b. Retorno a Toledo


Tal vez cierto día Hernández sintió la nostalgia del terruño y decidió volver a Toledo. Hemos pensado si sería con motivo de su viudez o si tal vez le movió a ello el encontrarse suficientemente preparado para decidirse a dar el salto definitivo. La experiencia guadalupana, las investigaciones y exploraciones andaluzas y la visión del Nuevo Mundo a través del inquieto tráfico sevillano habían hecho de él un médico maduro. Ya no era el principiante acabado de salir de las aulas. Tenía una labor de años y muchos estudios, plasmados en varias obras todavía inéditas, que pesaban sobre la formación de su autor y le distinguían entre los de su clase.

Hernández era ambicioso, la vuelta a Toledo después de su estancia en Guadalupe hace pensar en una premeditada aproximación a la corte. En el siglo xvi para medrar es necesario unirse a los emperadores. Un refrán popular indicaba los caminos seguros para el medro. Eran tres: “Iglesia, mar o casa real.” Más cómodo y lucrativo el primero; más aventurado y más peligroso el segundo; más honorífico y enaltecedor el último. En la situación de Hernández no hay duda que el más conveniente a su profesión y afán de gloria era el tercero. Aproximarse al rey más poderoso de la tierra era obtener prebendas y mercedes. Era situarse en una posición elevada sobre el resto de sus colegas y recoger migajas de lo que el señor despilfarraba o desechaba. Y nosotros vemos en este retorno a Toledo, un afán de conexión con la corte, que precisamente por aquellos momentos se trasladó de Toledo, donde había estado asentada muchos años, a Madrid, por ser lugar más sano y adecuado a su objeto. La distancia entre las dos ciudades es corta. Dos jornadas cómodas a caballo, con noche en Illescas; con prisas puede hacerse en un día, y aunque la nueva corte esté aposentada en el antiguo Alcázar de Madrid, ahora arreglado y remozado, quedan aún muchos contactos y enlaces con la vieja ciudad castellana, que ha pasado a representar un papel de trastienda cortesana.

Ignoramos la fecha de este retorno a Toledo, sin embargo con seguridad se encontraba ya aposentado en la ciudad y trabajando en ella el año 1567. La traducción pliniana, que, como pronto veremos, está escrita en este período de la vida de Hernández y precisamente en Toledo, dice textualmente en una ocasión, refiriéndose al tiempo transcurrido “desde el imperio de Tito en que Plinio scribió hasta el año presente de mil y quinientos sesenta y siete”.26 Este dato es incontrovertible. Sin embargo, hay que suponer que Hernández se encontraba en Toledo bastante tiempo antes de la fecha indicada por muchos datos que conocemos sobre su ejercicio profesional en esa época y algunos relacionados con su estancia en la corte, que analizaremos más adelante.

Por una feliz coincidencia, el ambiente toledano de estos años del retorno de Hernández ha quedado plasmado para la posteridad en los lienzos prodigiosos del pintor más grande que ha tenido España. Pocos años después de Hernández, apenas seis u ocho, llega a Toledo Domenico Theotocopuli. Sensibilidad extraordinaria que captará el ambiente toledano, transmitiéndolo a sus lienzos conforme a su habitual temperamento, con aquella poesía y exaltación que desbordan la realidad sin hacerla perder su verdadera apariencia.

Los paisajes de Toledo que plasmara el Greco en sus inmortales cuadros: la atormentada Tormenta toledana, la serenidad descriptiva de la Vista panorámica, donde el hospital de afuera flota sobre una nube para que no tape el conjunto de la ciudad, los trozos de paisaje situados discretamente en los fondos lejanos del Laooconte y de algunas escenas religiosas, representan el mismo suelo que pisó Hernández en estos años de retorno a Toledo. Allí están los edificios que recorriera, las casas que habitara, el Hospital Mendoza donde impartió sus conocimientos y la catedral y los monasterios donde había de acudir en busca de consuelo espiritual.

El Toledo del Greco es también el Toledo de Hernández, y así, también a través de los maravillosos retratos del Cretense podemos conocer cómo eran los hombres que rodeaban a Hernández en sus años de vida toledana. No nos importan los nombres, tal vez algunos de los desconocidos asistentes al Entierro del conde de Orgaz fueron en su vida material amigos o pacientes de nuestro médico. Y si no lo fueron lo eran sus amigos y parientes, aquellos a quienes representan; ya que su presencia en el lienzo es algo más que la materialidad de un retrato personal y su conjunto sublima al pueblo y a la raza pobladora de Toledo en aquel momento de la historia de España.

Sin pretender establecer otras relaciones que las ya apuntadas entre el Greco y Hernández, pues no tenemos ningún dato positivo para ello, queremos en cambio recordar que Nicolás de Vergara, el célebre arquitecto que colabora con el Greco en la decoración y construcción de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, y que poco después se enfrenta con él por orden del cabildo para tasar el Espolio, es el mismo Nicolás de Vergara, el Joven, que colabora con Hernández en los estudios de anatomía y fisiología y a quien se refiere cuando nos cuenta “los años pasados —esto lo dice en el Plinio que está escribiendo entre 1567 y 1570—, por causas de experiencia cortamos yo y Nicolás de Vergara, arquitecto, pintor y escultor toledano excellente a un perro los nervios reversivos y ansí le privamos totalmente del ladrido y voz”.27


Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares


Andrés Vesalio


Fachada del hospital de la Santa Cruz de Toledo


Escalera del hospital de la Santa Cruz de Toledo


Andrés Laguna


Portada del Dioscórides de Laguna


Luis de Mercado


Francisco Valles


Conociendo a Hernández no es aventurado suponer que pronto se relacionó en Toledo con lo más florido de la intelectualidad toledana, mientras seguía desde allí el movimiento literario y científico de España. La sociedad de Toledo, como dice Araquistáin, era entonces “muy culta, todavía en parte erasmista, formada de grandes señores de la Iglesia, de la nobleza, de las armas, del pensamiento y de la administración”;28 es natural que Hernández encajara rápida y fácilmente en ella. Acabamos de ver sus relaciones con los Vergara, que en el campo de manufactura artística representaban el más alto exponente, tanto en Toledo como en el resto de España. También nos cita Hernández a Alvar Gómez de Castro a quien llama “Maeso Alvargómez varón excellente en ambas lenguas y todo género de erudición”,29 recordándolo con motivo de la historia del cardenal Cisneros. Alvargómez, toledano, estuvo muy relacionado con la Universidad de Alcalá, donde, después de haber sido su alumno, fue profesor de griego y latín durante varios años. En el momento en que lo cita Hernández se encontraba en Toledo enseñando en el colegio que fundara Bernardo de Sandoval. Es autor de muchas obras, pero la que comenta Hernández es aquella titulada De rebus gestis a Francisco Ximeno Cisnerio, que salió de las prensas complutenses precisamente en 1569, época misma en que la cita y alaba Hernández con motivo de sus comentarios a Plinio.

Tenemos referencias también de que se reunía con Bernal Pérez de Vargas, a quien llama “hombre de gran bondad y virtud y varia erudición mayormente en lenguas y matemáticas”.30 Y la descripción no puede ser más exacta, pues Pérez de Vargas, de familia toledana de Esquivias, aunque él nació en Madrid, estuvo considerado como un gran matemático e investigador en temas varios, como la metalurgia. Sus libros editados en Toledo entre 1563 y 1569 fueron indudablemente conocidos por Hernández, quien tenía relación directa con Pérez de Vargas, pues en una ocasión hablando de unos perros de América dice: “me contó Bernal Pérez de Vargas”.31

Es probable tratara al famoso Juanelo Turriano que por esos mismos años estaba dedicado a terminar su curioso artificio para subir agua a la ciudad. Relojero habilísimo había construido para el emperador un reloj con esfera celeste en la que se movían los astros, obra de la que ha quedado memoria y a la que se refiere Hernández, quien indudablemente la conoció con detalle pues la describe minuciosamente. Turriano había estado junto a Carlos V durante el tiempo de su retiro en Yuste; por cierto que en ese mismo séquito, muy joven y ya despuntando en el estudio de la ciencia, se encontraba quien más tarde fuera gran amigo de Hernández y arquitecto de El Escorial, Juan de Herrera. Ambos permanecieron en el estrecho e incómodo recinto del monasterio jerónimo hasta la muerte del emperador. Después Juanelo marchó a Toledo. Habitaba una casita al borde del río y su carácter de italiano alegre y festivo le atrajo la amistad de casi todos los intelectuales toledanos. Probablemente allí lo conoció Hernández, admirándolo sinceramente. En los comentarios del Plinio, cuando habla de los relojes, al llegar a describir los entonces modernos relojes de ruedas nos dice: “En los cuales (allende que en todo género de máchinas y sciencias mathemáticas es varón raro) se ha adelantado Janello Turriano a todos los que hasta oy han nacido, trayendo el cielo a la tierra y dando tal muestra de su ingenio en aquella única obra suya y digna de ser tenida por una de las más admirables del mundo, que el emperador don Carlos de gloriosa memoria, recogiéndose en el monasterio de Iuste después de haber puesto debaxo de sus pies y dexándolo todo para poder más sin embarazo caminar al cielo, déste sólo y de su máchina no se quiso privar, de la cual por excellentia me pareció en este lugar dar al mundo noticia.”32

Es casi seguro que Hernández silencia otros muchos nombres de toledanos ilustres con los que mantenía amistad y relaciones. Tal vez rebuscando en los archivos de Toledo aparezcan nuevos nombres que añadir a la lista de relaciones toledanas de Hernández. Para él, Toledo era indudablemente su centro. Allí tenía sus propiedades y sus bienes, y a través de sus obras la evocación toledana aparece siempre que quiere hacer alguna comparación o cita. Por las mandas de su testamento averiguamos que era propietario de ciertos tributos en la villa de Ajofrín y en el propio Toledo,33 tal vez casas y heredades, pues por el mismo documento sabemos que tuvo dificultades con un podador de Ajofrín llamado Juan Martín, a cuyos herederos manda compensar con 109 ducados en descargo de su conciencia.34

Hernández, en Toledo, ejerció su profesión. Poseemos muchos datos que así lo demuestran y que sirven para darnos una idea bastante cabal de su actuación toledana. Indudablemente colabora en el Hospital de la Santa Cruz, pues él mismo cuida de reseñárnoslo cuando, hablando de las meninges en el Plinio, nos dice: “yo vi en el hospital del cardenal don Pedro González de Mendoza una mujer que había veinte años que trahya descubierta la dura mater sin sentir por ello detrimento en la salud”, y añade a continuación la frase que nos sirve para poder afirmar que su asistencia al hospital era regular, pues dice “practicando yo en él la cirugía”.35 Ya nos ocupamos anteriormente de las aficiones quirúrgicas de Hernández. En varias ocasiones afirma haber ejercido la cirugía. Está siempre relacionado con cirujanos como Fragoso y Arce, de quienes suponemos recibe enseñanzas quirúrgicas y también el elevado concepto, expresado varias veces, de considerar la cirugía como una especialidad médica que debe ser practicada por médicos con formación científica elevada, criterio que imperaba además en la escuela complutense.

Pero también ejercía la medicina privada en pacientes de la ciudad y probablemente de clase elevada, pues precisamente en aquel tiempo le sucede el entonces asombroso caso de la supervivencia sin comer. Lo cuenta así: “A la sazón que esto escribo, una mujer principal desta ciudad de Toledo pasó, visitándola yo, casi once días sin comer ni beber cosa del mundo a causa de una soffocación de madre que le tenía tan cerrada la boca y garganta que era imposible poder hacer otra cosa, y en fin se alivió y vive hoy.”36 Sin entrar en definiciones de la sofocación de madre, ni discutir la posibilidad de los once días sin alimento, para aquella época extraordinaria, ya que Hipócrates asegura que irremediablemente el enfermo muere a los siete días de inanición. El caso es que la referencia anterior nos sirve para saber que visitaba gente principal y precisamente en los días que escribía el Plinio que, como sabemos, son los últimos años de la década del sesenta.

El caso de los once días debió de tener mucha repercusión en Toledo, pues Hernández lo recuerda en varias ocasiones utilizándolo también como prueba en contra de la infalibilidad de los antiguos. Y, además de éste, nos relata otros como el del niño que nació dentado. “Yo vi un niño que nació con dos dientes del vientre de su madre en este reino de Toledo y hoy vive.”37 O el de la muchacha, que hoy diagnosticaríamos de tumor suprarrenal, y de la que nos cuenta: “En Toledo vimos una mochacha de edad de nueve años tan barbada como puede ser qualquier hombre, la cual era en el resto del cuerpo muy vellosa, como lo vieron muchos por que la retrattaron desnuda, y aun me dizen que era muy luxuriosa a lo que se podía congeturar de sus meneos, como es creíble de mochacha tan cálida y aun no fuera mucho, si viviera (que murió poco después que yo la vi)...”38 No se puede hacer una historia clínica más concisa y precisa.

Más casos podrían referirse para demostrarse su ejercicio en Toledo, como el de la monja a quien salieron de nuevo “todos los dientes y muelas después de haberlos perdido y siendo de sesenta o más años”;39 o el caso de aquella otra a quien expulsaron del convento por hermafrodita. Pero es suficiente con los apuntados.40

Pronto veremos cómo la estancia de Hernández en Toledo estuvo interrumpida con viajes y visitas a la corte en Madrid. Estos viajes explican algunos hechos que de otro modo sería imposible situar correctamente en la cronología hernandina. En esta época de estancia en Toledo es también cuando Hernández inicia la traducción y los comentarios de la Historia Natural de Plinio. Desgraciadamente esta obra no se ha conservado completa aunque consta que el autor la terminó durante su estancia en México. Para nosotros, es la obra capital de su vida, superior a todas las demás, no por la naturaleza de su contenido, sino por el extraordinario bagaje científico que demuestra poseer su autor y el carácter enciclopédico de sus comentarios, que abarcan todas las ciencias, en las que demuestra tener profundos conocimientos. Hay comentarios que por sí solos constituyen monografías y puestas al día de muchos temas que hasta entonces no habían sido tratados con la certeza y la orientación precisa con que Hernández los trata.

Dejemos consignado, por ahora, en esta revisión cronológica, el momento de ejecución de los comentarios plinianos que, si bien se inician en Toledo en la segunda mitad de la década del 60, no se acabaron hasta casi veinte años después.

Desconocemos hechos directos de su vida en esta época; sólo sabemos que Hernández llegó a Toledo probablemente ya viudo. Tal vez sea esta desgracia familiar, como apuntamos, otra de las causas que le hacen volver a su lugar de origen y llegamos a deducir que Hernández está viudo en este momento de retorno a Toledo como resultado de sus propias declaraciones. Cuando Hernández retorna a España después de la expedición por América y hace testamento indica que a sus dos hijas, una legítima y natural la otra, las dejó al irse en el monasterio de San Juan de la Penitencia de Toledo, y más adelante, en el mismo documento, refiriéndose a la hija natural, dice que la hubo “muchos días después de haber fallecido la dicha mi mujer” habiéndola tenido “en una mujer soltera siendo yo también soltero” {sic}.41 Para que una niña pudiese entrar en el convento al embarcarse su padre debemos pensar que tenía ya algunos años de edad, por muy pocos cinco o seis, tal vez cuatro o tres, pero, de todos modos, como él la deja en 1570, tuvo que nacer lo más tarde hacia 1567, en la misma época que está en Toledo escribiendo su traducción de Plinio y como también nos asegura que la hubo muchos días después de fallecida su mujer pensamos que para cuando él vuelve a Toledo, en la década del 60, está ya viudo y mantiene relaciones con esa mujer soltera, cuyo nombre oculta discretamente y de la cual le nace esta hija a quien debe querer con especial cariño por las mandas tan detenidas y cuidadosas que le hace en su testamento.






26 Plinio, libro II, cap. 16, f. 105 V.

27 Plinio, libro VIII, cap. 40, f. 234 v.

28 Luis Araquistáin. “¿Cuál era la religión del Greco?” Cuadernos (París). n. 24. mayo-junio, 1957, págs. 13-25.

29 Plinio, libro V, cap. 2, f. 82 V.

30 Plinio, libro VIII, cap. 40, f. 233 r.

31 Ibid.

32 Plinio, libro VII, cap. 60, f. 123 v., también en Primeros Borradores, tomo II, f. 131 r.

33 Testamento, párrafo II.

34 Testamento, párrafo 15.

35 Plinio, libro XI, cap. 37 (parte segunda), f. 254 r. El mismo párrafo aparece también en Primeros Borradores, tomo II, f. 297 r.

36 Plinio, libro VII, cap. 45, f . 89 v. También en Primeros Borradores, tomo II, f. 99 r. Es curioso observar en esta segunda referencia de los Primeros Borradores, que el autor intercala el texto copiado al margen después de haber tachado cuidadosamente varias líneas del texto, donde, por lo visto, lo contaba de otra manera o hacía referencias más concretas.

37 Plinio, libro VII, cap. 16, f. 53 r. También en Primeros Borradores, tomo II, f. 60 r.

38 Plinio, libro VII , cap. 16, f. 54 r., Y Primeros Borradores ,tomo 11, f . 61.

39 Plinio, libro XI, capítulo 37 (parte quinta), f. 259 v.

40 Primeros Borradores, tomo II, f. 32 V.

41 Testamento, párrafo 18.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ