1. BURGUESÍA Y ABSOLUTISMO


En los orígenes de la Edad Moderna, burguesía y monarquía se coligaron sin ningún pacto expreso e incluso sin darse cuenta de ello. Las circunstancias que habían trazado al mundo europeo su camino unieron a ambas, dirigiéndolas durante algún tiempo hacia una misma meta: la unificación y centralización de la comunidad política. Esas dos compañeras de camino forcejearon bastantes lustros entre sí sobre la cuestión de cuál de ellas debía empuñar el timón del mando. En Inglaterra se resolvió tal pugna con la fórmula de la codirección, o de la monarquía moderada; en Francia y en España, con la fórmula de la dirección única de los reyes, o de la monarquía absoluta. Pero, con una u otra forma de gobierno, las enlazadas por el destino común siguieron marchando juntas, persiguiendo en tácita inteligencia aquellos dos fines.

Descaminados andan los que piensan, apoyándose en viejos tópicos, que el absolutismo fue un sistema de gobierno fundamentalmente contrario a los intereses de la burguesía. Quienes esto creen no parecen percibir que lo ganado por la burguesía con la introducción del cesarismo supuso más, muchísimo más, que lo perdido: salió ganando medios y posibilidades sin cuento para su desarrollo económico y su afirmación social; y lo que perdió, la autonomía de sus comunidades y la participación en el gobierno general, si sensible para ella, le fue trocado, según veremos (IB2b), por un enorme aumento de su intervención en los órganos administrativos y directivos del Estado. En lo esencial, el saldo era muy favorable para los burgueses y por ello hubo de convenirles sostener a los Césares en su pugna por la unificación nacional y el reforzamiento del poder político.

Trátase, en realidad, de un caso de mutua ayuda por conveniencia mutua; y como en la mayoría de tales casos, resulta difícil precisar en éste quién ayuda a quién o quién sirve a quién. Debilitando y quitando derechos a la nobleza, ¿servía el rey a la burguesía o la burguesía al rey?; unificando el gobierno, el derecho, etc., ¿servían los monarcas a los burgueses o éstos a aquéllos?; buscando expansión colonial y mercantil, ¿favorecían los reyes a la burguesía o ésta a los reyes?… En la mayoría de las grandes empresas acometidas por los soberanos absolutos de entonces tuvieron los burgueses su parte y función esencial. Lo cual era obligado, pues sólo la burguesía estaba a la sazón en condiciones de proporcionar a los omnipotentes monarcas el inmenso caudal de recursos materiales y humanos —dinero a espuertas y legiones de técnicos— que precisaban para aquellas empresas. Si una parte de la burguesía —la adinerada— suministró al absolutismo el numerario, la otra —la letrada— le facilitó el personal idóneo. Ambas partes hicieron posibles las magnas empresas de las principales monarquías europeas en el siglo XVI; empresas que fueron propias asimismo de la burguesía, y no sólo porque ésta las alimentó con “sustancias” necesarias, sino también porque las deseó tan vehementemente, por lo menos, como los mismos reyes. La historia del siglo XVI es la historia de las empresas conjuntas del absolutismo y la burguesía; empresas que darían amplios réditos a ambos, políticos a los césares, económicos y sociales a los burgueses.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ