g. El incidente de las varas y el pleito con el virrey


Finalmente y para acabar con este capítulo donde tantas cosas adversas para Hernández hemos relatado, contaremos, antes de hablar del pleito con el virrey, lo que pudiéramos llamar El incidente de las varas. Realmente, visto a la distancia que hoy lo contemplamos, tiene mucha menos importancia que pudiera tener en su época, pero sin embargo es una muestra más de los muchos entorpecimientos y molestias con que tuvo que luchar en el desempeño de su labor, motivados por la envidia de los otros médicos y la animadversión de la Audiencia.

Ocurrió que el 22 de agosto de 1572, precisamente en la época en que Hernández todavía insiste en ejercer sus funciones protomédicas visitando establecimientos y revisando licencias, el cabildo de la ciudad acordó: “que estando mandado por su magestad que en esta ciudad no aya más de seis alguaziles, los tres de corte e los tres de ciudad, esto no se guarda por aber muchas personas que traen baras e so color dellas hazen muchas molestias, delitos y exesos en esta rrepública, lo qual es en gran daño de ella e de los vezinos e basallos de su magestad, e por que conviene proveer de rremedio sobre ello, abiéndolo conferido acordaron e mandaron quel procurador mayor desta cibdad pida en la Rreal Abdiencia se guarde la dicha cédula e en su cunplimien- to no haya más de los dichos seyz alguaziles, e si portero obiere que traiga bara sea conocidamente para el tal oficio sin entremeterse en otra cosa alguna, y se quiten todas las demás que hay”.107

La orden, justificada, probablemente fue cumplida con celo superior al necesario, afectando a funcionarios que como Hernández tenían derecho a usar esta distinción por la dignidad de su cometido y oficio. Desconocemos la queja que por esta nueva arbitrariedad de las autoridades envió Hernández al rey, pero sí tenemos la contestación del rey, el cual en cédula al virrey escribe: “El Dr. Francisco Hernández, nuestro protomédico general en esas partes, nos ha escrito agraviándose de que en esa Audiencia… no permítesele que un portero que puede nombrar y tener pueda traer vara, siéndole permitido conforme a las leyes.”108

Seguramente este incidente, hoy pueril, debió de resolverse a satisfacción de Hernández, pues no existen más referencias sobre ello. Pero lo que realmente nos enseña es cómo los enemigos de Hernández utilizaron los más diversos y rebuscados métodos para vejarle y distraerle en su labor, creando situaciones como la que acabamos de describir que, de acuerdo con las leyes entonces vigentes, no debía de haberse planteado nunca.

Superadas o desdeñadas las dificultades que desde el primer momento se oponen a la labor del protomédico, éste, al parecer, decide orientar todos sus esfuerzos por el camino de la investigación científica. Ya sabemos que desde los primeros momentos recorrió las cercanías de la capital, exploró los montes y campos fácilmente abordables y, con el material recogido y alguno más que le fue enviado desde lugares más lejanos, tiene ya cuatro o cinco libros escritos y aderezados. El virrey, aunque no le da todo el “resuello y calor” que él desearía tener, le trata cordialmente y, por lo que se desprende de una de sus cartas, el propio virrey ha escrito a Felipe II ensalzándolo, pues dice Hernández: “como vuestra magestad habrá entendido del virrey D. Martín Enríquez, trabajo aun más de lo que a algunos parece posible”.109

Se encuentra satisfecho de su labor. Considerando que aun queda mucho por hacer, pide una prórroga de tres o cuatro anos aun en contra de sus propios sentimientos, pues dice: “Sabe Dios que deseo volver a España a servir a v. m. y acabar con alguna quietud mi vejez y que pido prorogación negando mi inclinación natural y deseo por el servicio de v. m. y el amor a la obra.”110 Con objeto de adelantar su obra le pide al rey ordene que desde las Canarias, Santo Domingo y China le envíen dibujos y relaciones de las plantas medicinales de cada lugar con indicación de sus propiedades y virtudes, preguntadas a los médicos indios y españoles de cada localidad, “para que yo lo haga acá pintar a mi modo y ponga el estilo”.111

El geógrafo sigue trabajando regularmente. “Va tomando bien y precisamente la longitud y latitud de las provincias más principales desta Nueva España.”112 Cuando esto se escribe estamos en diciembre de 1572.

Pasan tres meses de los que no tenemos noticias directas de Hernández, pero en los que sin embargo ocurren cosas importantes; se produce el cambio de oidor adscrito al protomedicato, que ya hemos descrito más arriba y que no parece tener trascendencia para Hernández, ya que ni siquiera se refiere a ello en sus cartas. Pero al llegar marzo de 1573, encontramos una carta verdaderamente deliciosa. Comienza repitiendo lo que ya había escrito en diciembre y en otras anteriores; quiere que le manden dibujos y datos de Santo Domingo, las Canarias y China; quiere ir preparando su viaje al Perú, para lo cual necesitará permiso de trasladar a esas tierras parte del equipo que ya tiene entrenado. Pero no es esto lo sustancioso de la carta. Por ella sabemos que la situación plácida que parecía iniciarse en los meses finales de 1572 se ha quebrado. Las relaciones con el virrey, que meses antes le alababa, han sufrido un cambio perjudicial para Hernández y su obra. Hernández se queja amargamente de que el trabajo no avanza por culpa de las autoridades. Comunica al rey que tiene escritos cinco libros, pero que “hubiérase hecho mucho más si se hubiera acá tenido en cuenta con la voluntad y brevedad que vuestra magestad pretende y no con la limitación de la cédula, y se hubiera dado más calor y menos dilaciones en eso que se ha hecho, harto a costa mía, y no hubiera yo perdido tanto tiempo y desasosiego en alinearlo”.113 La alusión a los altos poderes no puede ser más clara.

Pero aún se queja de otras muchas más cosas que suceden por indudable negligencia o descuido del virrey, que podría evitarlas. Escribe más abajo: “si vuestra magestad es servido se acabe con brevedad... convendrá se me dé el intérprete que me dan, libre y no por momentos, que es grandísimo estorbo, y que los pintores que me dan, pues se les paga..., sean de los mejores y no como agora son de los más inútiles de México..., y que me den tres herbarios o más si fueran menester, sin que se mire la limitación de las cédulas, pues allá no se entendió la grandeza y dificultad deste negocio, y para espulgar un mundo tan grande, aun los que pido no bastarán, quanto más uno solo como me lo dan agora”.114

Sigue la carta llena de lamentaciones y quejas, promesas y explicaciones, hasta que un poco más abajo nos enteramos de algo que aclara en parte esta diferencia de relaciones con el virrey. El geógrafo se ha negado a seguir trabajando, y dice Hernández: “tengo sospecha no haya favorecido el virrey de v.m. y dado calor a esta determinación”.115 Inmediatamente explica al rey los motivos de su sospecha, suponiendo que trata de eliminarle del encargo geográfico para que recaiga en el virrey el “contento y honor” al “tomárselo para sí, haciéndose por su comisión este servicio a v.m.”116

El disgusto de Hernández es grande y sus sospechas sobre la actitud del virrey se confirman en la carta que a continuación de la anterior escribe al rey; dice así: “A la sazón que acababa de escribir a v.m. me envió el virrey a llamar y dijo que él me daría el cómodo de ministros que yo le había pedido, así de geográfo como de lo demás, para andar la Nueva España; tengo por certísimo, de otras cosas que han pasado y de muchas vehementes conjeturas, que esto no se ha de efectuar o por que por ventura me quieren entretener agora a la partida de la flota con esta esperanza, o por que en el discurso del negocio se embarazará y hallará tapadero.”117

Pero todavía tenemos más noticias de que las relaciones entre el virrey y Hernández no son cordiales. En un documento que vamos a estudiar pronto y detenidamente, encontramos que Hernández le dice al virrey frases bastante duras respecto a su falta de interés y apoyo, y se queja de que sus ayudantes le “acuden mal viendo que v.e. desfavorece y menosprecia este trabajo, y yo no oso acudir a v.e. a que los castigue por lo que v.e. se lamenta de lo mucho que tiene que hacer conmigo y por la pesadumbre con que algunas veces v.e. me recibe”.118

Consideramos que todo lo anterior es motivo suficiente para crear una atmósfera de incomodidad y recelo en las relaciones de Hernández con el virrey. Sin embargo, como este pleito del geógrafo es muy largo y tiene sus ribetes de cuento de picaros, tendremos que dejar para más adelante el dedicarle un capítulo especial. Conociendo al virrey y el desarrollo de su labor en el tiempo que permaneció en México, esta nube tormentosa en sus relaciones con Hernández, que por cierto fue cosa pasajera y corta, no tiene nada de particular. Era un viejo austero y seco, de carácter variable e irascible. El arzobispo e inquisidor Moya de Contreras chocó con él desde el primer momento.119 Suárez de Peralta, no obstante describirlo sin intención de comprometerse, nos lo pinta diciendo que “no era largo en hacer mercedes..., muy grave y criminal en el castigar los delitos y durábale un enojo mucho”.120 Junto a esto y para compensar añade que era “muy buen caballero” y que “procuraba que los hospitales tuviesen muy buen recaudo”. Pero la realidad es que debía ser de carácter difícil, y a veces intratable, que le orillaba a incidentes tan penosos como el que tuvo con los franciscanos.

Tal vez el fondo orgánico de esta inestabilidad de carácter nos la dé el propio Hernández cuando habla en su libro de las tunas. Allí, después de describir las diferentes clases de ellas y su utilización, nos cuenta que la tuna silvestre aderezada como allí explica es muy útil para las enfermedades por exceso de bilis, y añade: “Dio honra a este fruto el eminentísimo varón Martín Enríquez, ilustre virrey de esta Nueva España, quien mediante su uso frecuente se libró por completo de muchas enfermedades que solía padecer, originadas de la bilis y de calor.”121 Donde podemos suponer que el virrey, flaco y amargado, era un enfermo hepático, o tal vez ulceroso gástrico con las alternativas de carácter tan frecuentes en estos enfermos crónicos.






107 Actas de Cabildo de la ciudad de México, del 22 de agosto de 1572.

108 Recopilación de todas las Cédulas… (ob. cit.)

109 Epistolario, n. 6.

110 Ibid.

111 Ibid.

112 Ibid.

113 Epistolario, n. 7.

114 lbid.

115 lbid.

116 lbid.

117 Epistolario, n. 8.

118 Memorial al virrey, último párrafo.

119 De la primera entrevista entre Moya y el virrey, el arzobispo salió furioso y enojadísimo. Ya le había molestado que el virrey no saliera a recibirlo, cuando investido de su título de inquisidor general llegó a la ciudad de México. Aceptó a regañadientes la explicación enviada por el virrey de que esperaba el día del juramento para rendirle el homenaje que se merecía. Pero el colmo se cumplió cuando el arzobispo acudió al palacio virreinal; según escribe en 31 de octubre de 1571, el virrey “me tuvo siempre en pie y sin mandarme cubrir, si yo no me cubriera delante de tanta gente y de sus criados que estaban en la misma forma, tratándome en el discurso de la plática con sumo imperio y magestad y gran sequedad, y ansí con brevedad me despedí dél, diciendo que yo sólo había venido a cumplir con mi obligación”. Carta del inquisidor Don Pedro Moya de Contreras, que aparece incluida en el libro La vida colonial, N° VII de las Publicaciones del Archivo General de la Nación (México, 1923).

120 Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias (México, 1949), pág. 169. Como el relato de Suárez de Peralta está descrito en 1589 y su autor conoció personalmente al virrey, hemos preferido utilizar sus apreciaciones por ser completamente contemporáneas y de persona que vivió los acontecimientos que relata.

121 Matritense, tomo II, libro VI, cap. CVI, pág. 172 (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 312).

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ