Libro Segundo. De los siete sacramentos de la Iglesia



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Hemos ya declarado, con el favor de Cristo

y de la Virgen, los misterios de nuestra fe sagrada





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que ha de creer el que se juzgue digno

del nombre de cristiano. Digo ahora las armas

con que esquive el soldado de Cristo

las mortales heridas del alma

y, vencedor, rechace los asaltos tremendos





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con que el demonio, el mundo y la carne le amagan.

Son tales armas al par las divisas

que a la grey de los fieles distinguen y señalan,

y símbolos de todos conocidos:

los sacramentos, digo, que por la sangre derramada





490

del pecho de Jesús, nos fueron concedidos

como fuentes perennes de su gracia.

Y aunque entre los latinos sacramentum denota

el juramento o algún misterio, esta palabra

nombra en los Santos Padres todo signo sensible


Aunque en latín, dice, Sacramentum significa juramento u otras veces misterio, para los teólogos es una forma visible de la gracia invisible que engendra en el alma, y difiere por tanto de otros signos que, aunque significan cosas sagradas, no suelen producir en el alma ningún sagrado efecto o gracia.





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que revela y produce cosas ocultas y sagradas.

Porque la gracia de Jesús, bajo apariencias

de cosas o señales corpóreas recatada,

llega, por la virtud del sacramento,

a infundirse en los pechos y dar vida a las almas.







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Entre la variedad de lo que existe, algunas cosas

en razón de sí mismas son hechas o formadas;

otras lo son, en tanto, como señas o indicios:

tales los sacramentos de nuestra Iglesia sacrosanta.

De estos indicios son naturales algunos,

como el humo, que al fuego delata;

otros, ficticios, hieren el oído o la vista

y cosas naturales figuran o señalan,

y otros más, por decreto divino,

signan al par que engendran realidades arcanas

y son los que llamamos sacramentos,

de sagrados efectos señales sensibles y causas

(pues la gracia que dan tiene tal nombre

porque nos hace gratos a Dios y a Él nos consagra).

Es pues el sacramento muy otro que los ritos,









"Ficticios." Se entiende esto según la filosofía aristotélica, pues Platón afirma que los nombres significan por naturaleza y no por la espontánea voluntad de quienes los imponen. Por lo demás, dice, todo lo que existe es o cosa o signo, y de los signos, unos significan las cosas por naturaleza, como el humo al fuego o la huella al pie; otros por el común consenso de los hombres, y otros, en fin, por decreto divino señalan y producen una cosa sagrada, o sea la gracia.

Definición de sacramento.





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en que se dice, mas no se produce la gracia,

y que no aluden sólo a una gracia presente,

sino que evocan la Pasión sagrada

por cuya virtud nos fue concedida,

o el fulgor de la gloria que tras la muerte nos aguarda:






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radiosa belleza de coros angélicos,

concentos que elevan a Dios alabanzas,

y sin sombra de daño ni aguijón de deseo,

gozo cumplido y segura abundancia.

Mas de la institución de los diversos sacramentos





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no deben ocultársenos las razones y causas.

Es la primera nuestra propia naturaleza,

pues como en esta cárcel de la carne encerrada

no mira nuestra mente las formas incorpóreas

ni cosa alguna sino a través de los sentidos capta,

Enumera las causas de la institución de los sacramentos, de las cuales la primera es nuestra misma naturaleza, que sólo por lo sensible capta lo inteligible.





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quiso la inagotable providencia divina,

conocedora de esta limitación humana,

que bajo el velo espeso de las cosas visibles

se infundiese, invisible la gracia.

Es la segunda causa que la Clemencia Suma

suele mostrar en signos sus dones a las almas,

para que así los hombres, tan reacios y duros,

se muevan a buscar y pedir tales gracias.

Quiso Dios que además fuesen los sacramentos

señales distintivas de nuestra fe sagrada




La segunda es que suele Dios indicar con signos sensibles lo que ha prometido. La tercera, para que los mortales recibiesen más pronta y fácilmente los bienes que ganó para ellos la muerte de Cristo.


La cuarta, para que fuesen símbolos de nuestra fe que nos distinguiesen de los adoradores de otros dioses.





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y comunes a todos, porque así se encendiese

en amor y piedad toda la grey cristiana,

y no pudiera nadie llevar su fe escondida

sino que todos delante el mundo la mostraran.

Constan los sacramentos de materia




Los sacramentos, dice, constan de materia y forma o palabras, con cierta disposición de las palabras y las cosas.





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y —su más grande fuerza— de palabras,

con un establecido arreglo de las cosas

y un orden apropiado de los vocablos que declaran

su sacro contenido, para que así se trate

santamente lo santo, y vislumbren las almas,







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en tal concierto de frases y signos,

los arcanos celestes y su grandeza soberana.


***


Con razón confesamos que hay siete sacramentos,

pues siete son los que hacen nuestra vida perfecta:

primero es necesario, por el santo bautismo,

nacer a la luz de la fe verdadera;

después, por la confirmación sagrada,

vigorizar esta fe y acrecerla;

luego, llegada la edad oportuna,

nutrirnos de la comunión excelsa;







Es preciso, dice, que haya siete sacramentos y no más ni menos, pues de otros tantos se sustenta la vida espiritual: I) por el bautismo nacemos; 2) por la confirmación creemos; 3) con la eucaristía nos nutrimos; 4) por la penitencia nos curamos; 5) la extremaunción mitiga los síntomas de la enfermedad; 6) por la orden sacerdotal se consagran los sacerdotes, que son también ministros de los sacramentos; 7) por el matrimonio





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cuando nos mancha el pecado, nos limpia

el sacramento de la penitencia;

la extremaunción administrada al moribundo

mitiga su dolor y le sosiega;

la orden sacerdotal da a los ministros





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poder de dispensar los sacramentos de la Iglesia,

y el matrimonio santifica la unión de los esposos

y a los hijos que nacen de ella.

Debe empero advertirse que aunque sin matrimonio

puede bien alcanzarse la salvación eterna,





570

y sin ordenación sacerdotal

ni comunión ni unción extrema

puede entrar el cristiano en el cielo

(y si el alma está libre de culpa, también sin penitencia

y aun cuando la confirmación le falte),





575

no alcanza en cambio sin el bautismo la vida eterna.

Y esto no obstante que el yerro mortal necesita

de un sacerdote que lo absuelva,

y que la orden sacerdotal

es más valiosa para la Iglesia,

"Porque si no se renace", etc.





580

y que la comunión sacrosanta

es, de las gracias todas, la suprema.

Debe saberse que del abierto pecho de Cristo

fluyen los sacramentos y hasta nosotros llegan

por ministerio de los sacerdotes,



Fluyeron los sacramentos del pecho de Cristo, y son administrados por los sacerdotes, quienesquiera sean, con tal que no falte la intención de la Santa Madre Iglesia y se haga en ellos lo prescrito.





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no importa quiénes ellos sean,

con sólo que no falten ni la intención debida

ni los actos conjuntos que prescribe la Iglesia.

Cierto que quien con manos y alma impuras

administra lo santo, labra su perdición eterna;





590

pero conserva incólumes los poderes ocultos

que puso en él la potestad suprema

a fin de que lográsemos, limpia el alma de culpa

por la virtud de estas sagradas panaceas,

escalar las celestes alturas





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600

y abismados en la divina luz morar en ellas.

Gracias que santifica e impresión de carácter

son de los sacramentos las mercedes supremas.

Y si el calar de las cosas corpóreas

del alma en las simas etéreas

parece a nuestras mentes imposible

por opuesto a la naturaleza,

¿quién osará negar que tal prodigio

puede obrarlo de Dios la omnipotencia?

Testigos de ello son los insignes milagros

Declara cuáles son los dones de los sacramentos, a saber, la gracia santificante y el carácter que imprimen al alma.

Responde a la posible objeción de quienes se pregunten cómo lo corpóreo pueda imprimirse en lo espritual, diciendo que esto lo hace el poder divino, de lo cual son testimonios certísimos los cielos que se abrieron al bautizar Juan a Jesucristo, y las lenguas de fuego caídas sobre los apóstoles al venir sobre ellos el Espíritu Santo.





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que realizó valiéndose de las cosas externas.

Así, mientras el agua vierte sobre Jesús Juan el Bautista,

se abren los cielos y hay una voz que en lo alto suena;

así en lenguas de fuego desciende el Santo Espíritu

sobre los doce apóstoles para inundarlos de su fuerza.





610

Mediten pues los fieles qué preciado tesoro

nos dio en los sacramentos la divina clemencia;

con cuánta fe y ardor habremos de buscarlos

y qué terribles daños ocasiona su ausencia.

Clarísimas verdades éstas para el cristiano

615

que reconoce y cree con fe sincera

que nos compró la sangre del Cordero estos dones

en que Dios nos otorga su gracia y asistencia.

Pues aunque estén fincadas nuestras almas

en Cristo, que es roca viva y eterna,








620

sin sacramentos ni palabras de Dios que las afirmen,

pronto caerán desmoronadas y deshechas.


***


Dicho esto brevemente, tiempo es, lector piadoso,

de volvernos a cada sacramento en sí mismo.

Ve desde luego cómo no cualquier lavatorio








Qué es el sacramento del bautismo.





625

recibe el nombre de bautismo,

sino tan sólo el que por vía de sacramento

y con las frases de ritual verifica el ministro.

Es este sacramento (también llamado enmienda,

ilustración del alma, comienzo del mandato, signo



Otra definición del mismo sacramento.





630

de la fe) un segundo nacimiento

por medio de las linfas y en el Verbo Divino;

pues se consuma por el lavatorio

cuando junto con él, a un tiempo mismo,

se pronuncian las frases solemnes





635

con que lo instituyera Jesucristo.

Así fue dado a todo hombre,

aunque en la ira del Señor nacido,

trocarse mediante este segundo nacimiento

en hijo y heredero del Altísimo.





640

Es pues el agua, toda suerte de agua,

la materia del santo bautismo,

tal como lo declaran

de los antiguos Padres los escritos.

Lo prefiguran por eso el diluvio

Que el agua es la materia del bautismo.





645

en que el mundo, cuando Noé, fue sumergido,

y la salida del cautiverio por el mar Rojo,

y la ablución que ordenara Natán en los ritos,

y el santo abrevadero de linfas milagrosas

a donde los profetas nos llaman de continuo,




650

y la fuente que vieron Zacarías y Ezequiel

por cuyas aguas eran los yerros remitidos.

Y es el agua la más propia materia del sacramento del bautismo,

porque a ninguno falta de ordinario


Por qué es el agua materia del bautismo.





655

y nadie tiene salud ni vida sin su auxilio.

También porque lo mismo que el agua limpia el cuerpo

de toda suciedad, así el bautismo

limpia el alma de todo pecado

y le devuelve su candor prístino.

Otra razón de lo mismo.





660

Mas aunque baste como materia el agua sola

siempre que haya de muerte peligro,

es necesario el crisma o unción santa,

de valiosos efectos revelados en claros indicios,

cuando se imparte solemnemente el sacramento

En grave peligro de muerte basta el agua sola para el bautismo.

Para el bautismo solemne se requiere también el óleo o crisma.





665

celebrado conforme al rito.

Y si acaso duda cuál agua sea propia,

cuál no lo sea, el prudente ministro,

tenga por cierta y segura esta norma:

que no hay otra materia del bautismo





670

sino el agua del uso ordinario

con que se lava y purifica el cuerpo mismo.

Debe también la fórmula de aqueste sacramento

ser enseñada a todos con cuidado solícito,

tanto porque conozcan los sagrados misterios

Forma o fórmula del bautismo.





675

como porque, en el caso preciso,

sepan administrarlo diciendo las palabras

que han de ir juntas con este lavatorio divino.

Pues sólo se consuma cuando aquel que lo imparte

dice al verter el agua lustral: Yo te bautizo





680

en el nombre del Padre y

del Hijo

y del Espíritu santo",

quedando de esta suerte definido

quién administra el sacramento,





685

quién lo recibe, su origen divino,

y confesando al mismo tiempo

que nuestro Dios es uno y trino.

Y si dijere alguno que en los antiguos tiempos

se bautizaba sólo en el nombre de Cristo





690

(por más que muchos niegan tal aserto),

deben subentenderse bajo el nombre bendito

el Padre y el Espíritu Santo

que son un solo Dios con el Hijo.

El bautizante puede sumergir en el agua





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el cuerpo entero, o bien verterla sobre el mismo,

mas pronunciando siempre las solemnes palabras

que son forma del santo bautismo.

Cierto que se inició este sacramento

el día que por Juan fue bautizado Jesucristo,





700

cuando rompió los aires la voz del Padre que exaltaba

la grandeza divina de su Hijo,

y se abrieron los cielos, y descendió como paloma

sobre Jesús el infinito amor de Dios, el Santo Espíritu,

y rebrillaron cual nunca las aguas

Resplandeció el agua y adquirió virtud, y se abrieron los cielos, por gracia del bautismo con que Nuestro Señor Jesucristo fue bautizado.





705

al tocar dichosas los miembros divinos,

y cobraron de entonces una virtud maravillosa

que jamás por los siglos habían tenido.

Cierto, tal fue su inicio, pero la ley que lo instituye

es el mandato de Jesucristo redivivo



Cuándo fue instituido el bautismo.





710

que dice a sus apóstoles: "Id por el mundo entero

y enseñad a las gentes, bautizándolas asimismo

en el nombre del Padre

y del Hijo y del Santo Espíritu."

Nadie pudo ser salvo desde entonces




Desde entonces ninguno pudo salvarse sin ser bautizado





715

sino lavándose en las aguas del bautismo.

Fue su celebración en los primeros tiempos

atributo del solo obispo,

quien dispensaba el santo lavatorio

en ciertos días solemnes y festivos.




Quién es ministro idóneo de este sacramento.





720

Lo administra ahora cualquier sacerdote,

y aun puede en peligro de muerte impartirlo

todo cristiano, varón, mujer, quienquiera él sea,

aunque el devoto y observante es el más digno.

No lo administre una mujer si hay un varón presente,





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a menos que conozca mejor estos oficios.

Puede, en suma, impartirlo cualquiera,

aun el culpable de herejía u otro delito,

pues quien dotó de materia tan fácil

el sacramento que abre las puertas del empíreo,





730

quiso también, en beneficio nuestro, que tuviera

siempre y doquier aptos ministros.

Es asimismo necesario que intervengan

en este santo lavatorio los protectores o padrinos,

de quienes reciban ejemplo





735

y piadosa enseñanza los niños;

mas sean en número de dos solamente,

porque no alteren el orden debido

de la enseñanza los muchos maestros,

ni se aflojen los lazos que la sangre no hizo.





740

Sepan todos que no hay salvación verdadera

sin este sacramento del bautismo,

y que no quiere Dios que se aleje

de esta fuente de vida a los niños,

sino que (según consta en los antiguos textos)





745

se cumpla en los infantes este sagrado rito

el mismo día que suelen ser circuncidados,

es decir, al octavo de nacidos,

para que pronto, de esta suerte,

si antes murieron en Adán, nazcan en Cristo,





750

y así puedan más tarde,

limpios el alma y los sentidos,

conocer los sagrados misterios

y nutrirse en los otros sacramentos divinos.

Y no debe dudarse que efectos tan insignes





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dimanen del bautismo;

no porque puedan en edad tan tierna

conocer los infantes nuestra fe por sí mismos,

sino porque la buena intención de los padres

suple la deficiencia de sus hijos,





760

y así, aunque no haya todavía fe en sus almas,

el amor de los santos les da fuerza y auxilio.

Cuidará por lo mismo el cristiano prudente

de conducir al templo prontamente a sus hijos,

no sea que, muriendo antes,





765

pierdan la gloria por los siglos.

No debe, en cambio, apresurarse en los mayores

la recepción del santo bautismo;

han de aprender primero la doctrina cristiana

y ha de exhortárseles a que, en el tiempo debido,





770

cuando su conversión sea completa,

se acerquen a este misterio divino,

entrando a gozar de los dones

con que nutre la Iglesia a sus hijos,

a más de los que se derivan





775

de aqueste sacramento mismo,

pues borra todos los pecados

y da la gracia, de todo bien fuente y principio.

Además, dicha espera prudente

trae consigo valiosos beneficios,





780

pues en ella se prueba la voluntad constante

de quien quiere de veras el bautismo,

y que éste no se pide por seguir la costumbre,

sino por propia decisión y arbitrio.

Claro, no obstante, que en riesgo de muerte





785

fuera temeridad el diferirlo.

Debe entender con claridad el bautizado

lo que la Iglesia manda creer a sus hijos;

ha de dolerse sinceramente de sus culpas

por haber con ellas a Dios ofendido;





790

proponerse con alma humilde y dócil

cumplir los preceptos del Padre divino;

meditar cuántos dones del cielo

en este sacramento ha recibido;

cómo habrá de cuidar mente y acciones





795

a fin de conservarse cual quedó en el bautismo,

libre de toda culpa y de sus penas

y del pecado original a un tiempo mismo.

Mas habrá quien pregunte por qué los males y los duelos

no se alejan de quienes reciben el bautismo,





800

pues si nunca afligieron a los primeros padres

cuando inocentes, antes que hubiesen delinquido,

parece que tampoco debieran perpetuarse

en quienes quedan, por estas linfas, cual ellos limpios.

Mas no es así, porque el bautismo nos convierte





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en miembros místicos de Cristo.

¿Cómo entonces seríamos inmunes a los males

que el propio Cristo, cabeza nuestra, ha padecido?

Y hasta la propensión nuestra al pecado

es de virtudes pábulo y motivo;





810

que sólo en la lucha se forjan los héroes,

y alcanza el triunfo quien ha peleado y ha vencido.

Además, si ahuyentara los males de la carne

este lavatorio divino,

podría creerse que buscando el bien del cuerpo





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y no el del alma pidiesen muchos el bautismo.

Y, por fin, aunque llena de fatigas,

puede alentar en nuestra vida un gozo íntimo,

porque nada más dulce que de Jesus seguir los pasos

y con Él sufrir cruz, muerte, martirio.





820

En este sacramento se nos dan, pues, la gracia

y las virtudes y la unión con Cristo,

y se imprime en el alma un sagrado carácter

que cosa alguna borrará nunca por los siglos.

Mas una vez grabada esta impronta en el alma





825

no debe administrarse un segundo bautismo,

pues es contrario a la doctrina y a las prácticas

de los antiguos Padres, que inspiraba Dios mismo.

Reitérese no obstante en los casos dudosos,

mas expresando que se imparte tal bautismo





830

por si no hubiese sido administrado,

pues de otra suerte implicaría grave delito.

Es así pues como la gracia de Jesús nos santifica

y nos abre las puertas del empíreo.

Pero cuando la Iglesia imparte el sacramento,





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lo acompaña de muchas señales y ritos

que deben todos conocer: antes las aguas

se bendicen en cierto tiempo establecido;

se esparce el santo crisma en ellas;

se veda al bautizando la entrada al templo hasta que a Cristo





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se consagre y entregue todo entero;

pregúntale después el sacerdote a qué ha venido,

qué dones busca, y dada la respuesta,

le explica de la fe los misterios divinos,

y poniendo luego la sal en su boca





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y al señalar sus miembros de la cruz con el signo,

arroja de él la peste de la primera culpa

y al acérrimo y viejo adversario, el Maligno.

Fortificado el cuerpo con la señal sagrada,

unge el ministro de su saliva nariz y oídos,





850

y preparado de esta suerte el bautizando

es llevado a las aguas del bautismo.

Aún le pregunta el sacerdote si detesta

la antigua serpiente y del mundo las pompas y brillos;

si cree firmemente en el Señor Dios único





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y en cuanto enseña la Iglesia a sus hijos,

y por último, si quiere ser purificado

en las linfas lústrales del bautismo.

Respondido que sí, derrama presto el agua santa

en su cabeza, que unge luego con el óleo místico,





860

después le viste de una blanca túnica,

y le impone por último algún nombre bendito.

Mas como no sólo robustos atletas

han de seguir a los caudillos,

ni quienes buscan la gloria del triunfo




865

han de pelear inermes contra feroces enemigos,

¿cómo los convertidos por este sacramento

en fieles soldados de Cristo

triunfarán sobre el mundo, el demonio y la carne

si antes el óleo de la confirmación no los ha ungido?








870

***


Con el favor divino diremos pues ahora

quién fue el autor primero de aquesta unción sagrada

que vigoriza el alma de los fieles,

cuál su materia, quién ha de administrarla.

Es autor suyo el propio Jesucristo,





875

pues ningún otro poder alcanzara

a crear tan valioso sacramento

que nos mantiene y confirma en su gracia.

Son su materia el óleo y los sagrados bálsamos,

símbolo el uno de la fuerza que de Cristo dimana,





880

los otros del aroma que, confortada en este sacramento,

libre de toda corrupción, difunde el alma.

Su fórmula es: "Señálote de la cruz con el signo,

y te confirmo con el crisma que vivifica y salva."

Corresponde al obispo consagrar este crisma,





885

y acerca de ello San Fabián declara

que en la última cena lo instituyó el Maestro,

y que, pues al Supremo Hacedor nos consagra,

debe antes su divino poder santificarlo,

de donde el mismo a quien le fue otorgada





890

la facultad de confirmar, ha de elevar a Dios sus preces

porque haga de este óleo un instrumento de su gracia.

Debe haber asimismo un padrino que instruya,

se ha de esparcir el óleo en las aguas,

y debe ser costumbre entre buenos cristianos





895

confirmar a los niños cuando siete años hayan.

Todo ello aunque sabemos que primero

bajó este sacramento sólo en forma de llamas,

cuando abrasó en divino amor a los apóstoles

el Espíritu Santo al confirmarlos en su gracia.





900

Debe además el confirmando ayunar previamente

y confesar sus culpas, y recibir la bofetada

simbólica, y el signo de la cruz que le imprima

un sagrado, indeleble carácter en el alma.

Mas ahora digamos la comunión divina





905

que antes de ir al Padre, en la última cena,

instituyera Cristo por no abandonar nunca

a quienes tanto amaba, que su naturaleza

quiso asumir, ¡oh piedad inefable,

oh ardiente amor, oh caridad excelsa!





910

En ella se figuran la pasión sacrosanta

y la gracia que engendra,

y el premio que aguarda a los justos

en la gloria eterna.

Son su materia el pan de trigo puro





915

y el vino al que un poco de agua se mezcla.

Su forma las palabras que se dicen

al consagrar el cuerpo mismo, la sangre verdadera

del Cordero que quita los pecados del mundo,

y a cuyo mágico poder el pan se trueca





920

en carne, en sangre el vino,

aniquilada su anterior materia,

mas conservando siempre por milagro del cielo

sus accidentes y apariencias.

Callaré las palabras de la sagrada fórmula;





925

no sea que al ritmo del verso sujetas

alguna se mude o trasponga, violando

lo que los Santos Padres guardar intacto ordenan.

Porque son todas llenas de milagro,

y sublimes, y sobre toda humana inteligencia.





930

Y aunque el pan se convierte en el cuerpo de Cristo

y el vino en su sangre tan sólo se trueca

por la consagración, confesamos no obstante

que bajo cualquier parte de tales apariencias

está Dios y está el hombre, Cristo entero





935

tal y como en los cielos vive y reina.

Pues desde que, tras morir por nosotros,

triunfador del sepulcro surgiera,

no abandonó jamás su cuerpo el alma

ni faltó en ellos la divina esencia.





940

Pero la doble consagración es claro símbolo

de la sangre divina que se derrama en ella,

y de que en este sacramento encuentra el alma

sustento y bebida que alienten sus fuerzas.

Nadie podrá desconocer los altos dones que nos brinda





945

la santa comunión, si considera

cómo por ella habita dentro del pecho Cristo,

manantial de los bienes, océano de gracia sin riberas;

si medita asimismo en sus símbolos,

el pan y el vino que reconfortan y sustentan.





950

Pues aunque la comida y la bebida

a la vida del cuerpo se refieran,

la comunión nos hace vivir en Cristo y para Cristo

y entre los santos nos coloca y nos conserva.

Mas todo ello si antes se prueba y purifica





955

quien allegarse quiere a la sagrada mesa

con sed de los veneros celestiales

y hambre del pan de vida eterna,

a recibir y esconder en su pecho

al Señor de los cielos y la tierra.





960

Porque a nadie se otorga esta primera gracia

que ha de alentar en los que quieran

tocar con sus labios el cuerpo sagrado

sin peligro de culpa tremenda,

sino por el deseo fervoroso





965

del alma que unirse con su Dios anhela.

Mas no sólo preserva a los fieles

la comunión, también nutre sus fuerzas,

borra los pecados veniales,

los mortales combate y aleja,





970

frena los apetitos de la carne

y sus furias terribles sosiega:

es en fin tan augusto sacramento

prenda segura de la vida eterna.

Si se dijeron un día felices





975

quienes viviendo Jesús en la tierra

le miraron entrar bajo su techo

o tocaron la fimbria de su túnica apenas,

¡cuánto más no lo son los que ahora en sí mismos,

ya inmortal y glorioso, le reciben y hospedan!





980

De tres maneras puede por tanto recibirse

el cuerpo del Señor, la comunión excelsa:

indignamente (¡líbrenos Dios de tal desgracia

y de los males espantosos que acarrea!),

y es cuando alguno, sucia de mortal culpa el alma,





985

a comer el cuerpo sagrado se acerca

y esconde sacrilego en su entraña impura

de Jesucristo la majestad inmensa.

Hay otros que reciben humilde y limpia el alma

la dádiva suprema,





990

pero no en realidad, sino sólo en espíritu

y por el ansia de la comunión verdadera.

No gozan éstos de los dones eucarísticos,

aunque también algún efluvio de gracia los envuelva.

Mas los que dignamente en el festín sagrado





995

se nutren del cuerpo de Cristo, ¡qué inmensa

abundancia de dones reciben!,

¡cómo el amor divino en ellos reverbera

trocando sus vidas y acciones humanas

en santas acciones, en vidas angélicas!





1000

Pero lo mismo que Jesús lavó los pies a sus discípulos

antes de que su cuerpo y su sangre les diera,

porque estuviesen limpios de la más leve mancha,

así quien al banquete sacrosanto se allega

mire antes no le ensucie algún pecado,





1005

y entonces aquel cuerpo sagrado que pudiera

ser la vida y salud de quien lo toma,

en veneno mortal se le convierta.

No de otra suerte el natural sustento

que a los sanos conforta y conserva,





1010

a los inmundos y dañados

más les daña y ensucia y enferma.

Así también el Arca de la Alianza

era del pueblo de Israel amparo y fuerza,

mientras a los extraños y enemigos





1015

quebrantos y desdichas causaba su presencia.

Conozca pues quien venga al banquete divino

la distinción entre una y otra mesa;

cómo el pan es aquí el cuerpo de Dios mismo,

del que adoran y temen los cielos y la tierra.





1020

Mire también si siente que en abrazo fraterno

su corazón a toda la humanidad estrecha,

si no alienta algún odio escondido

por alguien de los que tanto amar debiera.

Considere además si es reo de culpa grave





1025

que haya de lavar antes la santa penitencia.

Reconózcase indigno de merced tan insigne

y ame con vida y alma al Dios que se le entrega.

Prepárese asimismo para el festín angélico

con oración, ayuno y continencia





1030

y así ya prevenido, al fin acérquese

a recibir la comunión excelsa.

Una vez por lo menos cada año

ha de tomarla el fiel que conservarse quiera

en la comunión de los santos,





1035

y cada mes y aun cada día quien anhela

perenne abundancia de dones divinos,

de gracias supremas;

porque igual que ha de ser cotidiano

el pan que los cuerpos sustenta,





1040

han de gustar a diario las almas fervorosas

este otro pan de vida eterna

con que no sufran hambre ni desmayos,

sino vivan en gracia y amor y fortaleza.

Mas la doctrina de los Santos Padres





1045

recibir a los laicos les veda

en forma de vino la sangre preciosa,

por causas que la razón misma nos muestra:

porque fue dado sólo al sacerdocio

tomar la comunión bajo ambas apariencias,





1050

así como sólo él consagra pan y vino

y el santo sacramento a los fieles dispensa.

Y no es la eucaristía tan sólo un sacramento,

es también sacrificio expiatorio que ofrenda

por nuestras culpas al Eterno Padre





1055

nuestra Santa Madre la Iglesia,

hostia propiciatoria, Jesucristo

que se inmola en la última cena,

y que nuevamente ofrece e inmola

el sacerdote que este sacramento celebra.








1060

No diré los misterios de nuestra fe que entraña

ni los solemnes ritos en que se representan,

de contenido tan sublime, que violar aun el mínimo

fuera error deplorable o gravísima ofensa.


***


Tiempo es de contemplar el sacramento que es auxilio,





1065

tabla de salvación en el naufragio de las almas,

cura del mal que aqueja al soldado de Cristo,

triaca del cruel veneno que de muerte le amaga.

Para decirlo dignamente,

denos sus luces el Señor que cuida y guarda





1070

la salud y la vida de los hombres

a quienes creó su omnipotencia y su misericordia salva.

Digamos pues que sólo se arrepiente de veras

quien se duele en el fondo del alma

de haber ofendido al Padre Supremo





1075

y se propone no recaer en tal desgracia.

Esta virtud se llama penitencia

igual que el sacramento para el que nos prepara;

pero es aquélla sólo un impulso y apresto,

en tanto que éste borra las culpas con la gracia.





1080

Es la primera penitencia un sentir íntimo;

a la segunda externa se la llama.

Por la primera, en fin, se vuelve el alma a Dios contrita

llorando sus pecados, mas llena de esperanza

y guiada por la fe, pues que sin ella





1085

ninguno encuentra a Dios ni el cielo alcanza.

Es la virtud de penitencia un don divino,

pues hay quienes aun ríen y se jactan

de ultrajar al Señor Jesucristo,

y otros que no osan esperar el perdón de sus faltas.





1090

Y de tan graves males es único remedio

este dolerse y arrepentirse de las almas.

Pues primero es precisa la abolición de toda culpa,

de pensamiento, de obra o de palabra;

luego ofrecer, por los pecados cometidos





1095

contra el Señor, las penitencias apropiadas,

para que al fin quien insensato le irritó tantas veces

pueda volver a su amistad y gracia.

Conozcamos ahora los pasos

por donde se logra virtud tan preciada:





1100

antes que todo, Dios, en su misericordia,

nos previene, nos busca, nos llama;

después, iluminados por la fe esplendorosa,

vuélvense a Él nuestras miradas;

un gran temblor invade el ser entero





1105

al pensar del infierno en las penas aciagas

y en la desdicha de estar privados para siempre

de la vista de Dios, imán de nuestras almas.

Mas luego nos consuela una esperanza cierta

de perdón y de gracia





1110

que nos incita hacia una nueva vida

de acciones justas y costumbres santas;

y al fin se nos enciende un amor verdadero

del Padre divino que tanto nos ama,

y un filial temor de ofenderle:





1115

así volvemos a la senda de bienaventuranza.

Pero digamos ya cuál es la penitencia externa

con forma y fuerza de sacramento, pues se hallan

en ella señales sensibles

de los efectos que su virtud tiene en las almas.





1120

Quiso la Providencia que fuese instituido

tal sacramento para que nunca nos faltara

el perdón de las culpas que a los primeros padres

prometió Dios para quien detestara

sus pecados. Y como de la sangre de Cristo





1125

fluye a todos los hombres el perdón y la gracia,

también de Cristo y de su sangre ha de llegar hasta nosotros

la divina virtud que purifique nuestras almas,

que borre los pecados tras el bautismo cometidos

porque así no perezca la progenie insensata





1130

de Adán, por la que el mismo Señor sufrió amoroso

pasión y muerte afrentosa y amarga.

Es pues la externa penitencia, al igual que el bautismo,

un verdadero sacramento que limpia nuestras almas;

éste quita el pecado original y cualquier otro,





1135

aquélla de las culpas subsecuentes nos lava.

Muéstranlo así también los signos que hace el sacerdote

y los actos internos del que se duele de sus faltas,

y lo que dijo Cristo a Pedro: "Lo que desates en la tierra,

en el cielo asimismo se desata,





1140

y lo que aquí retengas será allá retenido

conforme a tu sentencia y tu palabra."

Y es tanta su clemencia y el amor que nos tiene

el Señor, que sin límite ni tasa

puede este sacramento reiterarse





1145

para vida y salud de nuestras almas;

lo cual han de saber todos los fieles

porque a ninguno falte del perdón la esperanza.

Es este sacramento diverso en su materia,

pues mientras en los otros es tomada





1150

de la naturaleza o hecha por artificio,

y aun compuesta de cosas varias,

en éste son materia la contrición del penitente

y de sus culpas la confesión humilde y clara,

con la reparación de honras ofendidas





1155

y el retorno a sus dueños de las cosas robadas.

Aunque también pueden llamarse partes del sacramento

las cosas dichas, de otra suerte consideradas,

y materia del mismo los yerros cometidos

como lo son del fuego los leños que nutren sus llamas.





1160

Nos reconcilia pues con Cristo la sacra penitencia

borrando nuestras culpas y devolviéndonos su gracia.

Y si se dice que fue negada la absolución a algunos

o que hay pecados que jamás la alcanzan,

debe entenderse que faltó contrición verdadera





1165

o que ciertas culpas difícilmente se lavan.

Justa y debidamente tiene este sacramento

las tres partes arriba mencionadas,

pues ofendimos al Señor Dios nuestro

de pensamiento, de obra y de palabra,





1170

seguidores del mal que huir debimos,

reacios para el bien a que Dios mismo nos llamaba.

Ya arrepentido, pues, el penitente de sus yerros

y con firme propósito de obedecer las leyes santas,

preciso es que confiese sus culpas al ministro





1175

porque éste le prescriba las normas adecuadas

para vivir según la voluntad divina,

y le descubra los arcanos de la clemencia soberana.

Debe también sentir dolor profundo

y aborrecer de todo corazón sus faltas,





1180

considerando que ofendió al Dios omnipotente

a quien debiera amar con toda el alma.

Así contrito, siente que le nace de pronto

un ansia de alcanzar el perdón y la gracia,

un ardiente deseo de hacer cuanto es debido





1185

para acercarse al sacramento que purifica y salva,

y llorar sus pecados rendido a Dios el ser entero

y el corazón deshecho en lágrimas.

Quien se apreste a lograr tan insignes mercedes,

haga pues ante todo examen de sus faltas,





1190

duélase de ellas, perdone las injurias recibidas,

y tenga del divino perdón firme esperanza,

que jamás fue negado a quien lo busca

contrito el corazón y humilde el alma.

Porque la santa contrición nos une al punto





1195

con Dios, y nos devuelve su amistad y su gracia,

cuando poco antes fuéramos sus declarados enemigos,

reos del infierno, indignos de alzar al cielo la mirada.

Expongamos ahora los grandes beneficios

que de la confesión oral dimanan:





1200

cuando la contrición, débil a veces,

a borrar las culpas más graves no alcanza,

por la confesión oral se perdonan

y aun los más horrendos crímenes se lavan.

Además, nos resguarda de los pecados venideros





1205

fortaleciendo e iluminando nuestras almas.

Si tan valioso auxilio que Dios nos dio benigno

en un aciago día nos faltara,

¡de cuán diversos modos se afligiera a sí mismo

el humano linaje! ¡qué de inquietudes en las almas!





1210

¡cuántos monstruosos crímenes habría!

Nadie osara poner en otro su confianza,

ni estar seguro de su huésped, ni tranquilo

dormir aun si el amigo más fiel le acompañara.

Definamos la confesión oral, siquiera brevemente.





1215

Digamos que por ella, movido de esperanza

en el perdón, descubre sus heridas ocultas,

sus lacerias más íntimas el enfermo del alma.

Que fue instituida por Jesucristo cuando dijo

que en el cielo serían perdonadas





1220

las culpas que en la tierra al sacerdote remitiese,

y retenidas las que retenidas dejara;

también al ordenar a sus discípulos

que de Lázaro muerto las ligaduras desataran,

y a quienes conducían al templo sus ofrendas





1225

que su lepra a los sacerdotes les mostraran.

Lo confirman, en fin, los decretos y escritos

de los antiguos Padres, que Dios mismo inspiraba.

Arrodillado pues, las manos hacia el cielo,

hacia el polvo abatida la mirada,





1230

con la cabeza descubierta

y un temblor reverente en el alma,

espere suplicante su sentencia

quien al sacerdote confesó sus faltas

reconociendo en él una fuerza celeste,





1235

y ruegue a Dios que le perdone y conceda su gracia.

Gracia que encerró Dios en este sacramento

para que en él las llaves del cielo se guardaran,

y supiésemos todos que sin él nadie puede

limpiarse de pecado mortal ni salvar su alma.





1240

Antes de haber pecado, inocente de culpa,

a nadie obliga la penitencia santa;

después, empero, debe practicarse anualmente

o cuando peligro de muerte amenaza,

o si ha de hacerse algo que no consienta estar en culpa,





1245

cual recibir la comunión sagrada

o administrar los sacramentos,

o cuando algún temor fundado nos asalta

de olvidar parte de los pecados cometidos

y retardar así la confesión un día necesaria.





1250

Sea la confesión prudente e íntegra,

no reticente o descuidada,

pues de otra suerte será nula

y toda entera deberá ser reiterada.

Por lo demás, es siempre aconsejable





1255

curar cuanto antes nuestras almas

del mortífero mal que las agobia

con esta panacea sacrosanta,

y no vivir expuestos a muerte eterna y a suplicios

que no sabrían descubrir nunca las palabras.





1260

Es de este sacramento el idóneo ministro

quien tenga facultad, sea propia o delegada,

no sólo por la orden sacerdotal, sino asimismo

por la jurisdicción, pues aquellas palabras

"a quienes perdonareis sus culpas





1265

también por mí les serán perdonadas",

fueron dichas tan sólo a los apóstoles,

de donde los ministros que en cada sede laboraran

impartiesen en ella este perdón divino

y sólo en ella la penitencia administraran.





1270

Pues si las gracias todas que da este sacramento

de Cristo hasta nosotros se derraman,

justo es que nos dispensen tales dones

los mismos que su cuerpo divino nos deparan,

ya que la santa penitencia




1275

nos hace dignos de recibir la hostia sagrada.

Con qué celo cuidaba la antigua Iglesia estos derechos

del ordinario sacerdote, lo declaran

sus decretos precisos que prohíben a todos,






1280

aun al obispo, que cosa alguna muevan o hagan

en ajena jurisdicción, excepto cuando

los muchos fieles u otro grave motivo lo demanda.

Elige en fin, lector, para tu confesión un sacerdote

prudente, docto, probado y sin tacha,

que ordene sabiamente tu conducta




1285

hacia una vida recta y santa.

Si el sacerdote mira que con dolor sincero

se arrepiente el confeso de sus faltas,

haga que al Padre amante y Rey del cielo





1290

por tan precioso don le rinda gracias,

y que implore su auxilio contra los dardos venenosos

de Satanás, y sus asaltos, y sus heridas enconadas,

y porque no haya un día en que algo no medite

sobre Cristo y su muerte y su pasión sagrada,






1295

y en que no busque reflejar siquiera un poco

de las virtudes de los santos y de su vida inmaculada.

Pero si no se muestra el penitente arrepentido,

procure el sacerdote despertarle en el alma

algún dolor siquiera de sus culpas

y el reconocimiento de las divinas dádivas.





1300

Reprobable es sin duda la soberbia de quienes

se excusan, necios, culpando a otros de sus faltas.

Condenable también el pudor pernicioso

del que no osa descubrir al ministro sus llagas.

y hay otros en tal piélago de maldades perdidos,





1505

que no aciertan con lo que deben hacer y Dios les manda.

A éstos habrá de reprenderse y enseñarse

cómo han de hacer examen de sus faltas,

dolerse de ellas y retenerlas en la mente,

y luego al sacerdote confesarlas;





1510

y si aseguran que confesaron ya cuanto pudieron,

debe creérseles, no sea por desgracia

que una vez despedidos ya no vuelvan,

cosa que a todo trance ha de ser evitada.

A quienes dan señales de vida reprensible





1315

y se muestran remisos al confesar, séales dada

la absolución con gran cautela, o bien difiera

el sacerdote el sacramento para ocasión más adecuada.

Y si algunos, siguiendo el parecer del vulgo,

juzgan difícil declarar las culpas olvidadas,





1320

debe advertírseles que no hay quien todo lo recuerde,

que aun ignoran los hombres a veces sus propias faltas,

y que no todo puede decirse al sacerdote

cumplidamente y con las precisas palabras.

La tercia parte y última de aqueste sacramento





1325

es la restitución, también llamada

definición, porque el decreto que la ordena previene

que en definido lapso se cumpla y satisfaga,

devolviendo a su dueño las cosas mal habidas

ompensándole los daños que ocasionado se le hayan.





1330

Y de igual modo que a nuestros congéneres,

hemos de resarcir por las cosas quitadas

a nuestro Dios y Señor, retornándole

el amor y el honor que le ha negado nuestra insania.

Sólo puede hacer esto Jesucristo





1335

pagando con su sangre derramada;

mas lo primero corresponde al hombre mismo

y es un deber que nuestras fuerzas no rebasa.

Pero como el pecado deja una mancha y una culpa

y la sagrada penitencia sólo las culpas lava,





1340

preciso es que después se nos imponga alguna pena

que borre de nosotros tales máculas.

Y si el bautismo quita al par manchas y culpas,

pero no así la penitencia santa,

es por designio del Señor, sapiente y justo,





1345

para que si ya limpias encenagamos nuestras almas

y las afeamos siendo hermosas,

haya una pena que revele el dolor que nos causa,

y que a la Santa Iglesia, asimismo ofendida,

de manera visible dé honor y satisfaga





1350

También ayuda tal castigo a que los otros

de ofender al Señor se retraigan,

aprendan a temer la culpa por la pena

y tiemblen ante el Todopoderoso a quien agravian.

Justo es además que, siendo miembros de Cristo,





1355

se refleje en nosotros su divina semblanza

y, con una cabeza traspasada de espinas,

no queramos ser miembros sin lacerias ni llagas.

Y también, si el pecado deja una culpa y una herida

y la piedad inmensa de Jesús las culpas lava,





1360

bueno es que el sufrimiento las heridas nos cure

como su panacea natural y adecuada.

Pues aunque es Dios clemente, y el Señor Jesucristo

que asumió por nosotros naturaleza humana

borra nuestros pecados, perdona nuestras culpas





1365

y nos libera de las eternas llamas,

deben con todo ser castigados los hombres

con penas temporales apropiadas,

porque también estos castigos transitorios

de los tormentos infinitos del báratro nos guardan.





1370

Y la razón de su eficacia es esta sola:

que toda entera de la muerte de Jesucristo mana;

como también logramos por su sangre preciosa

merecer, si llevamos una vida cristiana,

el completo perdón de nuestras culpas





1375

y luego el gozo de la bienaventuranza.

Lo cual en modo alguno empaña el mérito de Cristo,

antes lo hace brillar con luz más clara,

porque a la gracia que ganó para sí mismo

se junta y en nosotros se derrama





1380

la que para sus santos y ministros,

como cabeza suya, también muriendo conquistara.

En gracia y amistad de Dios ha de vivir el que desee

satisfacerle por sus culpas, aunque ya perdonadas,

mortificándose en obsequio suyo





1385

y manteniendo siempre vivo el dolor de sus faltas.

Y pues con ellas ofendió a Dios, al prójimo, a sí mismo,

tres medicinas ha de emplear que las prevengan y combatan:

alimento muy parco, dádivas a los pobres,

y frecuente oración desde lo íntimo del alma.





1390

Y es tanta la piedad con que el Señor nos mira

que aun a los otros nuestros méritos alcanzan,

y viceversa, en una comunidad de espirituales bienes

entre los que procuran la salud de sus almas.

No deje de exhortar el sacerdote al penitente





1395

a restituir cnanto antes cosas u honras robadas,

y no le absuelva sino cuando haya prometido

cumplirlo, y averigüe cuanto al respecto haya.

Después impóngale una pena

justa, prudente y a sus yerros apropiad





1400

y excítelo a vivir en bondad y justicia

y a buscar a menudo los manantiales de la gracia,

las fuentes de agua viva que nos ofrece Jesucristo

donde la muerte se aniquila y las pasiones se anonadan,

los pecados se borran, se renueva la vida,








1405

y en santo amor se encienden nuestras almas

sintiendo cómo Cristo, sin apiadarse de sí mismo,

sufrió por nos pasión y muerte amargas.


***


Una primera unción y las linfas sagradas

cuando arribamos a este mundo con el Señor nos reconcilian





1410

borrando de nosotros el pecado de Adán; una postrera

unción es necesaria cuando se acerque la partida,

que lave todas nuestras máculas y haga más fácil el retorno

a la región de donde el alma vino un día.

Tránsito del que nunca debemos olvidarnos





1415

si somos previsores, porque aquel que medita

en la muerte rodeado de la nocturna calma

y la repasa en medio del trajín de los días,

la desprecia, y viviendo una vida cristiana,

espera su llegada con el alma tranquila.





1420

Nadie por tanto debe dudar que es sacramento;

que aunque de varias partes constituida

es uno solo, y que fluyó como los otros

del costado de Cristo por la sangrienta herida,

pues consta por decreto de los antiguos Padres





1425

que limpia el alma y debe cual sacramento ser tenida.

Su materia es el óleo que el obispo haya consagrado

y que sus admirables efectos simboliza:

porque mitiga los dolores,

vuelve a los miembros la salud perdida,





1430

conforta el ánimo, restaura las fuerzas,

prestando así nuevo sostén a la vida.

Su forma son las conocidas preces que dice el sacerdote

al ungir cada miembro, fórmula establecida

por los antiguos Padres de la Iglesia,





1435

y que ésta cuidadosamente guarda y practica.

Y si no ocurre entonces lo que tal ruego dice,

a menudo sucede que toda enfermedad queda abolida;

mas no se espere siempre que un grave mal cese de pronto

por esta oculta causa que sólo Dios conoce y determina.





1440

También Cristo ordenó esta unción postrera

y que por sus apóstoles fuese en el mundo difundida.

Mas no ha de darse a sanos o a los no gravemente enfermos,

ni a los que tengan la razón perdida,

ni a los niños pequeños, inocentes,




1445

que no saben de culpa todavía;

tampoco a los que estén en pecado mortal, sin que antes

al sacerdote se confiesen y absolución reciban,

lo cual ha impuesto la costumbre





1450

de que por la sagrada comunión sea precedida.

Y, finalmente, ninguna parte que no sea

asiento de un sentido habrá de ser ungida.

No cualquier hombre puede administrar tal sacramento,

sino tan sólo el sacerdote y dentro su feligresía.





1455

Son sus dones, en suma, aliento y paz en cuerpo y alma

cuando el Maligno con mayor saña nos hostiga,

pues en el trance aciago de la muerte

redobla sus embates la atroz serpiente antigua,

de suerte que, sin el auxilio del Altísimo,

fuera el paso angustioso y nuestra salvación peligraría.








1460

***


Diremos algo ahora sobre el orden sagrado,

tanto porque sin él los otros sacramentos

no se consuman, o al menos no conforme al rito,

como porque el esclarecido con este ministerio

o quienes van a recibirlo conozcan su carácter,





1465

así como las almas que en él hallan sustento.

Además, porque es tal su excelencia que a Dios mismo

representa quien tiene oficio tan excelso.

Y así, no a todos llama Dios a dignidad tan grande,

sino a los que ha predestinado a ser sus medianeros.





1470

Ninguno pues movido de ambición o codicia

aspire a cargo tan sublime, sino inflamado el pecho

en el amor de Cristo, y deseando con ansia

servir mejor a sus hermanos y al Señor de los cielos,

porque nada peor, nada más execrable




1475

que por el oro vil vender a Cristo Señor Nuestro.

Mas una doble potestad tienen la Iglesia y sus ministros:

el orden sacro y la jurisdicción, pues forma un cuerpo

místico el sacerdocio, que representa y simboliza






1480

el cuerpo del Señor con sus distintos miembros.

Es indudable pues que el orden sacro

es verdadero y alto sacramento,

por el cual Dios confiere al sacerdote

el poder de ofrendarle al Divino Cordero.

Llámase orden por la variedad que contiene





1485

de ministros con grados y atributos diversos.

Rectas costumbres, y doctrina, y una edad apropiada

han de tener quienes aspiren a este sagrado ministerio.

Exclúyense del mismo siervos, niños, dementes,

bastardos, asesinos y mutilados de algún miembro,





1490

pues sirve el sacerdocio a la Iglesia de Cristo

y asimismo a ios fieles que ella nutre en su seno,

enseñándoles los misterios del Altísimo

y conduciéndolos al reino de los cielos.

Además, quien recibe el orden sacro








1495

tiene el poder de administrar los otros sacramentos,

y es también suya la potestad casi divina

de consagrar el pan y el vino en Cristo vivo convirtiéndolos.


***


Expongamos las leyes del santo matrimonio,

que entre los sacramentos habrá de ser contado





1500

como la base firme de una vida perfecta

para quienes no puedan dormir en lecho solitario,

no sea que alguno, en ilusión falaz de matrimonio,

de torpe liviandad quede manchado.

Digamos pues que el matrimonio es el enlace





1505

de varón y mujer; que no podrá ser celebrado

entre incapaces, impedidos o ilegítimos,

sino entre quienes en todo aspecto fueren aptos,

y que es un lazo firme, indisoluble para siempre,

y por el mismo Cristo consagrado.





1510

Puede considerarse el matrimonio en dos maneras,

como un enlace natural o puramente humano,

y como sacramento que excede todo lo terrestre

y hace de tal unión un vínculo sagrado.

Porque es la gracia perfección de la naturaleza,





1515

y así, primero existe el matrimonio como algo necesario

para los fines de la especie, después cual sacramento

instituido por Cristo —así aparece claro

en el libro del Génesis y en los santos concilios—

y como lazo que no podrá jamás ser desatado,





1520

pues dice el propio libro: "Lo que el Señor ha unido,

nadie pretenda nunca separarlo."

Mas al decir "creced, multiplicaos y llenad la tierra",

no quiso Dios que fuesen a ello todos obligados,

sino mostrar de tal unión la causa,





1525

pues la Escritura alaba como mejor estado

el de virginidad que no el de matrimonio,

por ser, con mucho, más perfecto y más santo.

Conviene ya decir por qué han de atar sus vidas

hombre y mujer con este indisoluble lazo:





1530

primero para auxiliarse mutuamente,

después, para engendrar preciosos vástagos,

herederos del cielo que sirvan en la tierra

y alaben luego por los siglos a su Dios soberano.

Es asimismo auxilio contra las tentaciones de la carne,






1535

y otros valiosos dones trae consigo aparejados;

y así, mirado como un santo sacramento,

es mayor su excelencia, son sus fines más altos.

Pues aunque hubo desde el origen de nuestra estirpe matrimonio

porque el linaje de los hombres fuese extendido y perpetuado,





1540

después le otorgó Dios la dignidad de sacramento

para que así llenase de la tierra los ámbitos

de una raza bendita, creyente en Él y en Jesucristo,

ennoblecida con su gracia, fiel y obediente a sus mandatos.

Quiso también con ello que fuese el matrimonio





1545

símbolo de su amor eterno y soberano,

y de aquel con que se aman Jesucristo y su Iglesia,

porque más grande que el de esposos no existe amor humano.

Que sea el matrimonio un sacramento,

lo declara la Iglesia, lo confirma San Pablo,





1550

lo dicen los decretos de los antiguos Padres

y lo define el Concilio de Trento. Por tanto

se recomienda y manda a los maridos

que amen a sus esposas con amor acendrado,

como amó Jesucristo a su Iglesia





1555

hasta morir por ella entre suplicios bárbaros,

y a ellas que obedezcan a sus maridos, cabezas suyas

como lo es de la Iglesia Cristo, su esposo amado.

Para todo lo cual se da la gracia en este sacramento

y se realiza en él lo dicho por el Concilio santo:





1560

los que el Señor unió vivirán siempre unidos,

fieles el uno al otro, de ilícitos amores alejados.

Cuánto mejores sean los matrimonios nuestros

que no los de la antigua era, se ve claro

en que éstos no tenían de sacramento el nombre,





1565

y en que varias mujeres los patriarcas tomaron

y aun era lícito repudiar unas y tomar otras,

todo ello por razones de beneficio humano.

Hoy en cambio no es dado tener sino una esposa

ni repudiarla cuanto se ha tomado,





1570

aunque a veces permitan el divorcio las leyes

por motivos muy graves y bien considerados.

Fruto del matrimonio son los hijos,

y al par su insignia, su fortaleza y su resguardo.

Nadie se atreva a desposarse con mujer hermosa o rica,





1575

ignorantes sus padres o forzados.

Tampoco a contraer nupcias secretas,

ni a creer, por las artes del demonio engañado,

que deba hacer la esposa veces de concubina

y soportar torpes abrazos;






1580

o piense que es su sierva, cuando es la compañera

con quien habrá de unirle un amor acendrado,

para que al fin, cuando abandonen este mundo,

tengan la recompensa del matrimonio santo

gozando juntos por los siglos

el amor y la gloria de su Dios soberano.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS