DE LA ENFERMEDAD DE LA NUEVA ESPAÑA DEL AÑO 1576 LLAMADA POR LOS INDIOS COCOLIZTLI


Las fiebres eran contagiosas, abrasadoras y continuas, mas todas pestilentes y, en gran parte, letales. La lengua seca y negra. Sed intensa, orinas de color verde marino, verde (vegetal) y negro, mas de cuando en cuando pasando de la coloración verdosa a la pálida. Pulsos frecuentes y rápidos, mas pequeños y débiles; de vez en cuando hasta nulos. Los ojos y todo el cuerpo, amarillos. Seguía (a lo dicho) delirio y convulsión. (Aparecían) postemas detrás de una o de ambas orejas, y tumor duro y doloroso, dolor de corazón, pecho y vientre, temblor y gran angustia y disenterías; la sangre, que salía al cortar una vena, era de color verde o muy pálido, seca y sin ninguna serosidad. A algunos gangrenas y esfacelos invadían los labios, las partes pudendas y otras regiones del cuerpo con miembros putrefactos, y les manaba sangre de los oídos; a muchos en verdad fluíales la sangre de las narices. De los que recaían casi ninguno se salvaba. Con el flujo de la sangre de las narices (si era oportunamente detenido) muchos se salvaban, los demás perecían. Los atacados de disentería (si acontecía que acatasen la medicación) en su mayor parte ordinariamente se salvaban, ni los abcesos detrás de las orejas eran mortales, si en modo alguna retrocediesen, sino que espontáneamente maduraran, o dada la salida con los cauterios por los agujeros, aun de los abcesos inmaduros fluyese la parte líquida de la sangre, o se eliminara el pus, tras de lo cual quedaría también eliminada la causa de la enfermedad. Además, quienes orinaban con micción abundante y pálida, partidos (en la autopsia) mostraban el hígado muy hinchado, el corazón negro, manando un líquido pálido (amarillo) y después, sangre negra, el bazo y el pulmón, negros y semi putrefactos; la atrabilis podía ser contemplada en su vasija, el vientre seco y el resto del cuerpo, por cualquiera parte que fuese cortado, palidísimo. Esta epidemia atacaba preferentemente a los jóvenes y rara vez a los viejos, quienes aun invadidos por ella, frecuentemente lograban vencerla y salvarse. Comenzó tal peste en el mes de junio de 1576 y no ha terminado en enero cuando trazamos estas líneas. De esta Nueva España invadió todas las regiones frías en un perímetro de 400 millas y trató con algún mayor miramiento (es decir atacó algo menos) las regiones más cálidas, infestando en las invadidas primeramente ora estas ora aquellas regiones ocupadas por las tribus indias, después, las habitadas por indios y etiopes, luego las de población mixta de indios y españoles, más tarde todavía, las de etiopes y ahora, finalmente ataca las de españoles. El tiempo era seco y tranquilo, aunque turbado por sismos; el aire, impuro, henchido de nubes, que, empero, no se resolvían en lluvias, convirtiéndose en verdadero semillero de putrefacción y corrupción. Los indios eran aficionadísimos al vino, e ingerían indistintamente ají y maíz generadores abundantemente de bilis y sangre y otras sustancias, no sólo de jugo malo y craso, sino también de sordidísimo alimento. Pocos se salvaban de aquellos cuyo vientre parecía hincharse. Al principio la sangre por algunos era expelida no con extremadamente grave enfermedad, después, por muy pocos, extinguiéndose rápidamente las energías vitales. Más suave medicamento era propinado, cual el obtenido de la casia fistulari llamado diaprunis simple y diacatolicón y en caso de penuria de estos elementos totoycxitl en peso de una onza, y cacamotic de media o casi de dos, raíz de coanenepilli reducida a polvo en medida de dos dragmas que además de que suavemente evacúan los humores biliosos y atrabiliosos, provoca la orina (diurético) y hace frente al tóxico y después en verdad theriaca magna con cuya bebida innumerables personas como milagrosamente se salvaron. Mas si la enfermedad persistía, era remedio a utilizar ungüentos desobstruyentes ungidos alrededor de todo el vientre y beber jugo de cebada cocida, de corteza de raíces de apio de huerta, de raíz de coanenepilli y de simiente de hinojo, y de cuando en cuando también emplear cococtlacotl chipaoac y atochietl de los que hemos dicho lo preciso en nuestra historia de las plantas de Nueva España, para que abiertos todos los orificios por donde quiera pudiese ser expelido el veneno, que sería también evacuado por la orina. Se ponía término a los tumores contra la naturaleza nacidos detrás de las orejas, aun estando inmaduros, aplicando un hierro candente y el pus que fluía por las mismas orejas era limpiado con algodón y también con miel rosada. Si en verdad aquejaban disentería, gran auxilio contra ella deparábamos no ya sólo utilizando los medicamentos corrientes vulgares, sino también con jugo de granadas agrias, agua de cabezas de rosas y rociada de llantén miel rosada, alumbre y el llamado ungüento egipcio, elementos todos mezclados al fuego y diariamente diez o más veces introducidos en el vientre del enfermo mediante un sifón (tubo o cánula). Aplicábanse al corazón apósitos reconfortantes (corroborantes), aromas al aire y al alimento col Acida expulsadora de la putrefacción. Unos utilizaban atochietl cocido de alguna esperanza o raíz de la planta llamada quauhayoachtli de los cuales vegetales tratamos en nuestra (citada) historia y otros se servían de ajos majados, con el denominado atole ni faltaban quienes con gran detrimento para los enfermos lavaban con agua fría sus cuerpos y rociaban sus frentes con jugo de coatli cocido dándoles además a beber jugo de iztacpatli, finalmente casi nadie en tanta penuria de remedios y de médicos, no diría ya incluso de alimentos, renunciaba a probar cualquiera cosa que llegase a sus manos. Mas por nuestra parte las medicaciones que dijimos que eran útiles, pudimos comprobarlas por propia experiencia y no las administramos sin resultados de ingente salud y felicísimo evento y las hicimos visibles a otros para que ellos a su vez aplicaran estos hallazgos contra la crudelísima peste.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS