CAPÍTULO IX


De la felicidad


Diversas han sido las opiniones de los hombres acerca de la felicidad. Muchos creyeron que consiste en las cosas útiles, posesión de bienes de fortuna y abundancia de los mismos mientras dure la vida. Pero se engañan éstos sin duda, pues tales riquezas se ordenan como a su fin a los bienes del cuerpo, que son los deleitables, y existen a causa de ellos, en tanto que la felicidad es algo a Jo cual todas las demás cosas tienden y se ordenan, merced a la cual existen, y que tiene su asiento en lo más excelente; y más de que lo útil depende de la suerte, y la felicidad debe estar en las propias manos del hombre.

Otros, como los epicúreos, afirmaron que la felicidad está en lo deleitable, dijeron que el alma es mortal, y que no hay otra felicidad para el hombre sino la del placer, de cualquier género que sea. Pero se advierte al punto que es falsa esta doctrina, porque lo deleitable se corrompe a sí mismo, pues se trueca en hastío y saciedad; mas la felicidad debe ser perpetuamente grata, jamás enfadosa, y proporcionar satisfacción perenne. Además, como antes dijimos, lo deleitable tiene como fin lo superior, mientras que la felicidad no existe a causa de otro fin, antes bien es causa final de toda otra cosa.

De donde se infiere que la felicidad estriba en los bienes superiores, y en los actos y hábitos del alma intelectiva, que son los supremos y el fin de los demás hábitos humanos, y merced a los cuales el hombre es hombre y está por encima de los demás seres animados. Son dichos hábitos: la facultad o disposición para hacer razonablemente todo lo que se realiza por destreza manual o, en general, corpórea, en que se comprenden las artes mecánicas; la prudencia o recta manera y medida en las acciones, en que se incluyen todas las virtudes que se alcanzan con ayuda de la voluntad, así como la capacidad de amor y deseo voluntarios; el entendimiento, principio de la sabiduría, o sea la facultad natural por la que se reconocen y aceptan ciertas verdades, una vez aprehendida su enunciación: por ejemplo, que ha de procurarse el bien y evitarse el mal, que los contrarios se excluyen mutuamente, y otros principios semejantes en que, sin ayuda del raciocinio, descubre el intelecto una razón primordial; la ciencia, o hábito de conocer las conclusiones derivadas de los principios antes dichos, en la que se comprenden las siete artes liberales, y donde el entendimiento, auxiliado por el discurso, verifica su operación media; y, por último, la sabiduría, que es el hábito por el cual se conocen a la vez tanto los principios como las conclusiones acerca de todo lo existente. Sólo ella se eleva hasta el más alto conocimiento de las cosas espirituales, y es llamada por los griegos teología, esto es, ciencia divina, o bien primera filosofía porque es la principal entre las ciencias, aquella en que nuestro entendimiento, singularmente dispuesto por su naturaleza a la perfección, halla cumplido objeto a sus vuelos más sublimes.

Pero la felicidad no consiste en ningún arte, ni en cosas artificiales que más bien la estorban y alejan, sino en los hábitos de virtud y de sabiduría, únicos en que realmente se encuentra. En cuanto a las virtudes morales, son caminos necesarios para llegar a ella; pero la propia y única sede de la felicidad es la sabiduría.

También hubo quienes creyeran que la felicidad estriba en el conocimiento de todas las ciencias, sin que falte una sola, inducidos por considerar que el entendimiento es principio y pura potencia del entender, no limitada ni determinada a ningún género de cosas, sino común y universal para todas, pues, como dice Aristóteles, la naturaleza de nuestro entendimiento puede recibirlo y entenderlo todo, así como la naturaleza del entendimiento agente crea semejanzas y especies inteligibles, esto es, trabaja porque toda cosa se haga intelectual, para iluminar nuestro entendimiento imprimiéndola en él. Toma éste su nombre de su potencia de entender, y el entender no es otra cosa que el ser reducido, de esa su tenebrosa potencia, al acto iluminado por el entendimiento agente. De donde se infiere, dicen, que su perfección y felicidad supremas estriban en ser reducido íntegramente de la potencia al acto intelectivo de todo lo existente, ya que para todo lo existente está en potencia. Y en esta su meta final, trascendida ya la potencia, hecho acto puro, se une al entendimiento agente y se convierte en él, encontrando en tal unión su perfección última y su verdadera beatitud.

Pero nadie pudo alcanzar jamás tal felicidad, pues nadie ha podido abarcar todas las ciencias en su inmensa variedad de conocimientos, habida cuenta, principalmente, de que nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos; sea que esto se entienda solamente de las cosas sensibles, y se diga que las espirituales son del solo entendimiento porque la luz intelectiva existe en éste igual que en sí misma, por unión y propia naturaleza, a diferencia de las cosas sensibles, que, necesitando primero el auxilio del entendimiento para hacerse inteligibles, son recibidas después en él a la manera que una cosa se recibe en otra diversa; o bien se piense que lo espiritual está en los sentidos en cuanto a sus defectos, por los cuales se llega a su conocimiento; o se afirme que por lo corpóreo y sensible, mediante cierto discurso y raciocinio, se conoce lo espiritual e incorpóreo. Lo cierto es, en todo caso, que nadie reunió jamás en sí todas las ciencias con su inagotable muchedumbre de objetos, del mundo corpóreo y del espiritual, del inteligible y del angélico, y también tocantes a lo divino, que ignoramos, o de lo cual tenemos conocimiento tan exiguo como mínima gota de agua comparada con el océano infinito. Sin contar, además, con que muchas cosas que se ven se ignoran sin embargo. Razones estas por las cuales llegaron muchos a afirmar que desconocemos las diferencias propias de las cosas.

Debemos por tanto investigar cómo o dónde pueda encontrarse la felicidad, y explicar por qué motivos vinieron a tal conclusión los mencionados filósofos. No parecen ellos creer que la felicidad esté en el conocimiento de cada cosa en particular, sino que por “intelección de todas las cosas” quieren significar el conocimiento de todas las ciencias que tratan de las cosas según sus clasificaciones y relaciones, explicando de un modo general sus causas, descubriendo hasta cierto punto las de su existencia, y aportando así un conocimiento global de todas; y aunque algunas en particular escapen a la inteligencia, puede ciertamente un solo hombre adquirir dicho conocimiento general, pero en potencia muy distante del acto. Por eso dice Aristóteles que es en parte fácil y en parte difícil encontrar todas las ciencias: fácil entre todos los hombres, pero difícil en uno solo. Pero aun cuando concurriesen todas en el entendimiento de alguno, no por eso tal hombre habría de considerarse feliz, pues la felicidad no estriba en el solo conocimiento simultáneo de muchas cosas, porque, como enseña el Filósofo, la felicidad no consiste en el solo hábito, sino en el acto del conocimiento, de suerte que el sabio cuando duerme no es feliz, sino cuando, despierto, goza de la libre percepción de las cosas. Y si esto es verdad, aunque se posean los hábitos de múltiples ciencias, no pueden entenderse en acto más cosas que una. De donde se sigue que la felicidad no puede consistir en el conocimiento de todas las cosas ni en el de muchas y diversas, sino en el de una sola y única cosa.

He de conceder, empero, que para alcanzar la felicidad es necesario primeramente que el hombre se haya instruido en casi todas las ciencias, y esté sumamente versado en el arte de discernir lo verdadero de lo falso en toda intelección y raciocinio, que es la lógica; en la filosofía moral, que enseña el uso tanto de la prudencia como de las virtudes activas; en la filosofía natural, que trata de las cosas sujetas a movimiento, mutación y alteración, y en la filosofía matemática, que versa sobre números y medidas, implícitos en el género máximo de la cantidad, y que da origen a la aritmética si considera el número absoluto y a la música si considera el número sonoro, así como crea la geometría si trata de la medida simplemente, y la astrología si estudia la medida de los cuerpos celestes y de sus movimientos. Pero ante todo es necesario, para que el hombre sea feliz, que haya logrado de modo perfecto aquella parte del conocimiento que está más próxima a la felicidad que todas las otras, llamada primera filosofía, y única entre todas que recibe el nombre de sabiduría. Versa ésta sobre todo lo que existe, pero trata principalmente de lo más noble y elevado. Sólo ella se ocupa de las cosas espirituales y eternas, cuya esencia es, por naturaleza, superior y más manifiesta que la de las corpóreas y corruptibles, aunque las conocemos menos porque no se ofrecen, como éstas, a los sentidos, ocurriéndole a nuestro entendimiento al querer conocerlas lo que al ojo del murciélago ante la luz del sol y las cosas que ilumina, que no sabe mirarlas porque no sufre tamaño esplendor, mientras percibe muy bien la impura y débil luz de la noche por serie más adecuada y propicia. Tiene pues la sabiduría o primera filosofía como propio objeto el conocimiento de las cosas divinas concedido al entendimiento humano, y por eso se llama también teología.

De todo lo dicho se infiere que el conocimiento de las diversas ciencias es necesario para alcanzar la felicidad, pero que ésta no consiste en tal conocimiento, sino en el de un solo objeto absolutísimo que en sí mismo lo contenga todo, de suerte que, al conocerlo, se conozca a la vez en un solo y mismo acto todo lo que existe, y de modo mucho más perfecto que si se conociese cada cosa separadamente. Porque como el entendimiento no tiene por su propia naturaleza ninguna esencia determinada, sino que puede decirse de él que lo es todo a la vez, el entendimiento en potencia, que es el nuestro, será todas las cosas en potencia, ya que su esencia es entenderlo todo potencialmente, en tanto que el entendimiento agente, siendo esencia y forma puras, contendrá simultáneamente en su propia esencia, unidad y simplicidad clarísima, todo género de formas, esencias y actos existentes en el universo; y así, quien pueda intuir su esencia, conocerá a la vez, en visión simplicísima, las esencias de todo lo existente en una manera más perfecta y más clara que lo son en sí mismas, y captará por tanto la suma de todas las ciencias y de todas las cosas, que es, dicen, lo que hace al hombre feliz.

Afirman algunos que es el entendimiento agente quien, conjugado con el nuestro de potencia, engendra esa espiritual y clara visión de todo; visión común a ambos, y de donde, como de ubérrima fuente, fluye la humana felicidad. Piensan otros que el hombre es feliz cuando, iluminado su entendimiento por unión con el entendimiento agente, se reduce por completo a acto, trascendida toda potencia, y abarca en visión espiritual todas las cosas según sus esencias intelectuales, de manera que en uno y el mismo inteligente las cosas entendidas y los actos del entender se miran existir sin diversidad alguna de conocimiento. Agregan además que, constituido en dicho estado nuestro entendimiento, tiene la misma y única esencia del entendimiento agente, sin rastro de división o dualidad.

Hasta aquí las principales opiniones de los más ilustres filósofos acerca de nuestra felicidad. En cuanto a las razones que cada escuela adujo para confirmar la propia y combatir las de sus contrarios, creemos prudente omitirlas ya que sería largo su examen y poco conducente a nuestro propósito. No debemos, en cambio, pasar por alto en esta ocasión que los hombres religiosos, los que más se esfuerzan en la contemplación de la Divinidad y cuya doctrina conviene seguir, piensan que dicho entendimiento agente, que por manera tan perfecta alumbra nuestro entendimiento en potencia, es el mismo Dios, y tienen por cierto que la beatitud se halla en el conocimiento del propio entendimiento divino, donde todas las cosas existen antes y con mayor perfección que en cualquier entendimiento creado, pues en él se contiene todo por modo esencial, como en la primera razón y causa absoluta de cuanto existe. Porque es él la causa productora, la mente que gobierna, la forma informante y el fin a donde todo se dirige. En él, de un modo espiritual, están todas las cosas sin división ni multiplicidad, en una como simplicísima unidad de esencia. Él es el infinitamente feliz, y también la fuente inagotable de toda felicidad. Todas las cosas necesitan de él; él, de ninguna. Mirándose a sí mismo lo conoce todo, y viéndolo todo se contempla a sí mismo; de suerte que si a alguno, por dicha, le fuese comunicada esta suprema visión suya, gozada también de la absoluta unidad con su esencia. Y aunque las criaturas no pueden abarcar su grandeza, conocen de él lo que su capacidad les permite. Y así, al contemplarlo el entendimiento humano o el angélico, contemplan en él con relativa perfección todas las cosas, y participan de su beatitud según el grado y la condición de su propia esencia.

Poco puede decirse sobre este sujeto, de suyo inefable. Los arcanos de Dios, que dentro de sí mismo intuye el entendimiento en la contemplación callada, no aciertan a expresarlos las palabras; hechas éstas para lo usual y corpóreo, mal pueden dar cuenta de los esplendores del espíritu. Bástenos, por tanto, tener como verdad incontrovertible que nuestra felicidad se halla sólo en el conocimiento y la visión divinos.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS