a) Revisión de materiales y labor hospitalaria


FINALIZA marzo de 1574. Hernández ha vuelto a México después de sus viajes y escribe al rey una nueva carta en la que le informa de sus asuntos: “Yo he andado {escribe}, en casi un año, cuarenta leguas a la redonda de México, por diversos temples de tierras, rectificando lo que llevaba hecho de aquesta ciudad y prosiguiendo lo que quedaba por hacer.”1 Continúa la carta relatando lo que lleva hecho y por ella nos enteramos de que tiene casi “siete volúmenes de plantas pintadas y otro de muchos linages de animales peregrinos, sin otros dos volúmenes que vinieron en esquizos o pinturas pequeñas, que podrán ir sacados en grande con los demás, que serán por todos diez”.2 Además averiguamos que ya está terminada la estructura general de toda su Historia Natural de México pues según advierte al rey tiene “en limpio otros dos volúmenes de escritura en que se contienen veinticuatro libros”. El viaje ha sido de una laboriosidad extraordinaria; recordemos que antes de iniciarlo escribía al rey que tenía cuatro libros y en la carta redactada en Yautepec confiesa tener seis o “por ventura siete”.3

Naturalmente, no pierde la ocasión de la autoalabanza, que siempre que puede intercala en sus cartas; en este caso no se compara con Aristóteles igualando al rey con Alejandro el Magno, símil al que es muy afecto, sino que lo hace con Dioscórides al decirnos que sus veinticuatro libros son “todos de cosas nuevas y de grande provecho, de ninguno hasta agora escriptas ni averiguadas”, mientras que Dioscórides, aun con la ayuda de los que le precedieron, no haya escrito de todo esotro orbe más que seis .

El virrey le ha recibido cordialmente y, por lo que el mismo Hernández escribe, sabemos que “ha acudido al servicio de v. m. muy cumplidamente aunque sin darme ayuda de costa alguna”.4 Desde ahora hasta su regreso, el problema económico aparecerá en todas sus cartas y documentos. Ya vimos cómo se inicia a poco de su llegada y que, en noviembre de 1571, ya se refiere a los grandes gastos y lo escaso de su sueldo. Desde ahora en adelante este problema será una verdadera pesadilla que acompañará toda su gestión.

Finalmente, en la misma carta, se vuelve a tocar otro de los puntos sensibles, el envío de su trabajo a la corte. Ya antes de lanzarse al campo había prometido en varias ocasiones enviar lo que tenía terminado. Siempre se había arrepentido a última hora, encontrando una disculpa más o menos admisible. En esta carta vuelve a escribir que los libros a que hizo mención más arriba los ha visto el virrey, y añade: “pensaba enviarlos con el primer navío que saliera de aqueste puerto después de la armada, mas al virrey no le parece que se aventuren ansí.”5 Como la conciencia le remuerde de no cumplir lo que el rey le está pidiendo reiteradamente, añade que es mejor “se queden para la flota que seguirá a ésta, en la cual irán, mediante Dios, sin falta ninguna”.6

Nos da noticias del geógrafo que se reincorporó a su labor, y cuenta que su trabajo en este momento es completar y perfeccionar la obra, mientras cuida de que los libros que están todavía en esbozos se vayan copiando correctamente y al tamaño del resto de los demás.

Por tanto encontramos que, después del año transcurrido en los viajes, Hernández ha vuelto a México, según sus propias palabras, “a principio de marzo de mil quinientos setenta y cuatro”,7 con gran acopio de datos y materiales. Está trabajando intensamente, pero no tenemos noticias de su vida en cuatro meses. Es hasta el 1° de septiembre cuando encontramos la próxima carta. Tiene de interés, aparte de sus datos biográficos, el ser la primera conocida de las que dirigió a D. Juan de Ovando, a la sazón presidente del Real Consejo de Indias. Por ella nos enteramos que, con anterioridad, ha escrito otra al mismo Ovando, hoy desconocida, contándole lo que llevaba hecho. En ésta que nos ocupa, las noticias son muy interesantes. Ya terminó los “diez volúmenes de debuxos de plantas y animales desta Nueva Hespaña y veinticuatro libros de escriptura de cosas muy peregrinas y de grandísimo provecho y propiedades”;8 que naturalmente no envió en la flota pasada como había prometido al rey pero “que en la flota que está aguardando sin ninguna duda se enviarán”.9

Nos indica que su trabajo ahora consiste en “ir trasladando y perfeccionando lo fecho”, traduciéndolo a “romance y lengua mexicana para utilidad de los naturales, faciéndose tablas y antidotario de las cosas desta tierra de Nueva Hespaña”, y añade que “todo se llevará con la flota primera que se aguarda”.10

A continuación nos enteramos de una noticia importante, ha terminado el libro de las Antigüedades, pues dice que a más de lo anterior enviará “una historia de las antigüedades desta tierra que a contemplación de v.s. yllma. se ha escripto”.11 Ya vimos, en el capítulo anterior, al tratar de su estancia en Texcoco, cómo precisamente en las Antigüedades hace referencia a estar escribiendo en esa localidad y precisamente en 1574.

También nos da esta carta la noticia de haber terminado de comentar el Plinio, el cual está acabado de trasladar en lengua hespañola y por la maior parte ylustrado”.12 Dice que lo está copiando para dejar un ejemplar en México, y promete enviarlo también si para la salida de la flota estuviese acabado.

Indudablemente el protomédico ha trabajado intensamente y está satisfecho, su esfuerzo ha rendido frutos valiosos, y ahora que ya no se acuerda de los problemas burocráticos y administrativos parece que la labor cunde y progresa. Sin embargo, encuentra que el tiempo marcado para terminar es insuficiente. Ya lo había indicado desde los primeros momentos; vimos cómo las cartas escritas pocos meses después de haber llegado ya hablaban de la necesidad de una prórroga. Ahora que ya ha corrido el campo y sabe el verdadero volumen de trabajo que le queda para experimentar y completar lo que lleva hecho, escribe a Ovando: “el tiempo que su magestad me mandó señalar se cumple de hoy en un año, paréceme que para que lo hecho se ponga en razón y se añadan otras muchas cosas notables que quedan por escribir serán menester otros tres años, a v.s. yllma. supplico mande se prorroguen”.13

Finalmente y antes de terminar la carta vuelve a recordar su grave problema económico. Pide de nuevo se le dé ayuda de costa “por no poderme cómodamente sustentar con la merced que s. mag. me face”.14

Y pasan tres meses sin que tengamos nuevamente noticias. Al llegar el primero de diciembre encontramos dos cartas, una al rey y otra a Ovando. Por ellas averiguamos lo que ha sucedido en ese tiempo. Desde luego no ha enviado los libros como había prometido. A Ovando le explica que “los libros de las plantas y animales de la Nueva España irán con el favor de Dios con la flota que está agora en el puerto..., yrá asimismo un libro de las antigüedades desta gente, que se ha hecho a contemplación de v.s. yllma., según lo que por relación destos indios viejos he podido averiguar”.15 Al rey le da menos explicaciones y le dice que “los libros sin falta ninguna serán allá con el armada que está en este puerto”.16

Sabemos por el tono de la contestación que se han recibido tres cédulas reales dando instrucciones y aclarando los puntos que en las instrucciones quedaban con interpretación dudosa. Con seguridad son las tres cédulas que recogió Nicolás León y a las que ya nos hemos referido anteriormente.17 Como ocurría casi siempre, llegan tarde, pues la mayor parte de los problemas que motivaron su envío ya están superados y hasta casi olvidados. Sin embargo el único punto que debían resolver queda peor que antes. Resulta que los oficiales de la Hacienda de México no quieren entender la cláusula por la cual el rey ordena se recompensen al protomédico los gastos de sus salidas hechas y en las que de hoy demás se hicieren”. Hernández escribe: no entienden acá tener fuerza en lo pasado sino en lo porvenir, estando a mi parecer muy claro”.18 La realidad es que no le pagan los gastos hechos en sus viajes y, como prácticamente ya tienen acabadas sus exploraciones, resulta que se encuentra en la ruina o, como expresa en su carta, alcanzado de la jornada”.

Esta queja que aparece redactada casi con las mismas palabras en las dos cartas tiene un razonamiento ingenuo que demuestra la buena fe del protomédico y su interés por el trabajo. Parece ser que los oficiales le reprochaban haber viajado antes de tener la orden de pago real; él argumenta contra esto que “no eran mis servicios de peor condición por haberme yo anticipado a hacerlos poniéndome en trabajo y necesidad por no faltar al servicio de v. m.”, y añade después “que hasta agora no se me ha hecho remuneración de cosa ninguna”.19 A Ovando y al rey les pide una orden más clara y más precisa.

En la carta que escribe al rey encontramos una noticia muy interesante. Hernández, ya en posesión de las plantas y de los datos recogidos sobre el terreno, de boca de médicos y curanderos indígenas, quiere experimentar la realidad de lo que le han dicho. Sabemos que durante su viaje estuvo haciendo ensayos y experimentos siempre que tenía ocasión, como cuando estuvo en Huaxtepec o en los hospitales michoacanos. Pero como él mismo escribe: “faltaba para la perfección desta obra, aliende de las experiencias que se saben de los indios por relación y de algunas que yo he hecho... tomar muy a pechos el hacer experiencias de todo lo que yo pudiere, mayormente de las purgas y medicinas más importantes”.20 Esta segunda parte de su labor es probablemente más necesaria que la de pura recolección, pues de aquí deberá salir la importancia real de cada uno de los elementos recolectados y su aplicación correcta en cada enfermedad. Es indudable que el pensamiento de Hernández, al iniciar la que pudiéramos llamar segunda parte de su exploración, está bien dirigido, pues en la misma carta le explica al rey que con estas experiencias trata de ir haciendo lo que llama “libro de sustitutos, que es en lugar de las medicinas de España poner otras de las Indias, para que se excuse gasto grande de dineros y haya medicinas buenas y sanas”.21 Queda perfectamente clara la visión científico-económica del protomédico, que trata de implantar una terapéutica americana en México impidiendo, de un lado, el excesivo costo del transporte de los simples medicamentosos desde España y, de otro, el que estos medicamentos importados lleguen, como ocurría generalmente, alterados y corrompidos.

Conocida su idea anterior, veamos cómo la pone en práctica. Lo primero que busca es un lugar adecuado a sus trabajos de experimentación clínica; naturalmente lo encuentra en un hospital, pero, con una visión que pudiéramos llamar moderna del asunto, no se limita a visitar y disponer durante un rato diario el curso de los experimentos, sino que decide convertirse en médico interno del hospital y trabajar en equipo con otros médicos; por esto, después de explicar al rey cuál es su idea sobre el fondo y la necesidad de la experimentación, escribe: “para esto se ha dado traza que yo me mude a un hospital famoso desta ciudad, y que allí se junten cada día conmigo cuatro médicos desta ciudad, que son lo que en ella hay de cuenta, y que vistas las medicinas que se hubieren de experimentar y los enfermos a quien hubieren de aplicarse se den y se vea el efecto dellas”.22 Como su obra está concebida en grande, añade después que este trabajo no se va a limitar sólo al hospital en que él se ha instalado sino que “también se hará lo mismo en otros hospitales y por la ciudad, como hasta agora se ha hecho, y que de parecer de todos se vaya haciendo libro de sustitución”.23

Como se verá, la situación del protomédico es muy distinta a aquella otra de los primeros años de su llegada a México. Entonces pedía al rey que obligara a los médicos a reunirse cuando él lo necesitase, ahora parece ser que ha conseguido reunir un grupo de colaboradores desinteresados que le ayudan y se reúnen con él voluntariamente. El propio Hernández ya no escribe pidiendo se les obligue, sino que se les premie; por eso escribe al rey que a estos médicos “será necesario, para esta hora que conmigo cada día se han de juntar, se les haga alguna recompensa”.24 Parece desprenderse, de esta nueva situación, que Hernández ha conseguido imponerse y mantener su autoridad directiva, pero lo ha conseguido no por la fuerza sino por sus propios méritos de investigador y de hombre recto y sabio. Es probable que su extraordinaria labor en tan poco tiempo desarrollada haya impresionado al grupo de médicos serios de la ciudad, esos únicos cuatro que, como él dice, “hay de cuenta”, quienes, olvidando los rencores y envidias de los primeros momentos, están dispuestos a colaborar.

Desgraciadamente ignoramos los nombres de estos nuevos colaboradores de Hernández. Presumimos que alguno de ellos fuera Alonso López de Hinojosos, a quien más adelante veremos ayudando a Hernández, pero realmente ignoramos quiénes forman el grupo. Repasando los nombres de los médicos de la época dignos de ser tomados en cuenta surgen: Francisco Bravo, Juan de la Fuente, Pedro López y Agustín Farfán. Si fueron éstos u otros los que en ese momento se prestaron a experimentar con el protomédico, es dato que por el momento quedará sin resolver.

Por el contrario, aunque él en su carta no expresa el nombre del hospital donde se había mudado para establecer sus trabajos experimentales, este dato nos ha llegado por otros caminos, como son el libro de Hinojosos y las cartas del virrey. Hernández utiliza como lugar de experimentación el Hospital Real de Naturales, también llamado en aquella época Hospital Real de San Josef. Este hospital, al modo de casi todos los de su época, además de ser un centro hospitalario en el sentido moderno de la palabra dedicado a la internación y curación de enfermos, conservaba aún el carácter medieval de hospedería que tuvieron la mayoría de los hospitales en esa época.25 Para los trabajos de Hernández brindaba un amplio acomodo, pues contaba con edificios grandes, recién ampliados por orden del virrey y capaces para más de doscientos hospitalizados. Tenía extenso terreno de cultivo donde poder sembrar plantas medicinales y, como cosa poco frecuente, tenía salas de baños para el personal europeo y temazcallis para ser utilizados por el elemento indígena.

La mudanza al hospital se hace indudablemente con el visto bueno del virrey, pues Hernández escribe que ya se lo ha comunicado “y con su parecer se ejecutará”, y tiene mucho interés por el hecho de que este centro hospitalario era el único de todos los de la Nueva España que no tenía carácter de fundación religiosa privada y en cambio dependía directamente del virrey como representante del patronazgo real. Era por tanto una institución oficial, no religiosa, administrada por elementos directamente nombrados por el virrey, o sea lo que hoy se llama hospital del Estado. En la época que nos ocupa, cuando Hernández se instala allí, el administrador era Hernando de Herrera, de cuya gestión han quedado noticias para poderlo considerar como un magnífico y celoso guardián de la obra en la cual empleó todos sus conocimientos y energías. Siendo un hospital del Estado, dedicado precisamente a la población indígena, resultaba más fácil para toda clase de investigaciones y trabajos científicos, que podían hacerse sin más autorización que la emanada del virrey, y esta independencia se llevaba tan estrictamente que ni el propio arzobispo podía visitarlo sin ir acompañado de un delegado del virrey y previa la autorización de éste.

Es por esta razón que, como veremos más adelante, en este hospital es donde se hacen las autopsias cuando la epidemia de cocoliztle, y donde con mayor libertad podía Hernández investigar y estudiar. Además era obligatorio que el personal o por lo menos parte de él hablase náhuatl y otomí, lo cual era una gran ventaja para los estudios de Hernández, que debía obtener su información precisamente a partir de las fuentes indígenas.

Ahora bien, para que Hernández pudiera mudarse al hospital debió de ser preciso que Hernando de Herrera le acondicionase un amplio aposento. Hernández, según se desprende de sus propios datos, para esa fecha tiene ya acumulada una gran impedimenta de objetos y materiales. Tiene carpetas con dibujos definitivos, colecciones de bocetos primitivos, libros escritos en borrador, otros copiados en limpio, algunos traducidos al castellano y otros en vías de completarse su traducción al náhuatl. Además ha reunido cajones con semillas, objetos raros, minerales, tiene macetas sembradas con plantas que quiere llevar vivas, de cuyos riegos lleva una anotación detallada, y finalmente se ha rodeado de jaulas en las que encierra aves curiosas y cantarinas, muchas de ellas citadas en su Historia. También es probable que reuniese ajolotes, iguanas y algunos cuadrúpedos, como tejones, comadrejas, etc., según dicen sus propias palabras al tratar del tlacuatzin. “se alimenta de carne, frutas, pan, verduras, granos y toda clase de comida, como lo comprobamos por experiencia alimentándolo en casa con mucho regalo”;26 y cuando habla del tepeitzcuintli también nos cuenta que se domestica y se alimenta con yemas de huevo y pan. Así se explica el detalle con que describe muchos de estos animales, imposibles de haber sido conocidos tan minuciosamente si no los hubiera tenido en convivencia.

Una vez resuelto el traslado y transportado a los aposentos hospitalarios tan heterogéneo equipaje, Hernández contó con más tiempo para dedicarse en cuerpo y alma, junto con sus médicos, a experimentar. La labor expedicionaria estaba terminada y los libros casi listos para ser enviados; espera únicamente la orden de regreso mientras sigue recopilando materiales. Durante su viaje dejó encargado, en las localidades visitadas, que le fueran enviados los ejemplares de las cosas que no pudo encontrar u obtener a su paso. En sus propios relatos se descubre este hecho. Por ejemplo, tratando de aves, escribe: “Nos fueron enviadas de la misma provincia {Igualapa} muchas avecillas sin nombre”,27 las cuales describe a continuación. Tal vez la más interesante de todas estas referencias a materiales obtenidos después de la expedición sea la que intercala al describir la planta xóchitl, donde dice: “cierto veterinario que también es a veces médico de hombres, nos envió de la ciudad de Uaxaca una hierba arrancada, según dice, del huerto que tiene en su casa... {cuyo cocimiento} instilado en la nariz, restituye (según él asegura) la memoria”.28 Desgraciadamente nos quedamos sin saber el nombre de este buen hombre que, aunque tal vez corto en conocimientos, tenía la buena voluntad y el interés por el estudio.

Naturalmente, en una sociedad tan reducida como era la de la Colonia en aquella época, la labor del protomédico hubo de ser conocida de todas las personas cultas, y con seguridad fueron muchos los que se acercaron a él ofreciéndole materiales exóticos o raros. De la mayoría no nos han quedado noticias, en cambio algunos quedaron reseñados, como aquel capitán de navío que le trajo de Filipinas la piedra “blanca y transparente, y en cuyo centro se veía, por una maravilla de la naturaleza, un cordero azul con la cruz al hombro”, que hace pensar a Hernández: “Acaso sea esto un presagio de que la divina predicación del Evangelio alumbrará aquellas tierras”;29 y el sacerdote que le mostró una gema blanca “en que era de admirar que una gotita como de agua, encerrada y contenida en una pequeña cavidad, siempre se mantenía en la parte superior de ésta, y cuando más se la hacía bajar al fondo más rápidamente volvía luego a subir”,30 hecho que intriga a Hernández y le hace decir: “de lo cual no he podido investigar todavía la razón natural”. Hernández, con un criterio firme, se niega por principio a reseñar en su obra todo aquello que él no ha recogido y estudiado personalmente. Sin embargo hace algunas excepciones con la consiguiente advertencia; así, dice: “Aunque en estos libros nuestros de Historia de las Plantas nada hay que no hayamos visto con nuestros propios ojos y comprobado por el sabor y olor o por nuestra propia experiencia y la de otros, hemos agregado aquí las cinco plantas anteriores originarias de las islas Filipinas, basados en el testimonio de testigos oculares muy dignos de fe.”31 Probablemente no pudo negarse a incluir estas cinco plantas filipinas que, junto con otra media docena de ejemplares peruanos y uno o dos animales descritos, son los únicos materiales recogidos de oídas y sin estudio directo.32

Con todo su material recogido, el equipo de ayudantes en plena actividad y los estudios fundamentales terminados, Hernández inicia lo que pudiéramos llamar momento de la autocrítica y recapitulación: repasa lo hecho, lima y perfecciona los escritos, pretende, cuando llegue a la corte y se inicie la impresión de la obra, que tanto anhela, tener perfectamente terminado todo el trabajo. Si en el campo recogía, describía y pintaba, ahora en la tranquilidad de la residencia hospitalaria tenía tiempo para recapacitar. Probablemente muchas de las frases explicativas y de los comentarios más afortunados pertenecen a este momento de serenidad expectadora y de experimentación calmada. En ocasiones escribe párrafos que nos aclaran perfectamente su intención e idea, por ejemplo en una ocasión dice: “No es nuestro propósito dar cuenta sólo de los medicamentos, sino reunir la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros conterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe, todo lo que se produce en esta Nueva España.”33 Esta frase, imposible de haber sido escrita a la llegada sino por el contrario consecuencia de haber conocido el esplendor de la naturaleza a explorar, está en contradicción con las instrucciones reales, pero, sin embargo, Hernández se lanza a la enorme tarea de catalogar toda la naturaleza de México deslumbrado por su extensión y belleza.

Su honradez de descriptor se encuentra en ocasiones con hechos que a primera vista o son inexplicables o resultan incongruentes para el estudio de los conocimientos de su época. Hernández describe en estos casos sinceramente lo que sus ojos ven, pero suele añadir un comentario explicando sus dudas o su manera de actuar. En ocasiones la experiencia le lleva a tener que cambiar de opinión; entonces también lo asienta, como cuando, tratando de la memeya, escribe: “Dicen que es fría lo mismo que sus congéneres y admirable para cortar las fiebres y cerrar las heridas, opinión a la cual debo decir que no asentí sino después de comprobarla con muchas experiencias, pues parece ser contraria al juicio de Dioscórides.”34 Todavía le quedan dudas, o por lo menos trata de explicarse este hecho en desacuerdo con las teorías básicas de su ciencia, y entonces busca una explicación, pues añade: “Pudo suceder, sin embargo, que las hierbas a que se refiere Dioscórides, por razón del suelo natal, manaran leche más abundantemente y hubiera por tanto en ellas mayor acrimonia y más intenso calor, lo cual puede fácilmente ocurrir en aquel continente y en algunas de sus regiones; pero nosotros queremos narrar, con absoluta fidelidad, las cosas que hay en estas tierras.”35 La frase anterior aparte de confirmarnos su absoluta sinceridad descriptiva, tan lejos de lo acostumbrado en su época, donde la fantasía solía imperar en los relatos, deformando hechos y sucesos, nos muestra que Hernández escribe su obra libre de prejuicios, y además hace una observación para entonces muy avanzada, al señalar las influencias del medio en la especie.






1 Epistolario, n. 10.

2 Ibid.

3 Ibid.

4 Ibid.

5 Ibid.

6 Ibid.

7 Ibid.

8 Epistolario, n. 11.

9 Ibid.

10 Ibid.

11 Ibid.

12 Ibid.

13 lbid.

14 lbid.

15 Epistolario, n. 13.

16 Epistolario, n. 12.

17 Las tres cédulas a que nos referimos parecen ser las tres que incluyó don Nicolás León en el apéndice al prólogo del libro de Ximénez, Quatro libros de la naturaleza (México, 1888), y que dice fueron copiadas de un volumen que estuvo en su poder, titulado Recopilación de todas las cédulas, provisiones e instrucciones dadas por su magestad, que hoy está perdido.

18 Epistolario, n. 12.

19 lbid.

20 lbid.

21 lbid.

22 lbid.

23 lbid.

24 lbid.

25 Sobre el Hospital Real de los Naturales se han escrito varios trabajos, todos importantes. Probablemente los más copiosos y documentados son el capítulo correspondiente del libro de Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España (México, 1956), el de Justino Fernández, “El hospital real de los indios de la ciudad de México”, Anal, del Inst. de Inv. Estéticas1939, vol. II., n. 3, así como el de J. M. de la Fuente, Notas históricas. El hospital Real de Indios de la ciudad de México, Memorial de la Sociedad Científica Antonio Alzate, t. 34, págs. 75-96, México, 1916.

26 Cuadrúpedos, cap. V. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, págs. 298-9.)

27 Aves, cap. CCXXV. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 365.)

28 Matritense, tomo III, libro XX, cap. XLIII, pág. 351. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II pág. 218.)

29 Minerales, cap. XXXIII. (UNAM, 1959, t. III, vol. II, pág. 412.)

30 Minerales, cap. XXXIV. (UNAM, 1959 t. III, vol. II, pág. 412.)

31 Matritense, tomo I, libro III, cap. CCIII, pág. 313. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 154.)

32 Entre las casi tres mil descripciones existentes en las obras de Hernández, únicamente son ajenos a lo encontrado por él los datos contenidos en los capítulos siguientes: Plantas, libro III, caps. CXCVIII a CCIII; libro XXI, caps. LXXI a LXXIII; libro XXII, cap. XXXV; libro XXIII, caps. XX y XXI; Cuadrúpedos caps. XXXIV y XXXV; Aves, caps. CCXIX, CCXXI y CCXXII; Reptiles, cap. L; Insectos, cap. XXVIII y XXX; Acuátiles, cap. CIII y Minerales, cap. XXIII. 33. Matritense, tomo III, libro XVI, cap. XXXIV, pág. 121. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 116.)

33 Matritense, tomo III, libro XVI, cap. XXXIV, pág. 121. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 116.)

34 Matritense, tomo II, libro XII, cap. I, pág. 503. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 29.)

35 Ibid.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ