CAPÍTULO II


Si amor y deseo son actos contrarios de la voluntad


Suelen dudar los filósofos si el amor y el deseo son actos contrarios de la voluntad, o más bien afines y que pueden coexistir. Juzgan algunos que son opuestos entre sí, pues sólo deseamos aquello de que carecemos o que no se da en la naturaleza, y amamos en cambio lo que en realidad existe y poseemos. Porque apetecemos, dicen, riquezas, propiedades, toda suerte de bienes de fortuna si no los poseemos, y deseamos asimismo salud cuando nos falta, hijos, lluvias benéficas si no han llegado todavía; pero amamos a los hijos, las riquezas y demás bienes cuando los hemos logrado y están en nuestro poder.

Mas esta opinión no es verdadera ni tiene firmes bases, y cualquiera de mediano entendimiento podría fácilmente refutarla y destruirla. Pues aunque se apetezcan las cosas que faltan, hay otras que se aman antes de poseerlas. Nadie puede negar que amamos entrañablemente a la futura esposa, así como la virtud, la sabiduría y demás bienes del alma que aún no poseemos. Además, es tan necesario que exista lo que se desea como lo que se ama, pues debe antes conocerse, y sólo puede conocerse lo que se da en la naturaleza. Pero de esto hablaremos más extensamente en otra ocasión.

Por las anteriores razones, hubo quienes sostuvieran las tesis contrarias, dando por cierto que, si bien algunas cosas se desean y no se aman y otras que se aman no se desean, existen sin embargo muchas que se aman y se desean a la vez, y asimismo otras que ni pueden amarse ni desearse. Explican los defensores de esta opinión que, de las tres especies de bienes, los útiles, los del alma y los deleitables, el bien útil todavía no adquirido se desea pero no se ama, en tanto que una vez poseído se ama pero no se desea; porque como lo útil se ama porque es bueno, y es bueno porque agrada, y agrada sólo cuando se posee, es claro que no puede amarse antes de obtenerse, sino sólo desearse. En cuanto al bien que deleita los sentidos que están sumergidos en la materia, esto es, el gusto y el tacto -y a los cuales, por ser necesarios para la conservación de la vida y la propagación de la especie, ha fijado la naturaleza más estrechos límites que a los otros-, dicen que se ama cuando no se ha obtenido y se desea más vivamente que el útil; se desea porque se juzga bien apetecible de que se carece; se ama por la idea que de él se ha concebido, y una vez logrado mas no por completo poseído se ama vehementísimamente, en tanto que ya poseído por completo ni se ama ni se desea, y aun llega a suscitar odio y fastidio, pues su deleite no consiste en la plena posesión; pero se ama y se desea más ardientemente cuando se adquiere, como dijimos, porque se tiene de él entonces un más claro conocimiento, sin que se haya poseído cumplidamente.

Todo lo cual es verdadero si lo deleitable no va unido con lo útil, ni consiste el deleite en el pensamiento o el entendimiento y no en los sentidos de la naturaleza inferior, pues entonces aun ya poseído se ama y se conserva con esmero y diligencia, como ocurre con la salud, los hijos, el poder, la honra, los amigos y los cónyuges; o si tampoco se combina con lo honesto como acontece en algunos de los antes dichos, pues entonces dura el amor que suscita, y crece y sobrepasa los límites de la razón que se a justa al orden. Porque tiene también el amor honesto su locura, y redobla su ansiedad el no poder realizar la unión corpórea.

En cuanto a los bienes superiores o del alma, como la sabiduría y la virtud, los amamos y deseamos tanto si carecemos como si gozamos de ellos: cuando no los hemos logrado, por la idea que de ellos concebimos, y que, como sucede con los bienes deleitables, nos causa un gozo extraordinario; y una vez alcanzados, porque su deleite consiste en su uso mismo, como sucede con los bienes útiles.

Pero aunque esta doctrina parezca con forme a la razón y se exprese en forma apropiada, hay sin embargo una tercera que examina la cuestión en conjunto, y estima que el amor no se aparta ni un ápice del deseo, sino que es perpetua la unión y acuerdo del uno con el otro, sin que puedan discrepar en lo más mínimo. Porque, dicen, no menos deseamos las cosas ya obtenidas, sean bienes útiles o del alma, que aquellas que nos faltan, pues deseamos entonces su perpetua y estable posesión y una mayor y más firme unión con ellas; y, por otra parte, las cosas deseadas de que carecemos y que en realidad no existen ni se poseen, se aman sin embargo en las ideas que de ellas concebimos, aunque con un amor no manifiesto sino en cierto modo latente, y sobre todo las deleitables, cuya imagen se adhiere con mayor tenacidad a la mente.

Todo lo que se ama, pues, se desea, y viceversa. Y aunque parecen desearse los placeres carnales y todo cuanto halaga los sentidos, empero, como nada de esto es bello y en modo alguno puede decirse que se ama, tampoco es propio decir que se desea, ya que lo apetecemos y nos rendimos a ello llevados de una inclinación irracional, en tanto que deseo y amor son propios de la facultad racional.

Mas como todas estas cuestiones se explicarán con mayor amplitud en los capítulos siguientes, donde habrán de examinarse las definiciones y naturaleza de lo bello, de lo bueno y del amor mismo, conviene dejarlas por ahora, reservándolas para mejor ocasión.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS