d) El Tesoro de Hernández, Juan Ray y los naturalistas del siglo XVII


El libro de Hernández, en su magnífica y atrayente envoltura editorial, saturado de ciencia lincea, no siempre oportuna, pero desde luego importante, con la profusión de grabados sobre elementos exóticos y desconocidos que por primera vez aparecen reunidos en tal cantidad, irrumpe a mediados del siglo XVII en el acervo documental del momento con una extraordinaria oportunidad científica. Su difusión debió de ser rápida, pues nos encontramos que, a partir de mediados del siglo, los autores empiezan a citar el nombre de Hernández en sus trabajos precisamente a través del conocimiento de su libro.

Aparece, como decíamos, en un momento providencial; la ciencia de las cosas naturales estaba en esos momentos iniciando un cambio de orientación fundamental. Hasta ese momento, con muy pocas excepciones y éstas de menor importancia, el espíritu que había dirigido los trabajos científicos en el campo de las ciencias naturales era de criterio descripcionista. El naturalista, hasta entonces, recoge y describe lo que sus sentidos perciben, agrupando los elementos naturales según clasificaciones caprichosas y sin fondo científico estable: las plantas se agrupan por su acción terapéutica o por el color de sus flores, los animales se mezclan en agrupaciones inaceptables, como la de los acuátiles, donde, en aparente igualdad se describen peces, reptiles, anfibios, gusanos, anélidos y mamíferos, ya que la única característica utilizada para su agrupación es la de que habiten en el agua.

Precisamente a partir del siglo XVII comienza a aparecer el criterio clasificador en las ciencias naturales. El naturalista trata de poner en orden la naturaleza, quiere buscar los lineamientos por los cuales el supremo creador instituyó los seres, colocándolos en categorías diferentes. Existen hechos comprobados y observados que impiden conservar el caos anterior y por todas partes surgen las teorías y los intentos de clasificación. El propio libro de Hernández lleva adicionadas las Tablas fitosóficas de Federico Cesi, que no son más que un intento de ordenación de la naturaleza. La muerte impidió a este sabio publicar su monumental concepción del Thetrum totius naturae, pero sin embargo, tuvo tiempo de preparar estas Tablas que son el núcleo de lo que iba ser su otra obra en la cual se pretendía demostrar cómo Dios, el Hombre y el Mundo son los tres principios de la filosofía de la naturaleza, de tal manera encadenados en ella que, desde el ser supremo hasta el más vil gusano que se arrastra por la tierra, todo se condiciona de unos en otros para obtener la harmonía del universo.

Las nuevas tendencias clasificadoras necesitaban conocer, como uno de sus más fundamentales principios, la naturaleza americana, donde tantas cosas nuevas se habían descrito, y la obra de Hernández, apareciendo en ese momento, venía a llenar el vacío de los conocimientos naturales sobre América, que hasta entonces estaban dispersos y fragmentados. Encontramos que el libro empieza a ser citado muy pronto. Apenas había salido de las prensas la edición de Hernández en su primera versión de 1630, cuando recibe alabanzas encomiásticas. Por esos años está publicando León Allaci su obra Apes urbanae, donde enumera todos los sabios que han ilustrado a Roma y, naturalmente, el príncipe Cesi, al aparecer entre ellos, es señalado como autor de comentarios, aclaraciones e ilustraciones de la obra de Hernández. No tiene nada de particular esta cita tan temprana de la edición de Roma, pues Allacci, además de doctor en medicina, era un bibliófilo eminente, adscrito a la biblioteca vaticana y a su vez bibliotecario del cardenal Barberini, que como sabemos fue uno de los amigos y protectores de la Accademia dei Lincei, a tal punto que ya vimos cómo Colonna le dedicó una planta, la llamada por Hernández cacauaxóchitl, que pasó a ser la cardenalis Barberini. Esta es la primera repercusión de la obra de Hernández, en la literatura del siglo XVII. Muy poco después, en 1641, Bareillier hace referencia a él, suponemos que por haber conocido algún ejemplar de 1630 o tal vez de oídas, pues asegura que estaba editado en 1628.56 Lindenio, por su parte, también lo reseña en su De scriptis medicis, editado en Amsterdam en 1662, por cierto que refiriéndolo a un ejemplar del grupo de los que fueron modificados por los libreros Diversini y Zanotti, hecho del que nos ocuparemos en la Bibliografía Hernandina,57 Martín Lipemio también lo incluye en su Bibliotheca medica,58 así como Berghen en su Bibliographia novissima,59 y en general es recogido y citado en toda la literatura especializada de la época.

Es también en estos años cuando sale a la luz la primera edición de la Bibliotheca Hispana Nova de D. Nicolás Antonio, donde se da cuenta de la obra de Hernández, con datos tomados en parte de León Pinelo y en parte originales. El libro se publica en Roma en 1672, aprovechando la estancia de su autor en Italia como agente de la corte española. Sin embargo, esta edición tuvo poca trascendencia y será la aparecida un siglo después la que, reformada y ampliada, perpetuará el nombre del autor y quedará como piedra básica de la bibliografía española.

Es indudable que Joaquín Jung conoció los trabajos de Hernández, y probablemente usó de ellos para el estudio de la sistematización botánica, campo en el cual es un precursor importante con visión e ideas extraordinarias. Sin embargo, el que sus trabajos quedaran inéditos (no fueron publicados hasta bastantes años después de su muerte y en ediciones poco difundidas) impide que podamos considerarlo en nuestra historia. La primera aparición importante de datos hernandinos en la obra de otro autor, durante el siglo XVn, la encontramos en la monumental obra de Juan Ray.

Ray, quien junto con Linneo debe ser considerado entre los fundadores principales de la sistematización biológica, después de varios ensayos de catalogación y ordenamiento botánicos, en los que se aprecia evidente influencia de Jung, se lanza a la publicación de su monumental obra Historia generalis plantarum, en la cual pretende encerrar todo cuanto se conocía entonces sobre estructura, fisiología, distribución, etc., de las plantas de todo el mundo.60 Con método y ordenadamente describe cerca de 19 000 plantas, recogidas de autores anteriores y contemporáneos, distribuyéndolas en secciones, muchas de las cuales son todavía admitidas hoy. También establece Ray clasificaciones zoológicas, de las cuales opina Singer que la dedicada a cuadrúpedos y reptiles “es la primera clasificación de los animales realmente sistemática”. La obra de Ray es probablemente la aportación más interesante de la segunda mitad del siglo XVII a las ciencias naturales y constituye el germen de las clasificaciones posteriores de Linneo y Tournefort. Una de las características más importantes de la obra de Ray, independiente de su valor científico, es que en todos los casos informa al lector del origen de sus conocimientos y dedica párrafos a la memoria de aquellos autores de los cuales obtiene información. Con respecto a Hernández, Ray lo menciona a través de los tres tomos que componen su obra, siempre que trata de plantas relacionadas con México. Desde el principio, en la relación de autores consultados, especifica que todo lo de Hernández está tomado de la edición de Roma fechada en 1651, y aunque continuadamente surge el nombre de Hernández por todo el texto del libro, al llegar al tomo II, intercala un apéndice titulado: Compendium historiæ plantarum mexicanorum Francisci Hernández, que se extiende desde la página 1929 hasta la 1943. En este compendio recoge y describe ejemplares botánicos seleccionados de la obra hernandina. Termina el apéndice con un juicio sobre Hernández muy curioso pues, después de haberlo utilizado tan ampliamente y de haber incluso copiado íntegros gran número de sus capítulos, explica que no ha podido clasificar la mayoría de las especies recogidas por Hernández a consecuencia de la brevedad e imperfección de las descripciones. La misma advertencia nos muestra cómo el nombre de Hernández pesaba en la conciencia científica de la época, pues pocos renglones más abajo dice cómo un amigo le advirtió el peligro de eliminar a Hernández, con lo que no faltaría quien tildase a su obra de imperfecta. En cambio se acusa de no haber tenido tiempo de agregar las plantas de otros autores americanos como Pisón y Macgravio, sin que esta omisión parezca preocuparle demasiado.

El libro de Ray se empieza a publicar en 1686 y no termina de salir hasta principios del siglo XVIII. Cubre, por lo tanto, todo el final del siglo y prepara el camino para las grandes conquistas en el campo de la clasificación biológica que se producen durante todo el siglo siguiente. Otro tanto puede decirse de las obras de Charles Plumier, el famoso fraile franciscano que, después de explorar América en tres viajes consecutivos, muere en Cádiz al iniciar el cuarto. Las obras de Plumier, específicamente dedicadas a describir y clasificar plantas de América, se publican: la primera, titulada Description des plantes de l’Amérique, en París en 1693, la segunda Nouveau genres des plantes d’Amérique, también en París en 1703 y todavía después de su muerte encontramos el Traité des fougères de l’Amérique, editado en París en 1705. Todos ellos están llenos de citas y referencias a Hernández. Sirven estos libros, junto con los de Ray que reseñamos anteriormente, de puente entre los dos siglos para mantener el recuerdo de la labor del protomédico entre los especialistas, que siguen teniendo que recurrir a su obra cada vez que quieren conocer algo de la naturaleza americana.

Simultáneamente, Pedro Hotton, al publicar en Leyden, en la famosa tipografía del Elzevirius, su Sermone accademicus de rei herbaria historia, que aparece en 1695, también se ocupa de Hernández, por cierto, utilizando para ensalzar su obra el famoso símil de Alejandro el Magno y Aristóteles, a que tantas veces hemos visto que recurría el propio Hernández al valorar su obra. Y mientras todo esto sucede en Europa, nos encontramos que en México tampoco se ha perdido la memoria del protomédico y, de esta manera, por los mismos años en que Ray está publicando su Historia generalis plantarum, en la modesta y popular parroquia de San José de los Naturales de la capital de Nueva España el padre Agustín de Vetancourt, fraile franciscano, nacido en México y designado cronista de la provincia del Santo Evangelio de México, escribe y publica en 1698 una obra titulada Teatro mexicano,61 donde presenta un panorama de todo México en sus aspectos históricos y políticos. Inicia su trabajo con una primera parte a la que titula Sucesos naturales, y en realidad lo que escribe es una historia natural de México. Uno de los tratados de estos Sucesos naturales se ocupa de la “Fertilidad y riqueza en común de este nuevo mundo”, y allí, al ocuparse de las plantas medicinales, toma toda su documentación de Hernández copiando y extractando el material que le suministran las ediciones mexicanas de Barrios, Ximénez y Farfán. Habla del resumen de Recchi, pero lo conoce a través de Ximénez e ignora por completo la edición romana que, para esa fecha, ya está difundida por toda Europa y es clásica.

En realidad, lo que Vetancourt toma de Hernández es casi tan pobre y descarnado como aquellas otras recetas de plantas medicinales que incluyó Barrios en su obra, mas, lo mismo aquí que allí, lo importante para nuestra historia es comprobar que después de un siglo la figura del protomédico sigue actual tanto en Europa como en América y que sus datos, tal vez breves e imperfectos como los encuentra Ray, siguen siendo indispensables para todo aquel que quiera acercarse al conocimiento de la naturaleza americana.






56 De plantis per Galliam Hispaniam et observatis a P. Iacopo Barelliero: Opus posthumum curante A. Jussieu in lucem editum (París, 1641).

57 Bibliografía Hernandina, n. 16.

58 Martino Lipenio, Bibliotheca Medica (Francfort, 1679). Por cierto que los datos de este autor están plagados de errores: incluso afirma que el nombre de Hernández era Juan.

59 Cornelio de Berghem, Bibliographia novissima medica ac physica (Amsterdam, 1681).

60 La obra de John Ray aparece descrita en el n. 17 de la Bibliografía Hernandina.

61 La obra de Vetancourt aparece descrita en el n. 18 de la Bibliografía Hernandina.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ