Reflexiones finales


Es el momento de reflexionar, de discutir como suele decirse en el lenguaje de las publicaciones biomédicas, los datos que obtuvimos al analizar desde el punto de vista médico la Historia de las plantas de Nueva España del doctor Francisco Hernández. Tales reflexiones se ordenarán alrededor de este único punto: Si la información con­signada puede tomarse como evidencia de la ver­dadera medicina mesoamericana prehispánica o si más bien se trata, ya, de una mezcla entre ésta y la europea. Conceptos importantes en esta dis­cusión son los de “humor” así como los de “frío” y “calor”. Se tocan incidentalmente lo relativo a la opinión de Hernández acerca de medicina y médicos indígenas así como la resistencia de éstos para proporcionar información.

a. En primer lugar, hay que señalar que ya se echa mano de plantas no mesoamericanas como el ac­tual pirú, antes árbol del Perú, y que las plantas mexicanas se mezclan con elementos de franco origen europeo. Por ejemplo, los “renuevos” del íczotl se tuestan y se hacen polvo para mezclar­los con bolo armónico, preparándose así una me­dicina que “cura admirablemente las disenterías y detiene el aborto” (II, p. 171).

El bolo armónico, llamado también bolo orien­tal, era una famosa tierra gredosa, amarilla o blan­ca que se traía del Oriente para emplearse contra la diarrea, el vómito, “para prohibir el curso de los humores a las partes, para fortificar y resol­ver” como dice el cirujano Alonso López de Hinojosos de quien ya nos ocupamos al referirnos a la estancia de Francisco Hernández en el Hos­pital Real de Naturales.17 Esta famosa tierra se usaba por vía oral y localmente, empleándose también para cohibir las hemorragias. Cuando no provenía del Oriente se le llamaba bolo armó­nico vulgar.

La tan afamada y empleada raíz purgante de Mechoacan, tacuache entre los “mechoacanenses”, tlalantlacacuitlapilli para los mexicanos, debía mezclarse con tragacanto o con zauhtli para pre­parar un electuario que era excelente para evacuar con suavidad la pituita y la bilis (III, p. 135). El tragacanto o goma de Alquitira se obtenía de ár­boles que nacían en Siria, Alepo y Candía. Se le describía como en “pedazos de diferentes tama­ños, de diversas figuras y colores…”. Entre sus propiedades resaltaba la humectante, la refrescan­te y la aglutinante. Se recomendaba para “dulzorar” la acritud de los humores, para contener los “cursos de vientre” y las hemorragias, para curar la tos, la “ptisis”, las fluxiones de humo­res acres en los ojos, para el ardor de riñones y de la orina. Se tomaba en polvo o hecha mucílago con agua. Este servía a los boticarios para “cor­porificar” muchos medicamentos.18 Propiedades físicas semejantes poseía el autóctono zauhtli de cuyo empleo en la medicina, la pintura, el arte plumario, la fabricación de papel y de “santos de caña” de maíz nos hemos ocupado en nuestro libro Pegamentos, gomas y resinas en el México prehispánico.19

Tal vez el nitro que se mezcla con el tetélquic para curar la sarna (III, p. 156) sea también una innovación europea, pues el nitrum era ya para entonces un viejo y afamado medicamento en la medicina de origen galénico. Se le empleaba co­mo aperitivo, incisivo y resolutivo; también se usaba para excitar la orina, apaciguar el ardor de sangre y arrojar las piedras de los riñones. Se “cul­tivaba” en España arrojando en la tierra, ya de sí salitrosa, “estiércoles, orina, y otras cosas que contienen en sí mucho salitre”.20

Citemos finalmente el texcaltlaelpatli o medicina de las disenterías que “contiene las disenterías y mitiga el ardor de las fiebres si se administra en partes iguales con polvo de cuerno de ciervo que­mado, o se toma su cocimiento o su jugo mez­clado con dicho polvo” (III, p. 13).

Como el bolo arménico, el cuerno de ciervo era para entonces ya un viejo remedio europeo. Para quemarlo se partía en pedacitos, se echaban sobre carbones encendidos, dejándolos calcinar hasta que se redujeran a una “cal blanca”. Ense­guida se molía con agua rosada sobre una piedra para hacer un polvo “sutilísimo” que con la dicha agua formaba “pedacitos”, los cuales se secaban y se guardaban para su uso. Se recomendaba, en Europa, para detener los flujos de vientre, para dulcificar los ácidos del estómago, para quitar las hemorragias y purgaciones.21

Es muy importante referirnos al primer piltzinteuhxóchitl o flor del hijo del príncipe o del dios porque es una hierba de la que nada notable le dicen los indios y, sin embargo, el Protomédico dice que el cocimiento de la corteza —de tempera­mento caliente “un tanto dulce y no tan fétida”— ya sea introducido o untado “quita la flatulencia, calma los dolores, arroja el frío y limpia los intestinos” (III, p. 87). ¿Tales beneficios los des­cubrió Hernández o ya eran del conocimiento de criollos o españoles?

b. Hernández divide a prácticamente la totalidad de las plantas que incluye en su obra en calientes y frías, en secas y húmedas. Aquí surge otro problema: ¿Son estas propiedades únicamente el producto de la ideología médica de Hernández o existe un concepto semejante en la medicina indígena? Si lo último es lo cierto, esto da lugar a una segunda pregunta: ¿Se trata de un concep­to prehispánico o es producto de la aculturación?

El asunto ha ocupado a muchos investigado­res, estando las cosas en el siguiente estado: hay quienes piensan que tanto los conceptos de ca­liente y frío como los de seco y húmedo provie­nen de la medicina extranjera, y que lo seco y lo húmedo se fue perdiendo con el tiempo.22 En cambio, hay quienes sostienen que las ideas de calor y frío son autóctonas y que no existen los conceptos médicos de seco y húmedo en la me­dicina mesoamericana propiamente dicha. López Austin fundamenta estos asertos en bases bastante sólidas.23

En primer lugar, la opinión de López Austin se basa en el importantísimo hecho de que la polaridad frío-calor en las culturas mesoamericanas no se reduce al campo de la salud, la enfermedad y la medicina, sino que comprende todo el cos­mos. Al respecto recuerda que en la antigüedad se concebía un mundo dividido en dos mitades: una de naturaleza caliente luminosa, vital, fecun­dante, caracterizada como el Padre o el Cielo; otra fría, húmeda, origen de vientos y de lluvias, os­cura, caracterizada como la Madre o la Tierra. El águila y el tigre eran sus símbolos, respectiva­mente. Por tanto, decir Águila-Tigre era como indicar la polaridad Caliente-Frío.

Después de tal división, todo cabía dentro de la clasificación de lo frío y de lo caliente: plan­tas, animales, minerales, astros, días de la sema­na, meses, seres sobrenaturales, enfermedades, medicinas, estados fisiológicos, etc. Establecíase una relación entre todo lo que existe con los se­res de cada hemimundo. Por lo que toca a la en­fermedad, existen datos históricos y etnográficos que hablan de padecimientos fríos y calientes y de la relación de aquéllos con seres acuáticos y fríos, en tanto que los calientes tienen que ver con el cielo y el sol.

En segundo lugar, López Austin basa su opi­nión respecto al origen mesoamericano de los conceptos de calor y frío relativos a la medicina en el hecho de que se habla de éstos desde los más tempranos tiempos de la Colonia. También existen antiguas alusiones a la polaridad frío-calor y, cosa muy importante para el asunto que tra­tamos, datos que descubren la interconexión en­tre lo dicho respecto a la enfermedad o al medi­camento y el resto del sistema cosmológico.

Finalmente, el análisis etimológico de palabras que tienen que ver con la medicina ha sido, en manos del autor citado, otro camino que lo lle­vó a descartar la idea de que los conceptos médi­cos referentes a lo caliente y lo frío son de origen europeo.24

En la Historia de las plantas de Nueva España se encuentran algunas informaciones que pueden tomarse como en verdad provenientes de indí­genas y que hablan de lo caliente y lo frío en su medicina. En cambio, no hay ninguna mención a lo seco ni a lo húmedo.

Las primeras se refieren tanto a las medicinas como a las enfermedades. Por ejemplo, el hoitzmécatl, que según Hernández es de naturaleza fría por lo que es bueno para los dolores de vientre que provienen de calor y para las fiebres, es lla­mado por algunos iztacpatli “porque es medici­na fría” dice el Protomédico (II, p. 246). En otra parte, al referirse al temécatl, de “hojas fétidas, de naturaleza fría, húmeda y glutinosa” dice que a esta planta se le llama también, “por su frial­dad, itzicpatli” (II, p. 255). Respecto al coyochipillin, tal parece que son los indios los que la han calificado como planta fría: “sólo pude averiguar con los indios acerca de ella, en lo que se refiere a la medicina, que es de naturaleza fría y gluti­nosa y cura las úlceras” (II, p. 265). Al rebatir a los médicos indígenas respecto a las propieda­des de las memeyas que Hernández califica como calientes y secas, señala que “aun pretenden los médicos mexicanos que son frías y buenas para las fiebres” (II, p. 323). Por su parte, los indios itzolucanenses calificaban de caliente a la corteza del hoacxóchitl (II, p. 383).

Por lo que toca a las enfermedades o a su causa, cuando se ocupa del totomátic Hernández anota: “Dicen los médicos indios que el jugo de la raíz y de las hojas tomado en dosis de seis onzas miti­ga el dolor de vientre que proviene del frío…” (II, p. 230). A su vez al tratar del chilmécatl seña­la que “es tenido en gran estima por todos los indígenas, pues están persuadidos de que es un remedio admirable contra todo género de enfer­medades que provienen del frío” (III, p. 233). Dice también Hernández que el cuauhxonequilin es una medicina fría pero con algún amargor (eviden­cia de que tiene partes cálidas) “por lo que los médicos indios afirman que untada combate ad­mirablemente el frío” (III, p. 114).

Algo semejante a lo anterior tenemos tocante al calor. Respecto a medicinas calientes, se men­ciona al tratar del amatzallin que “los médicos indios afirman que untada cura las fiebres […] como ellos mismos dicen, sacando el calor febril con el calor del medicamento” (II, p. 85).

Se anota también que “llaman los mexicanos algunas veces totoncaxíhuitl a las plantas que com­baten al calor; pero con más frecuencia a las que son de naturaleza caliente” (II, p. 344). En otra parte se dice que los médicos indios piensan que casi todos los remedios que calman el dolor son de naturaleza templada (III, p. 131).

El concepto indígena de calor como enferme­dad se expresa, por ejemplo, cuando al tratar del mamatlalton Hernández dice que “algunos mé­dicos indios aseguran que es bueno para templar el calor excesivo” (III, p. 35); que algunos llaman totoncaxíhuitl al texcaltlaelpatli “porque comba­te el calor” (III, p. 13) y que del tetélquic “los indios dicen que tomada en dosis de una dracma cura la tos cuando proviene del calor” (III, p. 157). Finalmente dice Hernández que al tlepatli, “ar­busto grande con raíces fibrosas y leonadas”, se le llama así “no porque sea ígneo, sino porque alivia las enfermedades ígneas” (II, p. 62).

c. Hernández explica la acción terapéutica de las plantas medicinales mesoamericanas echando ma­no de la doctrina humoral hipocrático-galénica y de la ideología frío-caliente. Rara vez saca a relucir lo seco y lo húmedo.

Aunque pudiera existir en la medicina mesoamericana pura alguna idea que se relacionara con la enfermedad a la bilis, a la sangre y a la flema, por ser hechos clínicamente observables el vó­mito de bilis, la ictericia, la mucosidad nasal, bronquial e intestinal y las consecuencias de la hemorragia (véase más adelante), me parece que es muy difícil que existiera el concepto de bilis negra o atrabilis por ser éste, más que el resulta­do de observaciones médicas, la consecuencia de la necesidad de encontrar el cuarto elemento que equiparara perfectamente al macrocosmos, consti­tuido por tierra, agua, aire y fuego, con el hombre o microcosmos formado a su vez por sangre, fle­ma o pituita, bilis amarilla o cólera y melancolía o bilis negra. Ésta hizo las veces de la tierra, com­partiendo con ella sus propiedades: frialdad y sequedad.

Además, creo que tampoco es fácil que hubie­ra en la medicina indígena mesoamericana la sis­tematización de ideas respecto a la bilis, la san­gre y la flema propia de la doctrina humoral. Pero lo único que en verdad puedo decir es que en una historia “plana”, como es la historia de la medi­cina mesoamericana prehispánica, carecemos de datos al respecto.

Creo, por tanto, que la continua mención que Hernández hace de los humores —aceptando que bajo dicho término a veces incluya algo diferen­te a la bilis, a la melancolía, a la pituita y a la sangre— es en buena parte una traducción o una interpretación de la acción evacuadora o purgante de los medicamentos muy utilizada en todos los sistemas médicos, empleo fundamentado en la tan difundida y vieja interpretación de la enfermedad —no la única— como “cuerpo extraño”, como algo que viene de afuera, como “mal” que hay que arrojar del cuerpo. Me parece que debemos a las ideas médicas de Hernández la acción de abrir las “obstrucciones” que se les atribuye a al­gunas plantas medicinales mesoamericanas —obs­trucción de los poros o conductos por donde cir­culan los humores— así como su poder para “co­cer”, “cortar” o “adelgazar” los humores y prepararlos de este modo para su eliminación.

Sin embargo, hay dos capítulos del libro que analizamos donde se encuentran datos que pueden tomarse como de origen indígena y que ha­blan de los humores. Uno de ellos es el dedicado a la hierba llamada cuauhtlepatli de la que “los indios dicen que tomada en cantidad de cuatro óbolos evacúa muy fácilmente los humores fle­máticos…” (II, p. 60). Otro es el capítulo del yetecomapatli que los indios usan en el tratamien­to de las fiebres acompañadas de puntos “asegu­rando que sanan enseguida los enfermos provo­cando sudor y expelidos los humores por la piel” (III, p. 141).

Debo advertir una vez más que el propio Her­nández usa el término humor en sentido amplio —al referirse a cierta planta dice que crece entre las peñas de donde obtiene el “humor vital”— y que por humor también se entendía todo “cuer­po líquido y fluido” y ciertos productos excre­menticios humanos como la orina y el sudor.25 No sé si en este último sentido está aquí empleado el término.

Sin que los datos siguientes hayan sido parte de una “teoría” humoral, en la medicina mesoamericana sí se creía que la sangre, la flema y la bilis intervenían en la enfermedad, pero aún me parecen muy dignos de estudio, para decidir si son de origen prehispánico, la invasión de los ner­vios por la flema26 y la existencia de una “vena del corazón” que se debía puncionar cuando la sangre se había descompuesto al ser atraída por dislocaduras y torceduras. Esta idea de la atrac­ción de los humores por traumatismos, fracturas o heridas es tan de clara estirpe galénica, como la del “corrimiento” de la flema por los “nervios”, bajo cuya denominación debemos comprender a los cordones nerviosos gruesos pero también a los tendones y tal vez a algunos ligamentos, que me cuesta trabajo creer que no hayan sido pro­ducto de una “contaminación” muy precoz de la medicina mesoamericana por la europea.

d. Por lo que toca a las enfermedades o proble­mas de salud que se citan en la obra, me parece que Hernández “traduce” a su terminología médica prácticamente toda la información que al respecto recoge. Ciertamente, no creo que los médicos indígenas de tantos y tan diferentes lugares como visitó Hernández, manejaran los términos de mal gálico, aneurisma, epilepsia, asma, jaqueca, subida de la matriz, edema —o undimia como decía López de Hinojosos—,27 síncope, dolor de costado —el que según Agustín Farfán se dividía en falso y verdadero—,28 melancolía, fuego de San Antón, etcétera, todas ellas especie de entidades patológicas con un lugar bien definido dentro de la nosología de la medicina europea de origen galénico.

Solamente en cinco casos Hernández consigna los nombres nahuas de las enfermedades o, me­jor dicho, de las manifestaciones patológicas. Todos se refieren a problemas dermatológicos: uno es “la lepra que los indios llaman xíotl” (II, p. 131; III, p. 214), entendiéndose por lepra “especie de sarna que cubre el pellejo del cuerpo humano con unas costras muy feas por partes blancas y por partes negras”.29 Solamente por no haberle encontrado denominación adecuada en su terminología ni sitio en su taxonomía, Her­nández recurre al nombre indígena —tzatzayanaliztli— al referirse a “una enfermedad en la cual se agrieta todo el cuerpo” (II, p. 405). En los tres casos restantes se trata de exantemas que a veces Hernández llama “puntos” o petequias: éstos son el matlaltotonqui (II, pp. 365, 422), el matlaléoatl (II, p. 246) y el cocoliztli (III, p. 78). Del matla­léoatl dice que es lo que los modernos llaman “morbilos”, término que antiguamente se apli­caba a un exantema del tipo del sarampión. En los dos casos restantes no se da ninguna corres­pondencia y me parece que en lo que toca al cocoliztli, tal nombre no haya sido el de un exantema sino el de una enfermedad febril en la que el exantema era nada más una de sus manifestaciones.

Quiero ahora tomar las cosas por el otro cabo y hablar de dos casos de patología genuinamen­te europea y yatrogénica, o sea producida por los médicos, en los que se utilizan plantas mesoamericanas. Me refiero en primer lugar a los estra­gos que traían consigo los famosísimos vapores de mercurio a los que se sometían los aquejados del mal gálico o sífilis; el jugo de las pencas del zacamexcalli o maguey silvestre, tomado, curaba a los “dañados” por dicho tratamiento (II, p. 348).

El otro caso es el de las sangrías. Si bien tal pa­rece que en la medicina indígena se utilizaba una especie de punciones terapéuticas con puntas de obsidiana o con dientes de animales, creo que la pérdida de sangre a través de estas lesiones jamás llegaba a la cantidad de onzas que a veces de una vez, en ocasiones por medio de flebotomías su­cesivas, extraían los sangradores o flebotomianos, los cirujanos y los médicos con ideas europeas. El propio Hernández en su libro Antigüedades de Nueva España30 se sorprende de que los mé­dicos indígenas no utilicen tan precioso recurso terapéutico. Así opinan también quienes contes­taron los cuestionarios de las llamadas “Relacio­nes geográficas”. Por su parte, López Austin no habla de punciones sino de sangrías, empleadas para expeler la sangre dañada, productora de hin­chazones, inflamaciones, tos, consunción y “da­ño al corazón”. Hasta se agrega que la vena que debía punzarse en estos casos era la vena “del corazón”.31

Existen varios datos que hacen pensar que la sangría hecha por flebotomía, hemorragia fre­cuentemente productora de anemia aguda y co­lapso, es un acto terapéutico que la medicina euro­pea incluye en la mesoamericana. De ser así las cosas, no había necesidad de que la medicina pre­hispánica contara con recetas tendientes a com­batir tales accidentes.

Todo esto me hace pensar que el cozticpatli bue­no para los ojos inflamados, con excrecencias o con nubes, resultó en cierto momento histórico también inmejorable para “restablecer a los que han sufrido sangrías” (II, p. 214). Esto quiere decir que los indígenas ya se sangraban con fines tera­péuticos o que su medicina había sido adoptada por criollos y españoles, que sí se sujetaban a este tipo de medidas curativas.

e. Ya que hemos entrado en el terreno de las opi­niones hernandinas respecto a los médicos y a la medicina mesoamericana, toquemos los si­guientes puntos. Según Hernández, los nombres de las plantas medicinales se derivan de la prin­cipal acción que se le conociera a la planta —como el axixtlácotl así llamada por su “virtud de pro­vocar la orina”— aunque casi siempre tenía otras. Sin embargo, había casos en que estas acciones secundarias eran desconocidas para el médico in­dígena (II, p. 6); tal vez esto era lo más común tanto entre los indios como entre sus médicos (II, p. 37; III, pp. 237, 253), los cuales solamente solían estar al tanto de la “propiedad principal” (II, p. 188). Tal conocimiento los médicos indí­genas “lo habían heredado de sus antepasados o de sus mismos padres, médicos también” (II, p. 6).

En la extensa obra de Hernández sólo hay un párrafo laudatorio a favor de los médicos indí­genas y éste tiene que ver con el tan popular ato­le: “Alabamos a los médicos mexicanos que, pos­poniendo la tisana de cebada por ser ingrata al gusto y repugnante a los enfermos, prefieren los puches de maíz llamados atolli...” (II, p. 290).

¿Hubo alguna resistencia de parte de los indí­genas para proporcionar la información que Fe­lipe II había ordenado a Francisco Hernández que recogiera en la Nueva España? Tal parece que sí, a juzgar por lo que a éste le sucedió al tratar de obtener datos sobre el chuprei michoacano: “Tie­nen los indígenas esta planta en gran precio y ocultan sus propiedades con mucho secreto; pero con diligencia y cuidado logramos arrancárselas” (II, p. 163). No se trataba de una planta con usos religiosos o mágicos sino de una excelente medi­cina para dolores, afecciones de los nervios, sar­na y otras enfermedades perniciosas y rebeldes. Algo semejante pasó al indagar sobre el zocobut panucense. La raíz, dulce y de sabor agradable, dice Hernández “que aplicada madura y abre las bubas y demás tumores, y tomada provoca la ori­na, arroja las piedrecillas y detiene la menstruación excesiva; aplicada a la frente cura las jaquecas, y tomada o aplicada combate los venenos y picadu­ras ponzoñosas. Por todo lo cual es muy estimada entre los indígenas, y no fácilmente pude arrancarles la noticia de sus propiedades” (III, p. 294).






17 Alonso López de Hinojosos, op. cit., p. 217.

18 Félix Palacios, Palestra farmacéutica chimico-galènica, Madrid, Joachín Ibarra, Impresor de Cámara de S.M., 1778, p. 688.

19 Fernando Martínez Cortés, Pegamentos, gomas y resinas en el México prehispánico, México, Secretaría de Educación Pública (Colec­ción Sep-Setentas 124), 1974.

20 Félix Palacios, op. cit., p. 702.

21 Félix Palacios, op. cit., p. 644.

22 George M. Foster. ‘‘Hyppocrates’ Latin American Legacy: ‘Hot’ and ‘cold’ in contemporary folk medicine”, Colloquia in Anthro­pology, R.K. Wetherington, ed., Dallas, Texas, Southern Methodist University, Fon Burgwin Research Center, 1978, v. II, pp. 2-19. Edición en español: ‘‘El legado hipocrático latinoamericano: ‘caliente’ y ‘frío’ en la medicina popular contemporánea”, Medicina tradi­cional, México, 1979, IMEPLAM, v. II, n. 6, 1979, pp. 5-21.

23 Alfredo López Austin, op. cit. En el apéndice número 6 de la tesis doctoral de Alfredo López Austin se encontrará la bibliografía fundamental sobre los conceptos médicos de calor y de frío.

24 Alfredo López Austin, op. cit.

25 Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, 3a. ed., Madrid, por la viuda de don Joaquín Ibarra, impresora de la Real Academia, 1791.

26 Alfredo López Austin, op. cit., p. 178.

27 Alonso López de Hinojosos, op. cit, capítulo VI.

28 Agustín Farfán, Tractado breve de medicina, edición facsimilar, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica (Colección de Incunables Ame­ricanos, X), 1945.

29 Diccionario de la lengua castellana, cit.

30 Véase tomo VI, p. 100.

31 Alfredo López Austin, op. cit,, p. 179.

TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ