a. Hernández utiliza en su estudio numerosas plantas que respecto a su origen pueden dividirse de la manera siguiente: plantas oriundas de Mesoamérica y plantas que fueron traídas de otras partes del Nuevo Mundo. Estas son la excepción; tal es el caso del árbol del Perú (II, p. 94) y de la piña, esta última proveniente de Haití (III, p. 94). Por lo que toca a sus usos, la inmensa mayoría del material está formado por plantas medicinales; hay otras que se utilizan como alimento, como la calabaza y el camote; algunas, como el añil y el famoso tzacutli o gluten (II, p. 118), tienen un uso que podríamos llamar industrial o artesanal. Finalmente, unas cuantas se tomaron en cuenta por la belleza de sus flores como el cuitlatonpilxóchitl (II, p. 234) o simplemente porque se les encontró al paso (véase nota 4).
Dentro del renglón del material empleado en el estudio, debe quedar incluido el propio doctor Hernández y los numerosísimos enfermos en los que experimentó o constató la acción farmacológica de las plantas, pacientes que se atendían en los hospitales de provincia que visitó en sus viajes y en los dos nosocomios de la capital a los que alude en sus informes, uno de los cuales era el Hospital Real de Naturales.7
b. Respecto al método que siguió Hernández en sus investigaciones, me parece que lo primero fue obtener la información indígena sobre las plantas medicinales y su empleo. Se interrogó en especial a los médicos indígenas y a los indios viejos. Enseguida debía conocer el espécimen o una parte por lo menos. Para tal objeto viajaba por campos, huertas o jardines8 o mandándolos traer al lugar donde se aposentaba o a su gabinete de estudio. Al respecto hay una referencia a un árbol que describió y pintó teniendo únicamente a la vista una rama que le fue traída desde la lejana Florida (II, p. 187).
Como veremos más adelante, alguna información de la consignada en sus trabajos la recogió Hernández de criollos o españoles.
Se obtuvieron hojas, flores y tallos para, disecados, formar herbarios. Se recogieron también semillas y en varias ocasiones el Protomédico sembró en macetas y barriles más de una especie de su interés. Se almacenaron cortezas y raíces.
Identificada la planta se procedía a conocer sus propiedades o “temperamento” —si caliente o fría, si seca o húmeda, principalmente—, sus indicaciones terapéuticas y la forma o manera de administrarse. Enseguida se preguntaba el lugar donde nacía y prosperaba, así como las condiciones del suelo y del clima.9
Regresemos a los informantes, asunto del mayor interés porque ellos son el contacto vivo entre Hernández y la medicina mesoamericana. A través de los datos que proporcionan los informantes indígenas puede obtener algún conocimiento de sus características prehispánicas, por supuesto teniendo el cuidado de expurgar a tales informes de las influencias extranjeras que pudieron ya haber existido en vista de los cincuenta años que a la fecha habían transcurrido bajo la cultura dominante. Al respecto hay que tener muy en cuenta que los médicos indígenas y los indios en general que están cerca de Hernández son los que conviven con los españoles y los criollos. En varios de los hospitales de provincia en los que posiblemente estuvo Hernández cuando viajó por el interior del país10 y también en el Hospital Real de Indios de la capital, se utilizaba —o se había empleado— la medicina indígena. Sin embargo, creo que los médicos indios de tales nosocomios, por temor, por convencimiento o por necesidad, habían adoptado ciertas ideas y determinados procedimientos de la medicina de la clase dominante. Me parece muy difícil, repito, que ellos continuaran ejerciendo una medicina meso- americana no “aculturada”.
Después de estas consideraciones entremos de lleno al asunto de los informantes de Hernández.
Haciendo a un lado los numerosísimos “dicen que...” con los que Hernández inicia en su Historia la anotación de los usos médicos de las plantas que abarcó su estudio, hay alusiones directas que nos permiten saber que quienes proporcionaron tal información fueron médicos indígenas, indios, criollos y españoles. Son pruebas de un interrogatorio hecho personal y directamente a los médicos indígenas las siguientes expresiones que encontramos a lo largo de la obra: “Algunos médicos indios a quienes consultamos” (II, p. 49) o bien, “No he podido averiguar entre los médicos indígenas ninguna propiedad” (III, pp. 11, 131, 207) o “no dan de ella razón los médicos itzocanenses” (III, p. 21). Pueden corresponder a un interrogatorio directo o indirecto estas expresiones: “Los médicos indios aseguran”, “afirman” o “dicen” (II, pp. 43, 85, 86, 230, 246, 270, 368, 407,436; III, pp. 34,38,68, 71,72, 114,132,199), “los médicos indios acostumbran” (III, pp. 58, 137), “es bien sabido por los médicos indios por frecuente experiencia” (II, p. 76), “suele administrarse por los médicos indios” (II, pp. 110,426, 430; III, pp. 24, 112), “como piensan los médicos indios” (III, p. 131), “según costumbre de estos médicos” (III, p. 167), “si dicen verdad los médicos indios” (II, p. 282), “es opinión muy arraigada en los médicos indios” (II, p. 324), “los médicos indios llamados ticiti aseguran” (II, p. 284) o “manda los médicos indios” (II, p. 6), “las mujeres mexicanas, aun aquellas que llaman ticiti” (II, p. 63).
También existen referencias de un interrogatorio directo a los indígenas: “Y esto dijeron los indios que está bien probado por la experiencia” (II, p. 60), “por lo que cuentan los indios” (II, p. 162), “nada me han dicho los indígenas de este árbol en lo que se refiere a la medicina” (II, p. 176), “ninguna otra cosa he oído decir a los indios” (II, p. 302), “no averigüé entre los indígenas ningún otro uso” (II, p. 406; III, p. 36), “nada notable me dijeron de él los indios” (III, p. 87), “no nos dijeron los indígenas ninguna otra cosa digna de mención” (III, p. 97) o “esta es la propiedad de que me hablaron los indios” (III, p. 99). Pueden ser resultado de información directa o indirecta las siguientes aseveraciones: “suelen los indios administrar” (II, p. 53; III, pp. 90, 214), “son tenidas por los indios en alta estima” (II, pp. 73, 274), “los indios dicen” (II, pp. 77, 116, 409, 411; ΙΠ, pp. 4, 127,156, 210, 266), “aseguran de él, principalmente los indios” (II, p. 101), “creen los indios” (Π, p. 105), “suele aplicarse por los médicos indios” (II, pp. 110, 426, 430; III, pp. 24, 112), “según costumbre de los indios” (H, pp. 126, 143, 149; III, pp. 90, 214), “los indios aseguran” (II, p. 138), “tienen los indígenas a esta planta en gran precio” (II, p. 163), “usada por los mexicanos” (II, p. 183), “usan los indios” (Π, pp. 128,211,309), “untan los indios” (Π, p. 230), “lavan los indígenas” (II, p. 261), “los mechoacanenses dicen” (III, p. 102), “los indios de Atotonilco dicen” (III, p. 235).
Terminada por fin esta ya larga transcripción, es muy importante tener en cuenta la siguiente afirmación de Hernández: “Consignamos principalmente las propiedades de que los indios nos dan noticia” (III, p. 236). Podemos suponer que entre éstos incluye tanto a los médicos como al resto y que, si Hernández no falsea la información, por medio de ella podemos conocer la medicina indígena de la época. Ya veremos los problemas que aparecen al mirar de cerca dicho asunto.
En contadísimas ocasiones la información que recoge Hernández proviene de españoles o de criollos o por lo menos se refiere a ellos: “ya había sabido yo por los mismos españoles” (II, p. 82), “los criollos lo llaman” (II, p. 76; III, pp. 20, 30) y “entre los nuestros se llama” (II, pp. 56, 186).
Es posible que un tal Bernardino del Castillo, varón “diestro y valeroso en sus juventudes para combatir a los enemigos, y diligentísimo en la vejez, hasta sus últimos días, en la siembra y cultivo de toda suene de plantas raras y extranjeras” le haya dado la información que se consigna acerca del amamaxtla o ruibarbo de los frailes, planta incluida entre las que aquél cultivaba (II, p. 148). No sabemos si Juan de Cuenca, en cuyos terrenos nacía el cozolmécatl, proporcionó datos a Hernández sobre dicha planta, cuyos beneficios terapéuticos eran tan grandes que solamente con éstos estaban bien pagados los trabajos y gastos de la Conquista: “Apenas hay, en fin, entre la variada multitud de enfermedades, alguna contra la cual digan que no aprovecha y afirman, por tanto, que con sólo haber sido descubierta esta planta y dada a conocer a nuestros habitantes de nuestro Viejo Mundo, no quedaron fallidos los reales esfuerzos, ni fueron inútiles los gastos hechos y trabajos realizados” (II, p. 250). De todos modos, éste es un juicio que no pudo haber sido hecho sino por españoles o criollos.
c. En una tercera etapa del procedimiento inquisitivo, se hicieron experimentos que podríamos reunir en dos grupos, según el sujeto de experimentación y de acuerdo con lo que se trataba de investigar. Respecto a lo primero, podemos hablar de las experiencias que el propio Hernández llevó a cabo en sí mismo, casi todas ellas para conocer o confirmar la “naturaleza” o “temperamento” de la planta —de la raíz, del tallo, de las hojas, de la corteza, del fruto— y de las realizadas por éste en los enfermos. Por lo que toca al objetivo del experimento, unos estaban dirigidos a conocer, como ya quedó dicho, el grado de frialdad, de calor, de sequedad, de humedad de la muestra, la existencia de “partes sutiles” y demás propiedades que para Hernández constituían el fundamento de la acción terapéutica. Otras investigaciones, en cambio, se hacían para constatar lo dicho por los indígenas respecto a los usos médicos, pero también para demostrar otros que el Protomédico infería después de haber descubierto la verdadera —según él— “naturaleza” de la planta, de relacionarla con la doctrina hipocrático-galénica de los humores y algunas veces hasta después, también, de traer a colación lo dicho por Dioscórides al respecto. Por otra parte, hay datos seguros de que para probar la acción terapéutica de determinada planta, Hernández se la autoadministró (II, p. 172; III, pp. 44, 119). Veamos algunos aspectos de esta tarea experimental que se pueden obtener al leer atentamente la Historia de las plantas de Nueva España:
En numerosos capítulos de la obra encontramos irrefutables evidencias de que Hernández experimentaba en “boca propia”, gustando pero tal vez no tragándolas, las características de las plantas que le permitían clasificarlas dentro de lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo. El procedimiento no estaba exento de riesgos como lo atestigua el accidente sufrido al probar la leche del quauhtlepatli cbupireni o árbol del fuego. Se trataba del árbol que Dioscórides —más de una vez saca a colación Hernández a esta autoridad de la herbolaria medieval— llamó rododendro. Era un medicamento tan fuerte que con sólo aplicarlo sobre el ombligo ejercía sus potencias purgativas. Después de haber hablado de éstas y otras propiedades de tan maravillosa medicina, Hernández termina diciendo que “poco faltó para que muriera por haber probado su leche” (II, p. 162). Por supuesto que cuando tenía claros informes sobre lo venenoso de la planta, se cuidaba mucho de ingerirla, aunque ni aun en estos casos dejaba de gustarla y olería: “Dicen que la raíz —está hablando del tlanenpoloa— que es dulce y de calor moderado, madura aplicada los lamparones, forúnculos y demás inflamaciones; dicen también algunos que comida esta hierba produce la muerte al cabo de tantos días cuantos hayan transcurrido después de que fue cortada, lo cual otros podrán decir si es verdad, pues no es fácil experimentar con los venenos. A mí, por el olor y el gusto, no me pareció tan venenosa; antes la encontré dotada de las propiedades dichas, aunque bien puede haber en ella algún oculto poder tóxico, ya que es siempre incierta la naturaleza de las cosas” (III, p. 152).
Afortunadamente no siempre sucedía así por más que, como he dicho, era práctica corriente la de probar tallos, frutos, hojas o raíces. “Lo gusté sin embargo, como todas las plantas” dice Hernández respecto al tequanpatli o veneno de fiera (III, p. 142). Por eso puede afirmar que “muchas hierbas de esta Nueva España” son fuertemente caloríficas en el momento de gustarse pero que después enfrían la boca y la lengua “como al contacto de un granizo” (II, p. 75).
Experimentar personalmente alguna vez le permitió a Hernández aceptar lo que al principio no le cabía en la cabeza por ser contrario a lo dicho por Dioscórides. A este respecto al ocuparse de la memeya tepecuacuilcense señala: “Dicen que es fría lo mismo que sus congéneres, y admirable para cortar las fiebres y cerrar las heridas, opinión a la cual debo decir que no asentí sino después de comprobarla con muchas experiencias, pues parece ser contraria al juicio de Dioscórides. Al gustar estas hierbas que manan leche no he percibido casi ningún calor; no he sentido en la leche misma ninguna acrimonia ni calor, o lo he sentido tan poco, que si se tiene en cuenta la experiencia puede creerse fácilmente que es el frío lo que predomina en dichas hierbas” (III, p. 29). Sin embargo, costaba trabajo pensar que Dioscórides estuviera equivocado. He aquí la salida de Hernández: “Pudo suceder, sin embargo, que las hierbas a las que se refiere Dioscórides, por razón del suelo natal, manaran leche más abundantemente y hubiera por tanto en ellas mayor acrimonia y más intenso calor, lo cual puede fácilmente ocurrir en aquel continente y en alguna de sus regiones; pero nosotros queremos narrar, con absoluta fidelidad, las cosas que hay en estas tierras” (ibid).
Hemos dicho que la experiencia personal no se limitó a la de las cualidades o naturaleza o temperamento de la planta sino que en algunos casos comprendió también el efecto propiamente terapéutico. Tal sucedió con el coatli o tlapelazpatli. Además de probar que carecía de sabor notable y que su naturaleza era fría y húmeda, después de que se había informado que el agua en que se hubieran remojado sus tallos adquiría un agradable color azul y bebida lavaba los riñones y la vejiga, disminuía la acidez de la orina y curaba los cólicos, Hernández comprobó en su propia persona dichos benéficos efectos, según constancia textual al respecto (II, p. 172). Advertía que mezclada dicha agua con raíces de metl, le había laxado el estómago. Si en verdad Hernández padecía de alguna enfermedad del aparato urinario es posible que la comprobación “por diaria experiencia” del efecto diurético del quapatli, tlapatli y ocpatli a la que se refiere cuando se ocupa de esta planta, haya sido por automedicación (III, p. 119). Que en efecto Hernández sufrió de calor en los riñones y ardor de orina es cosa que él mismo dice cuando relata los “excelentes resultados” que experimentó con el mexixquílitl (III, p. 43).
Aunque no se trata de una investigación personal, no resisto a la tentación de incluir la siguiente información que utiliza Hernández para fundamentar los datos que anota respecto al uso terapéutico del cocoztámal. Se trata de “una experiencia extraordinaria en Madrid, corte de Felipe II, donde el obispo de Cuenca y confesor de nuestro óptimo y máximo Rey, sufrió una grave supresión en la orina” (II, p. 217) que fue curada “súbitamente y como por milagro” con el polvo de la raíz tomado “con alguna bebida aperitiva” y aplicado a la uretra por medio de una curiosa candelilla hecha con un junco llamado xomalli recubierto con hilo de algodón. La receta había sido llevada a España no sé en qué forma o por qué conducto.
Solamente hay datos vagos o generales sobre la tarea experimental de Hernández con pacientes. En una de sus cartas al monarca, que escribe ya en la ciudad de México después de terminados sus viajes por el interior, dice que aparte de las experiencias que ya hizo, había llegado el momento de “tomar muy a pechos el hacer experiencias de todo lo que yo pudiere, mayormente de las purgas y las medicinas más importantes”.11 Con tal objeto se cambia a vivir al Hospital Real de Indias pero nada sabemos acerca de su método de trabajo ni de los resultados ahí obtenidos. Alonso López de Hinojosos, a la sazón cirujano del mismo hospital, sólo nos dice que “el doctor Francisco Hernández, protomédico de su Majestad […] al presente estaba haciendo experiencia de las hierbas medicinales, purgativas y otras cosas naturales de esta Nueva España”.12
7 Germán Somolinos d’Ardois, op. cit., capítulos V y VI.
8 “En los jardines del rey de Tetzcoco”, dice Hernández, “pasamos algunos días estudiando las plantas” (II, p. 205).
9 A veces, como sucedió al referirse a la “región tepoztlánica”, Hernández dice que ahí mismo “pinta” la hierba (II, p. 94).
10 Germán Somolinos d’Ardois, op. cit., capítulo V.
11 Germán Somolinos d’Ardois, op. cit,, capítulo VI.
12 Alonso López de Hinojosos, Suma y recopilación de cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa, 3a. ed., México, Academia Nacional de Medicina, 1977, p. 209.
TOMO VII. COMENTARIOS A LA OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ