Libro Tercero. De los mandamientos de la ley y de la oración dominical





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Dijimos las verdades de fe que han de creerse

para alcanzar la unión con Dios, el bien supremo,

y declaramos cuanto nos fue dado,

la virtud de los santos sacramentos,





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porque así tenga todo fiel cristiano

de nuestra fe cabal conocimiento

y pueda ver con los ojos del alma

los sublimes, divinos misterios.

Cantaré ahora los preceptos santos





1595

de la ley del Señor, si en este intento

me da sus luces Él para que diga

qué debe hacer el que busque con celo

poseer por los siglos la vida beata

y gozar para siempre de su Dios en el cielo.





1600

Pues es Dios el dador de bienes tan preciados,

y a quien con toda el alma obedecer debemos.

Su ley es fácil, y sólo amor filial exige,

de donde nacen frutos de santidad, vivir honesto.

Por ella el alma entera se vuelve a Dios, por ella tiene





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hoy la norma segura y luego el gozo eterno.

Y aunque la reverencia al Señor nos obliga

a obedecer su ley sin que nada esperemos,

su piedad quiso que nos trajese grandes bienes

tal obediencia, y fuese grata a Cristo Señor Nuestro.







1610

***


Amarás a tu Dios y esperarás en Él únicamente:

tal es de la ley santa el mandato supremo.

Mas a los santos y sus imágenes venera por Dios mismo,

pidiéndoles su ayuda y valimiento

porque presenten al Señor tus súplicas





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y te alcancen su gracia y el perdón de tus yerros.

Pues grande es la merced de Dios para quien le ama,

mas quien le olvida tendrá dolor y llanto eternos.

Aun cuando es de razón poner al Todopoderoso,

y no a ninguna de las cosas que Él ha hecho,





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por testigo de nuestros actos, debe jurarse solamente

por Dios en juicios, promesas, convenios,

y siempre con verdad y con justicia

tal como lo cantaron los profetas en otros tiempos.

Los días consagrados al Señor, reposa en calma





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y dale la rendida adoración que le debemos,

el culto digno de su majestad sagrada,

con actos de íntima devoción y manifiestos.

Se guardaba en la antigua ley el sábado,

de antiguos fastos símbolo y recuerdo,





1630

mas hoy santificamos el día en que glorioso

surgiera Cristo de las tinieblas del erebo

para vivir ya por siempre triunfante,

y también los que manda la Iglesia que guardemos.

Han de evitarse en ellos los trabajos serviles





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y hacerse lo que dé honor a Dios o al prójimo provecho,

o bien lo que no sea posible en otros días,

los días ordinarios en que es virtud y deber nuestro

entregarnos a la faena cotidiana

desechando los ocios indignos y maléficos.





1640

Se refieren a Dios y a su culto sagrado,

como antes vimos, los tres primeros mandamientos.

Atañen los demás al trato con el prójimo,

con quien habrá de unirnos un santo amor fraterno.

Darás pues a tus padres o a quienes hagan veces suyas





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amor, auxilio, obediencia y respeto,

y a tus hijos doctrina y ejemplo saludables

y un cuidado solícito de sus almas y cuerpos.

No matarás. Tampoco te irritarás contra tu hermano,

antes perdonarás sus ofensas benévolo





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sin negarle tu ayuda, considerando que ninguno

puede en verdad dañarte sino tú mismo y con tus hechos,

y cuán urgidos de perdón estamos todos,

y qué obligados a seguir de Jesucristo el alto ejemplo.

No cometa adulterio la esposa, no profane





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el lecho conyugal ni con el pensamiento;

conserve limpios de tan torpe mancha,

fiel a su esposo, el alma y el cuerpo,

desoyendo los pérfidos halagos

que le brinden placeres deshonestos.





1660

Pues pecan contra su cuerpo mismo los adúlteros,

profanan del Espíritu Santo el noble templo,

burlan la fe del matrimonio, violan las leyes santas,

y de muerte infamante son miserables reos

—testigo Jesucristo, de la mujer adúltera





1665

en el conmovido relato evangélico—,

y al fin, por un placer reprobable y efímero,

precipitan sus almas en los abismos del infierno.

Son prevención contra estos graves daños

evitar de la mesa los excesos,





1670

los vinos, el ocio, los versos sensuales,

las conversaciones y libros obscenos,

el trato con mujeres desenvueltas,

el exceso de aliño en el atuendo,

y practicar el santo ayuno, y más que todo,





1675

pedir a Dios su ayuda y frecuentar los sacramentos.

Así podrás vencer al monstruo horrible de la carne

y hacerle huir avergonzado a sus guaridas del averno.

No retengas por fuerza lo que a tu hermano pertenece,

sino procura cuan presto puedas devolvérselo,





1680

no importa de qué modo lo hayas antes tomado

y aunque nunca tuvieras de robarlo el intento.

Porque es el hurto pecado grave, y no se borra

antes que se retorne lo robado a su dueño.

Mas tú, lejos de hurtar, de tu haber propio





1685

ayuda al desvalido con caridad y amor fraternos.

No difames a nadie, ni digas falso testimonio

ni mientas nunca; sé siempre verdadero.

Y la prudencia habrá de decirte en qué casos

deberás declarar cuanto sepas de cierto.








1690

No codicies los siervos, los campos y heredades

ni los honores ni la mujer ajenos;

evitarás así penas atroces

de cuerpo y alma, y vivirás tranquilo y satisfecho.


***


Y ya una vez el alma bien dispuesta,





1695

en la fe y en la justicia confirmada,

ha de alabar al Dios omnipotente

y en propio nombre y el de sus hermanos darle gracias,

y pedirle también su santo auxilio

para vivir según su ley sagrada





1700

y recoger así preciosos frutos,

ahora de paz, y luego de bienaventuranza,

segura de que habrá de concedérselo

y aun con mayores y muy subidas dádivas.

Pues quien eleva a Dios del fondo del corazón sus preces





1705

siente que en su divino amor se abrasa,

y que le alientan contra las asechanzas del Maligno

una constante fe y una firme esperanza.

¿Y qué oración mejor podría encontrarse

sino aquella que el mismo Cristo nos enseñara?





1710

Así oraréis, nos dijo: Padre nuestro

que por tu voluntad divina y soberana

nos trajiste, piadoso, de la nada a la vida,

y nos conservas, y nos redimes, y nos salvas

enviándonos legiones de celestes espíritus





1715

que sean de nosotros compañeros y guardas

atentos siempre a nuestras vidas, y nos muestren

la senda de la bienaventuranza;

que a los reos de tantas y tan horribles culpas

toleras o en veces castigas, mas siempre te apiadas





1720

de su miseria haciendo que retornen

a tu amistad y a tu amor y a tu gracia,

como hijos tuyos muy amados por su origen

y hermanos de Jesús por las linfas sagradas;

de quien los hombres dicen que habitas en los cielos,





1725

pero cuya potencia soberana

rige los astros y la tierra y los mares profundos

penetrándolo todo tu presencia sagrada,

vida y sostén de cuanto existe y sin la cual el orbe entero

derrumbaríase en los abismos de la nada:





1730

¡gloria y honor eternos a tu nombre bendito

rindan todos los seres! Y los dotados de alma

reconozcan en Ti la fuente de la vida

y al dador de los bienes y las gracias,

y te amen y veneren sobre todas las cosas





1735

como a dueño y señor y padre que los ama.

Venga tu reino a nos. La paz y la justicia

imperen en el mundo soberanas.

Y no falten los gozos que nos vienen de Cristo,

la fe segura, y el invencible amor, y la esperanza.





1740

Prevalezca en nosotros tu voluntad divina

y extienda su imperio suavísimo a todas las almas,

hasta que el mundo entero caiga a tus pies rendido

y huya Satán, frustrados sus dolos y asechanzas.

Así podremos tras este largo destierro estar contigo





1745

en tu celeste reino y nuestra eterna patria.

Según tu mente lo hagamos todo, y no según la nuestra

por la culpa de Adán ensombrecida y amenguada.

Te lo pedimos porque de todo bien eres la fuente

y sin Ti no hallaríamos la eterna venturanza,





1750

enceguecidos como vamos tantas veces por las culpas

o bien inquietas por los afanes de la vida nuestras almas.

Hágase pues tu voluntad así en la tierra

omo del cielo en las alturas soberanas.

Ceda la carne, obedezca el espíritu,





1755

y gócense ambos en acatar tus leyes santas.

Danos en este día el alimento cotidiano

con que, nutrido el cuerpo, cumpla su oficio el alma.

Pues la primera culpa tornó la tierra, antes propicia

para nosotros, hostil, y dura, y áspera,





1760

y comemos el pan con el sudor de nuestra frente

conforme a tu sentencia y tu palabra.

¡Y aun si no nos miraras Tú benigno,

toda obra nuestra fuera inútil y toda empresa vana!

Y no pedimos, Padre, manjares escogidos;





1765

sólo el sustento que renueve las fuerzas agotadas

y restaure el calor de nuestros cuerpos

perdido en la fatiga de la tarea diaria.

Pero también el pan de tu palabra te pedimos,

y el pan de Cristo vivo en la hostia sagrada,





1770

que —igual que el cuerpo ha de nutrirse cada día—

recibamos a diario para sostén de nuestras almas.

Perdónanos los yerros contra Ti cometidos

como nosotros perdonamos a quien nos hiere o daña,

¡pues te ofendemos tanto, y sufrió muerte por nosotros





1775

Cristo Jesús, tu Hijo, en la cruz despiadada!

Y aunque nos tienta sin cesar el feroz enemigo,

Tú no permitas que se le rindan nuestras almas.

Para vencer en la tremenda lucha,

aliente tu divina fuerza las nuestras, tan escasas,





1780

incapaces, sin Ti, de resistir sus embestidas;

que Tú eres nuestro amparo, defensa y esperanza,

y si nos dejas somos presa inerme

rendida al primer golpe del enemigo que la amaga.

Mas con tu auxilio rechazaremos cualquier asalto del Maligno,





1785

hasta subir al fin gozosos a tu eterna morada.

Aparta de nosotros todo mal. Que las penas

jamás nos hagan manchar de culpa nuestras almas.

Míranos Tú benigno, y danos fortaleza

para que nos guardemos de tamaña desgracia





1790

sufriendo con paciencia dolores y fatigas

sorteando los riesgos que nos acechan y amenazan.

Todo esto te rogamos, Padre nuestro,

y habrá de concedérnoslo tu piedad soberana,

pues lo pedimos en el nombre de Cristo, siempre oído

por Ti amorosamente, y cuya intercesión todo lo alcanza.

TOMO VI.

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