CAPÍTULO XV


Sí hay amor en Dios


Parece que no hay amor en Dios, porque el amor es, como antes hemos dicho, deseo de alguna cosa bella o buena; pero el deseo implica una carencia, que sería blasfemo e impío atribuir a Dios. Además, según Platón, el amor no es bello en acto, sino en potencia, lo cual repugna a la naturaleza divina, que es acto puro y perfectísimo, y el mismo Platón dice en El banquete que no hay amor en Dios.

Pero el propio Platón afirma lo contrario, y asimismo el más grande de los peripatéticos, Aristóteles, al decir que los hombres virtuosos son amigos de Dios. Porque el amigo ha de amar al amigo, por donde se ve que es necesario que en Dios hay amor. Y, por otra parte, si vemos que los padres aman a sus hijos porque los engendraron, y los rodean de ternísimo y apasionado cariño, ¿cómo podría Dios no amar a quienes creó? Pues si no los amase, ni los habría producido, ni los conservaría una vez sacados a la luz de este mundo, ni los llenaría de perpetuos beneficios.

Y aun es conforme a razón que el amor de Dios hacia sus criaturas sea más perfecto que el de éstas entre sí o hacia Dios mismo, así como es más perfecto el de los padres a los hijos que el de éstos a los padres. Para entender más exactamente lo cual, debe advertirse que, si bien Dios no desea nada de que carezca, pues nada le falta, quiere sin embargo para las cosas que ha creado toda la belleza y perfección que les corresponda por sus propias acciones, como, para el hombre, la virtud y la sabiduría. Debe pues tenerse por cierto que el deseo divino no es una afección o pasión, como ocurre en las criaturas, ni presupone carencia, antes por su infinita perfección quiere que sus criaturas lleguen a la máxima posible, dispensándoles para ello su ayuda y auxilio. Y si Platón en El banquete negó que hubiese en Dios amor, es que entendía por amor el deseo de algo bello, y por tanto el de un bien para sí mismo, pues se llama bello lo que para el amante es bello y adecuado; pero habría concedido sin duda que hay en Dios el amor que es deseo de lo bueno, pues quiere y desea el bien para todos los seres que creó. Porque lo bueno difiere de lo bello como el género de la especie, pues todo lo bello es necesariamente bueno, mas no todo lo bueno es siempre bello; tanto porque la belleza se refiere a los sentidos espirituales, la vista y el oído, pero no a los materiales -pues llamamos bellos a una casa, un vestido, un canto, pero no decimos ser bellos los olores, sino buenos, ni bella la comida, sino excelente, ni bello el acto venéreo, sino gustoso y voluptuoso-, como también porque la belleza pone sobre lo bueno la armonía y la gracia que lo hacen amable, en tanto que es frecuente encontrar cosas buenas que no son bellas, aunque tampoco deformes, y que por eso muchos no aman, si bien a otro parecen dignas de amor, acaso porque saben apreciarlas merced a un certero juicio sobre el vicio y la virtud en las cosas.

En suma, Dios ama todas las cosas que hizo y puso en el vasto teatro del mundo, y quiere por eso que se unan a él, no unirse él a ellas. Y aunque la perfección de una obra parece redundar en gloria de su artífice, y todo creador deleitarse en la perfección de lo creado, el soberano Dios está exento’ de toda afección; si bien podría decirse que quiere y desea, no en realidad, sino figurada y relativamente, al querer la perfección de sus criaturas su propia perfección.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS