CAPÍTULO XIII


De la comunidad del amor


Como son cinco las causas del amor, a saber, el deseo y placer de engendrar, la prole misma, lo benéfico, la belleza y la asociación, y tales causas se encuentran en los seres inanimados, vegetales, sensitivos, racionales, y muy principalmente en el cielo mismo, se sigue necesariamente que a todo lo dicho es común el amor, el cual rige también el mundo inteligible y se halla en el mismo Dios, como posteriormente lo demostraremos. En los seres sensitivos es apetitivo y natural, pues sabemos que los mueve el deseo y deleite de la generación, que aman a su prole, a otros animales que les son benéficos, a los demás con quienes conviven y a su especie. En los hombres es racional y voluntario, además del sensitivo y natural que indudablemente los mueve también por las causas dichas, si bien la luz de la razón hace a éstas a veces más vehementes, a veces más débiles, justas o injustas, según los diversos designios de los mortales, y asimismo por las virtudes morales y por el beneplácito o repugnancia de la misma naturaleza, que los griegos llaman simpatía y antipatía.

Más difícil parece que haya amor en los seres inanimados, pues carecen de conocimiento; mas como los dirige la causa final y una inteligencia infalible, como dirige el flechador al blanco su saeta, nada de extraño tiene que amen también y deseen ardentísimamente. Porque existen, como ya apuntamos, tres maneras de amor: el racional, que es asimismo voluntario y peculiar del hombre; el sensitivo, que también se llama apetito y es propio de los brutos, y el natural, que puede llamarse propensión o inclinación, y es ingénito en los seres inanimados por designio de la naturaleza. Nadie puede dudar que los elementos apetecen sus lugares propios y corren hacia ellos desde doquiera que se encuentren, si nada se lo impide, con uno como increíble amor: la Tierra hacia el eje del mundo, el fuego hacia la bóveda celeste, el aire y el agua a situarse entre ellos, y todo esto por razones de semejanza, beneficio, propagación, asociación y similitud de forma, que atañen a los cuerpos inanimados no menos que a los animados. Y aun la materia prima común a todas las cosas, si convenimos con Platón, ama todas las formas. Los elementos se entremezclan íntimamente, revisten formas ora más perfectas, ora menos perfectas, por causas de amor mutuo mayor o menor, y logran a veces elevarse hasta las formas humanas.

Hay asimismo amor en el cielo, que es como el padre de todas las cosas -de las que es madre la materia prima-, y sobre todo de los elementos y de la Tierra, sobre la cual, moviéndose a su alrededor, derrama el semen fecundante que producen los siete planetas, como en el hombre los siete órganos internos que corresponden proporcionalmente a ellos; aunque, desde otro punto de vista, los órganos de la generación corresponden al mundo generable y corruptible, los espirituales al celeste, y los animales {animantes o vitales} al divino, en el que en cierto modo se halla la Divinidad, primer intelecto y alma del mundo. En estos órganos animales reside la facultad de sentir y de moverse, participada a todos los demás órganos, y que corresponde al alma del mundo; residen también el entendimiento en potencia, que corresponde al primer intelecto, y el entendimiento agente, que corresponde a la Divinidad. En cuanto al recíproco amor de las partes del cielo, o sea la famosa “armonia” pitagórica, se muestra en la multitud de los astros y planetas, y en las “simpatías” y “antipatías” de los diversos lugares del mismo. De todo lo cual trataremos detalladamente en ocasión más propicia, así como del amor intrínseco y extrínseco de Dios.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS