b) Hernández y España en el siglo XVIII


Mientras que la obra de Hernández se extendía en Europa llegando a ser imprescindible para todo autor cuyos trabajos rozaran la historia natural de América, en España su memoria se va apagando y olvidando de la misma manera que se apaga el país en las manos ineptas de los últimos Austrias. Resulta doloroso y triste contemplar cómo el Estado español que en el siglo XVI está a la cabeza de todas las naciones del mundo, por causa de factores que no es éste momento de analizar pero que toda persona medianamente culta conoce, y que siguen siendo actuales, entra en un estado de colapso y obnubilación mental colectiva que lo lleva a las más disparatadas y anacrónicas situaciones. Perdido su esplendor y su fuerza llega con el reinado de Carlos II al estado de esclerosis y casi muerte total en que recibe el reino Felipe V, después de una lamentable guerra inútil y agotadora.

La entrada de los Borbones en el gobierno de España podría haber sido la salvación para ese estado de marasmo nacional si el pueblo y sobre todo las clases superiores, adineradas y pudientes hubiesen visto que a través de ellos en colaboración con el rey podía incorporarse el país a la corriente de progreso universal donde con vigor cada vez más pujante avanzaban países como Francia e Inglaterra. Desgraciadamente la reacción fue contraria y no obstante el decidido empeño de Felipe V, Fernando VI y Carlos III en sostener e impulsar una política cultural elevada en la que veían el feliz porvenir de la nación, las fuerzas reaccionarias, opuestas a todo lo que significara apartarse de la tradición, trataron de socavar e inutilizar el enorme esfuerzo que de parte de los gobernantes cultos tr.it.iba de introducir en España lo que de modo genérico se conoce como Ilustración.

Todo el siglo XVIII en España es la lucha enconada entre las dos tendencias tradicionales de España, las mismas que desde tiempo inmemorial vienen luchando en lucha fratricida y esterilizando el país: las fuerzas amantes de la tradición y las que tratan de renovar y de universalizar el pensamiento español incorporándolo al resto del mundo en sus inquietudes. El siglo XVIII ha sido llamado por Ortega y Gasset el siglo menos español de la historia de España, precisamente por el movimiento de renovación y de empeño en alcanzar el nivel cultural y filosófico del resto de Europa que toman un núcleo relativamente pequeño, pero activo, de intelectuales y científicos españoles, apoyados por los gobernantes de formación ilustrada.

Toda esta reacción, sus motivos y causas, han sido magistralmente estudiadas en el libro sobre La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, donde Jean Sarrailh, llega al fondo de los problemas presentándonos un panorama imparcial y exacto de la situación intelectual y política de España durante ese siglo. No tenemos por lo tanto que insistir sobre ello sino remitir al libro de Sarrailh a todo lector interesado.31

Volviendo a Hernández, habremos de repetir que su memoria en España iba opacándose. Después del libro de Nieremberg publicado a principios del XVII y de la referencia de León Pinelo, también en los comienzos del mismo siglo, nadie vuelve en España a ocuparse de los trabajos de Hernández que son olvidados e incluso destruidos en el famoso incendio de El Escorial. Por una de tantas paradojas hernandinas observamos que mientras su nombre se difunde triunfal por el mundo entero, en España, el país donde se fraguó su gesta y en cuyo servicio la llevó a cabo, está totalmente olvidado.

Durante el comienzo del siglo XVIII la situación se continúa de forma similar. Toda la primera mitad del siglo transcurre sin que el nombre de Hernández aparezca en ninguna de las producciones científicas de la época. Bien es verdad que la pobreza de la literatura científica española en esos años es manifiesta y solamente se producen en las prensas materiales de segunda mano o lucubraciones seudocientíficas y pedantescas. La aparición de Feijoo no es más que una reacción natural contra esa ignorancia que encerraba a los españoles en un oscurantismo, irritante para aquellos pocos que sabían darse cuenta del abismo que separaba a su patria del resto de Europa. Y sin embargo el propio Feijoo, también debió de ignorar a Hernández pues no lo cita en su extensa obra ni cuando trata de problemas de la historia natural ni cuando dedica dos largos discursos a enumerar las glorias de España.

La producción científica española del siglo XVIII es necesario dividirla en dos grupos netamente distintos. De un lado la de los primeros cincuenta años a la que nos venimos refiriendo y de otro la de la segunda mitad del siglo, cuando ya la influencia de los españoles ilustrados se ha hecho sentir. Con respecto a la primera parte bastará copiar algunos párrafos del Dr. Marañón para dejar bien sentado el carácter “de lo que fue aquella sociedad: ignorante, crédula de las más necias fantasías, sin centros eficaces de enseñanza, hostil a toda luz que turbase la vanidad con que defendía su propia miseria. Esta oscuridad de la vida intelectual española era sobre todo densa en lo referente a las ciencias naturales consideradas como cosas peligrosas e inútiles”.32 El propio Marañón sigue exponiendo el panorama negativo de la intelectualidad dieciochesca española utilizando palabras del propio Feijoo cuando el fraile exclama dolorido: “Mientras en el extranjero progresan la física, la anatomía, la botánica, la geografía, la historia natural, nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las Aulas sobre si el Ente es unívoco o análogo; sobre si trascienden las diferencias; sobre si la relación se distingue del fundamento, etc.”33 Qué tiene por tanto de particular que en un ambiente intelectual tan pobre, tan alejado del progreso científico general de Europa y en el que las ciencias de la naturaleza son vistas con horror, la labor y el nombre del protomédico se hundan en el olvido más absoluto.

La primera vez que en el siglo XVIII un español se acuerda del nombre de Hernández y alaba su obra es cuando en 1762, Joseph Quer imprime su famosa Flora Española o Historia de las Plantas que se crían en España34 Pero para cuando esto ocurre podemos decir que el período de oscurantismo general ha pasado. En este momento reina ya Carlos III y la labor de ilustración de los españoles está a punto de entrar en su momento de máxima actividad. Ya existe en España un núcleo de científicos, literatos e intelectuales que han salido al extranjero, que han podido comparar la situación cultural de otros países con la de España y sobre todo, hay una corriente de libros extranjeros, franceses sobre todo, que no obstante los esfuerzos inquisitoriales por destruirlos e impedir su entrada aumenta de día a día. Quer no parece conocer mucho sobre Hernández; en la dedicatoria de su libro escribe que Felipe II “mandó al Doctor Francisco Hernández que con otros registrasse el terreno de la Nueva España y que se informasse de las producciones de él en los tres reynos, mineral, vegetable y animal de la Historia Natural de México. Gastó el rey sesenta mil ducados para esta empresa. Logróse y vinieron a España muchos volúmenes de memorias, que aún se conservan manuscritas; y a no ser que en México se imprimió un compendio y en Roma muchas de estas memorias con notas de estrangeros eruditos, ya hoy habría corta noticia del dicho Hernández”.35 Sigue alabando la edición de la Accademia dei Lincei al decir: “Salió con el nombre Thesaurus lo que se imprimió en Roma. A la verdad es un thesoro, que aprecian infinito los curiosos, y que ha grangeado infinitas riquezas por el comercio de lo que descubrió Hernández”.36 Posteriormente en el mismo libro, ya en el prólogo, hace historia de las ciencias naturales en España y vuelve a ocuparse de Hernández, en este caso copia con ligeras modificaciones el párrafo del libro de Porreño, que ya sabemos que originalmente era de Sigüenza, y añade la noticia de la quema de los originales en El Escorial. A Quer no se le escapa la lamentable situación científica de la España de su tiempo y escribe, más adelante, que con la muerte de Felipe II no solamente se acabó el interés por la historia natural, sino “casi todas las demás se vieron reducidas a la misma infelicidad, e ignorancia. No se puede negar —escribe lamentándose— que en nuestra España desde entonces se llegó a estragar el gusto, la emulación, e inteligencia en las Ciencias, y buenas Artes”.37 Todavía vuelve a ocuparse de Hernández en su libro cuando incluye, traducida, la Isagogue de la obra de Tournefort que ya hemos descrito con anterioridad.

Es interesante reconocer que estas citas de Hernández en el libro de Quer, son el origen de todo el interés por la obra hernandina que se desarrolla en España y América durante la segunda mitad del siglo XVIII. Pero también es preciso observar que su origen es extraespañol. Quer escribe su Flora Española, y la empieza a publicar, ya al final de su vida, después de haber recorrido media Europa como cirujano mayor de los ejércitos de España y de haber acompañado a Tournefort en muchas de sus expediciones botánicas por la Península. Como tuvo ocasión de efectuar diversos viajes a Italia y al norte de África, durante una de sus visitas a Italia siguió los cursos de botánica de los más eminentes profesores y entre ellos el que explicaba Monti en Bolonia. El contacto entre ambos naturalistas se perpetuó posteriormente en amistad y correspondencia y ya vimos cómo Monti recoge datos y hechos hernandinos para la composición de su obra.

Por estas razones consideramos a Quer como el introductor de las novedades científicas en el campo de la botánica en España y a él se debe la popularidad que obtiene el sistema clasificador de Tournefort entre los españoles. Por lo tanto su obra, la primera estrictamente científica que aparece en el campo de las ciencias naturales de España durante el siglo XVIII, aun siendo de fuerte y casi exclusiva inspiración extranjera, sirve para reincorporar el nombre de Hernández a la historia natural española.

También es necesario tener en cuenta que, en el momento de la aparición del libro de Quer, ya ha estado en España Pedro Loefling y ya se respira una nueva atmósfera científica. Sarrailh, que precisamente mide el avance científico español en esa segunda mitad del siglo XVIII por los progresos obtenidos en la botánica y en la química, escribe, refiriéndose al hecho: hacia 1750 parece manifestarse un nuevo espíritu científico. Es verdad que los testimonios de esta renovación no siempre proceden de auténticos hombres de ciencia: algunos no pasan de curanderos como el médico del agua. Pero de todos modos revelan una atmósfera’ que habrá de favorecer los progresos de la investigación durante la segunda mitad del siglo”.38

Quer consigue formar el germen de lo que más adelante será el Jardín Botánico de Madrid, establecido oficialmente en 1755. De este Jardín surgirá en años posteriores todo el auge de la ciencia botánica española en España y en América a través de figuras como Miguel Barnades, que es director del Jardín después de Quer y antes de Gómez Ortega, a quien se debe todo lo que por Hernández se hace en el siglo XVIII; y de un grupo de naturalistas ilustres más o menos relacionados entre sí y con la obra del Jardín. En esos años florecen sabios eminentes como José Minuart, José Ortega (tío de Gómez Ortega), Cristóbal Vélez y Celestino Mutis. Es verdad que el entusiasmo es grande pero el bagaje científico en la década de 1750-60 todavía está en vías de maduración. Así, encontramos que, diez años después de que Loefling mostrara los métodos de su maestro Linneo, todavía Quer publica en su libro, y defiende, la más anticuada doctrina de Tournefort y ataca a Linneo. Barnades que es el autor cuya obra sale a continuación de la de José Quer también recuerda a Hernández en algún momento en su libro Principios de Botánica y en su Specimen florae hispanicae, que quedó inédito a su muerte. Los Principios de Barnades se publican en 1767 y ya el autor admite las teorías y clasificaciones linneanas. Diversidades de criterio entre los historiadores y críticos posteriores han dado lugar a que la obra de Quer fuese valorada de muy diversas maneras según el autor que de él se ocupa, más, con respecto a nuestro estudio, queda evidente que a él se debe el retorno del nombre de Hernández a los libros científicos españoles.

Incorporado Hernández por Quer al pensamiento español de la segunda mitad del siglo XVIII, es necesario reconocer que el auge que su nombre y sus trabajos tomarán en el último tercio del siglo son consecuencia del influjo que los españoles ilustrados adquieren en la política española durante el reinado del rey Carlos III.






31 Jean Sarrailh, La España ilustrada... (ob. cit.).

32 Gregorio Marañón, Las ideas biológicas del padre Feijoo (Madrid, 1941), pág. 28.

33 Benito Feijoo, Cartas eruditas y curiosas…, t. II, carta XVI, párrafo 14, pág. 220. Utilizamos la edición de Madrid de 1773. Esta misma cita la recoge Marañón, ob. cit., pág. 29.

34 Joseph Quer, Flora española o Historia de las plantas que se crían en España (Madrid, 1762).

35 lbid. “Dedicatoria”, en páginas sin numerar.

36 lbid

37 Ibid, “Prólogo”, pág. 39.

38 Sarrailh, La España ilustrada (ob. cit.) p. 422.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ