CAPÍTULO VI


Del amor y el deseo de los bienes superiores


Entre todos los géneros de amor y deseo, el que tiene por objeto los bienes superiores o del alma es sin duda el más excelente, porque busca realzar y embellecer la parte más noble del hombre, inmune a la materia, exenta casi de toda ofuscación, cercana a la divina claridad, y merced a la cual el hombre es y merece el nombre de tal: el alma intelectiva, única entre nuestros componentes y potencias que puede librarse de la cruel y horrible mortalidad.

Son pues objeto del amor y el deseo de los bienes superiores las dos más altas preseas del alma, la sabiduría y la virtud, en que se finca la verdadera elevación que aventaja con mucho a las conveniencias de lo útil y a los placeres de lo deleitable. Porque lo útil se refiere principalmente a los sentidos, lo deleitable a la imaginación, y el bien superior al intelecto, que es la más alta de nuestras facultades. Se apetece lo útil por las satisfacciones que proporciona, pues con ayuda de las riquezas nos es dado gozar de la vida y sus delicias; se apetece lo deleitable para conservar y resguardar el cuerpo; pero éste es sólo la morada y como el instrumento que sirve al alma para ejercitar acciones de virtud y sabiduría, y por ende el fin del hombre está en las acciones honestas, benéficas y sabias, de donde toman su origen y razón de ser las demás acciones junto con todos los demás amores y deseos.

Es semejante el deseo de los bienes superiores al de lo útil y al de lo deleitable en que tiene por objeto lo que falta. Se parece el bien superior al deleitable porque en ambos se dan a la vez el amor y el deseo, aunque más vehementes tratándose de los bienes superiores por ser los óptimos, simultaneidad que no ocurre en los bienes útiles; pero se parece asimismo al bien útil en que, de igual suerte que éste se ama ya obtenido, así también la virtud y la sabiduría. Es en cambio desemejante de lo útil y de lo deleitable, porque la virtud que a éstos se refiere consiste en un término medio del amarlos y desearlos, en tanto que en los bienes superiores, cuanto más ardientes e impetuosos sean el amor y el deseo, tanto mejores y más laudables se consideran, y cuanto más remisos y débiles menos honestos, de suerte que quien careciera por completo de tal amor y tal deseo, no sólo merecería nota de vicioso, sino también de inhumano; pues el bien del alma es el verdadero bien, y el bien es, como dice Aristóteles, lo que todas las cosas apetecen y todo hombre por naturaleza desea saber.

La causa de esta última diferencia de lo superior frente a lo útil y lo deleitable es que, así como el apetito desenfrenado de placer y la avidez insaciable de riquezas son lo que ofusca la mente con el vaho de los sentidos, así el insaciable y ardiente amor de la sabiduría y la virtud es lo que trueca en divino nuestro humano entendimiento, y hace de nuestro cuerpecillo frágil, débil, vaso de corrupción, el instrumento del esplendor angélico. Y aunque el término medio en lo útil y lo deleitable sea virtuoso, no lo son sus extremos como en la sabiduría y la virtud; y es porque tal carácter de virtuoso no lo tiene dicho término medio por sí mismo, sino que le viene del esplendor purísimo del entendimiento, es decir, de la razón que modera los deseos, y sin la cual se convierten en vicios. Porque tales inclinaciones, cuando se apartan de la razón, son torpes y más propias de brutos que de hombres. Y pues sólo la moderación que la inteligencia impone en ellas es virtuosa, sólo de ella podrá decirse que cuanto más se ame, desee y apetezca, tanto más digno será este anhelo del nombre de virtud. Porque tal deseo no es ya entonces de deleite o de utilidad, sino que se refiere a la moderación en éstos, virtud intelectiva y bien realmente superior.

TOMO VI.

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