LA ODONTOLOGÍA EN LAS OBRAS DE FRANCISCO HERNÁNDEZ


SAMUEL FASTLICHT


En las obras de Hernández encontramos mu­chos datos relacionados con la odontología en general. De hecho, tenemos allí un rico acervo de referencias acerca de higiene bucal, de plantas para curar las enfermedades de la boca, de cómo “afirmar” los dientes móviles y qué se recomien­da para fortalecer las encías, o para combatir el dolor producido por la caries, padecimiento tan viejo como la humanidad.

Hay que tomar en cuenta que los antiguos mexicanos sufrían de dientes cariados, aunque indudablemente en menor grado que los actua­les, que consumen azúcar refinada en grandes cantidades, tanto en refrescos como en golosinas, confituras y postres.

También el concepto etiológico de la caries den­taria era distinto; se consideraba que el gusano “neguijón” causaba el mal. Hay múltiples refe­rencias que demuestran la gran frecuencia de los sufrimientos causados por tan temido “gusano”, aunque hasta la fecha sólo hemos encontrado, entre los antiguos mexicanos, caries en piezas posteriores. Para mayores datos, consúltese el último estudio presentado por el autor a la Aca­demia Nacional de Medicina.1

Las úlceras de la boca debieron haber sido muy frecuentes, a juzgar por el gran número de indi­caciones para curarlas. Por ejemplo, al referirse a las úlceras, Hernández menciona las distintas plantas que son útiles para su tratamiento, y hace más de treinta referencias.

Hoy día no es fácil precisar qué entendía Her­nández por “úlceras”, o a qué tipo de ellas se refieren sus numerosas recetas. Como sabemos, las úlceras son lesiones inflamatorias que pueden ser producidas por falta de higiene, por gérmenes o virus, por abuso de tabaco, del alcohol, por avi­taminosis o por trastornos gastrointestinales. El problema de las úlceras aftosas sigue siendo un enigma todavía en el siglo XX.

Tenemos datos suficientes para afirmar que la higiene bucal, signo de cultura, fue practicada entre los antiguos mexicanos.

Lo podemos afirmar documentalmente al ex­plorar las fuentes tradicionales para conocer la medicina indígena mexicana; tanto en el Códice Badiano como en la obra de Sahagún, así como en los libros del doctor Hernández, encontramos muchas referencias sobre la limpieza que debe hacerse de los dientes, y las plantas propias para combatir la halitosis o mal aliento.

Las múltiples recetas y las repetidas indica­ciones para el empleo de diversas flores perfuma­das para combatir la halitosis son prueba de la mucha importancia que daban a la higiene bucal los pueblos precortesianos. Incluso se tienen noticias de trastornos de orden político-real atribuibles al mal aliento, como el que relataremos a continuación.

Cuenta la Crónica Mexicáyotl que Moquihuixtli, rey de Tlatelolco, despreció a su consorte la princesa Chalchiuhnenetzin, precisamente por su mal aliento. Dicen los cronistas indígenas que la guerra entre Tlatelolco y Tenochtitlan, en 1473, se debió a las dificultades surgidas entre Moquihuixtli y su cuñado Axayácatl a causa del mal tra­to que aquél daba a su esposa Chalchiuhnene­tzin, gran señora de Tenochtitlan, a quien “le hedían grandemente los dientes”. La traducción directa del náhuatl reza: “Chalchiuhnenetzin, muy apestosa de dientes, era la mujer noble; por aquella causa nunca con ella holgaba Moquihuixtli, rey.” Para vengar esta afrenta, el hermano de la princesa, el rey de Tenochtitlan, Axayácatl, hizo la guerra a Moquihuixtli, quien perdió el reino e, incluso, la vida.2

Los aztecas, para blanquear los dientes, cono­cían y empleaban el alumbre, y lo sabían obte­ner tanto en la forma purificada como destilada. Menciona el doctor Hernández,3 con base en datos recogidos por él en el siglo XVI, que “de tlaxócotl, o tierra acida, y del alumbre mexica­no, encontré cinco especies en este Nuevo Mun­do. Muelen primero la tierra aluminosa y la echan en grandes vasijas de barro terminadas en punta. Perfectamente condensado se vende en el comer­cio: blanco, brillante, transparente y de sabor acre y astringente”.4 Añade Hernández que el alum­bre tiene aplicación en odontología: “Afirma los dientes, seca y limpia las úlceras.”

En la misma obra de Hernández encontramos diez prescripciones para la higiene bucal, y ocho relativas a la halitosis, de las cuales transcribimos a continuación las más importantes. En ellas, los médicos y curanderos indígenas recomiendan plantas, semillas y minerales para limpiar los dien­tes, blanquearlos, afirmarlos y eliminar el mal olor del aliento:

“Del chilmécatl.” De sabor acre, “la raíz apli­cada a los dientes quita el dolor de los mismos como por milagro, y los limpia y blanquea hasta sus raíces” (III, p 233).

“Del cozticpatli adiantino” dice Hernández: “el polvo de las hojas limpia y fortalece los dientes y las encías” (II, p. 214).

“Del chapopotli o betún litoral de la Nueva España. Lo usan las mujeres mexicanas masticándolo y reteniéndolo en la boca no sin cierto agrado para limpiar los dientes y devolverles su natural brillantez” (III, p. 405).

“Del cozamaloxíhuitl o hierba del iris. Limpia los dientes, encarna las encías y quita toda podre­dumbre, para lo cual es un medicamento admira­ble si se aplica machacado o masticado, o sola­mente su jugo” (II, p. 331).

“Del nopalnocheztli o grana de Indias que na­ce en ciertas tunas. Aplicado como emplasto... limpia muy bien los dientes” (II, p. 315). El nocheztli, en el Códice de la Cruz-Badiano, se llama “sangre de tuna”.

“Del olcacatzan segundo o pahuatlánico. Des­tila una goma llamada tzictli que usan los indios para fortalecer los dientes llevándola en la boca y masticándola” (II, p. 252).

“Del itzcuinpatli o mataperros. Mezclado el mismo polvo [de la semilla] con agua... corrige el aliento fétido; el cocimiento de las espigas, agre­gándole alumbre, afirma extraordinariamente los dientes” (III, p. 12).

“De la paronychia o quimichpatli. Se adminis­tra contra... exceso de saliva, asco y mal olor de la boca” (III, p. 95).

“Del pipitzatli. Es oloroso y algo acre. Su co­cimiento... quita la fetidez de la boca” (E, p. 316).

También se recomienda “un cocimiento hecho de raíz y hojas de la hierba que llaman tlatlancuaye, con tierra roja, tierra blanca,5 hierbas temamatlatzin y tlanextia xiuhtontli; todo eso mo­lido y cocido en agua con miel, quita el mal alien­to. Debe beberse también moderadamente el líquido bien colado, antes de comer”.6

Finalmente, Francisco Ximénez,7 quien tradu­jo parcialmente el libro de Hernández que llegó a sus manos por “extraordinarios caminos”, aña­de a los datos del Protomèdico de Felipe II esta receta, producto de su experiencia de varios años en curar y cuidar enfermos: “El coyolli tiene un fruto de corazón duro que los naturales acostum­braban llevar a la boca y que es astringente y quita el olor malo de la boca.” Ximénez escribió su libro en el siglo XVII.

También Hernández menciona en su Historia que el ichcaxíhuitl o algodón es “frecuentísima en Nueva España […] y se obtiene de ella todos los años muy abundante cosecha. Los renuevos machacados y tomados con agua combaten ad­mirablemente, según dicen, las picaduras de escorpiones, víboras, y demás animales venenosos” (II, p. 426).

En cuanto al xochiocótzotl, que es el liquidámbar, era empleado muy frecuentemente en Mé­xico, pues lo encontramos mencionado tanto por Hernández como en el manuscrito de la Cruz-Badiano. Se empleaba molido en polvo, mezcla­do con sal, piedra de jade blanco y resina, hasta formar una pasta que se introducía con algodón en la cavidad cariada con el propósito de calmar el dolor.

De las plantas descritas, y de las que describi­remos enseguida, muchas han podido ser identi­ficadas; otras, en cambio, dejaron de emplearse, incluso en el mismo siglo XVI.

En la obra de Francisco Hernández encontra­mos muchas referencias a la caries dentaria, a las enfermedades de la boca y al tratamiento de las úlceras bucales. Mencionaremos aquí solamente unas cuantas recetas, aquellas que, a nuestro juicio, son las más curiosas:

“De la antzámizcua: Es un árbol con... fruto del tamaño de ciruela, dulce y que encierra un hueso cuya almendra... hecha polvo y aplicada a los dientes cariados cura la enfermedad y calma el dolor” (III, p. 224).

“Del araxi o hierba que llaman de boca ne­gra... las raíces... machacadas y aplicadas a los dientes [con caries] calman el dolor de los mis­mos” (II, p. 226).

“Del chilmécatl o ichcha. La raíz aplicada a los dientes quita el dolor de los mismos como por milagro” (III, p. 233).

“Del cocoixtli u ojo de entrenudo. El polvo de las flores aplicado cura los dolores de dientes, principalmente de los cariados por la pituita” (II, p. 347).

“Del segundo colloxíhuitl. Un renuevo aplica­do alivia de modo extraordinario los dolores de dientes, pero debe cambiarse por otro al cabo de cuatro horas” (II, p. 300).

“Del cozolmécatl o cuerda de cuna. Oigo decir maravillas acerca de esta planta... que las hojas aplicadas calman como por milagro los dolores de dientes” (II, p. 251).

“Del cuitziquiendas o planta del zorrillo. Di­cen que su jugo instilado o su polvo introducido en la nariz curan la pituita y los flujos de la cabeza, y quitan el dolor de la misma y de los dientes” (III, p. 123).8

“De la huemberequa. El cocimiento de la cor­teza de las raíces con las hojas quita el dolor de dientes si se enjuagan con él” (II, p. 399).

“Del izquixóchitl. La flor aplicada calma el do­lor de dientes [...] y se mezcla a la bebida de cacáhoatl para perfumar el aliento” (II, p. 434).

“Del omexochipatli o medicina de dos flores. Las hojas... curan masticadas los dientes enfer­mos y calman su dolor” (III, p. 79).

“Del piltzintecxóchitl panucense. [...] el jugo de las hojas mezclado con sal e instilado cura la sordera y el dolor de oídos y de dientes, de suer­te que nunca más reaparece la enfermedad” (III, p. 253).

“Del tempixquiztli o medicina que astringe la boca. El cocimiento de las hojas instilado en la nariz o en los oídos quita los dolores, y las pro­pias hojas calentadas en el rescoldo y aplicadas a los dientes, calman notablemente el dolor de los mismos y fortalecen las encías” (II, p. 39).

“Del tlancochpatli texaxahuacense o medicina de los dientes. La corteza de la raíz es fría, pero la leche de los renuevos es calorífica y quita apli­cada el dolor de dientes” (III, p. 151).

“Del tlanpatli o medicina de los dientes [exac­ta traducción del náhuatl]. El jugo que destila de las hojas partidas cura, aplicado, el dolor de dien­tes” (III, p. 193).

“Del tzompilihuizpatli. Es acre, caliente y seco en cuarto grado y principalmente los filamentos… aplicados a la nariz provocan al punto estornudos, y limpiando así la cabeza quitan su dolor y el de dientes” (III, p. 148).

Sobre la curación de las enfermedades de las en­cías, tenemos cuarenta y nueve referencias que dejó Hernández; citaremos las más curiosas e interesantes:

“Del camatotoncapatli o medicina de la boca inflamada [traducción literal]. La corteza de la raíz machacada y aplicada a las encías hinchadas e irri­tadas les vuelve la salud y afirma los dientes” (II, p. 342).

“Del cozamaloxíhuitl o hierba del iris. Limpia los dientes, encarna las encías y quita toda podredumbre… es un medicamento admirable si se aplica machacado o masticado, o solamente su jugo” (II, p. 331).

“Del molle. Afirma también las encías y los dientes y cura las úlceras de la boca” (II, p. 95).

“Del tempixquiztli o medicina que astringe la boca... Las propias hojas calentadas en el rescol­do y aplicadas a los dientes, calman notablemente el dolor de los mismos y fortalecen las encías” (II, p. 39).

“Del tlalízquitl o hierba chica y tostada. La cor­teza molida quita el dolor y ardor de las encías y las reduce si están hinchadas, afirma los dien­tes masticándola” (II, pp. 435-436).

“Del tlalxócotl o tierra ácida y del alumbre mexicano... Afirma los dientes...” (III, pp. 409-410).

“Del xoxopantzin o planta que brota en tiem­po de lluvias. Las hojas y la corteza de los tallos se aplican a los dientes poco firmes para fortale­cerlos y afirmarlos” (III, p. 216).

“Del yamancapatli o medicina templada. Di­cen que el líquido que mana este arbusto afirma los dientes, calma el dolor de las encías […] ase­guran que el polvo de la raíz cura las úlceras pútridas, malignas y cancerosas” (III, p. 8).

“Del acocotli tepecuacuilcense. Curan [...] las ulcerillas de la boca lavándolas con su jugo” (II, p. 9).

“Del chamolxóchitl o cacalaca. Dicen... que su cocimiento sana las úlceras de la boca” (II, p. 309).

“Del segundo hoitzitziltentli. Cura las ulceri­llas de la boca de los niños de pecho” (II, p. 383).

“Del mexócotl o maguey de ciruelas. El fruto masticado y conservado en la boca cura las ulcerillas de la misma que provienen del calor” (II, p. 351).

“Del picíyatl... Nace... en Axochitlan, don­de dicen que cura... las úlceras de la boca” (III, p. 252).

“Del tempalanalizquáhuitl o medicina de las úlceras de la boca. El jugo que destila de sus re­nuevos tiernos es amargo, aromático y resinoso: cura las úlceras de la boca, de donde el nombre, suaviza los labios que se agrietan por el calor del estómago” (III, p. 143).

Como se puede apreciar por esta última cita, el concepto de úlcera abarca también lo que hoy conocemos popularmente como “fuegos” de los labios, que los “agrietaban”, según el sabio fran­ciscano, Fray Bernardino de Sahagún,9 quien, al hablar de los “calores” de la boca, los llama “los cueros de los labios” y señala su tratamiento: “que se producen por demasiado frío y calor, se han de curar con la miel blanca o la miel de ma­guey untándose con ulli derretido; pero si procediesen de calor del hígado, pondránse en los labios los polvos de la raíz nombrada tlatlauhcapatli y lavarse con ella los dientes”.

En resumen, los datos que hemos presentado acerca de la odontología prehispánica tuvieron siempre como base fuentes de primera mano, como la obra del médico azteca autor del Códice Badiano; la del sabio franciscano fray Bernardino de Sahagún, y la del protomèdico Francisco Her­nández. Todas éstas son fuentes que datan del si­glo XVI.

Queda demostrado que se practicaba entre los antiguos mexicanos el cuidado de la boca; que en su higiene empleaban dentífricos, a los que da­ban debida importancia para combatir la halito­sis, empleando plantas y semillas aromáticas que perfumaban el aliento; que inclusive tenemos no­ticias de que el mal aliento de una princesa azte­ca produjo trastornos políticos que acabaron con la vida de un rey y la pérdida de un reino.

Las enfermedades de la boca aparecían en múl­tiples formas, según las referencias y según las re­cetas que nos dejaron los cronistas; parece que existían muchos tipos de úlceras, y otros padeci­mientos, que fueron tratados de acuerdo con el saber de una época en la cual el uso de las plan­tas medicinales, de las que México tenía en abun­dancia, y su tradición terapéutica, se mezclaba con mucho de empirismo y magia.

Los conocimientos que tuvieron los antiguos mexicanos de plantas medicinales que figuran en el herbario medicinal azteca, en las crónicas de Sahagún y, sobre todo, en las obras del médico Francisco Hernández, son un valioso testimonio de la farmacología indígena que existía al producirse la conquista de México. Esta información, unida a los datos obtenidos por estudios antro­pológicos, dirigidos al tema de la odontología, permiten afirmar la existencia de la higiene bu­cal, de métodos para combatir la halitosis y de amplios conocimientos médicos acerca de las en­fermedades de la boca y de su tratamiento.

Muchas plantas descritas han podido ser iden­tificadas; otras perdieron su uso en el siglo XVI, pero todas son muestra, una “bella muestra”, de acuerdo con la sensibilidad de Francisco Hernán­dez, del arte curativo de la naturaleza y del inge­nio para aprovecharlo.






1 S. Fastlicht, “Los dientes de los antiguos mexicanos. Estudio de la dentición en cráneos prehispánicos”, Gac. Méd. Méx. 109 (núm. 3): 223-226, 1975.

2 F. Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicáyotl, Editorial Leyenda, México, 1949, p. 117. (Esta obra fue escrita en 1598.).

3 F. Hernández, Historia natural de Nueva España, en Obras completas, Universidad Nacional de México, 1959, tomo II, capítulo XVIII, p. 409.

4 F. Hernández, op. cit., como II, capítulo XVIII, p. 410.

5 Emily Walcott Emmart, la extraordinaria comentarista de la edición en inglés del The Badianus Manuscript (The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1940), informa que la “tierra blanca” era la sal; la sacaban del lago de Texcoco y constituía uno de los artículos más estimados en el comercio. Aún en nuestros días se emplea la sal, como colutorio, después de las extracciones dentarias.

6 Martín de la Cruz, Libellus de medicinalibus indorum herbis, México, IMSS, 1964, p. 171.

7 F. Ximénez, Cuatro libros de La naturaleza y virtudes de las plantas medicinales, México, Ed. Diego López Dávalos, 1615.

8 Nótese que cuando Hernández no se sentía seguro sobre la bondad de la planta, subraya su duda con la palabra: “dicen”.

9 B. de Sahagún, Historia natural de las cosas de la Nueva España, México, Porrúa, 1956, lomo III, p. 174.

TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ