DEL COCOLIZTLI


INTRODUCCIÓN DE GERMÁN SOMOLINOS D’ARDOIS


EL MANUSCRITO SOBRE EL COCOLIZTLI


GERMÁN SOMOLINOS D’ARDOIS


Cuando, a mediados del siglo XVIII, Juan Bautista Muñoz descubrió el original hernandino que se conservaba en el antiguo colegio de los jesuitas de Madrid, se supo, por primera vez, que Hernández había escrito en México, además de los trabajos de historia natural que le habían sido encomendados, y las obras de historia mexicana que compuso por propia iniciativa, un tratado sobre la enfermedad epidémica que reinó en México en 1576, a la que los indios llamaban cocoliztli. Gómez Ortega, al prologar la edición de Hernández conocida como “matritense”, da noticia de poseer este escrito que promete será publicado en el tomo quinto de la obra. Cosa que nunca se llevó a cabo, pues únicamente aparecieron los tres primeros.1

Desde entonces, el interés de los historiadores médicos de México por recuperar este documento ha sido grande. Nicolás León, en varias ocasiones, lamenta su pérdida,2 y Paso y Troncoso durante su misión en España lo buscó afanosamente. Han sido muchos los médicos mexicanos que, queriendo obtener noticias de su paradero, se dirigían a los centros oficiales y bibliotecas españolas tratando de localizarlo, hasta tal punto que el padre Barreiro, con ocasión de publicar el testamento de Hernández, escribe: “compuso además un trabajo sobre las causas y remedios de la dolencia citada {el cocolitzli}, trabajo que, desgraciadamente, no ha sido posible hallar, aunque se ha buscado, y todavía se busca, con mucho interés por los médicos de Méjico”.3

Inesperadamente, y cuando los que nos dedicamos a estudiar a Hernández dábamos por perdido este documento, apareció, junto con otros muchos del propio Hernández, casi todos los que iban a formar los tomos que quedaron inéditos en la edición de Gómez Ortega, en un lugar impensado: los archivos del Ministerio de Hacienda de Madrid. El autor ocasional del hallazgo, el Dr. Tudela, los tropezó casualmente cuando preparaba material para un libro, y a su amabilidad debemos contar hoy en México con una magnífica reproducción fotográfica de todos estos trabajos.4

Hasta aquí, la historia moderna del documento que vamos a presentar.5 Veamos ahora su origen y las circunstancias por las que fue escrito.

Es harto conocida la terrible epidemia que asoló a México desde 1576 hasta principios de 1578. Los relatos de Sahagún, Mendieta, y otros cronistas religiosos, así como las cartas del Virrey y el Arzobispo, nos han dejado datos suficientes para asentar los terribles estragos causados por la enfermedad.6 Casi todas las manifestaciones culturales y económicas de la época resintieron el daño y, naturalmente, el cuerpo médico se encontró ante un grave problema que hubo de afrontar y resolver por sí mismo. No bastaron los auxilios materiales y espirituales con que personas de buena voluntad y religiosos abnegados socorrieron a los enfermos. Era indispensable conocer la causa de la epidemia y su tratamiento efectivo. Los astrólogos buscaron etiologías celestiales basadas en la conjunción de diversos astros. Los médicos invocaron, como causa principal, la terrible sequía y el excesivo calor provocado por dos años consecutivos sin lluvias.

Francisco Hernández ocupaba en aquellos momentos el cargo de Protomédico de todas las Indias y, por tanto, a su autoridad quedaban supeditadas todas las actividades médicas de la Nueva España. Por su consejo, organizó el virrey brigadas de auxilio en las cuales religiosos y voluntarios se ocupaban de cumplir al pie de la letra todo lo que el médico ordenaba; pero según nos cuenta López de Hinojosos, “sabido por el muy excelente señor visorrey, que los remedios de tan famosos médicos y sus pareceres no aprovechaban, mandó que se hiciesen anotomías. Y por ser el hospital real el más acomodado y adonde hay mayor refrigerio... y haber en el dicho hospital en el dicho tiempo más de doscientos enfermos de ordinario. Y así se hizieron en él las anotomías, y yo propio por mis manos las hize estando presente el doctor Francisco Hernández, prothomédico de su magestad... El qual, después de haber visto las anotomías que se hicieron, dio noticia de ello a su excelencia”.7 Aquí tenemos el origen de este documento que vamos a presentar. Es la descripción de la enfermedad y los métodos para su tratamiento, según el criterio de Hernández, y de acuerdo con las observaciones llevadas a cabo en los pacientes del Hospital Real y en las visitas a las casas de los enfermos —pues consta que, con motivo de esta epidemia, hizo viajes a las zonas afectadas—,8 y en las autopsias llevadas a cabo en su presencia y que, según testimonio del propio Hinojosos fueron muchas.9

No creemos que este documento sea el informe oficial al virrey; de haber sido así, la redacción sería distinta; tampoco parece ser un instructivo circular para uso de los médicos. Nuestra opinión es que el presente escrito constituye un capítulo o trabajo corto, monografía, podríamos decir hoy, de tipo general, redactado con el objeto de presentar la enfermedad a los médicos de Europa, o de incluirlo en el tratado de medicina con comentarios sobre Galeno que sabemos tenía escrito Hernández y que, desgraciadamente, ha quedado inédito, sin que hasta el momento se conozca su paradero.10

El manuscrito de Hernández, redactado en latín, una razón más para suponer que no es el informe virreinal, ni el instructivo a los prácticos, ocupa tres páginas en folio; está incluido en un libro donde se han encuadernado juntos diversos opúsculos y trabajos del autor sobre temas muy variados.11 Ocupa los folios 34 recto y verso y la mitad del 35 recto. En letra muy clara, original del propio Hernández, y con las incorrecciones y faltas latinas tan frecuentes en nuestro autor, que hicieron quejarse al padre Nieremberg años después cuando trabajaba sobre los originales de Hernández, cuyo latín calificó de humilis. El título, después de una cruz, invocación a Nuestro Señor y señal de que se inicia un trabajo nuevo en el folio, dice así: De morbo novae hispaniae anni 1576, vocato ab indis cocoliztli. O sea De la enfermedad de la Nueva España del año 1576 llamada por los indios cocoliztli.

Como mi latín es más humilis todavía que el de Hernández, pedí al ilustre lingüista, profesor de latín en las Universidades de Salamanca y Madrid, y actualmente en México, doctor Pedro Urbano González de la Calle, me vertiese al castellano el contenido de los tres folios hernandinos cuya paleografía había sido revisada y corregida por los doctores Concepción Muedra Benedito y Agustín Millares Cario, profesores de paleografía en la Facultad de Filosofía de Madrid, y actualmente de la Universidad Nacional de México.

La labor del doctor González de la Calle ha sido difícil y engorrosa; Hernández utilizaba un latín en el que muchas veces se filtraban raíces griegas, mal aplicadas; otras muchas palabras son autóctonas mexicanas y, en general, hay faltas frecuentes de concordancia y sintaxis.

La complicada construcción de la época impide obtener en una sola lectura la imagen completa de las enfermedad. Es necesario releerlo varias veces para valorar los términos y adquirir idea clara de lo que el autor quiso expresar. No tenemos ahora tiempo, ni es ocasión, de efectuar un estudio detenido de los datos proporcionados por Hernández. Nosotros ya lo hicimos en un extenso trabajo, todavía inédito, sobre la epidemia en conjunto; donde revisamos los aspectos económicos y sociales de la enfermedad. En ese estudio reunimos, comparándolos y valorándolos, todos los datos médicos que sobre la enfermedad se escribieron en aquellos momentos, prescindiendo de las descripciones de segunda mano y época posterior. Después de estudiarlos cuidadosamente, se llega a una conclusión triste pero real: ignoramos qué clase de enfermedad producía la epidemia.

Se ha repetido que era una pandemia de tifoidea o de tifo. Sin embargo, esto no parece verosímil. Ni Hernández ni ninguno de los escritores contemporáneos hablan de lesiones cutáneas petequiales que no podrían pasar inadvertidas a médicos tan experimentados. Sin embargo, el mismo Hernández en otra de sus obras, al hablar de la planta otonxihuitl, o hierba de los otomíes, dice: “las hojas disueltas en agua y tomadas evacúan la bilis por el conducto superior, remedio que alivia mucho a los indios atacados de los exantemas que llaman cocoliztli”.12 La palabra exantema, tal y como se usa en la actualidad, hace pensar en una erupción que podría corresponder con los exantemas tifosos o tíficos, pero el que mejoren evacuando la bilis podría indicar una pigmentación ictérica que todos los autores describen como característica de la enfermedad. Debemos también tener en cuenta que estas enfermedades, tifo y tifoidea, corrientemente confundidas en la patología de la época, tenían nombres específicos en castellano y en mexicano. El tabardillo con pintas, o tabardete de los españoles, era el mismo matlazahuatl de los indígenas. La prueba de que el cocoliztli era distinto del tobardillo o matlazahuatl la tenemos en que Hernández, buen conocedor de la terminología médica de los mexicanos, no usa más palabra que la de cocoliztli y López de Hinojosos, que vivió y actuó intensamente durante la epidemia, cuando escribe el Tratado de las fiebres en su libro, distingue, en capítulos distintos, el cocoliztli y el matlazahuatl. Además, la palabra cocoliztli, que se utilizó para las dos epidemias, al parecer muy similares, de 1545 y de 1576, desaparece posteriormente en la terminología médica, y no vuelve a ser empleada, o lo es esporádicamente, en siglos posteriores, ya sin darle carácter determinante de enfermedad.

Es necesario descartar también el sarampión y la viruela, enfermedades muy conocidas por los médicos españoles, y que ya habían adquirido nombre mexicano específico para entonces. Absurdo pensar, como algún autor hace, en paludismo pernicioso. Ni tiene un cuadro tan violento, ni es letal en tan pocos días. En cambio, la insistencia en la ictericia, que es citada por todos los autores, y en las hemorragias nasales y por boca, que citan hasta los profanos, unido a la corta duración de la enfermedad y su alta mortalidad, hacen involuntariamente pensar en la fiebre amarilla. Tampoco creemos pueda ser esto; tenemos en contra el dato epidemiológico de que la fiebre era más intensa en los lugares fríos y más benigna en los cálidos, lo que se opone mucho a las características conocidas de esta enfermedad. La misma pérdida del sensorio es un síntoma que no aparece en la fiebre amarilla, cuyos pacientes suelen llegar al final de la enfermedad con claridad mental y, frecuentemente, ansiosos, vigilantes y activos.

Descartando por completo la peste, con cuyo cuadro clínico no hay un solo dato concordante, se inclina entonces el pensamiento hacia la espiroquetosis ictero-hemorrágica; en este caso, el cuadro tiene algunas similitudes. El mecanismo epidemiológico es aceptable, tratándose de una sociedad que vivía rodeada de canales sucios e infectados, y en caserones o chozas infestadas de ratas. Es también rara en esta enfermedad la aparición de estados de obnubilación mental. El mismo dato del aumento del hígado, que nos relatan todos los autores que vieron o hicieron autopsias, es aceptable. Pero, en cambio, el hígado de estos enfermos se vuelve blando y deleznable, mientras que Hinojosos nos cuenta que lo encontraron duro como piedra. La mortalidad misma es demasiado alta para una epidemia de esta clase, y no nos atreveríamos a etiquetar, con el nombre de enfermedad de Weil, la enfermedad descrita por Hernández.

Respecto al dato epidemiológico tan repetido, que ya se ha hecho clásico, del predominio de enfermos en las razas aborígenes y negras, no creo sea un dato valioso ni específico de la enfermedad. En verdad, está condicionado a otros muchos factores independientes de la inmunidad: nivel de vida más bajo, alimentación insuficiente, reservas más débiles, hacinamiento doméstico en habitaciones antihigiénicas, exposiciones más frecuentes a las inclemencias del tiempo, parasitosis de todas clases más extendidas y, en fin, las numerosas y desdichadas condiciones de vida de la clase baja que, si hoy es mala, no podemos ni llegar a imaginarnos lo que debió ser en el siglo XVI, bajo la voraz y despiadada administración de los primeros colonizadores. En contra de este dato epidemiológico, tan citado que autores como Cook afirman no hubo un solo caso entre españoles, tenemos las palabras de Sahagún cuando nos cuenta cómo los frailes se enfermaban al punto que él mismo casi se muere de la enfermedad, y el testimonio de Hernández, quien nos asegura que los españoles enfermaban también, aunque en menor cuantía.

Queda un síntoma, unánimemente descrito en todos los autores, que no sabemos valorar; nos referimos a las postemas detrás de las orejas, que eran parotiditis supuradas sin duda alguna. Esto es frecuente en cuadros tifoídicos, inadmisibles en la fiebre amarilla, o en la icteroespiroquetosis, y más raro en el tifo. Como el conjunto de síntomas y datos recogidos sobre la enfermedad no corresponden a un cuadro definido, y sí son descripciones parciales de síndromes clásicos, pensamos en la posibilidad de que fueran varias enfermedades simultáneas las que produjeron la mortalidad, ocasionando que los médicos de entonces, al describir la enfermedad, confundieran y mezclaran los síntomas de unas y otras, hasta presentarnos este difuso cuadro que hoy no podemos definir.

Ojalá los especialistas en epidemiología, materia que nosotros no dominamos, puedan identificar algún día la enfermedad. Con ello se resolvería uno de los problemas más discutidos de la epidemiología mexicana, y se habrá dado un paso más en el estudio de la patología histórica de México.

Pero aún en el caso de que esto no se consiga, los aficionados a la historia tenemos que felicitarnos por el hallazgo de este nuevo documento que se añade al no muy abundante acervo de datos para el estudio de la medicina mexicana del siglo XVI.









1 Sobre el descubrimiento, por Muñoz, de los manuscritos de Hernández y su trascendencia en América, véase G. Somolinos d’Ardois, “Tras la huella de Francisco Hernández: la ciencia novohispana del siglo XVIII”, Historia Mexicana, vol. IV, 2, núm. 14, págs. 174-197, 1954. Respecto al contenido del hallazgo y los propósitos editoriales de Gómez Ortega, así como la historia de la edición, consultar el Prólogo citado, que aparece al principio del primer tomo de la obra de Francisco Hernández: De Historiae Plantarum Novae Hispaniae (Madrid, 1790), y que es fácilmente consultable en su traducción castellana: Historia de las plantas de Nueva España, Imp. Universitaria (México, 1942).

2 Nicolás León, el autor que más conoció y escribió sobre Hernández en el siglo pasado, y principios del actual, en muchas ocasiones se lamenta de la pérdida de este y otros documentos, pero principalmente en el Prólogo a la reedición del libro de Francisco Ximénez: Quatro libros de la Naturaleza. . . (Morelia, 1888), y en el trabajo titulado: ¿Qué era el matlazahuatl y qué el cocoliztli en los tiempos precolombinos y en la época hispana? (México, 1919). Por cierto que en este último trabajo Nicolás León sufre un error incomprensible al afirmar en la p. 6 que este tratado “pereció en el incendio del Escorial del año 1671 y quizá no quedó copia alguna de este escrito”; lo incongruente de esta afirmación consiste en que Nicolás León conocía perfectamente, y así lo expresa en el Prólogo del Ximénez, que Gómez Ortega había tenido el manuscrito en sus manos listo para publicarlo a fines del siglo XVIII, por lo cual era indudable que no había perecido en el incendio del Escorial.

3 P. Barreiro, agustino, El testamento del doctor Francisco Hernández (Madrid, 1929), p. 14.

4 El libro del Dr. J. Tudela de la Orden, donde se publicó el hallazgo de los manuscritos de Hernández, se titula: Los manuscritos de América en las bibliotecas de España (Ed. Cultura Hispánica, Madrid, 1954).

5 Las personas interesadas en conocer la accidentada historia de los manuscritos de Hernández la encontrarán en G. Somolinos d’Ardois, “Nuevos manuscritos de Hernández aparecidos en Madrid”, Ciencia, XIV, n. 4-6, pp. 109-110, 1954.

6 Casi todas las relaciones de la época hacen mención directa, o indirectamente, de los estragos de la epidemia. Sin embargo, en La Historia general de las cosas de la Nueva España (Libro X, cap. XXVII, y libro XI, cap. XII, parí. 7) de Sahagún, en el capítulo dedicado a las epidemias de la Historia eclesiástica indiana de Jerónimo de Mendieta; en las Cartas del Virrey y del Arzobispo, recogidas en los libros Cartas de Indias (Madrid, 1877) y en el Epistolario de Nueva España, de Paso y Troncoso (México, 1940), se pueden encontrar datos directos de la epidemia y descripciones contemporáneas.

7 Alfonso López de Hinojosos, Summa y recopilación de chirugia... (Antonio Ricardo, México, 1578). Tractado Vil, De Pestilencia el qual tiene quatro párofos {sic}, fols. 190 V. 201 r. Este libro, desgraciadamente hoy tan raro que sólo existe un ejemplar, constituye, junto con la descripción de Hernández, el más fidedigno relato de la epidemia de cocoliztli hecho en 1576, por estar escrito durante la epidemia y ser su autor uno de los médicos que más intensamente actuaron en el cuidado y curación de los enfermos. Nosotros poseemos una magnífica fotocopia del ejemplar de donde hemos tomado los datos citados.

8 En la Descripción de Querétaro, que escribió Francisco Romero en 1582, y cuyo manuscrito inédito, hoy perdido, perteneció al bibliófilo mexicano Vicente de P. Andrade, Nicolás León encontró el dato de que Hernández, en 1576, estuvo en esa ciudad “de exprofeso a curar a los indios infectados”, y así lo consignó en su Bibliografía botánica mexicana (México, 1895), en la p. 306.

9 Alfonso López de Hinojosos, en la segunda edición de su obra Summa y recopilación de chirugia. .. editada por Pedro Balli en 1595, dedica parte del libro octavo de tavardete y cocoliste y otras enfermedades, a describir la epidemia de 1576; es muy interesante, pues los datos de esta edición complementan los publicados en la primera, y aquí es donde dice que para averiguar “qué era la causa, hize muchas anotomías delante del doctor Francisco Hernández, protomédico” (hoja 150 r). Este libro es casi tan raro como la primera edición, pues sólo se conocen dos o tres ejemplares. Nosotros utilizamos una fotocopia.

10 En varias ocasiones, durante la Traducción y comentarios de Plinto, cuyo manuscrito inédito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, Hernández hace referencias a un Tratado de medicina y comentarios sobre los libros de Galeno, que dice tener escrito (para más datos sobre ésta y otras obras de Hernández, véase G. Somolinos d’Ardois, Bibliografía hernandina en Francisco Hernández, Obras completas, vol. I, pp. 392-440.

11 La descripción bibliográfica del volumen completo aparece en la citada obra del Dr. Tudela de la Orden (p. 261).

12 F. Hernández, Historia plantarum Novae Hispaniae, tomo III, libro XIV, cap. XXV. La traducción del párrafo ha sido efectuada por el latinista José Rojo Navarro.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS