CAPÍTULO V


Del amor y el deseo de las cosas deleitables


En el segundo capítulo de este pequeño libro se ha expuesto el sentir de quienes aseguran que lo deleitable se ama y desea cuando falta, mas cuando se posee plenamente, por lo común, ni se ama ni se desea. Pero faltó agregar que también en cuanto a las cosas que deleitan hay muchos que caen en destemplanza, por ejemplo en los placeres viles, y que nunca se sacian ni tampoco quieren saciarse, como son los viciosos dados al vino y a los placeres carnales, para quienes es grato gozarlo y agotarlo todo, pero desagradable y odioso el saciarse, y que, aun hartos, comienzan al punto a desear otra vez, bien sea lo mismo o algo semejante. Este insaciable deseo de tales cosas se llama propiamente apetito, como el de lo útil ambición y codicia; pero el excesivo deseo y ejercicio de lo que propiamente deleita, es la lujuria, sea de los placeres carnales, de los que conciernen a las delicias del paladar o de otros cualesquiera, y los que se manchan con tales torpezas se llaman lujuriosos. Quienes, por uno como relámpago de virtud resisten al vicio, aunque cedan al fin, vencidos, se llaman incontinentes; mientras los que, destituidos de toda razón, ni aun tratan de resistir a la inclinación deshonesta, son intemperantes.

Pero así como la lujuria, extremo en cuanto a las cosas deleitables, es torpe vicio que corresponde a la avaricia y codicia de lo útil, debe entenderse que en la vida moral o activa se da el opuesto extremo vicioso, la abstinencia superflua, que corresponde a la prodigalidad en lo útil. Ésta es vicio que atañe a los bienes familiares, desfavorable para la vida honesta; aquélla, vicio que suprime el placer, conveniente y necesario para gozar la vida y mantener la salud.

El medio entre los extremos dichos es la insigne virtud llamada continencia, que se ejercita cuando la razón, incitada por el apetito, lo vence y sojuzga con su fuerza. Pero se llama temperancia cuando la pasión ni siquiera estimula a la razón honesta. Una y otra son de quien se comporta moderadamente en lo deleitable, sin omitir lo necesario ni buscar lo superfluo. Algunos llaman fortaleza a esta virtud, considerando fuerte en verdad a quien logra vencerse a sí mismo, habida cuenta de que puede más el placer que la utilidad en la humana naturaleza, ya que por el placer busca ésta conservarse a sí misma. Por eso, quien es capaz de moderar sus incitaciones, puede y debe con toda justicia llamarse vencedor de un terrible enemigo.

Diremos, por último, que el bien deleitable es mucho más universal que el útil pues todo lo útil suele también causar deleite, aunque éste se sienta más en su adquisición que en su posesión, en tanto que lo deleitable, lejos de ser siempre útil, ocasiona daños con la mayor frecuencia.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS