II
La conquista de la corte


DEJAMOS a Hernández, al terminar el primer capítulo, saliendo de Sevilla para irse a instalar en el pueblo extremeño de Guadalupe. Con este traslado consideramos se termina lo que pudiéramos llamar época de juventud e iniciación. Hernández ya ha consolidado sus conocimientos, ya apunta como un valor positivo entre sus compañeros de profesión y con este cambio inicia el camino que habrá de llevarlo a los máximos honores médicos de su tiempo. De Guadalupe a la corte es un camino directo. Largo y, a veces, espinoso, pero seguro. La formación guadalupana se cotiza bien en las antecámaras reales y, si el iniciado entre los frailes jerónimos tiene buenos padrinos y sabe comportarse y moverse adecuadamente con cortesanos y palaciegos, tiene asegurado su porvenir entre los médicos de la corte. Este capítulo tratará de averiguar cómo supo y pudo Hernández recorrer el trayecto, corto en distancia, pero largo en años, que unía en su época el monasterio de Guadalupe con el alcázar de Felipe II.


a. La estancia en Guadalupe


La estancia en Guadalupe constituye otro de los datos ciertos que poseemos sobre la vida de Hernández durante sus años de ejercicio médico. El mismo ha dejado repetidas referencias sobre su estancia en dicho lugar que, indudablemente, representó una de sus más importantes actuaciones médicas en España.

Desgraciadamente ninguna de las referencias guadalupanas tiene indicación de fecha. Esto impide conocer con exactitud el momento en que Hernández permaneció en el monasterio. Pero es dable suponer que ello ocurrió en los últimos años de la década del 50 y tal vez en los primeros de la del 60. Nos han conducido a esta conclusión el estudio de una serie de circunstancias que expondremos a continuación.

Si Hernández hubiese marchado a Guadalupe recién terminados sus estudios universitarios, no hubiera podido obtener en aquella casa la importancia que de sus propias citas se desprende. Hubiera sido únicamente, uno de los varios pasantes o practicantes de medicina que, como su nombre indica, pasaban a perfeccionar sus estudios en aquel centro. Se sabe además que Guadalupe era una especie de antesala para el protomedicato y que los reyes preferían a los profesores de dicho centro cuando buscaban candidatos para esos cargos. Tampoco era factible pensar que Hernández, después de estar en Guadalupe, centro de gran relación con la corte, saliese a recorrer otros lugares, para más tarde ser llamado a desempeñar cargos palaciegos. Es más natural suponer que, como consecuencia de los estudios botánicos por Andalucía y la práctica de varios años en capitales como Toledo y Sevilla, fuese llamado a Guadalupe tal vez por indicaciones e influencias de Arias Montano o de Arce, y que desde aquí al acabar su misión pasó a la corte.

Como hay citas ciertas que demuestran su estancia en la corte y en Toledo a partir de los años centrales de la década del 60 y es seguro que se hallaba en Andalucía hacia 1555, tuvo que ser entre estas dos fechas cuando pasó a desempeñar en Guadalupe sus funciones de médico y profesor del monasterio.

Éstas son las razones que nos han llevado a situar, dentro de la cronología hernandina, la estancia guadalupana en los años señalados, y no a raíz de terminados sus estudios complutenses como algún investigador ha afirmado y nosotros al comienzo de nuestros trabajos suponíamos.

Las ocupaciones hernandinas en Guadalupe nos las ha dejado él mismo detenidamente reseñadas. Era médico del monasterio y del hospital, además dedicaba su tiempo a los estudios anatómicos y a la herborización y clasificación botánica. Respecto a su cargo, en varias ocasiones lo repite. Hablando en los comentarios a Plinio de la endibia nos dice cómo la mandó plantar en Guadalupe “siendo médico de aquella casa hospital”.1 Más adelante, en la misma obra, refiriéndose al célebre camaleón que varias veces cita, nos dice que lo vio en Guadalupe “siendo médico de aquel monasterio y hospital.”2 La afirmación es irrebatible y encaja perfectamente, como veremos, con lo que se sabe de Guadalupe y su carácter de escuela médica en el siglo xvi.

La anatomía debió de ser en Guadalupe una de sus más frecuentes ocupaciones, pues dice: “a la qual nos dimos con mayor cuidado y voluntad por entender quánta necessidad tuviese della el consumado y verdadero médico y el bien instruido curujano”.3 Abarcaron estos estudios anatómicos tanto la disección humana como las investigaciones en animales y debieron ser minuciosamente desarrollados con espíritu moderno. Es decir, con la vista puesta en Vesalio más que en Galeno. De sus propias palabras se desprende todo ello. Hablando en el Plinio de sus conocimientos anatómicos nos cuenta cómo los adquirió gracias al “exercicio que en cortar por mano ajena hombres tuve en Guadalupe, donde dexamos puesta por la bondad de dios el anatomía de su punto como hasta allí no se hubiesen cortado todo sino los miembros interiores solos.”4

Estas disecciones se desarrollaban en grupo, discutiéndose los hallazgos entre los asistentes. En el Plinio, refiriéndose al esqueleto de la cabeza y número de sus piezas, dice: “no cuento aquí los osseçuelos de los oydos, el sugal y otros additamentos que yo, no sin gran deleite, en las anatomías o dissecciones que hice estado en Guadalupe y con los que a ellas assistían consyderava”.5 Del grupo de acompañantes sólo nos ha quedado un nombre. Hernández relata cómo las disecciones hacíalas “con mucha destreza el Dr. Micón que a la sazón practicaba conmigo medicina”.6 Este “practicaba” debe ser interpretado como “aprendía”. Los demás quedan en el anonimato incluidos en aquella frase que describe la autopsia del camaleón: “Después de muerto lo anatomizamos yo y algunos médicos.”7

Es interesante la relación de Hernández con Micó. Francisco Micó era un médico catalán, también con inquietudes viajeras y conocimientos dispersos. Algo más joven que Hernández, pasó su juventud herborizando por los campos de España. Se cree estudió en Salamanca, como discípulo de Alderete; a él se deben más de 30 descripciones de plantas que incluyó Dalechamp en su Historia Generalis Plantarum. Al final de su vida ejerció la profesión en Barcelona.8 Probablemente el recuerdo hernandino hacia Micó, escrito varios años después del hecho, corresponde a la mayor afinidad y amistad creada entre los dos por sus aficiones botánicas durante las correrías exploratorias de la serranía extremeña.

Hemos supuesto que Hernández anatomizaba con los ojos puestos en Vesalio, porque así se desprende de sus propias palabras. Aparte de decirnos que en Guadalupe dejaron puesta la “anatomía en su punto”, expresión muy significativa en aquel momento, existe en la misma traducción de Plinio otra frase mucho más categórica hablando de la matriz, cuya “figura (según lo vi en Guadalupe en una preñada que anatomizamos) es de un redondo prolongado. Harto diferente de las de las vacas, cabras y ovejas, contra el parecer de Galeno”.9 No es ésta la única ocasión en que Hernández señala errores galénicos. En diversos lugares de los comentarios de Plinio nos muestra equivocaciones de Galeno, no sólo anatómicas, sino también clínicas y terapéuticas. Sin embargo, casi siempre disculpa al viejo maestro, después de corregirlo, advirtiendo la dificultad que tuvo para estudiar seres humanos.

Es difícil dilucidar si Hernández, en la fecha de sus disecciones guadalupanas, conocía ya personalmente a Vesalio, quien llegó a España hacia 1556. Pero aunque aún no hubiesen trabado la amistad de que más adelante se envanece, es seguro que conocía sus trabajos publicados en 1543 y reeditados dos o tres veces en los años siguientes. Hernández, como veremos, siempre cuenta entre sus conocimientos con las más modernas adquisiciones de la época, por ello nada tiene de particular que el entusiasmo anatómico de Guadalupe estuviese en gran parte guiado por la nueva luz que irradiaba de Vesalio y facilitado por las condiciones favorables del lugar.

Y decimos condiciones favorables pues Guadalupe fue, sin duda, uno de los centros españoles donde con mayor facilidad se podía estudiar anatomía. A mediados del siglo xv, por bula papal, se autorizó a los médicos de Guadalupe a abrir los cadáveres de los fallecidos en dicho hospital, para tratar de averiguar de este modo las causas de la muerte. Con ello se vinieron a aumentar las prerrogativas que desde fines del siglo xiv tenía este monasterio en cuestiones de enfermería y hospital. Privilegios otorgados por los reyes y especialmente por la Reina Católica que fue una de sus más decididas protectoras.

Todavía se conserva hoy, en uno de los sótanos del monasterio, el local que entonces fuera habilitado para sala de disección. Se llega hasta el descendiendo por una rampa, y en sus paredes, hoy desnudas y encaladas, pueden verse las hornacinas donde se guardaban los instrumentos para la autopsia. Unos sólidos poyos de piedra y azulejos eran las mesas sobre las cuales se anatomizaba. Es tradición, que se comprueba documentalmente, que en la habitación conocida con el nombre de “cátedra” o “celda alta”, lugar situado en el segundo claustro, durante muchos siglos existió un esqueleto humano, armado y colocado en un hueco especial abierto en la pared. La “cátedra”, lugar donde se leían las clases de medicina, estaba en aquella época amueblada, según un inventario contemporáneo, con “una mesa escritorio, un sillón imperial y dos bancos”. Fácil es adivinar la distribución que durante la clase tendrían estos enseres.

Hemos conjeturado también la posición distinguida de Hernández sobre el grupo de médicos guadalupanos por una frase suya intercalada en uno de los párrafos ya citados. Hablando de cómo adquirió sus conocimientos anatómicos asegura que fue “el ejercicio que en cortar por mano ajena hombres tuve en Guadalupe”. Este por mano ajena, indica que él no cortaba, sino que tan sólo dirigía la disección. Antiguo resabio medieval del ejercicio anatómico, profusamente representado en estampas e ilustraciones donde se ve al médico magister solemnemente sentado en la presidencia del acto, mientras unos ayudantes mozos, en nuestro caso probablemente el Dr. Micó entre ellos, son los que, cuchillo en mano, despedazan el cadáver. En otro lugar parece también expresarse la misma idea de posición superior cuando dice, hablando de un cadáver: “Lo anatomizamos yo y algunos médicos que estaban allí asistiendo a la práctica de la medicina, chirugía y disección”,10 o sea que él se distingue y antepone a los que estaban únicamente asistiendo a la práctica.

Fueron aquellas prácticas indudablemente de mucho provecho para Hernández. Las enseñanzas obtenidas sobre el cadáver quedaron indeleblemente impresas en la mente del médico que muchos años después todavía recordaba los casos examinados. Ya hemos referido la observación de la autopsia en una mujer preñada. También en los comentarios a Plinio intercala otro caso de esta época, cuando dice: “yo vi en un hombre que abrimos en Guadalupe tener oculto todo el estómago y también el hígado y bago con las costillas las quales eran más largas y de mayor número que las ordinarias”,11 y en varias ocasiones nos cuenta la conocida autopsia del camaleón. Dice así: “Acuérdome haber visto uno {camaleón} en Guadalupe, siendo médico de aquel monasterio y ospital, en poder de un fraile, qual Plinio le pinta, y después de muerto le anatomizamos... y entre otras cosas miramos no sin grande maravilla una sarta de huevos que tenía, tan larga que estoy maravillado de cómo pudo caber en animal tan pequeño”.12 Por cierto que en los mismos comentarios, más adelante, cuando Plinio asegura que el camaleón sólo tiene en su interior un pulmón inmenso y ninguna otra viscera, Hernández le sale al paso afirmando que esto es falso pues “yo abriendo un chamaleón vi dentro de su vientre no sola una grande sarta de huevos, pero una tripa larga vacía que discurría por medio dél”.13

No tendría nada de extraordinario que, como consecuencia de esta actividad anatómica y médica emprendiera otra de sus obras hoy ignoradas pero evidentemente escrita. Nos referimos a un tratado de medicina que indudablemente salió de su pluma y que hoy permanece inédito y perdido. La noticia nos la da el propio Hernández. Al comentar a Plinio, hace numerosas referencias a este trabajo, algunas, como la siguiente, no dejan lugar a dudas. Tratando de los huesos de la cabeza advierte que no se extenderá en su descripción pues “sería fuera de nuestro intento hacernos ya repetir lo que largamente y con distinción y claridad scribimos en nuestra medicina y comentarios sobre los libros anatómicos de Galeno”.14 Con seguridad eran unos comentarios críticos y probablemente no demasiado favorables a Galeno, cuyas teorías impugnó frecuentemente en sus obras, aunque en otra ocasión le llame: “médico doctísimo y milagro de naturaleza”.15 Para muestra de lo anterior tenemos otro párrafo de los mismos comentarios a Plinio donde advierte que el lector no encontrará referencias a lo que los antiguos denominaban el “mes medio pues considera que éste no es digno de que se haga dél mención pues le fingió Galeno para dar a su modo la razón de los días críticos, de que en nuestra medicina con más comodidad tratamos”.16

Debía tratarse en dicho libro de casi todos los problemas médicos de la época, pues en otra ocasión hablando de la generación escribe: “podráse ver esta materia más largamente tratada en el libro allegado de Hipócrates o en el de la generación (libro del engendramiento) del hombre que escribimos en la parte natural de medicina”.17

Desgraciadamente este tratado médico, como la mayoría de las obras hernandinas de la primera época, permanece ignorado y quién sabe si duerma el sueño de los siglos, desconocido en algún archivo o biblioteca. Hubiera sido muy interesante conocerlo, pues de los comentarios a temas médicos que Hernández incluyó en sus obras hoy asequibles, se desprenden ideas originales y poco comunes con el sentir general de la época, que podrían servirnos para explicar también algunos de los muchos sinsabores y vicisitudes sufridos por su autor en la corte española.

Pero no fue sólo la anatomía lo que Hernández estudió en Guadalupe. Tenía este monasterio, al igual que la fama por sus enseñanzas anatómicas, el prurito de cultivar el mejor Jardín Botánico de España. Lo inició Fray Diego de Villalón cuando en los primeros años del siglo xiv fue elevado al sillón prioral. Entonces mandó edificar la botica y como complemento se acotó en la huerta una extensa superficie dedicada al cultivo de las plantas terapéuticas. Todavía hoy, en estado de ruina, pueden verse los restos del que fuera afamado vergel para uso de los enfermos, y se conservan algunos árboles y plantas de los que entonces se cuidaban con fines utilitarios.

También en este aspecto tuvo Hernández intervención directa, dirigiendo y orientando las plantaciones. Nos lo demuestra en algunos comentarios del Plinio como aquel en que tratando de una planta dice: “Esta es... la hyerba que oy gastan algunos boticarios con grande error por endivia. Yo evitando esto tuve muchos años ha de costumbre ordenar en su lugar agua de chicoria o, hallándome donde pudiese hacerlo (como lo hize en Guadalupe siendo médico de aquella casa y hospital), procurar que se sembrase copia de scarolas que son la verdadera endivia de los antiguos.”18

Pero el espíritu investigador e inquieto de Hernández no podía reducirse al Jardín Botánico. También exploraba los montes y campos cercanos a Guadalupe, buscando plantas y observando animales. Los comentarios de la botánica pliniana están llenos de referencias guadalupanas y recuerdos de estas correrías por los montes. Copiemos algunas: hablando de una variedad de laurel, dice: “este árbol he yo visto muchas veces y principalmente a par de Guadalupe con hojas de laurel y simiente o bayas azules. Dízenle allí loro, corrompida la au en o como en mill nombres vemos hacerse”.19 El apio lo diferencia de otra planta similar y añade “esto vi yo en los montes de Guadalupe no lejos del pueblo y monasterio porque estaban juntas en un arroyo.”20 Más adelante recuerda una hierba “que yo cogí camino del castañar {de Guadalupe}” y, al hablar de las cabras monteses, afirma: “Haylas en Hespaña; yo las vi en Guadalupe.”21 Tratando de las ortigas, advierte: “esta especie de hortiga vi yo muchas veces en Guadalupe con esta veta blanca por medio”22 y para no hacer interminable esta relación recordaremos finalmente que, al referirse a la planta del orégano, dice: “ésta es el orégano heracleótico de Dioscórides, el cual he visto en algunas partes de Hespaña y principalmente en los montes cercanos al pueblo de Guadalupe”,23 y sigue describiendo las variaciones del orégano “los quales todos me acuerdo haber visto en los montes cercanos a Guadalupe de Hespaña en el tiempo que residía en aquel lugar”.24

Es indudable que la estancia como médico del monasterio y hospital guadalupano debieron de influir mucho en el futuro de Hernández. Fernández de Alcalde, que ha estudiado detenidamente la escuela médica de Guadalupe en el siglo xvi,25 asegura que en tiempo de los Reyes Católicos, de Felipe II y de sus descendientes hijo y nieto, el protomédico encargado de examinar los físicos y cirujanos de sus reinos casi siempre residió en Guadalupe y cita una lista de protomédicos célebres, todos originarios de Guadalupe.

Por otro lado el puesto de médico del monasterio y hospital era uno de los mejor retribuidos de España. En el cargo se unían tres distintas ocupaciones: profesor de la escuela, médico del monasterio y titular de la villa. La remuneración por los dos primeros era de origen real y osciló mucho según la época; en tiempo de los Reyes Católicos era de unos 8 000 maravedíes y durante el reinado de Felipe IV se llegaron a pagar 200 000. Además el médico tenía casa y leña gratis, trigo suficiente para el consumo familiar, carne diaria, excepto en la vigilia, en que se le suministraba pescado, dos cerdos cebados en la época de la matanza, nieve en verano, miel, cera, aceite y fruta según la estación. Un zamarro o zalea para él y otro para su esposa. Y naturalmente toda la cebada y paja necesarias para la manutención de las caballerías que necesitara en el desempeño de su oficio. Sobre estos emolumentos que suministraba la comunidad del monasterio, el médico recibía lo que se llamaba “facendera”, que era en realidad una iguala pagada por los vecinos del pueblo para ser asistidos y que oscilaba entre cuatro y diez mil maravedíes.

Claro está que el trabajo era intenso y ocupaba muchas horas del día, la visita comenzaba con el alba en la enfermería del monasterio, donde se tocaba una campana para que recibieran al médico sus subalternos, grupo formado por un pasante de medicina, llamado médico segundo, cuatro cirujanos, el boticario, el sangrador, los practicantes de medicina o alumnos y los enfermeros. También había un cirujano mayor, cargo que ejerció Arce muchos años y probablemente en simultaneidad con Hernández. Examinados los enfermos que pudiéramos llamar regulares de la comunidad, recetados y discutidos sus casos, el médico pasaba a la Enfermería de Nobles adscrita a la Hospedería de Nobles, lugar donde se atendían los personajes importantes que de paso o de temporada asistían al monasterio. Estos eran siempre muchos, pues existía en España la costumbre implantada por Alfonso XI de que los soberanos y magnates, antes de tomar una decisión o intervenir en una grande y arriesgada empresa, se recogieran unos días en Guadalupe para orar ante el altar de la Virgen y también para escuchar el consejo de los frailes jerónimos, tenidos por los más sabios de España. Con respecto a México es interesante recordar que el famoso médico y eremita Gregorio López, contemporáneo de Hernández y cuya alta alcurnia ha sido tema de discusión frecuente, antes de embarcarse para la Nueva España, fue a Guadalupe a implorar la protección de la Virgen y también a recibir consejos de los frailes mientras aprendía la medicina que más tarde ejerció en Santa Fe y Huaxtepec.

Examinados los enfermos nobles, el médico cruzaba el monasterio y pasaba al hospital. En sus salas amplias se explicaban los casos prácticos, se ensayaban los nuevos medicamentos y se discutían los procesos entre el médico y sus subalternos. Si había ocasión para ello, posteriormente se bajaba al sótano, donde se autopsiaban y anatomizaban los miciliaria por el pueblo, que solía hacerse en las primeras horas de la tarde, y la lectura cadáveres y se hacían vivisecciones en animales. Todavía quedaba al médico la visita do- de su cátedra, casi siempre llevada a cabo en la hora anterior al toque de oración.

Es natural que con una labor tan copiosa y una jornada de trabajo tan intenso, la práctica adquirida en Guadalupe fuese preferida por reyes y pontífices cuando elegían un protomédico, pues el aprendizaje resultaba tan perfecto, abarcando medicina y cirujía, que ya el vulgo lo hizo refrán y por toda España al diestro en trinchar carnes le decían parece que practicaste anatomía en Guadalupe, confundiendo en la ingenuidad popular el arte cisoria con la disección.






1 Plinio, libro VIII, cap. 27, f. 197 v.

2 Ibid., libro VIII, cap. 33, f. 213 v.

3 Ibid., Introducción al libro XI, f. 188 v.

4 Ibid.

5 Ibid., libro XI, cap. 37 (parte primera), f. 241 r.

6 Ibid., Introducción dedicatoria de Hernández al libro XI de Plinio, f. 188 v.

7 lbid., libro VIII, cap. 33, f. 213 v.

8 La figura de Francisco Micó es muy interesante dentro de la medicina española del siglo xvi. Aparte de sus exploraciones botánicas que dieron frutos valiosos, es también autor de varios libros: uno de tipo literario, titulado Las Vistas de Montserrat, y otro médico, al que llamó Alivio de sedientos, en el cual se trata de la necesidad que tenemos de beber frío y refrescado con nieve, y las condiciones que para esto son menester y cuáles cuerpos los pueden libremente soportar (Barcelona, 1576). Este libro debe ser considerado como el antecedente más antiguo de la terapéutica hidrológica que, años después, alcanzó tanta boga en toda Europa y que en España está representada, durante el siglo xviii, por las publicaciones del Dr. Vicente Pérez, a quien Marañón ha llamado “un Rinconete de la medicina” por sus andanzas de pura estirpe picaresca. El éxito de la obra de Mico y su relación con la terapéutica hidrológica se comprueba en el hecho de que fuese reeditada en 1792, cuando el auge de la hidroterapia.

9 Plinio, libro XI, cap. 37 (parte décima), f. 277 v. La misma referencia se encuentra en Primeros Borradores, tomo II, f. 320 v.

10 lbid., libro VIII, cap. 33, f. 213 v.

11 Plinio, libro XI, cap. 37 (parte décima), f. 276 r.

12 Plinio, libro VIII, cap. 33, f. 213 v.

13 Plinio, libro XI, cap. 37 (parte octava). f. 269 r.

14 Plinio, libro XI, cap. 37 (parte 1a), f. 240 v. También aparece en Primeros Borradores, t. 11, f. 294 v.

15 Plinio, libro VIII, cap. 38, f. 227 v.

16 Plinio, libro VII, cap. 4B, f. 95 r.

17 Plinio, libro VII, cap. 5, f. 33 r.

18 Plinio, libro VIII, cap. 27, f. 197 v.

19 Plinio, libro XV, cap. 30, f. 177 v.

20 Plinio, libro XII, cap. 15, f. 30 V.

21 Plinio, libro VIII, cap. 53, f. 266 v. El castañar los cita en el libro XX, cap. 16, f. 262 V.

22 Plinio, libro XXII, cap. 14, f. 65 v.

23 Plinio, libro XX, cap. 16, f. 262 r.

24 Plinio, libro XX, cap. 17, f. 267 v.

25 Alfonso Fernández de Alcalde, “La Escuela de Medicina de Guadalupe”, Actas Ciba, vol. IV, n. II, 1936, págs. 307-330.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ