2. LA ORDENACIÓN RACIONALISTA Y LA ACCIÓN ILUSTRADA


El racionalismo felipense se vertió en América y la Nueva España en forma de ordenación. No pudo el rey burócrata desprenderse del casuismo legislativo ni de la regulación inorgánica que dominaban desde hacía siglos; pero a veces, aprovechando ocasiones, su mente lógica se lanza contra la corriente y trata de poner en concierto y reducir a sistema las normas con que se proponía arreglar parcelas de la realidad colonial.

Ahí están, corroborando lo que decimos, sus famosas Ordenanzas de nuevos descubrimientos y poblaciones (1573), pequeño monumento legislativo que todavía sorprende por su originalidad. Sus 149 parágrafos encierran infinidad de preceptos normativos u orientadores, metódica y ordenadamente dispuestos, que cubren el amplio campo de aquellas dos actividades, respondiendo y saliendo al paso reflexivamente a las numerosas cuestiones ya suscitadas o suscitables acerca de quiénes, en dónde y cómo podían realizar el descubrimiento o la población.

Los preceptos más notables de estas ordenanzas son los que exhiben la preocupación racionalista-ilustrada del monarca, dirigida, como en España, al conocimiento y el aprovechamiento de la naturaleza. Entre ellos destacan los referentes a la fundación de ciudades, que pueden ser presentados quizá como el primer conjunto coherente de reglamentación urbanística.

Bueno será ofrecer algunos ejemplos para que el lector aquilate por sí mismo dicha preocupación.

A los pilotos y marineros que fueren en los navíos de descubrimiento manda el parágrafo 12 de las Ordenanzas que “vayan echando sus puntos y mirando muy bien las derrotas, las corrientes y aguadas que en ellas hubiere, y los tiempos del año, y con la sonda en la mano vayan anotando los bajos y arrecifes que toparen, descubiertos y debajo del agua, las islas, tierras, ríos y puertos y ensenadas, ancones y bahías que toparen: y en el libro que para ello cada navío llevare, lo asienten todo en las alturas y puntos que lo hallaren, consultándose los del un navío con los del otro / pues los navíos debían de ir por parejas,/ las más veces que pudieren y el tiempo diere lugar, para que lo que entre ellos hubiere de diferencia se concuerden si pudieren, y se averigüe lo más cierto, y si no se queden como lo hubieren primero escrito.”

En otros parágrafos (34 y 40), recomienda a los pobladores que elijan la provincia, comarca y tierra en que se han de establecer “teniendo en consideración a que sean saludables, lo cual se conocerá en la copia que hubiere de hombres viejos y mozos de buena complexión, disposición y color, y sin enfermedades; y en la copia de animales sanos y de competente tamaño, y de sanos frutos y mantenimientos, que no se críen cosas ponzoñosas y nocivas, de buena y feliz constelación, el cielo claro y benigno, el aire puro y suave sin impedimento ni alteraciones, y de buen temple y sin exceso de calor o frío, y habiendo de declinar /mejor será/ que sea frío”. Y además, que “los sitios y plantas de los pueblos no se elijan en lugares muy altos, porque son molestados de los vientos y es dificultoso el servicio y el acarreo, ni en lugares muy bajos porque suelen ser enfermos”; que “los elijan en lugares medianamente levantados, que gocen de los aires libres, especialmente los del norte y del mediodía; y si hubiesen de tener sierras o cuestas, sean por la parte del poniente y levante. Y si por alguna causa se hubieren de edificar en lugares altos, sea en parte adonde no estén sujetos a nieblas, haciendo observación de los lugares y accidentes. Y habiéndose de edificar en la ribera de cualquier río, sea en la parte del oriente, de manera que saliendo el sol, dé primero en el pueblo que en el agua”.

En nueva serie de parágrafos encarece a los fundadores de poblaciones que se haga “la planta del lugar repartiéndola por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor, y desde allí sacando las calles a las puertas y caminos principales y dejando tanto compás abierto que aunque la población vaya en crecimiento se pueda siempre proseguir en la misma forma” (111); que “de la plaza salgan cuatro calles principales, una por medio de cada costado y dos calles por cada esquina”, debiendo mirar las cuatro esquinas de la plaza “a los cuatro vientos principales, porque de esta manera saliendo las calles de la plaza no están expuestas a los cuatro vientos principales, que sería de mucho inconveniente” (115); que “las calles en los lugares fríos sean anchas y en los calientes sean angostas” (117); que “a trechos de la población se vayan formando plazas menores” (119) ; que “para los enfermos de enfermedades contagiosas, se ponga el hospital en parte que ningún viento dañoso pasando por él vaya a herir a la demás población” (122).

Las reglas referentes al establecimiento y trazado de las poblaciones tuviéronse presentes todo lo posible, en la Nueva España, al establecer villas españolas, al efectuar cambios y transformaciones de pueblos indígenas y, sobre todo, al acometer en gran escala a fines del xvi la concentración de indígenas en poblaciones. En su mayoría las reglas dadas por los virreyes para la elección de tierras y el establecimiento y trazado de las congregaciones indígenas, siguen a la letra las normas respectivas de la ordenanza susodicha o se inspiran en ellas: la orientación del lugar, su exposición a los vientos, su provisión de agua, la disposición cuadricular de la traza, etc., figuran abundantemente entre los ingredientes normativos de las instrucciones y mandatos dados a los comisarios virreinales que llevaron a cabo aquella vasta empresa congregatoria.

La acción ilustrada de Felipe encaminóse principalmente al conocimiento del país: a obtener precisiones sobre el medio físico, los hombres, el pasado, etc. Es una acción bastante paralela a la del Despotismo ilustrado dieciochesco. Por eso, como ya dijimos, las empresas en que ésta cuajó parecen continuación de aquéllas en que se tradujo la acción felipense: relaciones geográficas, cuentas de habitantes, expediciones botánicas, crónicas o historias... Y si famosas fueron, y son, las relaciones topográficas de los Borbones, no lo fueron ni lo son menos las relaciones geográficas de Felipe; y si la expedición botánica de Sessé, Mociño, etc., ganó un lugar destacado en los anales de la ciencia, también conquistó uno de gran relieve la expedición de Francisco Hernández. Sigamos las principales huellas de la acción ilustrada felipense en la Nueva España.


a. Las relaciones geográficas

Con el mismo propósito que en España —conocer la tierra—, fueron encargadas estas relaciones por S. M. a los gobernantes de las Indias. El cuidado de redactarlas se confió a personas que ejercían autoridad civil o religiosa en los pueblos, y podían por ello recoger fácilmente los datos que se les pedían en un largo cuestionario impreso, formado en España y circulado por las autoridades superiores de la colonia.

Entre los datos que en él se solicitaban, había muchos determinados por la curiosidad cognoscitiva. Debía especificarse en la información cuál era el temperamento y la calidad de la provincia o comarca, si frío o caliente, húmedo o seco, de muchas o pocas lluvias, y de qué parte, con qué violencia y en qué tiempo corrían los vientos; y si la tierra era llana o áspera, rasa o montuosa, de muchos o pocos ríos o fuentes, y abundante o carente de aguas, fértil o falta de pastos, abundante o estéril de frutos y mantenimientos. También debía consignarse en ella, tratándose de pueblos de españoles, la altura o elevación del polo en que se hallasen, si estuviese tomada, o si se supiere o hubiere quien la supiese tomar, y en qué días del año el sol no echaba sombra ninguna al punto del mediodía. Tratándose de pueblos indígenas, la información debía abarcar toda suerte de precisiones sobre las costumbres, las lenguas, el gobierno, los trajes, los alimentos, etc. La exigencia informativa del cuestionario era todavía mayor en lo concerniente a la naturaleza: mares, costas, ríos, lagos, volcanes, grutas, árboles, frutos agrícolas, yerbas o plantas aromáticas y medicinales, animales, minas, canteras, salinas, etc., etc., deberían ser incluidos y descritos.

Casi todos los encargados de él cumplieron su cometido, pero las informaciones fueron muy desiguales: desde las muy ricas hasta las pobrísimas de contenido. Sin embargo, la cosecha de datos, en su conjunto, fue muy estimable, y desde luego bastante superior a lo que cabía esperar de aquella gente y de aquellos tiempos. Gracias a ella los historiadores, los etnólogos y los antropólogos, pueden disponer de un copioso y magnífico caudal informativo. Al espíritu ilustrado del monarca que según muchos inauguró la época del oscurantismo español deberán siempre esa inagotable fuente de luces —quizá la más rica del siglo xvi — los investigadores y estudiosos de nuestros días.


b. Los enviados científicos

El primero y más importante de todos fue el protomédico Francisco Hernández, cuya vida se narra y cuyos trabajos se publican y comentan en esta magna obra, a él totalmente dedicada.

Al mismo tiempo que Hernández vino por mandato del rey a la Nueva España un cosmógrafo portugués, Francisco Domínguez, de quien se sabe poco. Si creemos lo que él cuenta en carta al rey (30 de diciembre, 1581), su misión era complementaria de la confiada a Hernández y consistía en hacer la descripción de la Nueva España, “mediante la cual fuese puesta y regulada debajo de razón de cuenta de esfera” como lo había hecho “Tolomeo en su tiempo a todas las partes orientales de este orbe según su cuenta”. Cinco años empleó en cumplir lo que se le encargara, y al cabo de ellos sólo pudo entregar lo que él llama los primeros borradores de la obra —las tablas y algunas relaciones breves—, que el protomèdico se llevó consigo cuando regresó a la Península. Mas “para restaurar parte del defecto” —dice él mismo—, quiso prestar al rey “un pequeño servicio interviniendo en ello el consentimiento de D. Martín Enriquez..., que fue hacer la descripción de todo lo hecho de esta Nueva España en cuerpo a manera universal”. Terminada tal labor la entregó al virrey, quien, según afirma Domínguez, en lugar de enviársela a S. M. se la “adjudicó para sí”. Quién sabe lo que hubiera de cierto en todo esto, pues el virrey Moya de Contreras, apremiado por el monarca, todavía andaba exigiendo en 1583, al cosmógrafo portugués que acabara las tabla? de las descripciones aún no entregadas.

También estuvo en la Nueva España, comisionado por S. M. un cosmógrafo llamado Jaime Juan. Su viaje tuvo por objeto realizar “observaciones del nordestear y noroesterar de las islas y tierra firme”. El monarca siguió con gran interés, al parecer, los trabajos de su enviado, pues ordenó al virrey que reclamara a éste los resultados a que hubiese llegado, para su remisión a España.

Sábese que Francisco Domínguez y Jaime Juan contribuyeron a una empresa científica que Felipe II recomendó muy encarecidamente a los gobernantes superiores de la colonia: la observación de los eclipses de luna. Domínguez intervino en la verificación de los acaecidos en los años 1577 y 1578; y él mismo y Jaime Juan tomaron parte en la de los ocurridos en 1584.


c. La dilucidación del pasado novohispano

Aunque la indagación de los elementos naturales de la colonia atrajo a Felipe mucho más que cualquier otra, no por ello dio de lado completamente a la dilucidación del pasado novohispano; a ella consagró también algunos de sus esfuerzos. En este orden del conocimiento, su empeño se dirigió a recoger datos o noticias, pues lo que principalmente deseaba era que se conservara la memoria de los hechos y cosas acaecidas en estas partes. A tal fin ordenaba al virrey en carta de 17 de agosto de 1572 que se informase de las personas que “hubieren escrito o recopilado, o tuviesen en su poder, alguna historia, comentarios o relaciones de algunos de los descubrimientos, conquistas, entradas, guerras o facciones de paz y de guerra’’ que hubiese habido en estas provincias, “y asimismo de la religión, gobierno, ritos y costumbres” de los indios, “y de la descripción de la tierra, naturales y calidades de las cosas de ella”; junto a esto encarecía a su delegado que hiciese buscar “lo susodicho o algo de ello en los archivos, oficios y escritorios de los escribanos de gobernación y otras partes” en que se pudiese hallar. Lo recogido debería ser enviado en la primera flota o navío que saliere para España.

Pequeña parece haber sido la cosecha de las noticias históricas pedidas por el monarca. Pretextando las ingentes dificultades que había para obtener esos materiales en una tierra en que existía tal “variedad de naciones, lenguas y costumbres”, el virrey cumplió tibiamente su encargo: según dice en carta de 18 de marzo de 1576, trató de sacar a religiosos antiguos e indios viejos algunos papeles o historias referentes a dichas materias, propuso que se aprovechase la historia que preparaba fray Bernardino de Sahagún (y para enviársela a S. M. rogó a fray Rodrigo de Sequera que la hiciese traducir) y persuadió a “otras personas curiosas” para que pusiesen en limpio algunos de sus trabajos que pudiesen servir al expresado objeto.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ