. Langman, “Ensayo para una bibliografía histórico-biográfica de la botánica en México”, Mem. de la Ac. Nal. de Ciencias de México, vol. 58, 1955, págs. 373-429, y “Botanical gardens in ancient México”, Missouri Botanical Garden Bulletin, vol. XLIV, n. 2, 1956, págs. 17-31.

136 El grupo de nuestros trabajos sobre Hernández constituye una veintena de publicaciones que han sido citadas en el transcurso del trabajo; aparecen recogidas en la bibliografía por lo que no consideramos necesario repetirlas aquí.

137 José Manuel Gallegos Rocafull, El pensamiento en México en los siglos XVI y XVII (México, 1951).

138 Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (México, 1956), y Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses (México, 1958).

139 Carlos Sáenz de la Calzada, La geografía médica en México a través de la historia (México, 1958).

140 Francisco Guerra, Historiografía de la medicina colonial hispanoamericana (México, 1953); Iconografía médica mexicana (México, 1955), y Bibliografía de la materia médica mexicana (México, 1950).

141 Samuel Fastlicht, Bibliografía odontológica mexicana (México, 1954), y El arte de las mutilaciones dentarias, en colaboración con el Dr. Javier Romero (México, 1956).

142 Juan Comas, “Influencia indígena en la medicina hipocrática en la Nueva España”, América Indígena, vol. XIV, n. 5, 1954; págs. 327-361; “Revindicación del indio y lo indio”, América Indígena, vol. XI, 1951, págs. 129-143, y Principales aportaciones indígenas precolombinas a la cultura universal (México, 1957).

143 Enrique Beltrán, “El panorama de la ciencia en México. XI-La Botánica”, México en la Cultura (suplemento del diario Novedades) 23 de julio de 1950, y “El panorama de la biología mexicana”, Rev. de la Soc. Mex. de Hist. Natural, vol. XII, 1951, págs. 69-99.

144 Enrique Rioja, “El rico presente de la flora americana”, Sinopsis (México), vol. IV, n. 2, 1953, págs. 17-25, y “Linneo como maestro y la colaboración de sus discípulos en algunos aspectos de su labor científica”, Rev. de la Soc. Mex. de Hist. Natural, vol. XVIII, 1957, págs. 103-119.

145 Francisco Fernández del Castillo, ‘La medicina contemporánea ante las vivencias de las culturas antiguas de América”, El Médico, vol. V, n. 7, 1955, págs. 74-82.

146 José Joaquín Izquierdo, “La botanique aztèque et la botanique mexicaine moderne, Arch. Inter. d’Histoire des Sciences, vol. VIII, n. 32, 1955, págs. 227-240, y Montaña y los orígenes del movimiento social y científico de México (México, 1955).

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ