METODO CRISTIANO


Es su autor Francisco Hernández, historiador y primer médico de Felipe II. Con eruditísimas anotaciones anexas al margen por el ilustrísimo y reverendísimo Pedro Moya de Contreras, arzobispo de México, las cuales explican los lugares un poco más difíciles.





INTRODUCCIÓN DE ELIAS TRABULSE


INTRODUCCION ELIAS TRABULSE


Por varias circunstancias la Doctrina Christiana de Francisco Hernández reviste cierto interés.2 Se trata en primer término de un valioso documento tardío del erasmismo español, redactado en México en una época en la que esta vigorosa corriente de pensamiento había sido fuertemente censurada y reprimida y sobrevivía proscrita en los círculos humanistas más diversos. En segundo lugar se trata de un tratado teológico, único entre los escritos científicos de su autor, quien además era laico, lo que lo hace todavía más extraño ya que son contadas las obras de este género elaboradas por seglares siendo su más ilustre representante el heterodoxo Diálogo de Doctrina Christiana de Juan de Valdés. Otro factor que acrecienta el valor de este catecismo hernandino es el Prefacio y las apostillas de puño y letra de don Pedro Moya de Contreras.

El documento fue redactado, a instancias de este último, entre 1573 y 1574, lo que lo sitúa cronológicamente a medio camino entre la clausura del Concilio de Trento (1563) y la apertura del Tercer Concilio Provincial Mexicano (1584) que sancionó definitivamente para la Nueva España los decretos tridentinos. Interesante nos parece la actitud de Moya, quien ordenó elaborar un catecismo diez años después de ser dado el de Trento como oficial. No puede pensarse que deseaba tener un catecismo más elemental que aquél para adoctrinar a las capas iletradas de la población ya que el de Hernández está escrito en un latín culto y es teológicamente denso, lo que lo hace poco asequible a los catecúmenos. Según Moya la Doctrina fue escrita para que pudieran todos "usarla como un manual y retenerla en su memoria";3 sin embargo, parece evidente que la obra no iba dirigida a la evangelización de los naturales sino que parece que tanto por su contenido como por su lenguaje iba destinada a los letrados latinistas que pudieran abrigar algunas dudas acerca de los lincamientos de la ortodoxia.4 En ello estriba la originalidad de la Doctrina de Hernández: fue hecha por un laico para los eruditos humanistas novohispanos (sean seglares o clérigos, criollos o españoles) que podían incurrir en creencias heterodoxas, aunque paradójicamente esta obra encubre aspectos de este tipo. Es, en suma, el único escrito catequético novohispano del siglo XVI dirigido a la muy reducida élite de cultos latinistas que habían estado en contacto con las diversas corrientes humanistas de la primera mitad del siglo y que —como se lo reprochaba fray Juan de Zumárraga a los laicos de unos treinta años antes— estaban escasos o faltos de verdadera vida religiosa y moral. En su Prefacio Moya alude a esta situación al referirse al origen de la Doctrina: "viendo además —escribe— que en estos calamitosos tiempos hay tantos que se empeñan en oscurecer la verdad, de suerte que sin el favor divino apenas podría discernirse la Doctrina ortodoxa de los falsos postulados de los enemigos de la fe, parecióle a Francisco Hernández, historiador de nuestro soberano Felipe Segundo, rey de las Españas y las Indias, que sería de mucho valor escribir (y yo mismo le exhorté a que lo hiciese), un método o exposición en verso, basado en las santas tradiciones de los Concilios, de suerte que no pudiese ser desfigurada por los herejes, que buscan siempre enturbiar las claras linfas de nuestra fe, ni ser interpretada torcidamente".5

A pesar de esta característica que le da una dimensión peculiar a la Doctrina Christiana de Hernández, el documento corrió con la misma mala suerte de los demás escritos de este autor.6 Fue compuesto cuando Hernández rondaba los 56 años de edad y en horas robadas al sueño y a otros menesteres. En esta singular obra vertió no poca de su decantada sabiduría teológica.7

Las noticias bibliográficas del único manuscrito de la Doctrina que ha llegado hasta nosotros son de fecha temprana,8 aunque nos es desconocida la trayectoria que siguió desde el momento en que Hernández la llevó a España en 1577 dentro de los veintidós cuerpos de libros que cargó consigo.9 Después de ocupar los estanteros de algunas bibliotecas reposa actualmente en la Biblioteca del Archivo General del Ministerio de Hacienda de Madrid.10 Pese a que a su regreso a España Hernández dejó copia de sus escritos,11 no parece haber dejado ninguna de la Doctrina, o al menos no nos ha llegado noticia de ella.12

Fue el botánico Casimiro Gómez Ortega quien al editar las obras de Hernández a finales del siglo XVIII hizo la primera descripción de la Doctrina y de su contenido.13 El manuscrito original se encuentra en un volumen empastado que posee un tejuelo con el título De templi mexicani que es el argumento del primer trabajo ahí encuadernado. De los otros que contiene casi todos han visto la luz y solamente ocho han permanecido inéditos, los que corresponden a las obras teológicas, filosóficas y a trabajos científicos menores. La Doctrina contiene veintinueve folios que ocupan del 58 al 86 del volumen. Está escrita a dos columnas, una con el texto de la obra y otra con las apostillas de Moya de Contreras. El Prefacio de este último ocupa el folio 58.

La Doctrina fue compuesta en hexámetros latinos. El porqué Hernández, hombre de ciencia, fatigó su cerebro con devaneos poéticos encuentra explicación en el deseo del obispo de que la obra fuese de fácil aprendizaje, aunque hay que reconocer que entre los catecismos cultos de la época la forma rimada fue poco común. Además y a pesar de que modestamente el protomédico devenido vate asegura que en sus versos no existe "ornato ni brillo", es obvia que su versificación es más que aceptable, su ritmo es bueno y tiene frecuentemente felices destellos líricos que acentúan el tono humanista del poema. Incluso se vale de varios recursos literarios para lograr un mejor efecto en la transmisión de los aspectos doctrinales y catequéticos que desea comunicar. Es en suma una versión compendiosa y rimada de teología dogmática.

Pese a sus excelencias catequísticas y a ser fruto de una episcopal petición, la Doctrina nunca había sido llevada a las prensas impresoras. El Prefacio de Moya y sus apostillas no resultaron antídoto suficiente de su fuerte sabor erasmiano sobre todo en una época en que en la Nueva España se procesaba a erasmistas recalcitrantes como fray Alonso Cabello, se preparaba con lujo de detalles y un inmenso aparato un gran Auto de Fe y se ordenaba recoger los libros de Erasmo que existieran en bibliotecas de algunos eruditos. Así, aunque el inquisidor deseaba que se publicase, por lo que se desprende de la lectura de su Prefacio la fuerza de las circunstancias pudo más y el libro destinado a curar a humanistas novohispanos aquejados de mal de duda pasó a dormir un varias veces secular sueño de los justos.

Singular resulta en ese escrito hernandino el tantas veces mencionado Prefacio de Moya de Contreras, quien a pesar de ser parco en elogios destina un nutrido conjunto de los mismos a ponderar las virtudes y méritos del protomédico. También explica ahí la razón de poner notas marginales al poema-doctrina. Al respecto dice: "hemos intentado explicar en muy breves anotaciones los pasajes un tanto obscuros, a fin de que ninguno, siquiera sea medianamente instruido, deje de penetrar tan útil y saludable Doctrina".

Ahora bien de las 76 apostillas que escribió sólo unas cuantas aclaran algo los pasajes obscuros, lo que parece indicar que lejos de corregir el texto de Hernández las notas marginales iban destinadas a sancionar la ortodoxia de la Doctrina levantando cualquier sospecha que pudiese caer sobre su autor, de ahí que las notas no resulten aclaratorias sino más bien confirmatorias.14

La Doctrina de Hernández cae dentro de ese género literario catequético que tan importantes obras dio en el siglo XVI. Sean doctrinas o catecismos, dirigidos a una élite culta o bien destinadas a la catequización de los iletrados, en este tipo de obras predomina un interés práctico. La labor pastoral se enfrentó en esta época al problema de la falta de conocimientos que padecían la mayoría de los cristianos respecto de la fe que decían profesar. Con la escisión reformista el problema tomó un nuevo cariz, ya que los catecismos pasaron de ser únicamente instrumentos de adoctrinamiento a ser además vehículos de propaganda confesional que fijaban las posiciones doctrinales de cada bando. Desde 1520 vemos que se multiplican: en el campo protestante aparecen los de Agrícola, Capito, Bugenhagen, Brentz, Melanchton, Lutero, Hegendorfer, Butzer, Ecolampadius y Calvino y entre los católicos se imprimen los de Anger, Fabri, Witzel, Gropper, Naude, Erasmo, Contarini, Hosius, Canisio, Tittelman, por no mencionar más que algunos.15 Todos ellos han marcado un cambio importante entre la catcquesis medieval y la que ahora ponen en práctica ya que tanto su estructura como su forma de exposición son distintas. Además en todos ellos, incluidos los españoles y los novohispanos, la arquitectura es siempre lógica y clara aunque varíe el modo de presentar los cuatro temas clásicos que siempre aparecen de una u otra forma.16 Después de Trento los catecismos católicos buscarán seguir el esquema propuesto por el Concilio en su célebre Catechismus ad parrochos17 de ahí que el de Hernández posea la misma estructura: Fe, Sacramentos, Ley y Oración. Sin embargo, como ya dijimos, aunque su arquitectura es la misma sus fuentes son otras.

Uno de los puntos más difíciles de dilucidar en el estudio de la Doctrina de Hernández es el problema de sus fuentes. Como en el caso de cualquier catecismo de la época al que se le rastrean sus orígenes y las influencias que pudo haber recibido, es obvio que un análisis de esta naturaleza requiere de pacientes y reposados cotejos textuales que permitan determinar el grado de influencia de unos catecismos sobre otros, sus pasajes concordantes o concomitantes y sus evidentes u ocultas relaciones. Sin embargo ciertos lincamientos básicos, que ponen de manifiesto dichas dependencias, saltan a primera vista a la luz de la evolución sufrida por el erasmismo de nuestro autor. Ahora bien, hemos de considerar ante todo que Hernández era un científico y obviamente la mayor parte de su obra está encauzada en esa dirección siendo sus escritos catequéticos solo ocasionales. Ello explica quizás que no poseamos borradores o apuntes preliminares de la Doctrina, como en el caso de la mayor parte de los teólogos autores de catecismos de esa época, que pudiesen señalarnos las etapas de su gestación y elaboración. Esto nos indica que sus fuentes —de haberlas— fueron externas y que a éstas hemos de dirigirnos.

Un primer asomo apunta lógicamente hacia las obras o fragmentos de Erasmo de carácter catequético. Sin embargo la filiación de la Doctrina de Hernández con estos textos no es clara ni tiene demasiado apoyo factual. Ignoramos si nuestro médico tuvo a su alcance el Symboli apostolorum, decalogi Praeceptorum et orationis dominicae explanatio (cuyo solo título ya resulta familiar con el programa de la Doctrina) del humanista holandés, quien escribió este libro para uso doctrinal de los adultos, sean laicos o clérigos. Más evidentes nos parecen los puntos de contacto de ciertos pasajes de la Doctrina con el capítulo Tercero18 y con las Reglas Quinta y Sexta del Enquiridión19 cuya profunda sabiduría yace dispersa y desgranada en forma de breves frases o de máximas de tono humanista a todo lo largo del Catecismo hernandino. Sin embargo, todo ese ideario humanista, que era según Erasmo el sustrato común de la sabiduría antigua y del cristanismo y que se encuentra tanto en esos y otros pasajes del Enquiridión como en toda la Paraclesis, fue usufructuado por todas las doctrinas de inspiración erasmista tales como las de Valdés, Porras, Ponce y Carranza, de ahí que determinar su influencia directa sobre nuestro autor sea asunto que requiere de cierta ponderación. Por otro lado hemos de recordar que los autores españoles habían adquirido la costumbre de asimilar y utilizar el ideario de Erasmo sin mencionarlo y éste es el caso de Hernández quien, como veremos, sólo en contadas ocasiones de toda su ingente obra alude al holandés aunque cabe decir que nunca lo hace en el texto mismo de la Doctrina.

Otro aspecto interesante en el estudio de las posibles fuentes de Hernández lo es el análisis del influjo que pudo haber recibido de catecismos considerados como heréticos. La búsqueda de los nexos que unieran el Genfer Katechismus de Calvino, quien siguió en sus primeras obras catequéticas el esquema de Lutero,20 con las doctrinas de Constantino Ponce y, a través de éste, sobre las de Zumárraga y sobre la de Hernández, puede parecer a primera vista una empresa tentadora. Sin embargo los resulta dos también nos parecen poco claros como en el caso de las mencionadas obras de Erasmo.

Una influencia más que debemos apuntar también como posible aunque no nos resulte tampoco fácil de determinar es la de las doctrinas de fray Juan de Zumárraga. Sin duda que nuestro autor pudo conocer la Regla cristiana breve o la Doctrina breve (que posee esos largos fragmentos tomados de Erasmo), o bien y con mayor plausibilidad la Doctrina cristiana de 1545 inspirada en la suma de Ponce, pero también en este caso nos movemos solo en el campo de la conjetura.

Más obvio nos parece, en la perspectiva de las influencias erasmistas recibidas por nuestro autor a lo largo de sus años de juventud y madurez, el ascendiente ejercido sobre él por las doctrinas de Ponce y Carranza. Estos dos autores, cuyo poderoso influjo apenas podría ser sobrestimado, son ante todo pensadores comprometidos en el movimiento renovador que encuentra en el rico filón del "evangelismo" uno de sus principales puntos de apoyo. Eruditos trabajos les han sido dedicados y el Catechismo christiano de Carranza ha merecido los honores de una excelente y por muchos conceptos justificada reimpresión.21 La obra de Ponce no ha gozado de similar privilegio, aunque un reciente y profundo estudio dedicado a este autor le ha fijado una posición relevante que hace todavía unas décadas le era escatimada en el mundo teológico y literario de la España del XVI.22 Incluso han sido señalados ahí mismo los paralelos admisibles y las líneas divergentes entre ambos maestros de la catequética y de las letras españolas. Ciertamente no existe, como en el caso de Zumárraga, una franca incorporación de la obra de Constatino Ponce en el Catechismo de Carranza, aunque sí son detectables ciertas semejanzas en el planteamiento y desarrollo de los temas. Ello puede explicarse por esa línea común de pensamiento humanista cristiano que unía a ambos autores aunque no cabe excluir la posibilidad de que Carranza conociera y se inspirara en la obra del infortunado doctor conquense; aunque hemos de puntualizar que la precedencia cronológica de este último no lo hace superior a aquél ni en el contenido teológico ni en el bíblico. La obra catequética del arzobispo Carranza fue dirigida, como la de Hernández, a un público lector de nivel cultural e intelectual alto, a diferencia de las doctrinas de Ponce, las cuales, aun incluyendo su Doctrina Christiana de 1554,23 van dirigidas a un público más llano.

Tres son las obras catequéticas de Constantino Ponce de indiscutible aliento erasmista: el Catecismo christiano (Amberes, 1556), la Suma de Doctrina Christiana (Sevilla, 1543) y la Doctrina Christiana (1548 y Amberes, 1554-1555).24 El Catecismo resulta un texto sumamente elemental, con la división clásica de Fe, Mandamientos, Padrenuestro y Sacramento que también vemos aparecer en la suma. Esta última obra gozó de gran éxito en la España de mediados del siglo XVI. Su forma dialogada, tan cara a los pensadores erasmistas, revela la influencia de la Doctrina de Juan de Valdés, con quien también tiene el paralelo de la insistencia en la "fe vivificante" como elemento basal del cristianismo práctico (mandamientos, oración y sacramentos). Su idea de lo que debe ser una obra catequética la expone en las primeras páginas de dicha obra. Escribe Ponce: "Doctrina es llana y para gente sin erudición y letras, más cierta y verdadera y el tesoro con que se gana el cielo",25 y más adelante añade que ha escrito la suma para aquellos que no tienen erudición latina y tienen deseos y necesidad de ser enseñados".26

Esta última frase pone de manifiesto la separación formal de esta suma con la Doctrina de Hernández escrita en un pulcro y erudito latín. El tercer libro de la trilogía catequética de Ponce, la Doctrina Christiana, fue dedicado a Carlos V27 y las licencias inquisitoriales lo calificaron en su momento de "muy católico". Es una obra singular, poco valorizada en su justo punto por los autores que la han estudiado28 pero que recientes investigaciones señalan como la más relevante entre las obras catequéticas de Constantino,29 ya que su sección titulada "Declaración y consideración de la historia bíblica" incluye de lleno la catequesis bíblica adelantándose en más de un siglo, en este estilo doctrinal, a los catecismos bíblicos de los siglos XVII y XVIII. Una línea no tan tenue tiende a unir este fecundo biblismo de Constantino con el biblismo que se apunta en algunas porciones de la Doctrina de Hernández, la cual tiene un origen diferente ya que se ancla en la profunda exégesis escriturística de Benito Arias Montano, amigo y maestro de Hernández.

A pesar de sus diferencias, las tres grandes obras catequéticas de Ponce poseen varios puntos en común, como que fueron elaboradas dentro de un mismo espíritu de evangelización. En todas ellas hallamos esa insistencia en que la única fe que salva es la fe en Cristo, opuesta hasta cierto punto a la fe en las obras, pues aunque éstas junto con la oración no son prácticas vanas, pueden ser sobreestimadas en forma supersticiosa. El cristianismo queda entonces centrado en esa fe única en el Maestro sobre cualquier otra forma de manifestación devota: buenas obras, oraciones y sacrificios no son nada sin ella y la verdadera piedad aun prescinde y se desentiende de ellas y de toda forma de culto ceremonial externo, así como de las divagaciones escolásticas que la obscurecen y desvirtúan. Con detalle se detiene en la metáfora paulina del cuerpo místico de Cristo tan cara a Erasmo y a sus discípulos. Ello le facilita excluir a la estructura jerárquica de la Iglesia de su exposición. Analiza sólo cuatro sacramentos: Bautismo, Penitencia, Eucaristía y Orden y pasa en silencio Confirmación y Extremaunción. Así empiezan a aparecer los silencios heterodoxos de Ponce tanto más peligrosos cuanto que se les podía atribuir —como de hecho se hizo— un origen luterano.30 Sus censores de 1557 le acusaron de insistir demasiado en la justificación sólo por la fe, de no mencionar la obediencia al Papa en su idea de la Iglesia no como estructura jerárquica sino solamente como cuerpo místico donde Cristo es la cabeza y los cristianos el cuerpo; asimismo se le reconvino su vaguedad al hablar de la confesión, donde no mencionaba que el ministro debía ser un sacerdote, y se insistió en que no se refería a la intercesión de la Virgen y de los Santos, ni tampoco al Purgatorio o a las indulgencias. Se le hizo notar que no aludía a la transubstanciación eucarística en ningún pasaje y que no se manifestaba abiertamente contrario a las tesis de Lutero.31 Por todas estas causas se condenaron y prohibieron sus obras. En el Índice de la Inquisición de España de 1559 se les incluyó en compañía de los libros de fray Luis de Granada,32 Juan de Ávila y Francisco de Borja y de todos "aquellos libros de espiritualidad en lengua vulgar que se apoyen en la Sagrada Escritura'' según rezaba el fulminante decreto.33 La secuela de lo que siguió ha sido bien estudiada: el encarcelamiento de Ponce y su proceso, su prematura muerte y su ajusticiamiento postumo en efigie, con la exhumación de sus restos para ser quemados como tardío castigo a su impiedad y herejía. Todo ello forma una de las páginas más sombrías de la historia del Santo Oficio.34

No menos impresionante resulta el proceso paralelo, aunque varias veces más largo, del arzobispo Bartolomé Carranza, autor de esa otra obra maestra de la catcquesis y de la literatura española del siglo XVI que páginas antes mencionamos. Los Comentarios sobre el Catechismo christiano fueron el origen de los males de su autor a la sazón primado de España y de su implacable e interminable causa inquisitorial35 que marca con indeleble impronta y como ningún otro acontecimiento el cambio radical de posición de la iglesia española respecto del erasmismo. Dada la importancia política y religiosa del procesado era obvio que en lo futuro cualquier síntoma de disidencia sería tenazmente perseguido, ya que había sido patente a todos que ni siquiera la personalidad de primado de España era fuero suficiente para evitar una acusación de herejía. La señal de retirada fue oída claramente por todos los simpatizantes de Erasmo, de ahí que si antes de 1559 fue rara vez citado en los escritos de sus seguidores, desde esta fecha mencionar abiertamente su nombre o sus ideas era un riesgo que pocos se animaban a correr.

Una de las más notorias paradojas de los inicios de la Contrarreforma católica lo constituye la suerte corrida por los Comentarios de Carranza. A pesar de su condena inquisitorial es evidente que la obra tiene claros puntos de contacto nada menos que con el Catechismus ad parrochos de Trento, el cual depende en varios puntos del de Carranza y lo sigue de cerca en muchos pasajes.36 Ello explica, entre otras cosas, parte de las similitudes que aparecen en lo que al contenido se refiere entre la Doctrina de Hernández y los Catecismos de Trento y de Carranza, además de que señala a este último como una de las fuentes indudables de la obra catequética de nuestro médico.

En la primera sección de los Comentarios, es decir en la destinada a explicar el símbolo o sea el credo, Carranza insiste repetidamente sobre la importancia de la fe como elemento primordial de la salvación. Basado en datos bíblicos el arzobispo encuadra la "fe viva" dentro de un proceso histórico lo suficientemente amplio como para que pueda abarcar todo el contenido de aquélla. Esta vertiente fideísta de la obra, aunque apoyada en testimonios de la Escritura, la hace entroncar con la "fe santificante" que aparece en las páginas del Enquiridión que vemos reaparecer en Carranza a través de la influencia ejercida sobre él por las diáfanas páginas de la omnipresente Doctrina Christiana de Valdés.37

Varios tópicos de los Comentarios atrajeron la mirada de los cazadores de herejías de ropaje erasmista. Su insistencia sobre la fe en Cristo como inseparable compañera de la caridad y como única vía de salvación era ya un buen indicio de las ideas que poseía el arzobispo, quien se refería, con severidad, a lo inútil de ciertas ceremonias corporales que acompañaban a las oraciones de algunos cristianos así como al ayuno y a otras prácticas externas y censuraba acremente el exceso de riquezas amasadas por las comunidades reigiosas tan alejadas, según él, del ideal evangélico. En esta línea Carranza se acerca al monachatus non est pietas al afirmar que los laicos pueden ser mejores que los clérigos aun viviendo en medio del mundo. En un conocido pasaje escribe al respecto: "No piense nadie que los frailes solamente hacen profesión de dejar al mundo y a sus cosas; que general profesión es de todos los cristianos. Por tanto los que, excusando la desorden de su vida, dicen que son del mundo y que viven en el mundo y que han de vivir a sus leyes, niegan claramente que son cristianos. No os engañéis pensando que solos los frailes y monjas dejan el mundo. Porque si llamáis mundo esta fábrica sensible de elementos y lo que de ellos se compone, que están de la luna abajo, no solamente los frailes y las monjas y los apóstoles, pero también el Hijo de Dios, siendo hombre, fue del mundo: todos somos del mundo cuantos bebemos de un agua y comemos de un pan y gozamos de un aire. Si llamáis mundo al que no conoció ni recibió a Jesucristo N. S. por redentor, antes le aborreció y agora le aborrece, y es también aborrecido de Cristo: el cual en los faustos y vanidades, los vicios y suciedades del mundo, tras que van los hijos de este siglo, todos somos obligados a dejar el mundo, so pena de no ser cristiano.38

En esta vibrante tonalidad están escritos muchos pasajes de los Comentarios cuyo autor fue sin duda un verdadero "caballero cristiano" del siglo XVI, digno discípulo del roterdamés e impregnado como éste de una profunda pietas christiana; de ahí que no sea extraño advertir el enorme influjo ejercido por su obra, la cual, aunque condenada y proscrita, iluminó profusamente las mentes de algunos erasmistas como Francisco Hernández, verdaderos sobrevivientes de lo que se ha dado en llamar atinadamente la "espiritualidad frustrada" de este gran siglo de la religiosidad española.

Al redactar su Doctrina Hernández compartió los afanes humanistas tanto de los círculos complutenses e hispalenses en los que se movió como el de los novohispanos, además, claro está, del ideario de las obras catequéticas que acabamos de mencionar. Como ellos, buscó la auténtica cristianización vital y mental y por ende aquella sincera y profunda conversión, tan buscada por Erasmo, de los letrados a quienes dirigió su poema catequético. Su erasmismo es puramente intelectual y se centra —como el de Ponce y el de Carranza— en la primacía de la fe transformante y operativa como fuente única de la salvación. Este ideario humanista difiere radicalmente del de Tomás López Medel y del de otros humanistas39 en que nuestro protomédico no tuvo ninguna "visión erasmista de la evangelización del Nuevo Mundo", llena de actitudes pragmáticas ante una realidad que se imponía. El erasmismo de Hernández es —como el de Valdés— puramente intelectual, pero a diferencia de éste no es tan obvio ni tan francamente declarado.

Resulta difícil determinar los textos de Erasmo que Hernández leyó. Ciertos indicios nos permiten conjeturar que conoció, cuando menos, el Enchiridion, la Paraclesis, los Coloquios y la Precatio dominica, ya sea directa o indirectamente, aunque nos inclinamos a pensar que su estancia en la complutense lo puso en contacto inmediato con estas obras. En un pasaje de su Prefacio a la traducción de Plinio, y después de ponderar los méritos de este autor, Hernández alude a Erasmo concediéndole gran autoridad. El pasaje es revelador: "Ni quiero —escribe nuestro autor—, aunque lo afirmó Erasmo varón muy erudito de mayor edad que sólo baste para creerse, no ser un hombre del todo ignorante haber procurado hacer más llano el entendimiento de algunos lugares de este autor {Plinio}.40

Como afirma Somolinos, este "recuerdo erasmiano" resulta valioso pues fue escrito unos 40 años después del apogeo del erasmismo español, o sea que es contemporáneo de la Doctrina; lo que parece señalar que Hernández conservaba presentes algunos recuerdos de sus lecturas de las obras del sabio holandés tanto al redactar su obra científica como su Doctrina y no teme incluso mencionarlo en un momento en que resulta riesgoso hacerlo.41 El análisis de su Doctrina pondrá de manifiesto este soterrado erasmismo de nuestro autor.

Lo primero que atrae nuestra atención en la lectura de la Doctrina Christiana es el hecho de que las cuatro partes de que está formada tienen dimensiones bastante desiguales entre sí. En efecto los 1791 versos que la componen están repartidos como sigue:


Preámbulo

 : 34 versos

Símbolo

: 439 versos

Sacramentos

: 1108 versos

Mandamientos

: 108 versos

Padrenuestro

: 102 versos


Ahora bien, lo más sugestivo de esto es que la discordancia en las dimensiones de cada parte atiende a una razón bien definida: la insistencia de Hernández en detenerse en ciertas secciones o temas cuyo interés le parecía mayor y que son precisamente aquellos en que podía exponer con mayor amplitud y libertad su ideario erasmista. El análisis por sí mismo resulta revelador:


Preámbulo, w. 1 a 34 (34)

Símbolo o Credo: vv. 35 a 473 (439)

Artículo Primero, w. 37 a 110 (74)

Artículo Segundo, vv. Ill a 138 (28)

Artículo Tercero, w. 139 a 200 (62)

Artículos Cuarto a Duodécimo, vv. 201 a 473 (273)

Sacramentos, w. 474 a 1581 (1108)


Introducción,

vv.

474

a

617

(144)

Bautismo,

vv.

620

a

857

(238)

Confirmación,

vv.

858

a

899

(42)

Eucaristía,

vv.

900

a

1059

(160)

Penitencia,

vv.

1060

a

1403

(344)

Extremaunción,

vv.

1404

a

1455

(52)

Orden,

vv.

1456

a

1493

(38)

Matrimonio,

vv.

1494

a

1581

(88)


Mandamientos, vv. 1582 a 1689 (108)

 Introducción,

vv.

1582

a

1605

(24)

Primer Mandamiento,

vv.

1682

a

1689

( 8)

Segundo Mandamiento,

vv.

1614

a

1619

( 6)

Tercer Mandamiento,

vv.

1620

a

1639

(20)

Cuarto Mandamiento,

vv.

1640

a

1643

( 4)

Quinto Mandamiento,

vv.

1644

a

1649

( 6)

Sexto Mandamiento,

vv.

1650

a

1673

(24)

Séptimo Mandamiento,

vv.

1674

a

1681

( 8)

Octavo, Noveno y Décimo Mandamientos,

vv.

1682

a

1689

( 8)

Padrenuestro, vv. 1690 a 1791 (102)


Como puede verse los temas en que nuestro autor puso un mayor énfasis son aquellos en los cuales la catcquesis erasmista puso también el acento, es decir en los artículos primero y segundo del credo, el bautismo, la eucaristía, la penitencia y el Padrenuestro. Más de la mitad de la obra está consagrada a los Sacramentos y dentro de éstos la Penitencia ocupa un lugar relevante.

La manera como Hernández estructuró su obra nos revela una mente deductiva, sistemática y científica que primeramente formula y luego explica y declara. Con hábiles recursos literarios hace que el artículo de fe se inserte en la memoria a efecto de que el razonamiento que sigue lo haga explícito. La memorización desempeña un papel fundamental como en todos los catecismos del siglo XVI, pero aquí está ausente ese exceso de formulaciones que vemos en otro tipo de doctrinas y que hacen gravoso el aprendizaje. Además, la obra está exenta de rasgos escolásticos y por ello carece de afectación teológica. Su autor se ha alejado del esquema clásico de la moral tomista y ha prescindido de sus nociones doctrinales.

Tampoco vemos aparecer los aspectos negativos de una catcquesis a menudo destinada a ser eficaz por medio de la intimidación y el terror a los castigos; Hernández hizo caso omiso de ese aspecto ominoso y de la Ley destinada a imponerse por el miedo. Como en el caso de Erasmo, su maestro, nuestro científico hace un llamado a la vida espiritual e íntima que lleva al bien. Los primeros versos de su Doctrina así lo expresan:


Quien se apreste a seguir el camino que sube

entre rocas hostiles, por angostos senderos,

hasta las etéreas moradas

donde esplenden los coros angélicos;

quien busque en la egregia reunión de los santos

merecer asiento,

y alabar con ellos al Dios de bondades

por siglos sin término

contemplando a las Sacras Personas

en su trono excelso,

escuche estos cantos nacidos

de un humilde pecho,

que intentan decir los arcanos

del amor infinito y eterno.42


Múltiples son las citas de la Biblia y de los Padres de la Iglesia que se diseminan a lo largo de todo el poema. En una sola ocasión alude al concilio de Trento: al referirse al matrimonio considerado como sacramento. Ninguna otra referencia encontramos ni a los decretos tridentinos ni al Catecismo romano.

Como ya dijimos el meollo del cristianismo de Hernández, la raíz de su vida religiosa, está en la fe que justifica. Una y otra vez ha vuelto a ella con versos no carentes de unción:


Es la fe resplandor de los cielos

que alumbra la senda

por donde lleguemos, pobres desterrados,

a la patria nuestra.43


Como en el Enchiridion, el espíritu de la fe y la acción se sostienen mutuamente,44 y en esta relación la gracia divina desempeña el papel capital. Dios es quien generosamente la prodiga:


y a través de sus manos fluye hasta nuestra almas

el torrente de gracia que les da vida y las consuela.45


Hernández se detiene a un paso del valdesianismo más puro en el cual la fe está enteramente suspensa de la gracia. Un poco más allá se encuentran los partidarios del siervo albedrío y los iluminados, pero nuestro médico se detiene prudentemente en el límite de la heterodoxia.

Los medios que el cristiano tiene para alcanzar estos dones le vienen de los sacramentos y la oración. Nuestro médico analizará la institución de los primeros, su esencia, las ceremonias por medio de las cuales son administrados, los efectos espirituales que produce, la disposición del alma que exige, el ministro propio de cada uno y las obligaciones y exigencias que implica. En ello sigue de cerca a Carranza quien, como Hernández y a diferencia de Ponce, había tratado los siete sacramentos sin omitir alguno.

El bautismo es para aquellos autores la piedra angular de la vida eterna,46 y ambos destinan a su interpretación buena parte de su obra. Asimismo en la explicación de la eucaristía les encontramos tonalidades paralelas. Hernández la califica de: "manantial de los bienes, océano de gracia sin riberas"47 y el arzobispo, en elegante redundancia, la define como aquello que "harta de hartura perpetua".48

Acercándose a Ponce, el protomédico insiste en que el sacramento de la penitencia debe ir acompañado de un profundo sentimiento de culpa unido al de gratitud hacia Dios, quien prodiga su perdón.49

Su visión de la Ley o Mandamientos tiene un marcado cariz ético como también aparece en las obras de Constantino Ponce. Los preceptos del Decálogo son interpretados en un amplio marco moralizante; el "no matarás" abarca desde la simple ira hasta el crimen, pasando por el perdón de las injurias y la obligación de ayudar al prójimo, y el "no fornicarás" incluye aspectos tales como los excesos en el comer y en el beber, el ocio, las conversaciones obscenas, la literatura lasciva sea en prosa o en verso, "el trato con mujeres desenvueltas" y "el exceso de aliño en el atuendo", así como todo aquello que directa o indirectamente conduzca a la violación de ese mandato.50

Para Hernández ahora, como para Valdés lo fue anteriormente, la oración resulta el "acto esencial de la vida religiosa". Es un movimiento del alma, privado e interior, despojado de amor propio y de fariseísmo. La oración verdadera es, pues, oración en espíritu y entre todas la mayor es aquella dada por el Señor mismo, el Padrenuestro, donde el pasaje "hágase tu voluntad" resulta el punto clave. Tanto Erasmo como Valdés, Ponce o Carranza habían insistido en el inmenso valor de ese fragmento de la Oración dommical y ahora Hernández se detiene en él y analiza sus alcances con emotivos tonos humanistas.51 Con esta actitud de sumisión volitiva está lógicamente enlazada una visión peculiar de la Providencia cristiana, omnipotente y omnipresente y de quien Hernández afirma:


nada escapa a su imperio divino,

todo lo rige, dispone y gobierna,52


y más adelante añade que es aquella:


y sin cuyo sostén el orbe entero

en hórrido fracaso se derrumbara y pereciera. ..

. . .cuya potencia soberana

rige los astros y la tierra y los mares profundos. ..

.. .vida y sostén de cuanto existe y sin la cual el orbe entero

derrumbaríase en los abismos de la nada.53


Es evidente que toda esta exposición de la Doctrina Christiana escrita por el protomédico real resulta marcadamente ortodoxa, ya que sigue los lincamientos establecidos sin apartarse de ellos y en manifiesta concordancia con las exigencias del credo católico. Pero existen otras facetas, y debemos ahora internarnos en ellas a fin de conocer cómo un viejo humanista de proclividades erasmistas logró hacer sobrevivir, por los silencios intencionales o las declaraciones enmascaradas en el ritmo latino de sus versos endecasílabos, las creencias de su juventud.

Como acontece con las obras del doctor Constantino, también la Doctrina exhibe omisiones voluntarias no permisibles; pero si bien los silencios de Ponce se justifican hasta cierto punto pues pertenecen a tiempos religiosos ciertamente turbulentos y pretridentinos en los cuales el énfasis catequético se ponía en los aspectos interiores y espirituales del cristianismo, los de Hernández, por el contrario, son difícilmente justificables dada su época, plena de catecismos cargados de argumentos apologéticos.54 En ningún lugar nuestro humanista hace alusión a la obediencia debida al Papa como cabeza visible de la Iglesia; ni se detiene en el análisis de las estructuras jerárquicas de esta institución,55 ni de sus mandamientos, a los cuales no menciona nunca. Pasa por alto las referencias al ayuno, las limosnas, los diezmos, las reliquias o las indulgencias. No menciona el Purgatorio ni toma partido contra Lutero y las demás sectas heréticas. En suma, un balance imparcial de la obra arroja un saldo desfavorable por la magnitud de lo omitido y que, en otras circunstancias pero no bajo la protección de Moya de Contreras, le hubiera acarreado seguramente algunos problemas con la Inquisición. Ahora bien, el asunto resulta tanto más interesante cuanto que los vientos que corrían en España cuando Hernández empezó a redactar su Doctrina no eran, como ya vimos, particularmente tolerantes con la disidencia oculta o manifiesta e ignoramos qué suerte hubiera podido correr nuestro erasmista tardío de haber escrito y publicado su obra religiosa allá. Lo cierto es que en la Nueva España no fue rechazada a pesar no sólo de sus "silencios" sino a pesar también de sus expresiones cabal o veladamente erasmistas las cuales evidentemente no carecen de interés.

Ya vimos su insistencia sobre la fe santificante. También existe una varias veces repetida recomendación de adorar a Dios "con actos de íntima devoción", que incluso alcanzan al que hace penitencia:


En gracia y amistad de Dios ha de vivir el que desee

satisfacerle por sus culpas, aunque ya perdonadas,

mortificándose en obsequio suyo

y manteniendo siempre vivo el dolor de sus faltas.

Y pues con ellas ofendió a Dios, al prójimo, a sí mismo,

tres medicinas ha de emplear que las prevengan y combatan:

alimento muy parco, dádivas a los pobres,

y frecuente oración desde lo íntimo del alma.

Y es tanta la piedad con que el Señor nos mira,

que aun a los otros nuestros méritos alcanzan,

y viceversa, en una comunidad de espirituales bienes

entre los que procuran la salud de sus almas.56


Con igual tacto se acerca al monachatus non est pietas al tratar de los sacramentos de la Penitencia y del Orden. Recomienda buscar para la confesión a algún sacerdote "prudente, docto, probo y sin tacha" ya que existen los que "movidos de ambición o codicia" aspiran a dicho sublime oficio:


porque nada peor, nada más execrable

que por el oro vil vender a Cristo Señor Nuestro.57


Exhorta a los ministros a vivir con "rectas costumbres y Doctrina", que deben reflejarse entre los fieles. Al bautismo, eucaristía y penitencia les concede —como ya vimos— enorme precedencia sobre los otros sacramentos. Del matrimonio llega incluso a afirmar que sin él bien puede alcanzarse la salvación eterna".

Una y otra vez ha vuelto sobre el tema del "cuerpo místico de Cristo" tan caro a Erasmo, a Valdés y a Constantino. Ha insistido en esa metáfora de San Pablo donde el cristiano encuentra cristalizado el gran ideal de la fraternidad humana propalada por el Maestro, puente entre el hombre y Dios. "Somos miembros místicos de Cristo y de su Iglesia", afirma nuestro autor58 y de Él vendrá la salvación:


Por su ascensión, en fin, crece nuestra esperanza

de subir, místicos miembros suyos, a donde Él reina.59


Apegándose así a las enseñanzas del Apóstol, ese "recio varón admirable", Hernández ha hecho resaltar la importancia del bautismo como necesario pórtico de ingreso en la comunidad cristiana:


. . .el bautismo nos convierte

en miembros místicos de Cristo.

¿Cómo entonces seríamos inmunes a los males

que el propio Cristo, cabeza nuestra, ha padecido?60


Es lógico advertir que la espiritualidad erasmiana de nuestro autor, plena de los matices racionalistas propios de un científico humanista de profunda cultura clásica, se acerca a la Biblia con un criterio exegético que se aleja y desconfía de las interpretaciones alegóricas impregnadas de misticismo. Su biblismo es científico como el de Arias Montano y tiene su expresión manifiesta en el tema del "cuerpo místico de Cristo". Esto nos permite aquilatar hasta qué punto Hernández está alejado del radicalismo espiritual de los iluministas que despreciaban el estudio científico de la Escritura bastándoles, para la interpretación de los textos sagrados, la inspiración directa que recibían de Dios.

Nuestro médico ha seleccionado cuidadosamente los pasajes esenciales y relevantes tanto del Viejo como del Nuevo Testamento y los ha articulado acertadamente dentro de la secuencia lógica de su demostración catequética.61 Los textos bíblicos a los que más frecuentemente acude pertenecen al Génesis, Éxodo, Reyes y Profetas entre los veterotestamentarios y los Evangelios y la Epístola a los Romanos entre los neotestamentarlos, hasta sumar un total de diecinueve referencias directas. Aunque carece de la densidad bíblica de la Doctrina de Constantino, es obvio que Hernández logró incardinar los misterios del Génesis y del Éxodo con los del Nuevo Testamento en un juego de resonancias poéticas. En la medida que puede relaciona cada pasaje del credo, de los mandamientos o de los sacramentos con el pasaje bíblico en que se ancla pero sin aventurar alegorías de dudosa base fáctica; aunque hemos de decir que este querer prefigurar los misterios del cristianismo en imágenes escriturísticas lo lleva a posiciones que están cerca del agnosticismo religioso. En un pasaje que resume esta actitud expresa lo siguiente:


¿Qué mérito, además, tendría creer en Cristo

si le viésemos, ya inmortal, sobre la tierra,

y pudiéramos conversar con Él, oírle, hablarle,

y no fuese posible dudar de su existencia?


Por otra parte no debemos perder de vista que Hernández era ante todo un científico y que su visión del cosmos estaba determinada por esa característica; ello explica que en varias ocasiones acuda a símiles o alegorías tomadas de las ciencias de la naturaleza para expresar su ideario religioso. Este es uno de los aspectos más atrayentes de la obra teológica de nuestro médico, ya que pone de manifiesto hasta qué punto a un hombre de ciencia le es difícil el evitar dar una interpretación científica aun de los aspectos más espirituales de la vida. Así Hernández, como antes lo hiciera Erasmo en la Querella de la paz, ha intentado esbozar la concordia existente entre la armonía de las esferas celestes y de la mudable naturaleza sublunar con la armonía de la ley de Cristo, simétrica de aquélla. La sencillez y grandeza de los procesos que percibía como científico en el orden del mundo estaba en consonancia con la perfección de la Doctrina cristiana buscada por la renovación erasmista: retorno a las fórmulas simples del Evangelio y a su sencillez espiritual. Las complejidades y aparentes contradicciones que la ciencia encontrará en el estudio del cosmos, o las que el pensamiento crítico hallará en la dogmática religiosa, no han aparecido aún y Hernández puede escribir su Doctrina instalado en el centro de un universo geocéntrico, protegido por una serie de esferas cristalinas y bajo la mirada de Dios. Por ello afirma que, gracias a los sacramentos, los cristianos pueden


escalar las celestes alturas

y abismados en la divina luz morar en ellas.62


El artículo del Símbolo que se refiere a la ascensión de Cristo a los cielos le permite diferenciar el mundo supralunar del sublunar:


Mas subió Cristo Jesús a los cielos,

porque su cuerpo, ya no mortal, tener pudiera

sede digna y estable en regiones más puras

que no la de esta vida nuestra

en donde el torbellino de los hados

todo lo agita, lo arrasa o lo trueca,

y donde nunca fue inmortal alguno

inmune a los males ni exento de penas.63


Repite varias veces que la región ultralunar a la que Cristo subió es el "empíreo", lugar que identifica con el coelum empireum habitaculum, morada de Dios y de los bienaventurados.64 Por último, su idea de un Dios creador del mundo le permite afirmar:


... le plugo crear las cosas de la nada

y ceñirlas dentro {de} una vasta esfera.65


Un poco más adelante se detiene incluso a pormenorizar cuáles son dichas cosas creadas.66 Toda su cosmovisión está pues determinada por esa Providencia a que antes aludíamos que sostiene al cosmos y que determina el curso de los acontecimientos. Ella es el alfa y el omega de todo su credo religioso.

De esta manera es como Francisco Hernández ha compuesto su único escrito de carácter teológico. Es la obra de un hombre en un momento crucial de la historia religiosa de España y Nueva España, cuando la Contrarreforma les imprime un nuevo derrotero. Su vida y obra científica no pueden ser comprendidas del todo si se excluye esta faceta suya poco conocida pero que se engarza dentro de su amplia labor de científico y sirve además para ilustrar la universalidad y pluralidad de sus afanes.









2 Para un estudio más amplio acerca de los nexos de Hernández con el erasmismo español y con el novohispano así como para seguir la evolución de su pensamiento y formación humanistas, puede verse Elias Trabulse: "El erasmismo de un científico. Supervivencias del humanismo cristiano en la Nueva España de la Contrarreforma", en Historia Mexicana, vol. XXVIII, No. 3, ene-mzo, 1979. México, El Colegio de México.

3 Hernández, Doctrina, prefacio de Moya de Contreras.

4 Esta característica diferencia la Doctrina de Hernández, dirigida a los letrados, de las tres obras catequéticas de Constantino Ponce, quien escribió el Catecismo cristiano para doctrinar a los niños, la Suma para los jóvenes y adultos y la Doctrina para los clérigos.

5 Hernández, Doctrina, prefacio de Moya de Contreras. (Las cursivas son nuestras.)

6 Nettie Lee Benson, "The illfated works of Francisco Hernandez" en Library Chronicle of the University of Texas, 1953, V, pp. 17-27.

7 Somolinos en el erudito estudio bibliográfico que consagra a Hernández (Obras completas. México, Universidad Nacional de México, I960, I, pp. 392440) cataloga sus 33 escritos en 8 grupos, a saber: estudios médicos (3 obras); traducciones y comentarios (2 obras); tratados filosóficos (4 obras); historia del México antiguo (3 obras); escritos geográficos (4 obras); historia natural (14 obras); literarios (2 obras); teológico (1 obra). Como puede observarse la Doctrina sola ocupa un grupo, el último. Véase Germán Somolinos D'Ardois, "Nuevos manuscritos de Francisco Hernández aparecidos en Madrid", en Ciencia, 1954, XIV, México, pp. 109-110; Germán Somolinos D'Ardois, "Bibliografía del Doctor Francisco Hernández, humanista del siglo XVI" en Revista Interamericana de Bibliografía, 1957, VII, Washington, pp. 1-76.

8 Nicolás Antonio, Biblioteca Hispana Nova, Romae, ex Officina Nicolai Angelí Tinassi, 1672, I, p. 330. Véase también Miguel Colmeiro, La botánica y los botánicos de la península hispano-lusitana, Madrid, M. Rivadeneira, 1858, pp. 154-155; Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1954, pp. 231234; Nicolás León, Prólogo al libro de Francisco Ximénez, Quatro libros de la naturaleza, Morelia, Escuela de Artes, 1888, p. XVI. Este último autor menciona equivocado el título de la obra y añade algo que resulta inexacto; "explica los lugares difíciles".

9 Hernández, op. cit., I, pp. 275-6.

10 BAGMHM, Signatura 931. Esta obra junto con algunas otras de Hernández contenidas en el mismo tomo se salvó de la destrucción que sufrieron gran parte de los documentos de este Archivo durante la guerra civil española. Véase José Tudela de la Orden, Los manuscritos de América en las bibliotecas de España, Madrid, Cultura Hispánica, 1954, pp. 261262 y 267.

11 Sabemos por la correspondencia de Hernández que Felipe II le ordenó dejase traslado en México de todos sus escritos, a lo que el protomédico obedeció. Sin embargo no hay indicio de que los escritos copiados que dejó en México fuesen los de tema religioso o filosófico. Véase León, op. cit., pp. XXIX a XLVII, y sobre todo p. XXXVI; José Fernando Ramírez, Biblioteca hispano americana septentrional. Adiciones y correcciones, México, El Tiempo, 1898, p. 291.

12 Es muy probable que sólo exista el original autógrafo de Hernández con el Prefacio también autógrafo de Moya ya que el carácter mismo de la obra (que impidió se imprimiese dado su tinte erasmista) no hacía aconsejable que se hicieran copias de ella.

13 Reproducida por Ramírez, op. cit., pp. 357-360

14 Un simple cotejo del texto de Hernández y de la nota "correctora" de Moya pone de manifiesto lo inocuo de la mayoría de éstas.

15 José Ramón Guerrero, "Catecismos de autores españoles de la primera mitad del siglo XVI (15001559)" en Repertorio de historia de las ciencias eclesiásticas en España, 1971, Salamanca, t. II, pp. 225-260.

16 Dichos temas son: Fe (Símbolo), Ley (Mandamientos), Sacramentos y Oración (Padrenuestro). Ocupan diferentes lugares según el Catecismo de que se trate. Así el Grosse Catechismus de Lutero tenía: Ley, Fe, Padrenuestro, Bautismo; el de Calvino: Fe, Ley, Oración, Sacramentos; el Catecismo Mayor de Canisio: Fe, Oración, Ley, Sacramentos; el de Carranza: Fe, Ley, Sacramentos, Oración; el de fray Luis de Granada: Fe, Ley, Oración, Sacramentos, y finalmente el de Trento: Fe, Sacramentos, Ley, Oración.

17 Su título es Catechismus ex Decreto Concilii Tridentini ad Panochos, mejor conocido como Catecismo romano de Pío V.

18 Su título es: "Que lo principal de la sabiduría es conocerse el hombre a sí mismo, y de dos maneras de sabiduría, una falsa y otra verdadera". Véase Erasmo, El Enquiridión o Manual del caballero cristiano; La Paraclesis o exhortación al estudio de las letras divinas, Madrid (Anejo de la R.F.E., XVI), 1932, pp. 149-157.

19 Los títulos de ambas Reglas que tanto influyeron en la propagación de la Philosophia Christi son Regla Quinta: "Que todas las cosas visibles se deven tener en poco, y que éstas son las que el apóstol llama carne; y cómo conviene levantarnos siempre a las invisibles". Regla Sexta: "Que el christiano deve desechar todas opiniones y juyzios vulgares y falsos". Véase Erasmo, op. cit., pp. 231-353.

20 A partir del Catechismus Ecclesial publicado en 1541 en francés y en 1545 en latín, Calvino se separa del esquema de Lutero dando el siguiente orden: Fe, Ley, Oración, Sacramento. El título de dicho Catecismo en francés es Catechisme de l'Église de Geneve, c'est a dire le Formulaire d'instruire les enfants en la Chrestienté: faict en maniere de dialogzue, ozú le ministre interroge et l'enfant respond.

21 Barrolomé Carranza de Miranda, Comentarios sobre el Catechismo Christiano, edición crítica y estudio histórico por José Ignacio Tellechea Idígoras, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1972. La historia de los Catecismos españoles del siglo xvr no se ha hecho todavía y son raras las ediciones modernas de ellos. Éste es sin duda un gravoso impedimento para conocer las líneas de influencia de unos Catecismos sobre otros. En los cotejos hemos seguido la edición moderna de Carranza arriba citada; la edición de 1544 d~ la Sttma y de 1554 de la Doctrina de Ponce. Asimismo utilizamos la reedición del siglo XIX del Catecismo y de la Suma publicados por Luis Usoz (véase infra, nota 23). En esta reedición de las obras de Ponce, la Suma ocupa las pp. 1 a 237 y el Catecismo las pp. 279 a 358.

22 José Ramón Guerrero, Catecismos españoles del siglo XVI, Madrid, Instituto Superior de Pastoral, 1969.

23 Ibid., pp. 328-330.

24 Del Catecismo la única edición del siglo XVI que se conoce es la aquí mencionada de 1556, aunque por su dedicatoria se deduce que su publicación debió tener lugar hacia 1547. Fue escrito después de la Suma para catequizar a los niños. Esta última obra data de 1543 y de ella sólo se conoce un ejemplar que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, aunque sus reediciones se suceden en un lapso de pocos años con una en el siglo XIX y hasta alcanzar un total de cinco: Sevilla, 1544 (Juan Cromberger), 1545, 1551; Amberes, 1545 y Madrid 1863. (Esta última, utilizada por nosotros, fue publicada por Luis Usoz e incluye el Catecismo; apareció en el vol. XIX de la Colección de Reformistas Antiguos Españoles.)

25 Constantino Ponce de la Fuente, Suma de Doctrina Christiana en que se contiene todo lo principal y necessario que el hombre christiano deve saber y obrar, Sevilla, 1544, Dedicatoria, f. 3.

26 Ibid., f. B4. (Las cursivas son nuestras.)

27 Aparece entre las treinta obras selectas que el emperador llevó consigo a Yuste después de abdicar.

28 Esto es debido quizá a su gran extensión. Menéndez y Pelayo afirmó que su contenido era igual, en palabras e ideas al del Catecismo y la Suma. Bataillon la pasa de largo en pocas frases y sólo repite el juicio de Menéndez y Pelayo. Véase Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos. 1965, II, p. 66; Marcel Bataillon, Erasmo y España, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, pp. 539-540.

29 Guerrero, Catecismos españoles del siglo XVI, p. 158 y nota 8.

30 En 1557 la Inquisición comisionó al monje Hentenius, prior de los dominicos de Lovaina e Inquisidor de la fe, para que elaborase una censura de la Suma y del Catecismo y a un teólogo español otra de la Doctrina. El dominico, que ya en 1552 había examinado la obra de Erasmo y la había censurado, señaló claramente los "silencios comprometedores" que se notaban en ambas obras.

31 Bataillon, op. cit., p. 706, n. 5, y Guerrero, op. cit., p. 41.

32 Es sin duda en el Compendio de Doctrina Christiana (1559) de fray Luis de Granada donde más se pone de relieve la influencia de Constantino. Fray Luis utilizó ampliamente la Suma de este autor a la cual —como Zumárraga había hecho un decenio antes— despojó de su forma dialogada para hacerlo redacción seguida.

33 Catalogus librorum qui prohibentur mandato… Ferdinands de Valdes, Valladolid, 1559. Ni el Catecismo ni la Suma aparecen entre los libros condenados al fuego por la Inquisición en 1558, pero ya aparecen en este Índice un año más tarde.

34 Véase supra, nota 20.

35 El estudio más completo sobre la vida, obra y proceso de Carranza es el de José Ignacio Tellechea Idígoras, El arzobispo Carranza y su tiempo, Madrid, Guadarrama, 1968. Ahí este autor reúne varios de los artículos que le ha consagrado. Una nota sucinta acerca de Carranza como teólogo dentro de la corriente escolástica de la Orden de Predicadores la proporciona Guillermo Fraile, Historia de la filosofía española, desde la época romana hasta fines del siglo XVII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1971, p. 345.

36 A. García Suárez, "¿El Catecismo de Bartolomé Carranza, fuente principal del Catecismo Romano de S. Pío V?", en Scripta Theologica, 1970, 2, pp. 341423.

37 Tellechea, op. cit., I, pp. 380-381; José Almoina, Rumbos heterodoxos en México, Ciudad Trujillo (Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo, Lili), 1947, p. 176, no. 175.

38 Bartolomé Carranza, op. cit., II, p. 177.

39 Un excelente estudio sobre este personaje y su erasmismo es el de Silvio Zavala, "El oidor Tomás López y su visión erasmista de la evangelización del Nuevo Mundo", en Memoria de El Colegio Nacional, T. VIII, No. 1, México, 1974, pp. 13-45.

40 Hernández, op. cit., IV, p. 8 (las cursivas son nuestras).

41 Somolinos sospecha que Hernández debió ser "cristiano nuevo" aunque no aporta ninguna prueba a su hipótesis. Sin embargo, si pensamos que este tipo de conversos tuvieron una acusada participación en los movimientos iluministas y que muchos de ellos estuvieron vinculados al erasmismo, acaso Hernández no fue excepción y sus ligaduras con el erasmismo son de este tipo. Según Bataíllon estos conversos son un elemento mal asimilado en el seno del cristianismo y un fermento de inquietud religiosa, ya que reaccionaban violentamente contra los ritos y ceremonias hebreas y sus minuciosas prescripciones legalistas, abogando por una única relación íntima con Dios, una religión del espíritu desnuda de prácticas externas. Américo Castro ha señalado que en Guadalupe se realizaban ceremonias criptojudaicas Recuérdese que Hernández pasó varios años ahí y que esa etapa de su vida fue decisiva para sus ulteriores trabajos.

42 vv. 1-14.

43 vv. 57-60. Véase Carranza, op. cit., I, pp. 130- Moya de Contreras creyó necesario poner dos apostillas sobre este asunto. En la primera dice: "No basta para alcanzar la salvación llevar la fe dentro de sí; es preciso que la confesemos de palabra (cuando sea necesario) y con las obras, y que estemos siempre dispuestos a morir por defenderla y profesarla". También anotó lo siguiente: "Nada hay más cierto y seguro que la fe, por la cual tenemos como absoluta mente indudable todo lo que la Iglesia declara haberle revelado Dios".

44 Erasmo, op. cit., pp. 196-198.

45 vv. 355-356.

46 v. 571. Véase: Carranza, op. cit., II, p. 169.

47 v. 943.

48 Carranza, op. cit., II, p. 205.

49 vv.1068-1070; Constantino Ponce de la Fuente, Suma de Doctrina Christiana. Sermón de Nuestro Re dentor en el Monte. Catezismo cristiano. Confesión del pecador. Cuatro libros compuestos por..., Editados por Luis Usoz, Madrid (Biblioteca de Reformistas Antiguos Españoles, XIX), 1863, pp. 220 y 340.

50 vv. 1668-1669; Ponce, op. cit., pp. 125-126; Carranza, op. cit., II, pp. 64-68, 73-81.

51 vv. 1736-1751; Juan de Valdés, Diálogo de Doctrina Christiana, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964, p. 94; Ponce, op. cit., pp 191 ss.; Carranza, op. cit., II, pp. 418 ss.

52 vv. 89-90.

53 vv. 131-132, 1721-1722, 1724-1725.

54 Esto se observa claramente si comparamos la obra de un solo autor, el padre Canisio. Su Catecismo pretridentino (1555) difiere en múltiples pasajes de su misma versión pero posterior a la clausura del concilio (1563).

55 Recuérdese que Erasmo, al igual que algunos otros humanistas del Renacimiento, consideró, en algunos momentos, que la autoridad de la Iglesia de Roma y de sus obispos no eran elementos esenciales de la Iglesia; inclusive al pontificado se le calificó como una institución meramente humana y social, destinada únicamente a mantener el orden dentro de la Iglesia.

56 vv. 1378-1389.

57 vv. 1470-1471; Ponce, op. cit., pp. 29, 45, 74 y 79.

58 v. 453.

59 w. 351-352.

60 vv. 800-803.

61 Es evidente que Hernández ha seguido aquí las enseñanzas y el modelo catequístico de San Agustín, quien fundamentaba la instrucción religiosa sobre una base histórico-bíblica al igual que después lo haría Constantino Ponce con su Doctrina Christiana. (Véase Constatino Ponce de la Fuente, Doctrina Christiana en que se está comprehendida toda la información que pertenece al hombre que quiere servir a Dios por el Doctor Constantino Ponce de la Fuente. Parte Primera de los Artículos de la Fe, Amberes, 1554-1555.)

62 w. 590-591.

63 w. 321-328.

64 w. 22, 319, 725, 829.

65 w. 39-40.

66 vv. 101-110.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS