d. Viaje al Pánuco


Consideramos como viaje al Pánuco, pues él así lo llama, el conjunto de exploraciones que lleva a cabo el protomédico por lo que hoy es el estado de Hidalgo. En realidad se pueden identificar en este viaje dos itinerarios distintos: uno dirigido hacia el norte, camino de Tampico, pero acabando en Huejutla, y otro en dirección al este, que luego se desvía para tomar el camino de Puebla.

Presumimos que fueron, cronológicamente, los últimos viajes, y también pensamos que antes de haber sido visitados, lo mismo que ocurrió en Michoacán, tuvo oportunidad de estudiar materiales de los puntos que después recorrió, enviados por las autoridades o traídos por sus auxiliares; ya vimos que se refiere a ello en el Memorial que copiamos más arriba y esto explica cómo, a través de todos los libros, se encuentran descripciones de plantas panucinas que se hacen muy profusas en los tres últimos, por otra parte, casi exclusivos de esta región.

La realidad del viaje queda comprobada como siempre por los propios giros de sus frases. Aparte de las descripciones de lugares montuosos o quebrados, llanos, cálidos, etc., con que califica los sitios donde se encuentran las plantas, y que de no haber sido conocidos resultaría difícil señalar, tenemos otras tan definitivas que no admiten dudas, como aquellas de: “me dijeron los panucenses”, “supe entre los panucenses” o la que escribe al hablar del tlaqualizpatli, cuando dice: “encontramos en tierras de Pánuco” (realmente la traducción literal sería “tropezamos”), lo cual muestra evidentemente su presencia en esos lugares.78

Como apuntamos más arriba al situar sobre el mapa los pueblos de esta región citados por Hernández, se definen dos claros trayectos de viaje. Uno, posiblemente originado en Texcoco (ya vimos que su estancia en este lugar debió de ser larga y fructífera), que le lleva a pasar por Chiautla tetzcocana, adjetivo que claramente la distingue de la otra Chiautla que sabemos recorrió durante el viaje al Mar del Sur, en la provincia de Puebla. Después sigue por Tepletaoxtoc, donde un convento dominico podía servirle de acomodo, y llega a Acolman, con alojamiento fácil en el convento agustino que todavía hoy se admira. Desde Acolman hace una derivación corta para acercarse a Teotihuacán. Una fundación franciscana podía servirle de descanso y el viaje parece proseguir en dirección a Tizayuca.

En Tizayuca el trayecto se bifurca; por un lado se aprecia una derivación franca, camino de Xilotepec, donde un convento franciscano tenía su asiento, pasando antes por el poblado de Huehuetoca. Llama la atención en todos los pueblos que venimos señalando que el número de plantas referidas a ellos suele ser reducido. Nos explicamos esto precisamente por considerar que son las últimas exploraciones y viajes, y por tanto ya tenía recogida en otras regiones la mayoría de la flora que iba a constituir su libro, anotando aquí únicamente aquellas plantas que por ser propias o características de la región no había encontrado en otros viajes.

Volviendo a Tizayuca, parte otro itinerario que, pasando por Tezontepec, con un convento agustino, se dirige a Epazoyuca. El amplio monasterio, que todavía puede admirarse hoy, de los frailes agustinos, era lugar adecuado para convertirlo en centro básico de las operaciones, como tal suponemos debió ser utilizado por Hernández, ya que desde aquí parten dos claros itinerarios en direcciones diferentes y a cual más interesantes. Uno está dirigido hacia el norte y de él nos han quedado referencias suficientes para poder dibujarlo casi completo. Es seguro que desde Epazoyuca partió para Atotonilco. Las referencias a este lugar son frecuentes y, aunque los pueblos de igual nombre se encuentran en muchos lugares del territorio mexicano, hemos decidido que es éste el visitado por Hernández por ser el más importante en aquel momento, por estar situado en un itinerario preciso y por ser el que contenía el centro conventual más adecuado para su tipo de trabajo y exploración. Se trataba de una de las primeras fundaciones de agustinos en la Nueva España. Todavía conservaba, como puede comprobarse en la actualidad, marcada influencia gótica en su arquitectura, y consta que cobijó en su interior una profunda actividad intelectual presidida por el padre Alonso de la Veracruz, de la que quedan como testigos los frescos recientemente descubiertos por el Dr. Toussaint. En varias ocasiones hemos meditado sobre la impresión que pudo producir en el ánimo del protomédico el encuentro, en lugar tan apartado de todo lo que había sido su vida anterior, de las imágenes de sus autores adorados y sobre todo de Aristóteles, el viejo maestro, guía y luz de su formación humanística desde los ya muy lejanos días de sus estudios complutenses.

En Atotonilco debió de conocer al famoso Francisco Zimbrón, hombre aficionado a las hierbas y sus efectos pues, hablando del yztacpatli de Atotonilco, después de describirlo, nos asegura que “la usa mucho Francisco Zimbrón, cuyo nombre también se le da [a la hierba], teniéndola como remedio admirable y más excelente que todos los demás encontrados hasta ahora entre los indios”.79

Desde Atotonilco es probable que hiciera una derivación para llegar hasta Huaxca, volviendo a Atotonilco para seguir su viaje hacia el norte. La etapa siguiente tuvo que ser Meztitlán, nuevo centro agustino, todavía en pie, con su imponente edificación, mole de aspecto fortificado, que debió alojar al protomédico y su equipo sin dificultades, desde donde exploró Huayacocotla y Tezcatepec. El final de la expedición por este rumbo fue Huejutla; antes de llegar al convento agustino que le brindaba alojamiento en ese lugar, pasó por Cuautotol y Totonicapan, pueblos de los que no han quedado más que referencias escasas.

Queda en esta misma dirección una localidad tan lejana que ya desde nuestro trabajo de 1951 dudamos fuera visitada por Hernández; hoy estamos convencidos de que se trata de referencias a plantas traídas de allí pues que no llegó a visitarlo. Nos referimos a Tamuin, pueblo imposible de enlazar con ninguno de los itinerarios conocidos.

Volviendo a Epazoyuca, de donde partió el viaje a Huejutla que acabamos de reseñar, Hernández marca en sus obras otro itinerario dirigido hacia la costa del Atlántico, que en nuestras investigaciones de hace años pensamos podía servir para establecer un gran circuito terminado en Puebla. Es difícil, meditándolo bien, afirmar todo este circuito. Sin embargo es evidente que gran parte de él fue recorrido y que el protomédico estuvo en Huauchinango y en Pahuatlán, donde también existían residencias agustinas, y de cuyas plantas nos han dejado múltiples referencias.

Más al este quedan Xocotepec, Mecatlán y Tenanpulco, pueblos citados, y desde el último hacíamos partir un largo itinerario de dirección sur que, pasando por Ecatlán, Tetela, Iztamatitlán y Citlaltepec, venía a terminar en las proximidades de Puebla. No existen en este recorrido residencias conventuales, ni las citas al describir las plantas de estos lugares permiten afirmar la presencia de Hernández en ellos, por lo que nos queda la duda de si fueron visitados o únicamente referidos por las plantas desde allí enviadas.

Con esto terminamos la relación de los probables itinerarios recorridos por la expedición de Hernández. El relato resultó un poco árido por la poca información que nos ha quedado sobre su paso en cada lugar. Ahora bien, si no tenemos datos concretos de cada punto, en cambio podemos obtener a través de sus descripciones una imágen bastante vivida de lo que pudo ser la exploración. Continuamente surgen en sus páginas descripciones, comentarios o exclamaciones que nos permiten suponer muchos pequeños incidentes de la vida diaria durante el viaje. Ya hemos referido el peligroso envenenamiento sufrido en Michoacán, que en el fondo no fue más que el más grave de otra serie de accidentes similares, aunque con menores consecuencias, que padeció en varias ocasiones. Su celo de investigador científico le impedía consignar los datos sin comprobación previa y como, dado el concepto de las propiedades terapéuticas en su época, el gusto formaba parte de las características indispensables para clasificar el temperamento y naturaleza del remedio, Hernández no vacilaba en probar las plantas encontradas para poder describirlas certeramente. En otras ocasiones la probatura era con vistas a estudiar sus efectos terapéuticos. Toda la obra aparece llena de referencias a la probatura de plantas; referirlas todas resultaría enojoso e innecesario, por esto solamente copiaremos algunas realmente elegidas al azar. Por ejemplo, hablando del achilton, escribe: “tiene sabor acre y cáustico...; gustado, quema la boca y la lengua a la manera del pimiento”.80 En otra ocasión nos dice de una planta: “yo advertí en esta planta, gustándola, un calor moderado que se aprecia por cierto amargor”;81 de otra nos refiere que su propiedad “luego se advierte al gustarla”.82 Del zacahuitzpatli nos cuenta: “es de sabor amargo, quema la garganta y es caliente y seco en casi cuarto grado”,83 y en el cuetzpalpatli encuentra que “la raíz es al pronto dulce y sabe a orozús, pero después se siente acre y caliente en cuarto grado”.84 Probando el atóchietl observa: “es acre y caliente casi en cuarto grado, pero siendo fuertemente calorífico en el momento de gustarse, se enfrían después la lengua y la boca como al contacto de un granizo, cosa que he observado en otras muchas hierbas de esta Nueva España”.85 Que el hecho de gustar las plantas era costumbre habitual, nos lo demuestra la frase insertada en una descripción cuando dice: “yo la gusté, sin embargo, como todas las plantas”,86 y finalmente, para terminar esta relación que podía hacerse interminable, recordaremos otra frase curiosa en la cual, después de hablar de los efectos mortales de una planta que está describiendo y probablemente acordándose del percance del chupiri, escribe: “dicen también algunos que, comida esta hierba, produce la muerte al cabo de tantos días cuantos hayan transcurrido desde que fue cortada, lo cual otros podrán decir si es verdad, pues no es fácil experimentar con los venenos. A mí, por el olor y el gusto, no me pareció tan venenosa.”87

Los ejemplos podrían seguir prolongándose indefinidamente, mas no tiene objeto, sirven únicamente para justificar las frases dirigidas a Montano años después cuando en el famoso poema escribe: “¿Qué decir de las múltiples veces que puse en peligro mi vida probando las yerbas dañosas por saber de su naturaleza?” O aquella otra de “las muchas veces que, confiado en falaces intérpretes, creí conocer de las plantas mentidas virtudes, y apenas logré combatir sus nocivos efectos con el arte médico y el favor insigne de Cristo”.88

Pero no fueron sólo las probaturas de yerbas y sus efectos los que pusieron en peligro la vida del protomédico por los campos y desiertos mexicanos. Fue la lucha perpetua contra la naturaleza y contra los hombres. En su famoso poema, tantas veces citado, único documento directamente autobiográfico, queda la constancia de esa lucha cuando nos recuerda “los frecuentes encuentros hostiles, el horror de los monstruos que habitan los lagos y tragan y alojan enteros a los hombres en su enorme vientre, y los miles de insectos dañinos que laceran la piel de incontables picaduras sangrientas”.89

El martirio de los insectos debió perturbarle constantemente. En su obra surgen de continuo recetas y consejos para exterminar los molestos animales, principalmente las moscas y mosquitos. En varias ocasiones se queja de esta plaga. Una vez, al describir las costumbres de los mexicanos en su libro de Antigüedades, nos dice hablando de una sustancia: “y de esta manera ahuyentan los moscos con los cuales no pocas naciones de la Nueva España se ven cruelmente infestadas”.90 Otra vez encuentra una planta, el zozoyatic, que mata los piojos y “extermina todas las moscas que andan por la casa, tan impertinentes y molestas sobre todo en el verano”,91 y no olvida consignar una hierba que en “cocimiento destruye los piojos” y cuyo humo al ser incinerada “ahuyenta las chinches”.92 No hace falta mucha imaginación para llegar a figurarse la situación de Hernández durante sus exploraciones, martirizado por las picaduras y en lucha contra la nube de insectos que continuamente le acosaban. Hoy mismo basta internarse por las veredas y trochas de los campos mexicanos para poder conocer lo que el protomédico debió de sufrir en sus viajes. Si la tierra es templada o fría no podremos evitar las picaduras de jején que tanta y tan prolongada desazón producen. Pero si el clima es cálido, las molestias se multiplican con la aparición de las mil clases de insectos, arañas y garrapatas siempre listos para atacar al viajero. Probablemente Hernández fue invadido por el pinolillo, que se cuela sutil a través de los más imperceptibles resquicios de la ropa, y quién sabe si sufrió los ataques de la terrible memberecua o huemberecua que, cual polvo impalpable, irrita la piel sin que pueda conocerse de dónde procede. Esto sin contar con alacranes, zancudos, ciempiés y demás fauna, incluyendo ya animales mayores como los reptiles, contra los que también tuvo que enfrentarse el protomédico.

Es verdad también que todas estas molestias quedan compensadas con el asombro, el interés y la delicia de conocer cosas nuevas. Hernández reacciona durante todo su viaje ante las plantas desconocidas, los pequeños descubrimientos de tipo etnográfico, las bellezas naturales y, en general, ante todo lo nuevo que aparece delante de sus ojos, con un entusiasmo juvenil que demuestra su alto espíritu curioso e inquieto. Le llaman la atención y describe hechos como el de la madera que “sirve para producir fuego, como el pedernal, frotando un leño con otro”; al mismo tiempo, de su corteza se tejen “cuerdas más fuertes que las de cáñamo”, y la utilizan “los pintores para dar el color escarlata”.93 O el de las calabazas que, además de servir de cántaros para transportar agua, cuando se usan juntas y enteras “en hileras de siete, fabrican balsas muy buenas para transportar hombres, caballos o cualesquiera cosas”.94

En otras ocasiones, es una planta la que sirve como pie para hacer una larga y documentada descripción de costumbres. No podemos extendernos aquí en comentar algunos capítulos de Hernández que por sí solos merecerían trabajos monográficos. Es imposible, sin embargo, dejar de señalar algunos de los temas tratados en sus libros donde describe cosas para él nuevas, adornándolas de comentarios y observaciones con frecuencia muy agudas. De este tipo son los capítulos sobre el maíz,95 el tabaco,96 el chile,97 el árbol del coco,98 el cacao,99 los nopales, donde describe el uso tintóreo de la cochinilla,100 el brasil101 y las distintas especies de maguey.102

Las pequeñas industrias derivadas de elementos naturales le interesan de modo especial; siempre que alguna planta puede ser utilizada en cordelería, tintorería, perfumes, etc., tiene buen cuidado de consignarlo. La fabricación del papel por los procedimientos indígenas precortesianos le atrae y la describe cuidadosamente;103 en ocasiones encuentra algo que le parece industrialmente útil y entonces experimenta sobre ello antes de consignarlo. De este tipo es la descripción del zaquanquáhuitl, en la que nos dice que el fruto es semejante a “un melón pequeño, lleno de pelusa fibrosa, blanca, brillante, poco o nada diferente de hilos de seda flojos y ondulados, que podría tejerse fácilmente, según lo comprobamos en un ensayo, y convertirse en telas de seda como las llamadas seríceas, con un gasto mucho menor y un trabajo más leve”.104 Se extraña mucho de que los indígenas, teniendo lino, no conozcan su uso.105 En cambio se asombra de la habilidad que tienen los indios para tejer los pelos de conejo para hacer lienzos y vestidos, y exclama: “Tan grande es la industria y diligencia de esta gente para aprovechar las cosas más insignificantes.”106

También encontramos que el viaje, con sus cambios de alojamiento y de alimentación, debió de producir en el protomédico momentos agradables. Todo a lo largo de su obra, se descubre en él un goce por los placeres de la mesa, característica frecuente en los hombres renacentistas a la que no escapa Hernández. Siempre que encuentra ocasión escribe en su obra alabanzas a una salsa, a un guisado o a cualquier otro manjar que le han servido. Por ejemplo al hablar del tómatl nos recuerda que “molidos y mezclados con chilli, [hacen] una salsa muy agradable que mejora el sabor de casi todas las viandas y alimentos y estimula el apetito”.107 Alaba grandemente el maíz y sus posibilidades nutritivas;108 considera el cacao y las bebidas que de él se derivan como muy agradables;109 al quauhxílotl, que identifica con el plátano, también lo alaba sobre todo si se come asado y con vino, pues son así mucho más sabrosos;110 también alaba los capulines.111 De una planta a la que no encuentra utilidad médica escribe que la consigna “porque tiene un olor exactamente igual al de la vianda que suele prepararse entre nosotros para la cena, con carne de carnero, huevos, pimienta, y manteca”.112 En los capítulos dedicados a describir animales, tanto cuadrúpedos como aves, e incluso reptiles, como la iguana, casi siempre intercala el párrafo correspondiente al valor alimenticio y sabor del animal descrito. Se descubre que casi todos los ha probado; algunos, como los conejos, le parecen “menos buenos y más duros que los nuestros”.113 En cambio los guajolotes le resultan muy sabrosos pues, aunque al tratar de ellos en el libro de aves dice que son de alimento menos grato y más duro que los gallos de Castilla, en cambio, al informarnos de que los indios se comen los renacuajos, exclama: “Deléitense ellos con sus platillos nacionales, con tal que nos dejen a nosotros comer sus gallinas, cuyos machos son los llamados gallipavos.”114

Finalmente en sus viajes descubre la barbacoa, le entusiasma y la describe histórica y coquinariamente con todo detalle y, después de decirnos que la ha cocinado y comido, añade: con ello, “no ha quedado oculto para nosotros nada de lo que se refiere a las delicias y gloria del paladar”.115 Este párrafo le delata, Hernández es indudablemente un saboreador experto que se deleita ante una mesa puesta, pero no olvidemos en su descargo que vivía en Sevilla precisamente en los mismos años en que Baltasar de Alcázar escribía su inmortal poema dedicado a una cena.116

Para terminar con este capítulo de los viajes, que ya resulta demasiado largo, hagamos notar cómo, en sus relatos de plantas, aparecen también las pequeñas tragedias cotidianas de la expedición; para ejemplo recordemos la que nos señala al hablar de la anónima cuando nos dice: “colecté entre los mechoacanos una hierba que cuidé de pintar y describir inmediatamente con sus propiedades y, aunque, por descuido tal vez de los domésticos, se ha perdido la descripción, he conservado sin embargo la imagen y quiero darla a la posteridad”.117 De otro contratiempo similar nos da noticia al hablar de la comadreja, pues cuenta que “por descuido de los pintores perdimos su imagen, o acaso por robo de alguna persona poco honrada”.118 También en ocasiones sufre yerros y equivocaciones que confiesa sinceramente dando lugar a repeticiones de dibujos y descripciones; por ejemplo al hablar del eloxóchitl, dice: “es una especie de altramuz silvestre descrita aquí por error y pintada dos veces en otras tantas fases de su desarrollo”.119

Es probable que sea a estas pequeñas y cuotidianas tragedias a las que se refiere cuando, ya en España, al redactar el poema a Arias Montano, se queja del “torpe rebaño de siervos”; sin embargo, debemos considerar lo grande que debía de ser el trajín de embalar y desembalar los materiales que, a lomo de mula, acompañaron al protomédico por todos los caminos de Nueva España; y, aunque alguna vez los domésticos perdieron un papel o extraviaron un dibujo, no por eso se puede dejar de reconocer que fue mucho su celo y su cuidado, al cual debemos en gran parte el éxito de la expedición. Hoy, a tanta distancia de los hechos, cuando las facilidades para vivir y desenvolverse se han mejorado de modo casi inconcebible, nos resulta difícil poder llegar a tener una visión exacta de lo que fue la epopeya de Hernández mientras realizaba ese viaje al que tanto debe la historia natural de México y que transcurrió, como las hazañas de los conquistadores, entre peligros, encuentros hostiles y dificultades de todas clases, superadas por el espíritu humanista y la inquebrantable fe de triunfar.


El oidor Pedro de Villalobos


El “preguntador”


México y sus alrededores a fines del siglo XVI


Portada de la Cirugía de López de Hinojosos


Agustín Farfán


Un “tecpan” característico (Santiago Tlatelolco)


Convento de Cuernavaca, estado actual


Interior del convento franciscano de Cuernavaca


Vista exterior y claustro del convento de Tepoztlán (Mor.)






78 Matritense, tomo III, libro XXIV, cap. XVII, pág. 448. (UNAM, 1959, t. III, vol. II, pág. 263.)

79 Matritense, tomo III, libro XXII, cap. XVI, pág. 406. (UNAM, 1959, t. III, vol. II, pág. 242-3.)

80 Matritense, tomo I, libro III, cap. CXXXVII, pág. 269. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 132.)

81 Matritense, tomo II, libro V, cap. VII, pág. 7. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 230.)

82 Matritense, tomo II, libro V, cap. LXV, pág. 37. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 247.)

83 Matritense, tomo II, libro V, cap. CLXVI, pág. 88. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 272.)

84 Matritense, tomo II, libro V, cap. CXCII, pág. 100. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 278.)

85 Matritense, tomo I, libro II, cap. LXXXIX, pág. 149. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 75.)

86 Matritense, t. III, libro XVII, cap. LX, pág. 174. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, págs. 142-3.)

87 Matritense, tomo III, libro XVII, cap. CXII, pág. 198. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 152.)

88 Frases del Poema a Arias Montano, (op. cit.)

89 Ibid.

90 Antigüedades, libro I, cap. 25, pág. 78 (ed. Pimentel). Folio 48 r. del manuscrito original.

91 Matritense, t. II, libro VI, cap. XXIV, pág. 112. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 283-4.)

92 Matritense, tomo I, libro I, cap. XLIX, pág. 29. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 15-6.)

93 Matritense, t. I, libro I, cap. XCVIII, pág. 54. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 27-8.)

94 Matritense, tomo I, libro II, cap. VIII, pág. 102. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 50-1.)

95 Matritense, t. II, libro VI, cap. XLIV, pág. 122. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 288-92.)

96 Matritense, tomo I, libro II, cap. CIX, pág. 159. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 80-2.)

97 Matritense, t. I, libro III, cap. CLIII, pág. 277. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 136-9.)

98 Matritense, tomo I, libro IV, cap. XVI, pág. 338. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 167-9.)

99 Matritense, tomo II, libro VI, cap. LXXXVII, pág· 153- (UNAM, 1959, t. II, vol. I, págs. 303-5.)

100 Matritense, tomo II, libro VI, caps. CVI a CXVI, págs. 169 ss. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 311-6.)

101 Matritense, t. II, libro VII, cap. VIII, pág. 225. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 337.)

102 Matritense, t. II, libro VII, cap. LXXI, pág. 251. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 348-9.)

103 Matritense, t. I, libro II, cap. CXIII, pág. 165. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 43-4.) Los datos aportados por Hernández sobre la fabricación del papel precortesiano en México han sido ampliamente utilizados por investigadores modernos para el estudio de las culturas y las industrias indígenas anteriores a la conquista. Hernández es el primer cronista que describe la fabricación del papel, habiendo observado su elaboración; de ahí que sus datos sean de primordial importancia. En tal sentido son utilizados por Víctor Wolfgang von Hagen, en su libro La fabricación del papel entre los aztecas y los mayas (México, 1945). Este autor considera de tal importancia las aportaciones de Hernández al tema que incluso en su libro intercala una corta biografía del protomédico a modo de epílogo. Posteriormente el Dr. Faustino Miranda publicó un trabajo titulado “Algunos comentarios botánicos acerca de la fabricación del papel por los aztecas” en Cuadernos Americanos, n. 5 (sep-oct), 1946, págs. 196-204, donde también utiliza ampliamente los datos hernandinos; más recientemente, Hanz Lenz en su libro El papel indígena mexicano, Historia y supervivencia (México, 1948), vuelve a utilizar los datos de Hernandez sobre el papel indígena, recalcando de nuevo el que es el primer cronista que se ocupa de la materia.

104 Matritense, t. II, libro VI, cap. LXXIV, pág. 146. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 300.)

105 Matritense, t. II, libro VI, cap. XLVII, pág. 134. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 293.)

106 Cuadrúpedos, cap. III. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 297.)

107 Matritense, tomo II, libro V, cap. I, pág. 2. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 227-8.)

108 Matritense, t. II, libro VI, cap. XLIV, pág. 122. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 288-92.)

109 Matritense, tomo II, libro VI, cap. LXXXVII, pág. 153. (UNAM, 1959, t. II, vol. I, págs. 303-5.)

110 Matritense, t.1, libro III, cap. CLXXII, pág. 293. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 145.)

111 Matritense, tomo I, libro VI, cap. LXXVIII, pág. 149. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 301.)

112 Matritense, t. I, libro II, cap. XCIX, pág. 154. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 78.)

113 Cuadrúpedos, cap. IV. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, págs. 297-8.)

114 Acuátiles, cap. IV. (UNAM, tomo III, vol. II, pág. 391.)

115 Matritense, t. II, libro VI, cap. XLV, pág. 133. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 292.)

116 La composición de Baltasar de Alcázar, sevillano contemporáneo de Hernández, es una clásica muestra del espíritu renacentista amante de los goces corporales, independientemente de servirnos como documento para comprobar lo poco parcos que eran en la alimentación los hombres de su época.

117 Matritense, t. I, libro III, cap. CCXV, pág. 320. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 157-8.)

118 Cuadrúpedos, cap. XXVII. (UNAM, tomo III, vol. II, pág. 313.)

119 Matritense, tomo II. libro VIII, cap. XXXIX, pág. 293. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 368.)

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ