Por lo que toca al orden en el que Hernández consigna en los numerosos capítulos de su Historia la información que obtuvo por los medios antes dichos, el habitual es el siguiente:
a. Nombre indígena de la planta, al que frecuentemente se agrega otro construido por Hernández.
b. Descripción de la muestra.
c. Anotación de su “naturaleza” o “temperamento”, muchas veces especificando que se trata de la raíz, de las hojas, del tallo, etcétera.
d. Explicación de su forma de acción.
e. Enfermedades o problemas de salud en los que está indicada, forma de prepararse, dosis y manera de aplicarse.
f. Lugar donde nace la planta incluyendo las características del suelo y del clima.
g. Observaciones especiales.
Veamos un poco más acerca de estos incisos:
a. Respecto al nombre de la planta, el que anota Hernández, salvo contadas excepciones, es el indígena, al que agrega una segunda denominación que traduce al español el significado de aquél, que señala el lugar donde nace la planta, su acción médica, su similitud o identidad con otra planta extranjera, que distingue numeralmente a distintas plantas que reciben el mismo nombre o que hace alusión a diferencias de tamaño. Por ejemplo, del cozticámatl su segundo nombre es papiro amarillo, traduciéndose aquí amátl —amate— por papiro (II, p. 216); el Protomédico bautizó de atataccense a una especie de ocopétlatl porque “viajando de Ocopetlayuca hacia Atatacco, al pie del volcán” Hernández encontró en este último lugar un helécho ya conocido como ocopétlatl (II, p. 103); por su acción médica el cibuapatli recibió como segundo nombre “medicina de las mujeres” (II, p. 293); el amamaxtla, cuya raíz según Hernández “de tal modo reproduce e imita la raíz del verdadero ruibarbo en sabor, color, olor, sustancia y propiedades, que si no se diferenciara por las hojas, que terminan en punta (en tanto que aquéllas son angostas en su nacimiento y más anchas en su extremo), cualquiera que examinase ambas plantas diría que es éste el mismo ruibarbo alejandrino”, por supuesto que tuvo por segundo nombre ruibarbo de los frailes. La parte religiosa de dicha denominación no sé a qué se deba; quizás a su cultivo por los frailes (II, p. 148). Se agrega la denominación de primero, segundo, y hasta tercero o cuarto cuando Hernández se refiere a especies que reciben el mismo nombre pero que no necesariamente son del todo semejantes. Por ejemplo, el hoitzxóchitl o flor espinosa “es un arbolillo con hojas como de boj, tallos cenicientos, espinosos y nudosos, y flores espinosas semejantes a corales rojos y oblongos, agrupadas como en manojos, terminadas en punta, y que cuando se abren dejan ver filamentos largos, rojos y partidos en su extremo”. La corteza de tallos y raíz, que es caliente y seca en tercer grado, cura la tos y el dolor de riñones, en tanto que el jugo de las hojas y de las raíces instilado en la nariz “saca del cerebro la secreción pituitosa, curando así la sordera”. En cambio, el tercer hoitzxóchitl es un árbol semejante al mezquite, de flores amarillas, pequeñitas, y cuya naturaleza es fría y húmeda (II, p. 375). Finalmente, hay un cihuapatli que Hernández apellida mayor “porque excede en tamaño al siguiente” en su libro, que es el cihuapatli tepitzin (II, p. 293).
Cuando el nombre de la planta indica su “temperamento” caliente o frío, esto suele despertar algún comentario de Hernández, después de haber determinado personalmente sus cualidades. Por ejemplo, del yamanqui o hierba templada, al constatar en boca propia que “se siente caliente en cuarto grado y de naturaleza seca y urente” dice: “no sé de dónde haya tomado su nombre cuando tanto dista del temperamento templado” (III, p. 7). Porque hay hierbas que por la edad o el suelo en que nacen tienen ciertas características que hacen que la gente se confunda y tome por especies distintas a una sola, Hernández hace la observación siguiente: “Hemos creído oportuno, sin embargo, representar en imagen las hierbas que varían por la edad y por el suelo en que nacen, para ayudar así más eficazmente con estos trabajos nuestros a quienes no puedan dedicar mucho tiempo ni atención al conocimiento de dichas plantas” (III, p. 14).13
b. La descripción del espécimen suele empezar especificando si se trata de una hierba o de un árbol. Cuando de inmediato a la muestra se le encuentra lugar dentro de la taxonomía o nomenclatura hernandina se dice “es una especie de ortiga” (II, p. 123). Si solamente hay semejanza, se orienta al lector anotando parecidos: el zacapatli trifolio “es una hierba parecida en la forma a la fresa…” (II, p. 270). Cuando no existe ni lo uno ni lo otro, no queda más que entrar de lleno en la descripción: el zacapapaloquüitl o verdura y pasto de mariposas “tiene raíz ramificada, de donde echa tallos delgados, verdes y de dos cuartas, hojas muy delgadas y largas, y flores azules llenas de pelos blancos que se deshacen en vilanos” (II, p. 271).
c. Por lo que toca al “temperamento” o “naturaleza” de la muestra, se habla de calor, de frialdad, de sequedad y de humedad, todas de diferentes grados, siendo al parecer el cuarto el que expresa la mayor intensidad. Frecuentemente se agregan otras propiedades: urente, acre, conglutinante, cáustico, mucilaginoso, glutinoso, salivoso, “con partes sutiles”, así como lo dulce y lo amargo y a veces también el olor.
En varios lugares de la obra se relaciona sabor con calor, lo que nos permite inferir que el medio de saber si una planta es caliente o fría es saboreándola. Si no sabe a nada, es fría; si tiene sabor, es cálida. Si el sabor es fuerte y sobre todo si la planta pica como chile, si se siente cual fuego en la boca, el calor es tal que alcanza el cuarto o máximo grado. Así, la corteza del piltzinteuhxóchitl es “caliente en segundo grado o un poco más” porque es “acre y de gusto aromático” (III, p. 88). En cambio, el chilli o pimienta mexicana “alcanza el cuarto grado de calor y casi el tercero en sequedad” porque, sobre todo la semilla, es intensamente acre y urente (II, p. 136). En cambio el amatzauhtli o gluten papiráceo es planta “sin sabor ni olor notables” y por tanto, fría y húmeda (II, p. 85).
Entre los polos caliente y frío está el “temperamento templado”, el cual coincide con un leve sabor, como el segundo axixpatli que es “un poco amargo” (II, p. 4) o con insipidez, como es el caso del vermífugo ocolintequitcua (II, p. 111). .
Hay, en fin, plantas cuya naturaleza es fría pero que sin embargo contienen partes cálidas. Tal es el caso del quauhyayáhoatl, bueno, entre otras cosas, para curar a los “frenéticos y enajenados” (III, p. 10).14
Por lo que respecta a lo seco y lo húmedo, éstas son unas sensaciones al gustar la muestra de las que Hernández no ofrece datos para reconstruir el tipo de percepción. Creo que más se refiere a las características ante el gusto de la hoja, tallo o raíz, que a la sequedad o humedad que éstas produzcan en la boca, por supuesto debido a la secreción de saliva. De no ser así, no me explico por qué el moyoayacachtli “es de naturaleza fría, húmeda y salivosa” (II, p. 97) y en cambio muchas otras plantas son únicamente húmedas.
Lo seco y lo húmedo pueden combinarse con las propiedades frío-caliente dando las siguientes posibilidades: planta caliente-seca o caliente-húmeda; planta fría-seca o fría-húmeda. Me pareció que la combinación menos frecuente fue la del calor con la humedad.
d. Forma de acción. En la Historia que analizamos hay alrededor de mil plantas —o partes de planta— calificadas como frías; las calientes son ligeramente inferiores en número en tanto que las templadas no llegan a cien. Por lo que toca a la propiedad de sequedad o humedad, ésta se anota en unas trescientas plantas y la primera en más de ochocientas.
Cuando se explica la manera como las plantas mesoamericanas curan las enfermedades para las cuales están indicadas, se habla de la acción que tienen sobre los cuatro humores hipocrático- galénicos —sangre, flema o pituita, bilis amarilla o cólera y bilis negra, melancolía o atrabilis— ya purgándolos, ya preparándolos para ser eliminados; de su poder para quitar las “obstrucciones”, o para expulsar, quitar o combatir el frío, el calor, la humedad o la sequedad patológicas. Cabe aclarar que solamente rara vez se mencionan las dos últimas posibilidades, es decir, lo seco y lo húmedo.
Toda la Historia de las plantas de Nueva España está impregnada de las ideas del sistema médico humoral que Hernández asimilara en sus años de estudiante universitario. No olvidemos que la tal historia es una especie de tratado de materia médica —aunque según dicho del propio Hernández, no es su propósito dar cuenta sólo de los medicamentos “sino reunir la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros coterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe todo lo que se produce en esta Nueva España”—, por lo que solamente en forma indirecta se tocan asuntos o aspectos de la enfermedad que no sean los de la terapéutica.
En los 152 capítulos que forman el libro primero de la Historia de las plantas de Nueva España se hace referencia a los humores en 13 ocasiones, entre las cuales hay dos menciones a la flema y tres a la bilis. Como dijimos antes, por la índole de la obra es casi la regla que dichas alusiones se refieran a la terapéutica, a los usos médicos de las plantas que se describen aunque, como veremos más adelante, hay un capítulo en el que los humores o elementos se relacionan con el cuadro clínico de la enfermedad. Como ejemplos de lo primero citaremos el alahoacapatli leptófilo o remedio mucilaginoso de hojas delgadas del que “se dice que evacúa todos los humores” (II, p. 3); al segundo acxoyátic bueno sobre todo para eliminar la flema y la bilis (II, p. 13); al ayauhtona o planta con flor azul y púrpura, vegetal que si cura “la fiebre y sus puntos” como “dicen” que lo hace, Hernández solamente puede explicárselo aceptando que tal hierba atraiga los humores hacia la piel y expeliéndolos por ella, así como por la orina (II, p. 18). En igual forma actuaría el tzonpopoto (II, p. 44).
En el capítulo CLX del libro primero hay una clara alusión al papel patógeno que los humores tienen en ciertos padecimientos articulares. Las articulaciones cargadas de humores, son coyunturas “entorpecidas, las cuales se alivian con el cocimiento del tzonpotónic segundo”. Si sabemos que es la flema el humor que más frecuentemente ataca a las articulaciones, podemos inferir que las propiedades terapéuticas del tzonpotónic se deben a su poder evacuante de la pituita o flema (II, P- 45).
Por lo que toca a la vía de evacuación del humor, además de las ya señaladas de la orina y la piel, se cita, a propósito del acxoyátic segundo, que “suele evacuar todos los humores y principalmente las flemas y la bilis, tanto por el conducto superior como por el inferior sin ninguna molestia ni daño” (II, p. 12). Siempre se trata, por supuesto, de humores dañinos, crudos, viciados, superfluos, viscosos o espesos.
En el libro segundo de la Historia, Hernández se refiere en 26 ocasiones a los humores, entre las cuales hay 7 menciones de la flema y 5 de la bilis. Merecen ser tomadas en cuenta las relaciones de los humores flemáticos con la caquexia, con la hidropesía y el mal gálico o sífilis (II, p. 60), la alusión a humores mixtos (II, p. 95) o a humores cálidos (II, pp. 25, 63, 95), a los que afectan al cerebro (II, p. 96) —y que se evacúan aplicando gotas o pelos de raíz de achichilacástic en las fosas nasales—, a los humores “profundamente introducidos” (II, p. 76) y a las relaciones de los humores con la disentería y el aborto. Por ejemplo, el cuarto tlalacámatl, al evacuar los humores “detiene las disenterías y el aborto” (II, p. 86).
En el libro tercero en 10 ocasiones se menciona a los humores. Por ejemplo, Hernández dice que el acueyo o yerba aburbujada “adelgaza o cuece los humores espesos y crudos” (II, p. 107); que el chichicahoazton “adelgaza y hace desaparecer los humores acumulados en las articulaciones” (II, p. 110); que el ocopipin también es un adelgazador de humores (II, p. 111); que en cambio el xochiocotzoquáhuitl los arroja (II, p. 112) y que el chile medicamentoso —chilpatli— los purga. En esto de purgar, el amamaxtla purgante o ruibarbo de los frailes lo hace suavemente con la bilis (II, p. 148). Y ya que hablamos de la bilis, recordemos que el icxitecuán o pata de fiera cura el “síncope que viene de bilis en el estómago” (II, p. 102).
Es hasta el libro cuarto donde por primera vez se menciona a la atrabilis, bilis negra o melancolía, entre 12 veces que se habla de humores. Es a propósito del árbol de la nuez índica o coco cuyo aceite suele evacuar principalmente “los humores atrabiliosos o flemáticos” (II, p. 168). Si se recuerda que el “asiento” natural de la atrabilis es el bazo, es lógico que un emplasto hecho con jugo de chichicxíhuitl y otras yerbas, aplicado a la región esplénica, abra “la obstrucción de esta entraña provocando y arrojando de ella los humores negros y atrabiliosos” (II, p. 191). Por otra parte, se habla de una yerba —el cacamótic tlanoquiloni— cuya raíz es capaz de “sacar de las venas la bilis y demás humores” (II, p. 175) y de que la esterilidad femenina es causada por “humores fríos y húmedos” (II, p. 186).
Es importante reparar en la propiedad que tienen algunos medicamentos como el penúltimamente citado para producir una especie de depuración de la sangre de los humores anormales que con ella existen como la bilis aquí citada, pero también la melancolía y la flema. La acción de tales medicamentos tiene cierta similitud con el efecto de la sangría.
En el libro quinto en 13 ocasiones se alude a los humores. Lo nuevo es la asociación de la bilis y “los humores atrabiliosos” con las fiebres tercianas y cuartanas (II, p· 232), los “humores excrementíceos” que se acumulan en el estómago (II, p. 239), la existencia de plantas, como el cbilpantlazolli, que “disminuyen los humores flemáticos” (II, p. 241). Se habla también de “humores fríos” (II, p. 248), por los cuales debemos entender la flema y la bilis negra y de un medicamento —el olcacatzan— que “consume o evacua por los poros aquella porción de atrabilis o de pituita que resiste a la acción de otros medicamentos” (II, p. 252).
Cuando Hernández se ocupa del maíz y del atole —tal cosa sucede en el libro sexto en el que se habla 23 veces de los humores—, se refiere por su nombre a la sangre por primera vez. El Protomédico de todas las Indias dice, sin afirmarlo rotundamente, que el maíz es un alimento que produce “exceso de sangre y de bilis” al mismo tiempo que reconoce ciertas propiedades que lo hacen mejor que el trigo (II, p. 290).
El doctor Juan de Cárdenas, autor del amenísimo libro Problemas y secretos maravillosos de las Indias,15 coincide con Hernández respecto a la capacidad hematógena del maíz, además de que lo alaba todavía más que aquél. Por ser dicho cereal un “mantenimiento de temperamento templado [...] se engendra en el cuerpo humano, no humor caliente, ni frío, sino templado, vemos que el maíz engendra sangre, porque es de suyo sanguíneo, y la sangre es el más templado humor de nuestro cuerpo”.
El maíz hecho atole tiene diferentes usos médicos dependiendo de los productos agregados. Por ejemplo, el chillatolli epazotli, precisamente por las propiedades del epazote “purga la sangre de los humores crudos” (II, p. 291), a los que tienen “exceso de sangre o ardor” aprovecha maravillosamente una especie de atole hecho con “la espiga de maíz, ya sin granos, quemada y reducida a ceniza” (ibid.) a la que se le ha agregado chilcoztli. En cambio, para “purificar la sangre” habrá de emplearse el quauhnexatolli, hecho con maíz cocido en lejía común. Un atole elaborado con maíz tostado, maíz molido y un poco de chile —izquiatolli— es remedio soberano para quienes “por debilidad del corazón o exceso de atrabilis están siempre tristes” (II, p. 292).
Los tan populares capulines —capolin o cerezo dulce de Indias— son para Hernández “un alimento atrabiliario y hasta cierto punto nocivo para el corazón” (II, p. 301). En cambio, las tunas son un muy buen alimento, “principalmente para quienes sufren exceso de bilis o destemplanza cálida”. Hasta un virrey disfrutó de sus beneficios y, al servirse de ellas, las elevó en la estima social: “Dio honra a este fruto el eminentísimo varón Martín Enríquez, ilustre virrey de esta Nueva España, quien mediante su uso frecuente se libró por completo de muchas enfermedades que solía padecer, originadas de la bilis y del calor” (II, p. 312).
Volviendo a la patogénesis humoral, Hernández explica la acción de un cihuapatli que “nace en las tierras cálidas de Yacapichtla —la actual Yecapixtla de Morelos— porque resuelve admirablemente los humores que han penetrado en las articulaciones o en los nervios” (II, p. 296). Al tratar de otras plantas de utilidad médica, Hernández asocia la pituita con las hinchazones (II, p. 317) y a la tos con “humores fríos y crasos” (ibid). Se habla también de la acumulación de flemas o pituita en los riñones y de su eliminación por la orina (II, p. 332).
En el capítulo LXVIII del libro séptimo, libro en el que únicamente hay 7 menciones de los humores, se asocia la pituita con la caries dental (II, p. 347), con la caquexia, la hidropesía, el mal gálico y los dolores de las articulaciones (II, p. 348). Se dice también que la flema participa en “los impedidos de movimiento” (ibid). Además, la eliminación de flema y bilis tiene que ver con la mejoría en “el apetito de comer” (II, p. 358).
Como dijimos páginas atrás, la pituita puede acumularse en la cabeza. Para limpiarla de este humor se debe instilar en las fosas nasales el jugo del tlaleéxotl (II, p. 370). La jaqueca se debe al acúmulo cefálico de este humor; el polvo de la raíz de tlaleexo, puesto en agua y aplicado en las fosas nasales, “evacúa la pituita descargando así la cabeza y quitando su dolor” (II, p. 371). Es también útil contra las paperas (ibid) y “cura los ojos enfermos” (II, p. 372).
Los datos anteriores están comprendidos en las 4 alusiones que se hacen de los humores en el libro octavo. En el noveno hay 9 menciones de este tipo. Se habla ahí del alivio de la sordera cuando la pituita se evacúa por la nariz (II, p. 375); una vez más se relaciona este humor con el dolor de dientes (II, p. 380), se anota una medicina que tal vez expele “el humor de los poros del cuerpo” (II, p. 385) y se asocian los estornudos con la expulsión de la pituita por vía nasal (II, p. 387).
En el libro décimo, en el que Hernández se refiere 18 veces a los humores, se menciona a la sangre como un humor cuyo exceso causa excrecencias de los ojos (II, p. 401), que puede obstruir “el conducto urinario” (II, p. 413), oclusión que puede resultar de “cualquier otra clase de excremento pituitoso”; se habla también del matlalíztic texcocano que sirve para contener “el ímpetu de los humores” (II, p. 422), del “síncope que proviene de humores crasos” (II, p. 437) y se relaciona la pituita con las enfermedades del corazón (II, p. 410) y con los bubones (II, p. 416).
Al hablar de los emplastos de yolochichipatli para la curación de la erisipela, Hernández entra en una de las muchas reflexiones que aparecen a lo largo de su obra y de las que posteriormente nos ocuparemos en conjunto. Aquí la citamos porque tiene que ver con los humores. El Protomédico no ve cómo un medicamento “de temperamento caliente y seco” cure una enfermedad cálida o caliente como es la erisipela; a menos que sea “resolviendo el humor, o bien por cierta virtud glutinosa y humectante” (III, p. 4) que la dicha planta posea. Algo semejante pasa con el tepetlaiztáuhyatl. Si los médicos indios dicen que machacado y aplicado externamente cura a los febricitantes, tal vez sea, dice Hernández, porque de esta manera tratan de combatir los fríos de las fiebres intermitentes —en su ideología médica no cabe que un medicamento caliente se use para una enfermedad también caliente como es la fiebre— “o bien para que se exhalen y transpiren convertidos en vapor los humores que causan la fiebre” (III, p. 7). La astringencia es una propiedad antipurgativa, constipante diríamos ahora. Tomando tal noción en cuenta, Hernández no se explica cómo puedan asegurar “algunos” que el tlatlauhcapatli purgue la bilis. La única explicación plausible es que lo haga “por compresión” (III, p. 23). En cambio, lo “mucilaginoso” de un medicamento sí está acorde con la acción purgante de éste; tal es el caso del illacátztic itzocanense, bueno para purgar todos los humores “por el conducto superior” (III, p. 25). Tales son los datos dignos de señalarse que encontramos en el libro undécimo donde hay 10 menciones de los humores.
De las 3 veces que en el libro duodécimo se habla de los humores, todas tienen algún interés para nosotros: en el caso del matlalxíhuitl, Hernández es muy claro respecto a la eliminación por el ano y la orina de “los humores que perturban el cuerpo” (IE, p. 34). Más adelante, cuando se ocupa del mexixquílitl, nos recuerda la estrecha relación etiológica entre la pituita y el asma (III, p. 44) y cuando trata de la sabrosa piña dice que es un alimento de naturaleza fría y seca que fácilmente se convierte en bilis (III, p. 43).
En el capítulo 3 del libro decimotercero, Hernández acude a la clásica idea de que las contusiones y otros problemas locales atraen hacia ese sitio los humores, provocándose así alteraciones patológicas que podríamos llamar secundarias. Para evitar tal atracción humoral se aplicarán sobre el sitio contundido hojas machacadas de pacxantzin porque “secan y disipan todo el humor que afluye a ellas [a las contusiones]” (III, p. 58). Más adelante se refiere al xochinacaztli, el cual “adelgaza la pituita” y, en consecuencia, “quita la flatulencia [...] y calienta y fortalece al estómago frío o débil, así como el corazón” (III, p. 68).
Ya al terminar el libro decimotercero, otra vez no se explica Hernández, que todo lo interpreta con base en la “teoría” humoral, cómo una planta caliente puede ser benéfica contra las fiebres. Estas son sus palabras: “Es ridículo lo que los médicos indios dicen de esta planta, a saber, que las hojas untadas o comidas curan la fiebre hética” (III, p. 72). Pero tiene a mano una hipótesis: “a menos que se trate de consunción que provenga de humores crasos obstructores” (ibid.).
En el libro decimocuarto hay únicamente dos citas de los humores; en una se asocia la bilis con “el exantema que llaman cocoliztli” (III, p. 78); en la otra se relacionan la bilis y la flema o pituita con las fiebres intermitentes (III, p. 85).
Con el piltzinteuhxóchitl se vuelve a presentar el problema, que ya hemos visto varias veces, de tratar de explicar el uso indígena de medicinas calientes para las fiebres. Al respecto dice Hernández que la hierba antes citada “debe creerse que obra provocando los humores o bien alejando los fríos, a menos que se piense que mitigan el calor más intenso y consumen y disipan la causa de la enfermedad” (III, p. 88). Al hablar del patlahoacxíhuitl otra vez se asocia la flema con el dolor de cabeza (ibid). Más adelante se da a entender que son los humores crasos y viscosos los que causan la flatulencia y el mal gálico (III, p. 100). En otra parte precisa que al purgarse “ambas bilis” —la amarilla y la negra, creo yo— se curan. El quauhtlatlatzin o árbol crepitante “evacúa todos los humores por el conducto superior y por el inferior, y principalmente la pituita y la bilis” (III, p. 109). El xoxonacátic también purga todos los humores, pero éste únicamente “por el conducto inferior” y “sin ningún daño ni molestia” (III, p. 115). La famosa raíz de Mechoacán que tan aceptada fue por los médicos españoles y criollos —el nombre original de la planta es tacuache, puscua o tlalantlacacuitlapilli— es “un remedio inmejorable para evacuar suavemente la bilis y la pituita” (III, p. 135).
Sería cansado referirnos a cada uno de los numerosísimos medicamentos que evacúan o purgan los humores; hay otros como la tlilxóchitl o flor negra que actúan de otro modo: adelgazando y cociendo los humores (III, p. 161). También el tamarindo —que por cierto era un árbol extranjero— cuece los humores y los prepara para su evacuación (III, p. 172). En cambio, el tecxóchitl o flor glutinosa “reprime la bilis y corta la pituita” (III, p. 178).
En estrecha relación con los humores está la idea de las obstrucciones u opilaciones. El humor puede estancarse o acumularse en determinado miembro u órgano porque sus vías o conductos de circulación están obstruidos. Según Hernández muchas plantas medicinales mesoamericanas ejercen su acción terapéutica combatiendo o abriendo las obstrucciones. Sirvan de ejemplos el hoaxin, “árbol grande, conocidísimo en Nueva España”, cuyas semillas verdes, mezcladas con trozos de la corteza, entre otros beneficios “ayudan a la digestión y ayudan a las obstrucciones” (II, p. 128). El mismo efecto se obtiene tomando tres o cuatro gotas por la mañana, en ayunas, de la resina del hoitzilóxitl (II, p. 186). Otras hierbas tienen acción más restringida: son buenas para las obstrucciones del bazo (II, p. 154), del estómago (II, p. 147), de las vías urinarias (III, p. 145) o del útero (III, p. 172).
Para concretar diremos que los objetivos terapéuticos en una doctrina médica con tales características tenían que comprender los siguientes puntos: a) Tratar de que el humor “pecante” o causante de la enfermedad no se produjera, no existiera en exceso o en lugares que no le eran normalmente propios, b) Procurar su equilibrada mezcla, para lo cual era necesario que estuviera “cocido” y no anormalmente viscoso, grueso o “craso”. c) Buscar su eliminación por la vía más adecuada.
Para producir estos efectos se contaba con dos principalísimas armas terapéuticas: la sangría por una parte y por la otra con numerosos “simples” que por ser como los humores, calientes o fríos, húmedos o secos, serían el elemento contrario que en alguna forma se opondría a ellos, los purgaría “por arriba” o “por abajo”, los eliminaría con la orina, a través de los poros de la piel y con la secreción nasal. En otras ocasiones lo que hacía el medicamento era favorecer la resolución del humor reprimiéndolo, cortándolo, adelgazándolo, cociéndolo, quitándole lo grueso, viscoso o craso, tan a propósito para producir “obstrucciones” de miembros, órganos o “partes”, para las cuales también se contaba con buenos medicamentos.
Ocupémonos ahora del calor y del frío patológicos. Conviene recordar que cada uno de los humores hipocrático-galénicos tiene sus cualidades o propiedades “térmicas”: la sangre y la bilis amarilla o cólera son calientes en tanto que la flema o pituita y la bilis negra, melancolía o atrabilis son frías. Digamos de una vez que la sangre además de caliente es húmeda, la cólera seca, la flema también húmeda y la melancolía seca.
Respecto a la relación de las enfermedades con los conceptos caliente-frío o calor-frialdad, conviene distinguir aquellos casos en que dichos conceptos están ligados a los humores en forma explícita frente a los que no lo están.
Solamente en una ocasión Hernández habla de los humores “cálidos”. Tal cosa sucede cuando describe las propiedades del tlalixpollin y esto es lo que dice: “La raíz es de temperamento frío y húmedo y carece de sabor y olor notables, por lo que contiene las diarreas de los niños, principalmente las que provienen de humores cálidos” (II, p. 407). Por otra parte, hay cinco alusiones a los humores fríos: el cocimiento del mecapatli mecatlanense “purga los humores crasos y fríos y arroja los animales nocivos del vientre” (II, p. 286). En cambio, el mecoztli o maguey amarillo no solamente evacúa por vía digestiva tales humores sino que lo hace también “por la orina” (II, p. 350). Hernández prefiere el tocpatli entre todas las medicinas que indios y españoles usan para el mal gálico, cuando en esta afección hay humores fríos y viscosos (III, p. 188). Unicamente se habla de humores fríos, sin crasitud ni viscosidad, al describir al xararo y sus propiedades (III, p. 275).
Por supuesto creo que en forma indirecta Hernández se ocupa de los humores calientes o fríos cuando los menciona por sus nombres —bilis, atrabilis, sangre o pituita— dadas las características de estos elementos que antes señalamos.
Pasando a las enfermedades y su relación con los conceptos caliente y frío, empezaremos anotando que muy pocas veces Hernández emplea el término de enfermedad o afección caliente o cálida. Es cuando discute la utilización indígena de una planta que él ha calificado como caliente para una enfermedad caliente de los ojos (III, p. 107), al decir que el ixtollin “cura los ojos que sufren afecciones cálidas” (II, p. 407), cuando se ocupa del maravilloso cozolmécatl del que ya hablamos (II, p. 251) y al consignar los medios que “las mujeres mexicanas, aun las que llaman ticiti”, tienen para curar las “erupciones cálidas” de la cabeza de los niños (II, p. 63). En el resto de la obra se habla muchísimas veces del calor como causa de enfermedad o bien se dice que éstas provienen de “causa cálida”.
El calor o “causa cálida” tiene que ver con las afecciones del corazón (II, pp. 25,150,268), con los dolores de cabeza (III, pp. 13,16,143), con los del estómago y vientre (II, pp. 120, 246, 411, 428; III, pp. 143, 201), con los del pecho (II, p. 268). Se habla también de “dolores de causa cálida” sin decir más al respecto (II, p. 420). Pueden ser de origen caliente o cálido las hinchazones de la cabeza y de la garganta (II, p. 427; III, p. 45), la tos (III, p. 157), el jadeo (II, p. 71), las enfermedades de los ojos (II, p. 214; III, p. 15), las úlceras (II, p. 237; III, pp. 8,139), los flujos de vientre o diarreas (II, pp. 41, 313, 390) y los de sangre (II, p. 145). Hay también relación entre el calor y los dolores de dientes (II, p. 28) y calor anormal o destemplanza cálida en las entrañas (II, p. 300), en los “miembros externos e internos” (II, pp. 390, 420) para los cuales se cuenta con buenos medicamentos como el tetlaxincaxóchitl o el itzticpatli. Numerosos son los productos vegetales que se usan para combatir el “calor excesivo”, el cual tiene que ver con la lengua reseca (II, p. 301) y con la “leche viciada” (II, p. 365) entre otras alteraciones de la salud. Al “calor febril” (II, p. 139) o “ardor” de la fiebre, creo que debo entenderlo como una manifestación de enfermedad y no como un elemento etiológico.
Así como hay enfermedades cálidas, hay enfermedades frías (II, p. 251). Por carecer de datos para saber cuáles son éstas, me atrevo a suponer que son las causadas por humores fríos o las debidas a “causa fría” o ambas. Ya entrando en terreno firme, lo que aparece con más frecuencia en la Historia de las plantas de Nueva España son los dolores de estómago y vientre por frío o por causa fría (II, pp. 154,155, 320, 379, 415, 418; III, pp. 46, 47, 54, 271). En una ocasión se precisa que se habla de un medicamento apropiado para combatir el dolor de estómago de los niños (II, p. 334) proveniente de frío. Puede ser que los anteriores queden incluidos entre los dolores de causa fría que aparecen sin mayor especificación (II, pp. 168, 199, 200, 205; III, pp. 37, 43, 139, 182, 206, 299). Hay también dolores de cabeza de causa fría (II, p. 177), vómitos (II, p. 230; III, p. 147), estómago debilitado (II, pp. 325, 395) y entrañas debilitadas por el frío (III, p. 25). Hay sordera de causa fría (II, p. 145), venenos fríos y picaduras frías de animales ponzoñosos (III, p. 161). Abundan los medicamentos que curan, combaten o arrojan el frío, que corrigen la destemplanza fría o los miembros enfriados (II, pp. 11, 191, 193, 207, 266, 326, 381; III, p. 115).
Con la doctrina que habla de humores que hay que evacuar o purgar, que se deben adelgazar, cortar, cocer y preparar para su evacuación o ante los cuales lo que se requiere es que no se produzcan en exceso ni “corran” y se depositen en lugares que no les son propios, con la doctrina que habla de enfermedades frías o calientes o por calor o por frío, trata de explicarse Hernández la acción terapéutica y la perfecta o errónea prescripción de los médicos indígenas de sus plantas medicinales. Ya veremos en el último capítulo de este estudio los problemas que esto suscita.
e. Referente a las enfermedades o problemas de salud para cuya solución la planta se recomienda, el mismo enunciado de este punto nos indica ya dos situaciones: por una parte las enfermedades propiamente dichas, incluyendo aquí las heridas y traumatismos, y por la otra ciertos estados fisiológicos, pero que suelen requerir de medicina, como el cansancio físico y la etapa consecutiva al parto. Es muy interesante anotar también un estado intermedio entre enfermedad y salud, aquella “lasitud morbosa” que los hombres sufren “sin estar todavía atacados de enfermedad” para cuyo alivio mucho ayuda el boelicpatli purgante (II, p. 382).
Por medio de las heridas y traumatismos podemos vislumbrar ciertos problemas sociales y prácticas punitivas. Si no se acostumbraban los azotes no habría razón para que el yolopatli irino fuera una medicina bien probada para “los que han sido azotados” (III, p. 4). Por su parte la prescripción del chichicezpatli segundo para los “golpeados y aporreados” atestigua la existencia de tales casos (II, p. 212).
El hecho de que existan numerosas medicinas para el cansancio físico producto de largas caminatas y agobiantes trabajos, deja ver las características de las tareas de los indígenas. Sirvan como ejemplo el uso de la hierba llamada tecuaníyel que “machacada y tomada con agua en cantidad de un puñado alivia el cansancio del camino o de cualquier otro género de ejercicio” (II, p. 143); o el tzocuipatli “cuyas ramitas machacadas y tomadas con agua mitigan, provocando sudor, el cansancio del trabajo…” (III, p. 168).16
Por lo que toca a las enfermedades propiamente dichas, aclaremos que de lo que más se habla es de síntomas y signos —flatulencia, vientre hinchado, dolor de cabeza, tos, enrojecimiento de los ojos—, aunque también se mencionan rudimentarios cuadros clínicos como las fiebres, la disentería, el asma, la epilepsia, etcétera. Por lo que toca a la denominación, conviene reparar en la gran abundancia de términos de la medicina europea como asma, apoplejía, subida de la matriz, fuego de San Antón, erisipela, mal gálico, etcétera. En cambio, solamente en cinco casos se anota el nombre náhuatl; se trata, en todos, de manifestaciones dermatológicas, según veremos adelante.
Se habla muchas veces de dolor sin más especificación, pero también en diferentes ocasiones se precisa la localización y a veces también la causa o el cuadro patológico del que forma parte. Respecto a lo primero, se menciona el dolor de articulaciones, de axilas, de cabeza, de costado, del cuerpo, de los dientes, de las encías, de la espalda, del estómago, del hígado, de los intestinos —dolor cólico, dolor iliaco—, de los labios, de los lomos, de la nariz, de los oídos, de los ojos, de los órganos internos, del parto, de riñones, de rodillas, de sienes, del vientre y del bazo.
Por lo que toca a la causa o cuadro del que el dolor forma parte, se menciona el dolor de los bubones, el de las úlceras, el del mal gálico, el de los tumores, el que produce la flatulencia, el que se debe a la peste india o a la picadura de animales ponzoñosos. En cuanto a la causa, hay dolores de causa cálida y de frío. Hay también, por lo que toca a su duración, dolores inveterados y dolores agudos.
Tan abundante es la mención de las fiebres como la de los dolores. Hay fiebres biliosas, contagiosas, continuas, cuartanas, de los niños, intermitentes, periódicas, tercianas, largas, malignas, héticas, etcétera.
Los flujos, y en especial la disentería y la diarrea, los tumores y las úlceras, ocupan el segundo lugar. Aparte de los flujos de vientre llamados también soltura de estómago, de la diarrea y la disentería, se habla muchas veces de flujos sin mayor individualización, y además de flujos de los ojos, del cerebro, del pecho, del útero, del menstrual, de la cabeza, de la nariz, de la orina, de los dientes. Respecto a sus características, se menciona el sanguíneo y en lo que toca a su “temperamento” tenemos flujos de frío y flujos cálidos.
Las úlceras también abundan. Las hay agusanadas, recientes, antiguas o crónicas, cancerosas, malignas, corrosivas, fistulosas, gangrenosas, incurables, inflamadas, pútridas, reptantes. Respecto a su localización, se mencionan las úlceras en la boca, en el vientre, en la garganta, en la matriz, en la nariz, en la vejiga, en los miembros, en los ojos, en los pies, en los riñones; son relativamente frecuentes las alusiones a las úlceras en las partes sexuales. Por lo que toca al cuadro patológico del que forman parte, se citan las de la peste española y las debidas al mal gálico. En cuanto a la causa, hay úlceras por calor, por golpes, por rascarse o rasparse. Tal vez aquí quepa incluir las llagas, de las que hay antiguas y recientes.
Lo que Hernández llama tumores son también problemas frecuentemente citados en la obra. Como sucedió con el dolor y las úlceras, la mayoría de las veces solamente se hace referencia a la lesión, sin entrar en más detalles. En otros lugares, en cambio, se habla de tumores de los pies, de los brazos y las piernas, de las mamas, del cuello, etcétera.
Cabe agregar aquí los lobanillos, los lamparones, los forúnculos, los “ganglios”, las paperas y las verrugas.
La hinchazón también merece mencionarse. La hay de brazos, de la cabeza, de la cara, del cuerpo, de las encías, de la garganta, de los miembros, de los ojos, de las partes sexuales, del vientre y de los pies. Puede que quepan aquí los edemas y el “agua intercutánea”.
Una vez que hemos tocado estos asuntos, revisemos, siguiendo un orden de cabeza a pies, el resto de los problemas de salud para cuya solución existe una o más hierbas en la Historia de las plantas de Nueva España de Francisco Hernández: alopecia, cabellos “partidos”, erupciones de la cabeza, fluxión, debilidad, humedad excesiva, sarna y tumores de la cabeza, piojos, liendres, cerebro débil, dolor de cabeza, de sienes y jaqueca, cara hinchada, cara manchada; enfermedades de los ojos, cataratas, comezón en los ojos, excrecencias, flujo de los ojos, inflamaciones, irritación, ojos legañosos o sanguinolentos, nubes, vista empañada, fístulas lagrimales, leucomas. En los oídos se anota dolor, sordera, “animales que se meten en el oído”, pus y enfermedades, sin decir más.
En la nariz hay dolores, inflamación, hemorragia nasal y úlceras cancerosas. Respecto a la boca, ya se mencionaron las úlceras; agreguemos ahora las ampollas, la boca amarga, el ardor, el calor, la inflamación, el mal olor de ella, echar sangre por la boca, quemaduras y la torcerdura de la boca. Las encías requerían medicina por estar flojas, para restituir su “carne”, por ardor, calor o dolor, por estar irritadas o por tener úlceras. Los dientes se mencionan con frecuencia; hay medicinas para “afirmarlos”, para limpiarlos, para devolverles su brillantez. Constituyen problemas específicos los dientes descarnados, cariados, con flujo y, por supuesto, el dolor de ellos. De la lengua solo se menciona su sequedad, casi siempre consecutiva al “ardor” de la fiebre. El exceso de saliva es también problema médico.
Respecto al cuello se habla de cuerdas tensas, de rigidez, de cuello hinchado y de erupciones. En la garganta se anotan inflamación y úlceras.
En varias ocasiones se habla de “afecciones o enfermedades del pecho”, de pecho “quebrantado”, etcétera. Específicamente se consigna a “los pleuríticos”, al dolor de pecho o de corazón, a la tristeza que proviene del corazón, a las afecciones del corazón, a las enfermedades del pecho provenientes del frío y a los ruidos de éste por flemas. Debemos consignar aquí el dolor de costado, el relajamiento de los ligamentos de la espina dorsal, el dolor de espalda, el asma, la tos y los esputos con sangre.
Pasando al abdomen, empezaremos diciendo que el estómago es un órgano al que se le atribuye mucha patología. Hay acedía del estómago, náusea; el asco y el vómito, a veces de sangre, pueden acomodarse aquí.
En los intestinos hay dolor, inflamación, suciedad. El cólico, el dolor iliaco y el retortijón debemos incluirlos aquí, así como la diarrea y la disentería de las que ya nos ocupamos, y el vientre estreñido, la flatulencia, la indigestión y la inflamación del vientre, la hidropesía, el ano caído, las almorranas y las lombrices.
El bazo es afectado de inflamaciones, obstrucciones y dolores, de destemplanza cálida o fría, inflamación e irritación. Los problemas renales consisten en ardor, cálculos o piedrecillas, enfermedades frías, calor en los riñones, dolor, irritación, obstrucción, relajamiento, ulcerillas y acumulo de pituita. La vejiga padecía de calor, ardor, cálculos y ulcerillas. Los conductos de la orina podían estar obstruidos o tener úlceras; la orina contener pus o sangre, ser ácida, ardiente o ardorosa.
Por lo que toca a los órganos sexuales masculinos y femeninos, en el hombre habría retención o escasez de semen e hinchazón y tumores de los testículos. Eran problemas médicos la esterilidad y la “falta de apetito venéreo”.
La matriz podía estar caída, relajada, tener úlceras cancerosas, estar obstruida, estrangulada o “subida”, lo cual provocaba “sofocamiento”. La menstruación excesiva, “lenta” o la falta de ella, eran también problemas médicos. Éranlo asimismo el aborto, el himen roto así como una serie de asuntos propios del parto y del puerperio: la expulsión del feto y de las secundinas, los dolores del parto y el “quebrantamiento” y debilidad consecutivos al alumbramiento. La necesidad de aumentar la secreción láctea o su supresión, también se veían como problemas médicos así como la esterilidad.
Las hernias inguinales y las hernias a secas también se mencionan en la obra. Ya hemos hecho referencia a la hidropesía y el “agua intercutánea”.
Los miembros superiores e inferiores podían sufrir hinchazones, tumores, úlceras, debilidad, laxitud, de “movimiento impedido”, de parálisis, de palpitaciones, de dolores o inflamación en las articulaciones o en otro sitio. Podían los miembros estar agrietados, enfriados, calientes en exceso, entumecidos, golpeados, fracturados, luxa- dos, desgarrados. Las rodillas podían estar débiles por exceso de trabajo o padecer de frío.
Tal vez en cualquier parte de la piel podía haber erupciones, lepra, sarna, tiña, empeines, exantemas, erisipela, petequias, salpullido, “puntos” de las fiebres, comezón, ronchas, morbilos, viruela. Eran problemas médicos también la caída del cabello y de las cejas.
La falta de apetito, el asco o repugnancia por los alimentos, la sed, el enflaquecimiento, la consunción, la caquexia y la gordura eran asuntos en los que intervenía la medicina así como en la tristeza, la angustia, la ansiedad, la locura, la demencia o enajenación mental, los “temores vanos”, el delirio, los “repentinos terrores nocturnos”, el insomnio, el síncope, las convulsiones, la agitación, la apoplejía, la epilepsia, el desmayo, el “desfallecimiento del ánimo”, el desaliento, la melancolía y la pérdida del sentido por algún accidente.
Eran problemas médicos el aneurisma, las heridas por el rayo, la posesión demoniaca, el “mal epidémico de la Nueva España”, las fluxiones, la bilis derramada por todo el cuerpo —“los ictéricos”—, el contagio gálico, el daño por los vapores del mercurio, las pociones venenosas, las mordeduras de animales venenosos en general y en particular las de escorpiones; el color descompuesto, la “tensión” del cuerpo, el fuego de San Antón, la peste española, la peste india, el susto de los niños y la consunción.
Agreguemos a todo lo anterior la destemplanza fría y la cálida, las medicinas para sacar “algo clavado en la carne”, para la “lasitud morbosa” en ausencia aun de enfermedad, para las enfermedades antiguas y rebeldes y para quienes habían sufrido sangrías.
Es importante señalar que Hernández únicamente en seis ocasiones emplea el nombre autóctono de la enfermedad. Se trata de “los empeines y la lepra que los indios llaman xíotl” (II, p. 131; III, p. 214), de “los puntos que los mexicanos llaman matlaltotcmqui” (II, pp. 365,422), del “exantema que los indios llaman cocoliztli” (III, p. 78), de lo que los modernos llaman morbilos y los mexicanos matlaléoatl (II, p. 246) y de una enfermedad en la cual se agrieta todo el cuerpo, “llamada por los indios mexicanos tzatzayanaliztli” (II, p. 405).
De las plantas incluidas en la obra se usan las semillas, las raíces, los tallos, los “renuevos”, la madera, la corteza, las hojas, las ramas, las flores, los frutos, la resina, la “leche”, el “jugo”, etcétera. El producto se toma o se usa tal cual está en su estado natural pero lo más frecuente es que se prepare de alguna manera: machacándolo o moliéndolo y poniéndolo en agua simplemente o haciendo un “cocimiento”. Cualquier parte de la planta, pero sobre todo la raíz puede convertirse en polvo para tomarse con agua o hacer píldoras o pastillas. Pueden prepararse pastas para masticar, como con el tzictli o chicle (II, p. 252), supositorios como con el hule (II, p. 387), candelillas para introducción uretral, colirios con el jugo de los “renuevos” o de otra parte de la planta, emplastos, etcétera.
Las vías de administración pueden ser la oral, la rectal, la vaginal, la uretral, la oftálmica, la nasal y la auditiva, así como la que comprende piel y cuero cabelludo. En la vía nasal incluimos no solamente la aplicación de gotas y polvos a la nariz sino la inhalación de “sahumerios” terapéuticos. Dentro de la rectal debemos comprender los supositorios y los enemas.
En cuanto a la dosis, las más usadas son la dracma y la onza, aunque también se habla de óbolos y escrúpulos.
f. Lugar donde nace la planta. Características del suelo y del clima.
Acerca de este asunto se dan en la Historia los siguientes casos: se menciona únicamente el lugar donde nace la planta o solamente se anota el clima. Hay veces en que se consignan el clima y las características del terreno, si es llano, montuoso, rocoso y, en fin, casos hay en que se dan los tres datos: nombre de la población, clima y características del terreno.
g. Las observaciones especiales que hace Hernández respecto a ciertas plantas y que vale la pena recoger en un análisis de su obra desde el punto de vista médico, son las que expresan discrepancias o diferencias entre su ideología y práctica médicas y las de los indígenas. Las más abundantes, y también las más importantes por los juicios a que dan lugar, son las referentes al tratamiento de la fiebre y de todas las enfermedades cálidas o por calor.
En efecto, el problema más frecuente es el que se suscita con motivo del tratamiento indígena de las fiebres, el cual suele hacerse con medicamentos que Hernández ha calificado como calientes. Según su ideología médica, la fiebre, que es una enfermedad caliente, debería tratarse con medicamentos fríos. Al informarse que los médicos indígenas no proceden de esta forma, ofrece diversas explicaciones o, cansado de hacerlas, simplemente consigna el hecho o tilda de ignorantes a sus colegas mesoamericanos. Por ejemplo, al hablar del totomaton segundo, medicamento que “no parece enteramente desprovisto de calor...” y al anotar que “los médicos indios bañan con sus hojas a los que tienen fiebre” dice Hernández que tal cosa hacen “quizás para extinguir o templar el calor mayor con la acción de uno menor, o atrayendo hacia el exterior los humores” (II, p. 232). Para nuestro Protomédico el ayauhtona, medicamento cálido, no puede curar la fiebre sino ejerciendo una especie de atracción de lo semejante por lo semejante, eliminando así los humores cálidos por la piel y la orina (II, p. 18). Hay casos en que se resuelve el conflicto suponiendo que el medicamento caliente cuece o destruye la causa de la fiebre o que más bien combate no la fiebre sino los fríos que la acompañan o preceden. En efecto, a Hernández no le parece “conforme a la razón” que algunos médicos indios a los que consultó asegurasen que el cocimiento de la raíz del atepocapatli, tomado como agua de uso, extinguiese las fiebres. De lo que más bien podría tratarse era de que el medicamento actuara sobre los fríos de las fiebres intermitentes. Pero si en verdad la medicina tenía acción sobre la fiebre propiamente dicha, ello podía deberse a que la dicha planta tuviera partes ocultas de naturaleza fría (II, p. 49).
El necocolizhuazaliztli, de naturaleza caliente y seca en tercer grado, la utilizan los médicos indios para curar la fiebre hética, lo cual le parece ridículo a Hernández, “a menos que se trate de consunción que provenga de humores crasos obstructores” (III, p. 72).
Al ocuparse del cuilloxóchitl, que es de naturaleza caliente y glutinosa y que se administra contra las fiebres tomada con agua, Hernández explica el efecto benéfico “sea porque las combate haciendo penetrar la humedad, o porque evacuando la causa por el sudor extingue el calor febril, quitando, por así decirlo, el combustible; a no ser que se juzgue más bien que lo menos caliente extingue y mitiga lo más caliente” (II, p. 341).
El exantema o “puntos” de las fiebres representaba para Hernández la salida del humor pecante, el desahogo de la naturaleza. En consecuencia, le parecía un gran error que los indígenas trataran de curar tales manifestaciones dermatológicas. En Mayanalan le dijeron a Hernández que el pepetlachiquíhuitl, untado con agua, curaba “los puntos de las fiebres”, proceder según él muy erróneo “pues creen que para curar dicha enfermedad conviene detener, en cuanto aparece, este desahogo de la naturaleza” (II, p. 98). Al hablar del tahtzireni y de su empleo para combatir los puntos o exantema de las fiebres, Hernández vuelve a insistir en que tal cosa es un “error gravísimo pues siendo ésta, aunque imperfecta, una evacuación intentada por la naturaleza, no debe el médico, ministro suyo, impedirla, sino más bien ayudarla” (III, p. 185).
El delirio de la fiebre no puede tratarse con medicinas calientes según la ideología de Hernández. Por eso le parece absurdo que digan los indios que el xomilxíhuitl, caliente y seco en cuarto grado, que es el máximo, “aprovecha a los que deliran [...] a menos que los auxilie con algún modo de evacuación, o que se trate de los que deliran sin tener fiebre” (III, p. 210).
Tan importante es la acción curativa de las plantas contra la fiebre para calificarla de fría, que comprobada aquélla ya no hay para qué hacer más averiguaciones. En tal sentido debemos entender lo que dice Hernández a propósito del zacacamototontin: “Las raíces [. . .] en dosis de tres dracmas curan las fiebres, lo cual prueba que esta planta es fría...” (II, p. 125).
Dejemos las fiebres y pasemos a otras enfermedades. Tampoco se explica Hernández por qué “las mujeres mexicanas, aun aquellas que llaman ticiti”, usen el atzóyatl, que es caliente y seco en tercer grado, para curar las erupciones cálidas de la cabeza de los niños. Supone, como en otros casos, que la planta tenga partes frías ocultas o que al disipar el humor caliente parezca refrescar (II, p. 63). Con el “sin embargo dicen” Hernández salva su reputación y responsabilidad al consignar el uso indígena de medicamentos fríos para las nubes y cataratas (II, p. 225). En otra parte supone que la acción benéfica de medicamentos de tal temperamento se debe a que “detienen el flujo” y “vigorizan” los ojos, o a su contenido de partes cálidas (II, p. 253). Si los dolores de cabeza son habitualmente de causa fría, si la pituita que ahí se acumula es también fría y a la vez húmeda, “no parece muy conforme a la razón” —dice Hernández— que el achilto, de naturaleza fría y húmeda, quite el dolor de cabeza “a menos que el dolor provenga de causa caliente” (II, p. 133). Siendo el empacho una enfermedad de naturaleza fría, nuestro médico no logra “adivinar” cómo pueda curarlo el íczotl, medicina también fría y húmeda (II, p. 171).
La cura de la erisipela también metió a Hernández en problemas. Los indígenas acostumbraban tratarla con emplastos de yolochichilpatli que según la apreciación del Protomédico era de temperamento caliente y seco. La erisipela, enfermedad caliente como pocas, no era posible que se combatiera con un medicamento de igual temperamento. “No veo cómo pueda suceder” escribe Hernández; pero en vez de poner en duda lo que dicen los indígenas, saca a colación, como tantas veces lo ha hecho, explicaciones tales como resolución del humor o la presencia en la planta de otras virtudes (III, p. 4). En otra ocasión —está hablando del tlacbinolxíbuitl— ya no está tan condescendiente y exclama: “Dicen que se emplea contra las erisipelas; mas esto es fuera de razón, pues es caliente...” (III, p. 52).
En las mujeres que habían dado a luz, los médicos indígenas administraban varias medicinas, entre ellas el ichcátic, de naturaleza fría. “Suelen los médicos indios (y lo he censurado a menudo) —dice Hernández— administrar su cocimiento a las que han dado a luz para fortalecerlas cuando van a llevarlas al baño.” El médico español no podía avalar esta conducta pues según él lo indicado era administrar medicinas y alimentos calientes para que se reinstalara la regla (II, p. 426). El problema del baño vuelve a presentarse en el caso del iztacpatli. Esta es una raíz caliente y seca en tercer grado —el máximo es el cuarto— que “suelen los médicos indios aplicar [...] a los ojos inflamados, pero torpe y nocivamente así como bañan con agua fría a los niños recién nacidos y a las mismas parturientas, administrándoles asimismo medicamentos fríos y astringentes y aplicándoles externamente en la piel, medicamentos que también aplican a los exantemas y humores que de alguna manera salen a la piel; cosas todas que no parecen conformes a la razón, y que en la mayoría de los casos no sólo no ayudan, sino que atormentan y arruinan lamentablemente a los enfermos” (II, p. 430).
Escribe Hernández que el nextamalxóchitl oapanense “parece ser de naturaleza fría o templada, y dicen que es bueno contra los exantemas que llaman morbilos, sea porque extingue, tomado, el excesivo calor, o porque acostumbra esta gente, con torpe ignorancia y no poco daño, combatir con medicamentos fríos untados todo lo que la naturaleza hace salir a la piel” (III, p. 59).
Puesto que el gran Dioscórides opinaba que las medicinas frías no sirven para cerrar las heridas, Hernández al principio no creyó que la memeya era buena para tal cosa, hasta que lo comprobó “con numerosas experiencias”. Para explicarse tal discrepancia arguye diferencias entre las plantas por el terreno en que nacen. “Pero nosotros queremos narrar, con absoluta fidelidad, las cosas que hay en estas tierras”, concluye (III, p. 29).
Siendo las medicinas calientes las indicadas para excitar el apetito venéreo, Hernández cree que el cempoalpatli, de temperamento que tiende un poco al frío pero con partes cálidas, actúa gracias a la humedad y al calor moderado que posee “o por alguna propiedad desconocida de nosotros” (II, p. 358).
En ocasión del tlatlacispatli tercero, Hernández vuelve a encontrarse ante otro conflicto, esta vez suscitado porque los médicos indígenas usan esta medicina, que es fría, para sanar “a los que sufren un gran frío”. Para explicarse tal cosa trae a colación lo admirable que es la naturaleza y las muchas veces que “de una causa oculta se derivan efectos increíbles”. Tomando estos factores en cuenta dice Hernández: “no he dudado transmitir a la posteridad esta aserción de los indios” (III, p. 199).
Algunas veces el problema se resuelve sin más explicación, como sucede con el amamalácotl, “verdura comestible de naturaleza caliente” de la que sin embargo los indios dicen que cura las fiebres. “Ellos sabrán por qué razón”, concluye Hernández, tal vez un poco irritado (II, p. 394).
También “ellos sabrán cómo puede suceder” que el itztapalxóchitl, de naturaleza caliente y seca en tercer grado, cure los fuegos de San Antón, enfermedad de estirpe medieval y europea bajo cuya denominación no sabemos qué es lo que incluía Hernández (ibid.).
Convencido, por lo menos momentáneamente, de lo que ha visto y oído, Hernández acepta que, contrariamente a lo que le dicta su doctrina médica, los indígenas curen el calor con el calor: “Bien sé —dice— que es opinión muy arraigada en los médicos indios que el calor se combate con el calor, lo cual tal vez no es del todo errado, ni carece por completo de verdad” (II, p. 324). Cuando nuestro autor trata del huaten, medicina caliente y seca en cuarto grado, utilizada por los indígenas para curar las rozaduras, dice una vez más que éstos juzgan que “el calor se cura con el calor” (III, p. 273).
Sin embargo, a veces el dogmatismo impera y Hernández explota calificando a los médicos indígenas de ignorantes y rudos: “La corteza —está hablando del quimichtlácol segundo— es amarga, caliente y seca en tercer grado casi [...], de donde se infiere que no puede quitar la fiebre, como aseguran los médicos indios, sino evacuando de alguna manera los humores superflucs o consumiendo la causa de la enfermedad, o bien alejando los fríos de las intermitentes, cosas todas que han hecho decir a estos médicos ignorantes y rudos que los remedios de temperamento caliente refrescan y cortan las fiebres provocando calor” (III, p. 110).
13 Hernández también trata de esclarecer el problema que se suscita cuando un determinado nombre se aplica a plantas distintas, lo cual generalmente sucede en regiones diferentes. Por ejemplo, el tlachinolxóchitl de Yoalán es diferente tanto en características externas como en temperamento a otra hierba que en Yecapixtla le daban el mismo nombre (III, p. 50).
Además registra, cuando es el caso, los diversos nombres con que se conoce la planta porque “no conviene pasar inadvertido o ignorar ninguno de estos nombres, para que la diversidad de nombres y de lenguas no nos acarree confusión” (II, p. 262) .
14 El mal olor y la acrimonia son indicios de calor, dice Hernández al referirse al xoxocóyol (III, p. 20). Las “partes diversas” de una planta se descubren por la sucesión de sensaciones bucales y gustativas. Por ejemplo, cuando Hernández probó el nanahuapatli tepuzculullense escribió: “presenta al principio algún dulzor, pero poco después quema la garganta, por donde se ve que tiene partes diversas” (III, p. 70). No encontramos consignadas en la Historia plantas cálidas con partes frías.
Por lo que respecta a la relación entre acritud y calor, hay excepciones a lo anotado en el texto. Por ejemplo, la raíz del quequexquipatli es fría y húmeda, “pero pica de tal modo la lengua que apenas hay quien pueda gustarla” (III, p. 125).
15 Juan de Cárdenas, Problemas y secretos maravillosos de las Indias, ed. facsimilar, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica (Colección de Incunables Americanos, IX), 1945, p. 126.
16 El cansancio y los viajes podían provocar enfermedades porque aquél aumenta el calor del tonalli, lo cual produce un desequilibrio —se enfrían el vientre y los pies— y el individio se vuelve más vulnerable ante los aires patógenos. Esta posibilidad de que en el viaje, lejos de sus deidades protectoras, el caminante, al pasar por bosques y ríos o al transgredir las prohibiciones sexuales hubiera sido fácil presa de las entidades patógenas, era otro factor para que el cansancio físico y el viajar —ambas cosas iban juntas pues se viajaba a pie— dieran lugar a acciones médicas (Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, tesis de doctorado, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, pp. 291-292).
TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ