b. Estudios


Es bastante frecuente en los autores que han tratado de Hernández afirmar que estudió en Salamanca. Lo encontramos por primera vez en la biografía incluida en las Cartas de Indias,33 y lo recoge posteriormente Barreiro, quien para confirmarlo mandó hacer investigaciones en los archivos salmantinos. Estas dieron por resultado que: “En los libros de claustro no se han encontrado antecedentes ni referencias acerca del doctor Francisco Hernández.”34 Más recientemente vuelve a encontrarse otra vez esta afirmación en De las Barras y de Aragón quien, con ingenuidad manifiesta, escribe: “Aunque no conste en ningún libro de matrícula, puede suponerse que estudió en Salamanca dada la proximidad relativa a su pueblo natal.”35 Por tanto, en concreto, no hay ningún dato que nos permita afirmar la estancia de Hernández como estudiante de la Universidad de Salamanca. El supuesto de la proximidad es pueril; mucho más cerca que Salamanca estaba la propia Toledo que a principios del siglo xvi contaba con una universidad donde se doctoró, según Jiménez,36 nada menos que Andrés Laguna. Pero indudablemente la vida de esta universidad toledana, asentada en el Colegio de Santa Catalina desde 1520, si no efímera fue difícil por las pocas rentas disponibles, que sólo permitían una vida lánguida, con las cátedras mal atendidas. No creo que Hernández figurara entre sus alumnos.

También más cercana que la de Salamanca existía otra universidad con escuela de medicina donde por muchos indicios, suponemos que se educó Hernández. Esta universidad es la de Alcalá de Henares, que en su época contaba con cátedras de medicina y cirugía y tenía un hospital que el propio cardenal Cisneros se ocupó de fundar para uso de los estudiantes. Hospital de historia accidentada. Cisneros lo planeó grandioso y modelo en su género; los enfermos debían estar aislados en cuartos distintos y bien ventilados; pero una vez construido no fue de su agrado y lo destinó a otros usos. Se comenzó una nueva fábrica que crecía lenta. En 1540 no estaba acabada, no obstante haber recibido en herencia todos los bienes del Dr. Luis Angulo y que Juan de Vergara, entonces rector del Colegio de San Ildefonso y de la Universidad, había señalado rentas y fanegas de trigo para su mantenimiento.

Son muchos y de varia condición los datos que nos permiten suponer a Hernández en la universidad complutense. En primer lugar, consideramos como dato positivo una frase del propio Hernández que aparece en sus comentarios a la traducción de Plinio, donde dice: “vimos en Alcalá de Henares en tiempo de nuestros estudios…”37 Por si esto no fuese bastante a convencernos, tenemos otras frases del mismo Hernández dedicadas a Arias Montano en su ya citado poema. En los primeros versos dice: “No desdeñes, Montano, al antiguo colega y amigo”,38 y termina encomendándole sus libros con la frase: “acógelos en tu seno como a hijos de un hermano dilecto”.39 Una amistad tan estrecha, de camaradas, entre estos dos hombres de vidas tan apartadas sólo pudo obtenerse en los años de aprendizaje, cuando Montano, gran aficionado a las ciencias naturales, disecaba en Alcalá de Henares. Ambos son de orígenes distintos: Arias, más joven que Hernández, era extremeño. Nacido en Fregenal de la Sierra, marcha a Sevilla para estudiar las primeras letras hasta 1541. Luego pasa a Alcalá donde alterna los estudios teológicos con otras disciplinas, como la medicina. Su carácter retraído le llevó, al salir de Alcalá, a su aislamiento de la Peña del Alajar; de allí marchó a León para ordenarse sacerdote en el Convento de San Marcos.

Enviado al Concilio de Trento retornó en 1564, momento en que el rey lo reclama para la corte. Pero su estancia palaciega es fugaz, y pronto consigue alejarse del bullicio cortesano para instalarse en el pueblo abulense de Navas de Marqués. Tres años más tarde marchará a Flandes para ocuparse de la edición de la Biblia Poliglota. Misiones en Roma, en Portugal y diversas comisiones reales le retendrán largo tiempo fuera de España. En los cortos intervalos siempre ha de buscar la manera de aislarse en su querida Peña del Alajar o en alguna otra solitaria ermita. Es por tanto muy difícil suponer algún otro momento distinto a la vida escolar para intimar con Hernández; y ésta, indudablemente, transcurrió para Montano en Alcalá de Henares. Debe considerarse también que, si Hernández hubiese conocido a Montano en la corte, ya encumbrados los dos, no es probable que se atreviera a usar en su poema para dirigirse al amigo la palabra “sodalem”, que denota camaradería o compañerismo de colegas, máxime teniendo ambos profesión distinta y Montano dignidad eclesiástica.

Pero además existen otros datos dignos de tenerse en cuenta. Las enseñanzas prácticas de la medicina de Alcalá estaban descuidadas por las dificultades para desarrollar una buena labor hospitalaria. Este hecho condujo a que los estudiantes médicos de Alcalá tomasen la costumbre de ampliar o perfeccionar sus estudios en otras escuelas antes de ejercer su profesión. Los ejemplos son frecuentes: Francisco Díaz, eminente cirujano, autor de métodos originales para el tratamiento de las afecciones urológicas, contemporáneo de Hernández, y que como él llegó a formar parte del equipo médico personal de Felipe II, después de estudiar en Alcalá marchó a Valencia. Monardes, también alumno de Alcalá y contemporáneo de Hernández, pasó a perfeccionarse a Sevilla donde residían sus padres, etc. De Hernández sabemos, por testimonios propios asentados en sus obras, que estuvo en Guadalupe disecando; y este dato tiene doble interés, pues nos relaciona a Hernández con un célebre cirujano contemporáneo suyo, también alumno de Alcalá y que luego pasó a Guadalupe. Nos referimos a Francisco de Arce. El solo hecho de que Arce y Hernández coincidieran en Guadalupe no nos permitiría llegar muy lejos en nuestra disquisición, pero ocurre que Francisco de Arce, además de ser uno de los más ilustres cirujanos del siglo XVI español, era íntimo amigo de Arias Montano, condiscípulo suyo en Alcalá, en ocasiones su colaborador científico; incluso la obra impresa de Arce lleva un prólogo de Montano.40 No parece muy descabellado suponer que Hernández siguiera los pasos de Arce, indudablemente condiscípulo suyo en Alcalá, aunque de mayor edad, y pasase a Guadalupe incluso siguiendo consejos de Arias Montano, común amigo de ambos.

Mas en Alcalá la escuela era médico-quirúrgica, con un sentido muy elevado del concepto de la cirugía, considerándola como disciplina científica y no como práctica popular de barberos y sangradores. Fundándose en este criterio Arce escribe sus trabajos en latín evitando que pudieran aprovecharse de ellos los subalternos prácticos sin formación científica adecuada. (Criterio opuesto al sustentado por su contemporáneo Paré, en Francia, como consecuencia de su distinto origen profesional.) Esta orientación médico-quirúrgica de los estudios complutenses también la encontramos en Hernández, pues, aparte de que con frecuencia hace alusiones quirúrgicas, en sus comentarios a la traducción de Plinio nos recuerda que en su mocedad practicó la cirugía al decir: “según que en mi juventud y en casos de necesidad que exercité el arte de chirúrgica o siendo acompañado de curujanos lo observé”.41 (Lo que observó era un detalle anatómico.) Y el hecho de que Hernández se acompañó de cirujanos es conocido de antiguo, pues incluso Fragoso, también toledano y relacionado con Alcalá de Henares, donde probablemente estudió y más adelante editó sus obras, fue su amigo y compañero de exploraciones botánicas.42

De este modo, y aunque no tengamos ningún dato definitivo para afirmarlo, creemos más natural suponer que Hernández recibió su preparación médica en la escuela complutense. Escuela, además, fuertemente impregnada de humanismo, con un aristotelismo marcado en los estudios sobre la naturaleza, característica notablemente acusada durante toda la vida en las obras de Hernández. Sabemos que una de las grandes tareas encargadas por Cisneros a su grupo universitario fue la traducción de los trabajos de Aristóteles del griego al latín, labor encabezada por el toledano Juan de Vergara y que, aunque incompleta, llegó a tener una gran importancia. Y resulta curioso, pero también tenemos aquí ima relación más entre Hernández y el grupo de los humanistas de Alcalá, pues este Juan de Vergara, que fuera infatigable trabajador del humanismo, está cercanamente emparentado con los otros Vergaras, también toledanos, Nicolás, padre e hijo, y Juan, todos ellos escultores de valía que erigieron diversas y valiosas obras en Alcalá de Henares y entre ellas las rejas del sepulcro del cardenal Cisneros. Estos mismos Vergara aparecen más tarde trabajando en el Monasterio de Guadalupe, y su amistad y relación con Hernández la confirma él mismo cuando en los comentarios a Plinio recuerda que habían disecado juntos. La cita viene después de hablar de la función de los nervios craneales y añade: “los quales cortados se quita la voz según que Nicolás de Vergara y yo lo experimentamos, varón en scultura y pintura excelente.. .”43 ¿No surgiría de esta amistad con los Vergaras la idea de la interpretación castellana de los libros de Aristóteles?

Si nuestra suposición es cierta, Hernández llegaría a Alcalá durante sus años mozos dedicándose al aprendizaje del arte de curar. Muchos debieron de ser sus compañeros, si bien no tantos como los que años después se reunieron con el mismo objeto en dicha universidad. Conocido es el párrafo cervantino donde Berganza, en coloquio con Cipión, le dice haber oído que en Alcalá de Henares “de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la universidad los dos mil oían medicina.44 Excesiva cifra, más de acuerdo con la realidad de fines del siglo XVI que con lo que pasaba a principios; pues sabido es el enorme número de médicos que para “desgracia de sus habitantes” (como dice Feijoo) poseía España en los finales del siglo xvi y principios del siglo xvii.

Hernández tuvo que llegar a Alcalá frisando los 20 años, o sea en los últimos años del cuarto decenio del siglo. Para esa fecha la universidad complutense estaba ya consolidada y tenía perfectamente definida su trayectoria científica y espiritual. Surgió la Universidad de Alcalá en la vida española como consecuencia de una necesidad de reforma, y entró a formar parte de un plan general ideado y puesto en práctica por el cardenal Cisneros. Trataba el cardenal de encauzar en moral y disciplina a las órdenes monásticas, cuyos abusos y desviaciones ya para entonces eran notorios. Se inició con un sentido eminentemente eclesiástico y su fundador perseguía el propósito de “levantar el nivel espiritual y cultural del clero regular y secular español mediante un organismo completo de enseñanza elemental y superior”.45 Fue lenta la gestación; Cisneros acumuló todo su extraordinario poder en la realización de la obra sin omitir esfuerzo que pudiera beneficiarla; sin embargo, transcurrieron diez años desde el momento en que se eligió el lugar hasta el día solemne y caluroso de julio de 1508 en que, al celebrarse la festividad del patrón de España, los siete primeros colegiales, vestidos de paño pardo, con la beca cruzada sobre el pecho y el bonete alto y cuadrado, salieron a invocar el patrocinio de Santiago para la nueva fundación.

Cisneros, para dar cima a su obra, no escatimó nada ni cedió ante ninguna contrariedad. Dotada la universidad de edificio nuevo, con rentas especiales y prebendas que pudieran sostenerlo, era una realidad elevada por encima de oposiciones y obstáculos que, para otra voluntad distinta a la suya, hubieran sido insuperables. Hasta la misma naturaleza parecía oponerse a su realización. El terreno elegido, pantanoso e insalubre, obligó a realizar grandes trabajos de desecación que no llegaron a mejorar satisfactoriamente el problema. Muchos años después los autores escriben lamentándose todavía de que el clima insano y la malaria de Alcalá producían prematura muerte a los estudiantes y profesores, malográndose por ello muchos ingenios.46 Como dice Jiménez, no consistió en “fundar una nueva universidad en un pueblo, sino de crear todo un pueblo para ponerlo al servicio de su universidad”.47

Aunque la nueva universidad era eminentemente teológica, dedicada al estudio de la filosofía, y su fundador tuvo buen cuidado en desterrar de ella a los juristas —hecho premeditado para evitar competencias con Salamanca—, tenía en cambio Facultad de Artes, por considerar que la preparación en estas disciplinas era indispensable para los estudios superiores. Entre estos estudios superiores había dos cátedras de medicina dedicadas al estudio de Avicena, Hipócrates y Galeno. Leyeron estas cátedras en los primeros años dos médicos muy acreditados, Tarragona y Antonio de Cartagena,48 y por un capricho del destino la biblioteca de esta universidad, dedicada a estudios teológicos, recibió como primera aportación “unos cientos de tratados árabes sobre medicina, salvados de la hoguera de Alcoranes y otros libros religiosos mahometanos con que había ayudado Cisneros en Granada a extirpar la religión de los infieles”.49

La obra complutense se inicia de modo eminentemente humanista y con los ojos puestos en una gran labor de restitución a la pureza primitiva de los textos científicos. Se reunieron en Alcalá las figuras más notables de la época para llevar a cabo la edición de la célebre Biblia Poliglota. Momento glorioso del Colegio de San Ildefonso al que han quedado unidos para siempre los nombres de Nebrija, López de Zúñiga, el Pinciano y Juan de Vergara. Mas este último queda unido también a otra de las grandes labores de Alcalá, tan monumental como la poliglota, la redacción de un Aristóteles greco-latino, interrumpida por la muerte del cardenal Cisneros. Vergara, a quien ya citamos antes, llegó a traducir ocho libros de la Fisica, tres del De Anima y catorce del De Metafísica, que, todavía inéditos, se conservan en la biblioteca de la catedral de Toledo. Y acogido Nebrija en Alcalá con todos los honores después del contratiempo salmantino de 1513, explica a su gran auditorio en la cátedra de retórica la Historia Natural de Plinio alternada con textos como la Moral de Aristóteles o la Doctrina Christiana de San Agustín. Hernández no pudo alcanzar a Nebrija, muerto en 1522, pero sí recogió su influencia y las enseñanzas de sus seguidores inspirados en los mismos textos característicos de la enseñanza complutense. Más adelante veremos cuánta relación pueden tener estos hechos con la trayectoria científica de un Hernández, espíritu impregnado de humanismo con preferencias aristotélicas y plinianas.

Pero en Alcalá, sea por su reciente formación, o sea por la calidad de los hombres que allí colaboraban, se respiró siempre un aire intelectual de horizontes más amplios que en otras universidades españolas. Era una universidad innovadora que pronto se encontró enfrentada a la concepción salmantina, fiel conservadora de todos los puntos de la escolástica tradicional. Muerto Cisneros y muerto Nebrija, ambos espíritus independientes y avanzados, coincidió este momento con el del florecimiento erasmiano en España y, como ha demostrado brillantemente y hasta la saciedad Bataillon, es Alcalá de Henares precisamente el punto donde el “erasmismo tiene sus mejores éxitos”.50 Todo el grupo de humanistas que rigieron la universidad manifestó una creciente admiración y adhesión a Erasmo que alcanzó su apogeo durante los años 1522 a l523, patentizada por la gran influencia en los humanistas españoles y las frecuentes traducciones y reediciones erasmianas que durante esas fechas llevó a cabo en Alcalá el impresor Miguel de Eguía.51

Es este erasmismo, ingente en la Universidad de Alcalá e infiltrado en sus oyentes, otro de los muchos datos que nos han llevado a suponer la estancia de Hernández en la universidad de Cisneros. Durante el transcurso del texto irán apareciendo datos psicológicos de Hernández obtenidos a través de sus hechos o lecturas donde siempre aparece con un espíritu abierto y moderno. Sus conocimientos siempre son avanzados y su reacción ante las cosas es la de un humanista a la moderna, con pocos resabios de escolástica tradicional. Sus amistades, dentro de las limitaciones que la época y el momento impusieron a su libertad de acción, son individuos que en muchos casos lindan con la heterodoxia o por lo menos con ideas suficientemente discrepantes para poder ser considerados como descendientes espirituales del movimiento erasmiano. Señalaremos entre ellos a Arias Montano, en quien Bataillon descubre, bajo su capa de contrarreformista, un “agnosticismo metafísico que está claramente en la línea erasmiana y valdesiana”52 y que representa un lejano mantenedor del “biblismo” erasmiano con algunas modificaciones. Otro fue Fr. José de Sigüenza, caso de desviación de la ortodoxia que llega a tener dificultades inquisitoriales acalladas por su prestigio personal y el favor especial de Felipe II. Sigüenza, mucho más joven que Hernández, sintió hacia éste una admiración que se percibe al describir sus libros en la Historia de la Orden de San Gerónimo.53 Y finalmente citaremos a Vesalio, extranjero que, por venir de una república tan reconocidamente liberal como la veneciana, siempre se hizo sospechoso en la corte española, a tal punto que el embajador de Florencia, el 1° de mayo de 1562, informa a su gobierno que “los médicos españoles no veían con buenos ojos la llegada de tan ilustre colega”.54

Pero además tenemos un dato directo de Hernández en relación con Erasmo. Cuando prologa su traducción del Plinio, después de la dedicatoria a Felipe II inserta un “Prefacio al benigno lector” donde encarece el valor del Plinio como “la suma y compendio de todas las ciencias,” añadiendo: “Ni quiero aunque lo affirmó Erasmo varón muy erudito de mayor edad, que sólo baste para creerse, no ser un hombre del todo ignorante haver procurado hazer más llano el entendimiento de algunos lugares de este author.”55 Tiene extraordinario valor este recuerdo erasmiano redactado por lo menos cuarenta años después del auge del erasmismo en España, cuando, como dice Bataillon, Erasmo “ha pasado al rango de los autores a quienes nunca se cita”.56 Su nombre desapareció a partir de mediados del siglo de manera gradual en todos los escritos, aunque su pensamiento continúa activo reflejándose en muchos autores, que con frecuencia ignoran esta influencia. La Inquisición y el índice habían hecho decaer la heterodoxia y la cita hernandina parece demostrar que Hernández tenía muy arraigado el recuerdo de Erasmo para referirse a él todavía en una época en que este autor estaba totalmente apartado del pensamiento oficial español y perseguido por la Inquisición, que trató de borrar todo reflejo de sus ideas.






33 Cartas de Indias (ob. cit.), pág. 773.

34 Barreiro: El testamento... (ob. cit.), pág. 8.

35 Francisco de las Barras y de Aragón: “Una información sobre la obra del Dr. Francisco Hernández en Nueva España.” Bol. de la Real Soc. Esp. de Hist. Nat., 1947, tomo XLV, n. 7-8, págs. 561-574.

36 Alberto Jiménez: Selección y Reforma. Ensayo sobre la universidad renacentista española. El Colegio de México (México, 1944).

37 Plinio, libro VII, cap. 16, f. 536.

38 Francisci Hermandi ad Ariam Montanum, Carmen (ob. cit.) La frase latina con que se inicia el poema dice así: Allapsum jam Astae ripis, Montane, sodalem me veterem comtemne tuum, cui cernere primum... La traducción utilizada por nosotros, en éste como en todos los demás casos en que se inserten trozos castellanos del poema, pertenece al culto latinista José Rojo, de la Universidad de México.

39 Ibid. El poema termina así: Conceptus veluti cari complectere fratis, sicque javens, tibi me aeternos obstringito in annos.

40 Es sabido que la amistad entre Arias Montano y Arce duró toda la vida de ambos, a tal punto que con frecuencia Arias marchaba a Llerena, donde Arce ejercía su profesión, y ayudaba a operar a su amigo. Ya octogenario Arce, Montano se ocupó de prologar y editar el importante tratado De recta curandorum vulnerum ratione publicado en 1576. Escribimos Arce y no Arceo como es común entre los historiadores españoles, por considerar que el Arceo es un latinismo o una mala traducción castellana del Arceus latino; así lo ha debido considerar también Bataillon que siempre escribe Arce. Sin embargo, hemos conocido una familia de Arceos en Yucatán que no supo definir el origen de su apellido.

41 Plinio, libro XI, cap. 37 (2a parte), f. 244 r.

42 Juan Fragoso, otro médico y cirujano de Felipe II, muy importante en la medicina española del siglo xvi, es quien directamente nos informa de su amistad y colaboración con Hernández, pues en su libro De succedaneis medicamentis (Madrid, 1575), recuerda cómo Hernández y él herborizaron juntos por los campos de Andalucía.

43 Plinio, libro XI, cap. 37 (2» parte), f. 244 r.

44 Miguel de Cervantes: Novelas ejemplares, Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, a quien comúnmente llaman perros de Mahudes. Madrid, Juan de la Cuesta (1613).

45 Alberto Jiménez: Selección. .. (ob. cit.), pág. 94.

46 Fray Pedro de Quintanilla en su libro Archetypo de virtudes… Fr. Francisco Ximenez de Cisneros (Palermo, 1653). En su página 135, cuenta cómo hasta muy entrado el siglo xvi existieron en Alcalá unos pantanos que convertían la ciudad en insalubre y muchas veces mortal. Igualmente se expresa Alvar Gómez de Castro en su obra De rebus gestis a Francisco Ximenio Cisnerio (Alcalá, 1569), en la cual, incluso llega a afirmar que la insalubridad de la ciudad complutense fue la causa de la prematura muerte por malaria del teólogo Juan de Medina, de muchos estudiantes y de los humanistas J. Pérez, J. Ramírez y Francisco de Vergara.

47 Alberto Jiménez: Selección… (ob. cit.), pág- 97.

48 No hemos conseguido datos complementarios del Dr. Tarragona que aparece citado en algunos documentos y libros dedicados al estudio de la Universidad de Alcalá. En cambio, sobre Antonio de Cartagena son frecuentes las citas incluso en libros de historia médica general. Este Cartagena es autor de diversos tratados sobre las fiebres y la peste, tema médico dominante en la época; los más conocidos son De signis febrium et diebus criticis y el De fascinatione, ambos editados en Alcalá, en 1529.

49 Alberto Jiménez: Selección... (ob. cit.), pág. 96. La quema de libros de ideología diferente a la del conquistador, hecho tan habitual en todas las conquistas por la fuerza, fue también practicada por Cisneros cuando, molesto por las blanduras con que el arzobispo Hernando de Talavera llevaba la conversión de los infieles en Granada, marchó a dicha ciudad para activar directa, enérgica y autoritariamente dicha conversión.

50 Bataillon: Erasmo... (ob. cit.). Es necesario recordar el inestimable valor de esta obra como fuente de erudición para el conocimiento del pensamiento español en el siglo xvi y de las consecuencias de la influencia erasmiana en todo el orbe de habla española. Obra fundamental, nos ha servido para obtener muchos de los datos ambientales de la España de Hernández en su época de juventud.

51 Bataillon: Erasmo... (ob. cit.), reseña dieciséis ediciones complutenses de Erasmo impresas por Miguel de Eguía entre 1525 y 1529.

52 Sobre el erasmismo de Arias Montano, escribe Bataillon gran parte del capítulo XIV de su obra (ob. cit., t. II, pág. 356), demostrando cómo supo recoger el sentido espiritual de la interpretación bíblica para continuarlo en sus empresas editoriales de la Biblia regia encargada por Felipe II.

53 Volviendo a Bataillon encontramos cómo sitúa a Sigüenza entre los erasmistas de fin de siglo, considerándolo discípulo de Arias Montano. Véase Bataillon: Erasmo… (ob. cit.), t. II, págs. 361 ss. Respecto a la descripción de la obra de Hernández por Sigüenza aparece en la Historia de la Orden de San Gerónimo (ob. cit.).

54 La vida de Vesalio se opaca al llegar a España para ocupar el puesto de médico de la corte. Los pocos datos que se conservan, sin embargo, son suficientes para comprobar que no era visto con buenos ojos por los elementos de la Iglesia. Parece ser que fue motivo de varias acusaciones, hasta el punto de obligarle a emprender un viaje de peregrinación expiatoria a Tierra Santa que le costó la vida. Respecto a la carta del embajador florentino, véase Oliveros de Castro: Felipe II, estudio médico histórico (Madrid, 1956), pág. 75.

55 Plinio, “Prefacio al benigno lector”, f. 4 v.

56 Bataillon: Erasmo… (ob. cit), tomo II, pág. 339.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ