Colofón a los libros 26 al 37


MARIO SAMAMÉ BOGGIO


Escribo estas líneas a pedido de mi gran amigo, el humanista y científico doctor Efrén C. del Pozo, presidente de la Comisión Editora de las Obras completas de Francisco Hernández, que con el respaldo de la Universidad Nacional Autóno­ma de México realizó la magnífica labor de editar, en español, la Historia natural de Cayo Plinio Se­gundo, monumental obra de la historia de la cien­cia hasta el siglo I de nuestra era.

Los comentarios y observaciones que voy a ha­cer se refieren exclusivamente al reino mineral, que comprende los últimos cinco libros de Plinio:


  • Libro XXXIII: La naturaleza de los metales
  • Libro XXXIV: Los metales
  • Libro XXXV: De la pintura, colores y pintores
  • Libro XXXVI: La naturaleza de las piedras, y
  • Libro XXXVII: El origen de las piedras pre­ciosas.

Es interesante observar que, desde el tratado o enciclopedia de Plinio, no se publica nada orgánico o de la misma importancia, en materia mi­nera, hasta 1556 que aparece, en latín, De re metallica por Georgius Agrícola, la biblia de los conocimientos mineros hasta el siglo XVI. Y el gran Agrícola dice precisamente en el prefacio de su obra: “Yo cuento sólo un autor al que pue­do seguir: Plinio Segundo, y éste expone sólo muy contados métodos de extracción de minerales y de obtención de los metales.”

De re metallica fue traducida del latín al inglés, en 1912, por Herbert Hoover, ingeniero de minas y ex presidente de Estados Unidos y su esposa, universitaria de Stanford como él (acaba de pu­blicarse en 1972, en Madrid, la primera edición española, por la Unión Explosiones Río Tinto S.A.). Hoover, además de la traducción, hace una serie de anotaciones históricas desde los primiti­vos tiempos hasta el siglo XVI, refiriéndose cons­tantemente a los importantes trabajos de Plinio.

Tomando en cuenta los trabajos de Agrícola y Hoover sobre la Historia natural de Plinio, podemos agrupar las materias mineras que des­cribe el ciudadano romano en tres: metales, minerales y otras sustancias y operaciones.

Entre los metales, Plinio se ocupa del oro, plata, cobre, plomo, hierro, antimonio, arsénico, mercurio. En el capítulo IV del libro XXXIII des­cribe el autor cómo se encuentra el oro, aunque confunde la explotación aluvial con la subterrá­nea. La extracción, metalurgia y usos del cobre se describen en los capítulos I, II, IX, X, XI, XII y XIII del libro XXXIV. La metalurgia del plomo y la plata está descrita en los libros XXXIII y XXXIV y para entenderla, de acuerdo con Hoover, es preciso tener en mente que galena es la misma sustancia que molybdaena y que ambas constituyen una variedad de litargirio o de car­bonato de plomo; y, en segundo lugar, que el stan­num de los antiguos es una aleación de plata-plomo. En el capítulo VI del libro XXXIII se describe el antimonio, con estas frases: “En las mismas minas de plata se halla, para hablar pro­piamente, una piedra de espuma blanca lustrosa, pero no transparente, a la cual llaman unos stimmi, otros estibio, otros alabastro y otros carbason. Hay della los géneros macho y hembra. Estímase más la hembra.”

Los minerales de arsénico son descritos en el capítulo IV del libro XXXIII; los antiguos creían que el sulfuro amarillo contenía oro y por eso lo llamaban auripigmentum y Plinio describe los esfuerzos del emperador Calígula para extraer oro de él.

El capítulo XIV del libro XXXIV trata “Del hierro y de sus minerales y diferencias”, al cual califica de “bonísimo y malísimo instrumento de la vida”.

El mercurio es mencionado en el capítulo VI del libro XXXIII, al cual llama Plinio argento vivo o azogue y afirma: “todos los metales na­dan sobre él fuera del oro”.

Entre los minerales y otras sustancias Plinio menciona y describe las siguientes: alumbre, ám­bar, asbesto, bitumen, bronce, crisocala, cadmia, electrum, galena, litargirio, misy, nitrio, minio, sal amoniacal, piedras preciosas, vidrio.

El alumbre es mencionado en el capítulo XV del libro XXXV, “el cual se entiende ser salitre de la Tierra. Hay desto muchos géneros. En Chi­pre lo hay blanco y negro”.

Del electrum se dice que tiene la quinta parte de plata y cuatro de oro (capítulo IV del libro XXXIII).

De la crisosola trata el capítulo V, libro XXXIII, y menciona sus usos en medicina.

Del minio o bermellón trata el capítulo VII del libro XXXIII y “aora es tenido para la pintura en grande estima”.

El capítulo X del libro XXXIV trata de las medi­cinas de la cadmia; bajo este nombre se incluía en la antigüedad hasta los tiempos de Agrícola un gran número de especies minerales relacionadas con el zinc, el cobalto y el arsénico. Plinio men­ciona cadmia producida en los hornos de cobre.

El “misy” de Plinio parece identificarse con la copiapita o jarosita. El capítulo XV del libro XXXV trata del azufre y sus usos en medicina.

Del origen del vidrio y del modo de hacerlo trata el capítulo XXVI del libro XXXVI.

El libro XXXVII trata de las piedras preciosas y se describen las siguientes: esmeralda (la cual la usaba Nerón como monóculo para observar a los gladiadores), perlas, ámbar o succino, diamantes, ópalos, turquesas, zafiros, obsidiana.

Entre las operaciones mineras y metalúrgicas se mencionan: explotación aluvial, amalgamación, cementación, copelación, drenaje de minas, ex­tracción de mineral, aplicaciones metalúrgicas, tostado, fundición de plata-plomo, ventilación, etcétera.

Hemos hecho el rápido recuerdo que antecede para dar una idea del gran esfuerzo de este ro­mano ilustre para legarnos una historia de los co­nocimientos hasta el siglo I de la Era Cristiana. Algunos historiadores y humanistas modernos, como Will Durant, califican la obra con aspereza y dice así: “La Historia natural es un monumen­to perdurable a la ignorancia romana. Cuando consideramos que este libro y las Quaestiones de Séneca constituyen el primer legado de la cien­cia natural romana a la Edad Media, y cuando las comparamos con las obras sobre materia aná­loga y con la actitud científica de Aristóteles y Teofrasto cuatrocientos años antes, empezamos a percibir la lenta trayectoria de una cultura mo­ribunda. Los romanos habían conquistado el mundo griego pero habían ya perdido la parte más valiosa de su herencia.”

Sin embargo, otros autores destacan la magis­tral obra de Plinio. El abate italiano Juan Andrés, en 1794, dice lo siguiente: “La ciencia romana […] ciertamente no puede entrar en competen­cia con su maestra la griega, y podrá parecer una inerudita temeridad el querer poner al compila­dor Plinio al lado de los originales Aristóteles y Teofrasto […], y Plinio aunque compilador de los libros griegos y latinos, y expositor de las ob­servaciones de otros, puede estar al lado de los originales Aristóteles y Teofrasto, y formar con los dos célebres griegos el triunvirato de los na­turalistas de toda la antigüedad.”

W.C. Dampier-Dampier-Wetham de la Univer­sidad de Cambridge dice: “el viejo Plinio conquistó la inmortalidad con su Naturalis historia […], el gran naturalista ofrendó su vida en aras de la ciencia natural: durante la erupción del Ve­suvio que sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano no dudó en desembarcar para observar el fenómeno, al cual se aproximó tanto que fue arro­llado por el torrente de lava”.

La Historia natural de Cayo Plinio Segundo seguirá siendo la mejor enciclopedia de los conocimientos científicos de la antigüedad.

TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ