LIBRO ÚNICO


ACERCA DE LAS CUESTIONES ESTOICAS


*


PROEMIO A FELIPE SEGUNDO, PODEROSO


Y MAGNÁNIMO REY DE LAS ESPAÑAS Y LAS INDIAS


Si bien desde que por mandato vuestro, oh gran Felipe, vine a este Nuevo Mundo a fin de investigar y relatar sus cosas naturales hube de apartarme casi por entero de todo otro género de estudios para entregarme a aquéllos con el cuidado y diligencia debidos, no pude sin embargo abstenerme, en las horas de ocio y que eran para el descanso y cuidado de mi salud (por lo demás tan frágil y endeble a causa de las muchas la­ bores y fatigas), de volver a mis viejas aficiones y trabajar un poco, por vía de solaz, en exhumar la doctrina estoica, principalmente en lo que al amor se refiere, acordándola con la peripatética. Asunto sumamente difícil, no menos útil, y al que nadie hasta ahora, que yo sepa, ha prestado la atención que merece.

Si logré con ello rendir también algún ser vicio, lo dedico a vos, poderoso y benigno Rey, a quien desde mis años mozos decidí consagrar todos mis trabajos, de cuaquier índole que fuesen, y a cuyo obsequio me entregué yo mismo de todo corazón.


CAPÍTULO I

Del origen del mundo


En tanto que desde hace mucho tiempo han reconocido los filósofos y aceptado en unánime consenso que el soberano y omnipotente Dios, arquitecto y creador del mundo, es eterno y sin principio alguno, en lo que atañe, en cambio, al origen del mundo mismo se han dividido sus juicios y doctrinas.

Sostiene Aristóteles que el mundo no tuvo principio temporal, pero que difiere de Dios en que éste es productor ab æterno y aquél ab æterno producido; Dios eterna causa del mundo, y el mundo eterno efecto suyo.

Platón por su parte, al suscribir la doctrina hebrea de que en cierto y determinado tiempo fue el mundo producido, y por­ que no pareciese que falto de razón natural y llevado más de la credulidad griega que de la propia convicción se había adherido al sentir de los egipcios, entre quienes conoció tal doctrina, agregó que el infinito Dios había creado ab æterno el caos, del cual en el tiempo formó el mundo.

Parece favorecer la opinión de Aristóteles el hecho de que, si no fue creado el mundo ab æterno tuvo que ser creado después, admitido lo cual habrá de concederse también que hubo un tiempo antes del tiempo, así como una sucesión y cambio. Estima, además, que todo lo creado en el universo, como la materia prima, la aparición y destrucción de las cosas, el cielo, el movimiento (sobre todo el circular), es de naturaleza a la cual repugna encerrarse entre un principio y un fin. La materia prima, dice, no pudo ser creada en el tiempo, pues como nada se hace de la nada, si fue hecha debió originarse de otra, y ésta a su vez de alguna que con más verdad pudiera llamarse primera; y como la naturaleza no admite proceso hasta lo infinito, tendrá que llegarse a una materia definitivamente primera y no originada de otra alguna, de donde la materia prima debe con razón considerarse eterna, así como las generaciones y corrupciones que se dan en ella. Porque siendo tal materia prima imperfecta, es preciso que se conserve y subsista por conjugación con alguna forma, y el nacimiento de una cosa es muerte de la preexistente, sin que pueda acaecer jamás que a la generación de la una no preceda la destrucción de la otra, como a la generación del pollo la corrupción del huevo. Así pues, o se admite un proceso infinito, que repugna a la naturaleza, o nacimiento y destrucción de las cosas son algo eterno, perenne y sin ningún principio, como si todo huevo naciese de la gallina y toda gallina del huevo, sin que fuese ninguno de los dos absolutamente primero. También el cielo parece ser eterno, pues si hubiese tenido principio ¿cómo podría no estar sujeto a corrupción ni tener al cabo fin? Y no puede corromperse, porque nada ay que le sea contrario; pues sólo los elementos compuestos de otros elementos, al predominar alguno de éstos sobre los demás, suelen generalmente descomponerse y destruirse. Además, la generación es un movimiento de contrario a contrario, pero el cielo carece de contrario; y certísimo indicio de ello es que en modo alguno puede deteriorarse ni cambiar su substancia o su cualidad, y también que es orbicular su figura y exenta por eso, entre todas, de oposición.

Repugnaría asimismo al movimiento circular tener principio. Primero, porque de igual suerte que una figura circular como es la celeste no tiene comienzo, sino que cualquier punto que en ella se señale puede llamarse principio y fin, así, para que el movimiento circular carezca de principio será necesario que cualquiera de sus partes haya sido comienzo y fin, aun en el movimiento primero; segundo, porque si éste se hubiera generado, su generación que es movimiento, habría sido un movimiento anterior al primer movimiento, cosa inaceptable para cualquier mente sana; tercero, porque como los movimientos generados no pueden reiterarse hasta el infinito, es preciso llegar a un movimiento eterno y primero.

Por otra parte, el tiempo que sigue al primer movimiento, como medida o división que es de éste y el subsiguiente, es por necesidad eterno de igual modo que el movimiento mismo, ya que es en realidad fin del tiempo pretérito y comienzo del futuro; de donde no puede señalarse un momento del tiempo que sea su primer principio, y por ende el tiempo es eterno y sin principio alguno.

Éstas son, pues, las razones tomadas de la naturaleza en que se apoya Aristóteles para afirmar que el mundo es eterno. Hay además otras dos, teológicas, con que crece persuadir de ello y casi demostrarlo, tomadas de la naturaleza de su autor y de la finalidad de la obra misma. Porque siendo artífice del mundo el Dios eterno, soberano e inmutable, parece necesario que su obra haya sido también producida ab æterno, pues era debido y conforme a la razón que la naturaleza de la cosa hecha se asimilase y correspondiese a la de su hacedor. Y como, además, el fin de Dios al producir el mundo no fue sino comunicar sus bienes otorgando el don supremo de la existencia, debió ser éste sempiterno, puesto que nada obstaba para que así lo hiciese el que es omnipotente y perfectísimo.

En cuanto a los hombres religiosos que creen firmemente en la creación temporal del mundo, si bien conceden que según la naturaleza nada puede engendrarse de la nada, afirman que, indiscutiblemente, puede esto realizarse milagrosamente por un poder sobrenatural, no en el sentido de que la nada sea materia de las cosas como la madera lo es de las imágenes con ella fabricadas, sino porque puede el incomprensible Dios producir algo sin sujeto preexistente; y que aunque el cielo y la materia prima no puedan corromperse ni generarse según la común naturaleza, no obstante, por la inagotable y suprema potestad de Dios, fueron formados de la nada, en absoluta creación, en el principio de los tiempos. Y si la recíproca generación de las cosas no puede conforme a la naturaleza tener principio temporal, lo tuvo empero en la creación milagrosa, pues habría de seguir a la materia prima y al cielo, producidos también en el tiempo. Tampoco tienen empacho en conceder que la generación del tiempo precedió a toda sucesión de las cosas, y afirman así que el supremo Dios no produjo el mundo ab æterno, sino después y juntamente con el tiempo, y por tanto en el tiempo mismo.

Por lo que hace a la naturaleza del creador, dicen que el eterno Dios en modo alguno obra movido por necesidad, sino por su voluntad y espontáneo poder que, así como libremente constituyó el mundo, el número de los planetas y la magnitud de las estrellas y de las esferas elementales y celestes, a la vez que el número, medida y figura de todas las demás cosas, así fue también libre para prescribir al origen de todos los seres principio temporal, aunque hubiese podido hacerlo eterno. Y aunque reconozcan que la creación no tuvo otro fin que el bien de las cosas creadas, y es evidente que el bien eterno es más excelente y deseable que el temporal, con todo, puesto que no se nos dio penetrar los arcanos designios de las obras divinas, afirman audazmente que nada podemos conocer de ellos; máxime cuando puede acaecer que, para Dios, haya sido preferible el bien temporal al bien eterno en la creación del mundo, para que brillase con más esplendor su poder soberano y su libre y espontánea voluntad al crear las cosas, que si las hubiese producido ab æterno por una como dependencia necesaria, a la manera de la que existe perpetuamente entre el sol y su luz, y no se pusiera entonces de manifiesto que el mundo fue hecho por pura gracia y liberalidad del creador, o, como dice David, “por gracia y misericordia de Dios”. A más de que es muestra de mayor poderío producir algo a la vez temporal y eterno, que solamente eterno. Pues es temporal el mundo porque tuvo comienzo, y eterno porque, según opinión de los aristotélicos, no tendrá fin; y así como se manifiesta el poder divino en su principio temporal, resplandece la inmensidad del beneficio en su duración y conservación eternas. Y querría yo preguntar al Peripatético, al considerar la infinita sabiduría de Dios de la cual reconoce tan pequeña y casi nula porción, cómo puede declarar los designios y motivos de quien dijo por boca del poeta: “Más que el cielo se eleva sobre la tierra, se levantan mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre los vuestros.”

Volviendo ahora a la doctrina de Platón, examinemos qué razones lo obligaron a postular un caos eterno (pudiendo el soberano Dios suscitarlo y producirlo sin ninguna materia preexistente, y formar de él, como dijimos, el mundo). Afirmó, pues, una materia prima eterna, porque no pareciese haber admitido la creación mosaica, aprendida de los egipcios, por cierta ligereza griega, y poder aceptar así que el mundo fue creado por Dios en el tiempo, sin tener que conceder, en cambio, contra el sentir de toda la Antigüedad, que algo pudiera hacerse de la nada. Dijo por eso que el mundo fue hecho en el tiempo, pero del antiquísimo caos, materia universal y madre primera de todas las cosas formadas. A causa de esto, los que primero, bajo el ropaje de los mitos, hablaron de los dioses, afirmaron que antes de la creación del mundo sólo preexistía el máximo dios Demogorgona en compañía del caos y de la eternidad, pero que de la nada, nada pudo engendrarse.

Además, considerando el mundo se había persuadido, junto con la caterva de los demás filósofos, de que es una substancia informada y cada una de sus partes, porción de dicha substancia común marcada con una forma propia, de donde infirió que tanto el todo como cada una de sus partes están compuestos de una substancia informe y universal y de una forma particular que los informa, y así opinó que esta fábrica de todas las cosas, del mundo y de sus partes, es reciente y en modo alguno realizada ab æterno puesto que es necesario que lo informe preceda a lo que tiene forma, no de otra suerte que la madera o la piedra preceden a la estatua o a la imagen de cualquier cosa figurada en ellas Tuvo entonces por cierto que el caos y la predicha materia informe precedieron a la fábrica del universo, y que ésta declara su propia novedad y la creación temporal del mundo, en tanto que la materia informe de que está construido manifiesta su antigüedad al par que reclama como su autor a Dios, que es la forma universal. Porque siendo el caos informe e imperfecto, es preciso que haya tenido el mundo una causa producente que sea forma universal y perfección así como es aquél universal y perfecto informe, y esta causa es Dios. Lo cual no implica que Dios sea formado o tenga forma, sino que es en sí mismo la forma suprema de donde tomaron las suyas el caos y sus partes, para que al cabo, de ambas cosas, se produjese el mundo, que tiene así por padre a Dios, eterna y pura formalidad, y por madre al caos coeterno. Mas ese padre produjo también de sí mismo el caos, esa madre imperfecta, para que al fin naciesen de ellos todas las criaturas, que participan así tanto de la materia como de la forma eterna.

Por estas razones afirmó Platón que el caos fue generado ab æterno por Dios, y el mundo con sus partes formado después en la creación. Pues aunque lo puro informe no puede preexistir, y piensan algunos por eso que el sentir de Platón era que precedió sólo en naturaleza, pudo no obstante juzgar posible que el caos, con el bosquejo de las ideas y conteniendo ya sus esencias, precediera a las formas definidas y ordenadas.

Aristóteles, por su parte, afirmó que la materia prima no es común a todo el mundo sino sólo al inferior, sujeto a nacimiento y muerte, y en el que pone materia eterna pero sin ninguna eterna forma, sino con las recientes, de generación nueva y que renacen tras la destrucción de las preexistentes, estableciendo una sucesión eterna de formas diversas con generación y corrupción eternas, pues toda cosa, dice, es nueva, generable y corruptible. En el cielo, en cambio, no pone materia substancial, pues si estuviera formado de ella podría comenzar a ser y destruirse como los cuerpos inferiores, siendo por lo contrario eterno, según lo testifica él mismo, inmune a la destrucción y sujeto de movimiento pero no de generación.

Platón no afirma la materia eterna informada sucesiva y eternamente por formas sucesivas, porque le parece imposible que algún cuerpo formado no sea hecho de materia informe, y así dice que el cielo, el sol y las estrellas, aunque bellamente formados, son hechos, como los demás cuerpos inferiores, de materia informe, que es madre de todos como padre de todos es Dios. Y aun hubo entre los platónicos quienes aseguraran que tiene el caos cierta parte en la formación de los ángeles y demás seres espirituales, atribuyéndoles a la vez substancia formada intelectualmente de Dios y sin corporeidad; de suerte que los ángeles tendrían así materia corpórea e intelectual, el cielo corpóreo e incorruptible sucesivamente, y los cuerpos inferiores materia sujeta a comienzo y destrucción. Mas quienes opinan que los intelectos son almas y formas de cuerpos celestes, piensan que basta para la composición de éstos la materia, de la cual en cambio no están hechos los intelectos, que son sus almas.

Afirma pues Platón que están hechos los cielos de la misma materia que nosotros, esto es, del caos informe y coeterno de Dios, y que están por su naturaleza sujetos a destrucción, ya que todo lo compuesto de materia y forma puede disgregarse, aunque el divino poder los haya hecho inalterables, es decir, en modo alguno sujetos a continua generación y corrupción. Lo cual expresa en el Timeo cuando introduce a Dios hablando así a los cielos: “Obra mía sois, y por vuestra peculiar e ingénita naturaleza sujetos a disolución; empero, como no es conveniente dejar que lo bello se destruya, perdurad por mi gracia indestructibles, que a más altas maravillas alcanza mi poder.” Insinúa así Platón que los cielos, aunque perecederos por su naturaleza material como los demás seres inferiores, sin embargo, a causa de su mayor belleza formal especialmente comunicada por Dios, durarán largamente; pero él mismo asegura que habrán de disgregarse al fin, una vez alcanzada la edad y meta que les tiene prescrita la naturaleza como a todas las cosas inferiores, si bien mucho más remota.

Agrega que el mundo inferior ha de corromperse y restaurarse cada siete milenios,1 de esta manera: produciendo el caos durante los seis primeros milenios los cuerpos inferiores, y recogiendo luego en su seno todas las cosas y reposando durante el séptimo, lapso en que concebirá otra vez para dar a luz una nueva progenie de seis milenios. En este mundo nuestro han transcurrido ya, según la doctrina hebrea, cinco mil trescientos años aproximadamente, y cumplidos los seis mil perecerá el mundo inferior por predominio de alguno de sus elementos, acaso del agua, o tal vez del fuego. Pero los cielos con todo lo que en ellos se contiene sólo perecerán cuando se hay destruido siete veces el mundo inferior, y entonces volverá todo al caos o materia prima, lo cual ocurrirá cada cuarenta y nueve milenios, y reposando entonces el caos, fecundo desde la eternidad, dará a luz de nuevo un universo, y así sucesivamente y en el mismo orden. Y esto, que acaso ha sucedido ya muchas veces, no se interrumpirá jamás, antes proseguirá sin fin en la manera que hemos dicho.

Por lo que hace a las almas inteligentes, ángeles y entendimientos puros, si no están compuestos de materia y forma ni participan del caos, se hallarán entonces (durante el receso o reposo) separados de los cuerpos y contemplando en sus propias esencias a la Divinidad; pero si están compuestos de materia y forma, y así como participan por sus formas de Dios, padre universal, participan también de la substancia y materia corpórea del caos, madre común, reintegrarán sus partes respectivas a cada uno de sus progenitores en el año cincuenta mil, es decir, la substancia y materia al caos, que recoge entonces en sí la porción que le corresponde de todos sus hijos, y las formas intelectuales se abismarán en el supremo Dios padre, dador de ellas, y en él vivirán dichosas, absortas en las sublimes ideas del entendimiento divino, hasta una nueva creación o generación universal en que, fecundado de nuevo el caos por la Divinidad, produzca substancias materiales informadas por ideas en el mundo inferior corpóreo, sucesivamente generables y corruptibles; en el mundo celeste, corpóreo y circularmente móvil, substancias sin generación sucesiva, y en el mundo intelectual substancias incorpóreas, inmóviles, ingenerables e incorruptibles, aunque en el fin de los tiempos se disuelvan, como ya se ha dicho, y retornen a sus padres primeros. La primer manera de vida corres pon de al acceso y receso de la octava esfera y depende de ellos; la segunda, de su movimiento peculiar y propio, el cual, aunque según algunos se consuma en treinta y siete milenios, consta con mayor certeza que completa su círculo en cuarenta y nueve.

Dicen los hebreos que esta doctrina fue transmitida desde Adán, por tradición, en la ciencia de la cábala, y que se infiere además en las Sagradas Escrituras cuando relatan que el supremo Dios Creó el mundo en seis días y descansó en el séptimo, en memoria de lo cual les ordenó el Señor que trabajasen seis días de la semana y se abstuviesen el séptimo de toda obra, figurando así los siete milenios, pues según el Salmista “mil años son como un día a los ojos de Dios”.

Era asimismo uno de los ritos hebreos, contadas siete semanas de la fecha en que salieron de Egipto, esto es, cuarenta y nueve días, celebrar el quincuagésimo la fiesta de la promulgación de la Ley, cuando plugo al Señor comunicarla a todos; con lo que se significaban, dicen, las siete revoluciones del mundo inferior cumplidas en cuarenta y nueve mil años, y la nueva comunicación de todo el universo. Pero un año aquí significa mil, porque se dice que el año grande contiene mil años. También prescribió Moisés que se cultivase la tierra durante seis años y se dejase descansar el séptimo, y con igual simbolismo, transcurridos siete shemitás o años sabáticos (en que no se cultivaba la tierra), se celebraba durante el quincuagésimo año el yovel o jubileo, en que se condonaban las deudas, se ponía en libertad a los esclavos, y eran comunes los frutos de la tierra.

De la manera siguiente se interpretan las palabras de Moisés cuando dice que en el principio, esto es, antes de que creara Dios el cielo y la Tierra, o de que separara del caos el cielo y la Tierra o sea el mundo celeste y el terrestre, la Tierra era inane y vacía, es decir, el caos era confuso, informe y oscuro como tenebroso abismo de muchas aguas, y el hálito divino soplaba sobre él como un viento impetuoso, alumbrando las recónditas, sombrías y caliginosas aguas, y arrastrándolas al exterior en desbordamientos sucesivos. Así también el espíritu divino, el supremo intelecto pleno de ideas, comunicándose al caos tenebroso, hizo en él la luz y surgió la substancia oculta iluminada de formas ideales. El segundo día, puso el firmamento, es decir el cielo, entre las aguas superiores o sea las esencias intelectuales, que son superiores al agua abismal, por así decirlo, del caos, y las inferiores o esencias generables y corruptibles del mundo; y así quedó repartido el caos en tres mundos: intelectual, celeste y corruptible. En seguida separó en el inferior los elementos agua y tierra, y una vez descubierta ésta la hizo producir hierbas, árboles y animales terrestres, volátiles y acuáticos. Terminado esto, creó por fin al hombre en el sexto día.

Así exponen el texto mosaico inspirado por Dios en que se relata la creación de todas las cosas, y que, según se cree, insinúa que el caos antes de la creación era confuso, y después de ella quedó repartido en todo el universo.

Con todo lo cual parece estar hasta cierto punto de acuerdo Aristóteles cuando dice que, quienes aseguran que este mundo en que vivimos fue precedido por otro, y que otro también habrá de sucederle, y así por siempre sucesivamente, se acercan más a la verdad que quienes piensan ser el mundo reciente y que antes de él nada existió; porque aquéllos suponen un orden sucesivo y eterno en la generación del mundo, y conceden que nada puede engendrarse de la nada, en tanto que éstos no parecen admitir ninguna de las dos cosas. Y así, contra los primeros no tienen fuerza alguna los más poderosos argumentos de Aristóteles, tomados de la común opinión de los antiguos según la cual nada puede hacerse de la nada, y de aquella otra que tiene por certísimo no poder generarse de nuevo la materia prima, pues ambas proposiciones las conceden y presuponen verdaderas, y también que las obras divinas deben ser eternas como su artífice, no menos que su finalidad misma de parte de Dios. Pero dice Aristóteles que sólo dota Dios de eternidad a las cosas capaces de gozarla, como es el entendimiento, en que hay ideas, y a la materia prima que es el caos; porque el primero es acto y forma puros, y la segunda mera potencia material e informe; el uno padre universal de todas las cosas, y madre común la otra. Únicas cosas que pudieron, partícipes de la eternidad, ser producidas ab æterno. Pero sus descendientes, el universo y cada una de sus partes, engendrados y formados por Dios a través de estos padres, son incapaces de eternidad, pues todo está hecho, formado o compuesto de materia del caos y forma de la idea intelectual, y es preciso que tenga principio temporal y fin, como antes se dijo.

En suma, la obra y la finalidad en la producción divina fueron eternas en lo que se refiere a los primeros padres del mundo, pero no en el mundo mismo formado y singular; fueron también eternas en la sucesión de innumerables mundos, así como el mismo Aristóteles afirma que en el mundo inferior ninguno de sus individuos es eterno, en tanto que sus géneros y su materia prima sí lo son.

A las otras cuatro razones naturales, responde Platón que no puede el caos hallarse nunca desprovisto de toda forma; antes bien, dice, cuando ha procreado por largo tiempo, recoge todas las cosas en su seno y reposa con ellas durante el lapso prescrito, concibiendo en tanto nuevas ideas, hasta dar a luz una nueva progenie produciendo otro universo.









1 “Pero un año aquí significa mil”, advierte un poco adelante el autor, “porque se dice que el año grande contiene mil años”. Los milenios serían, pues, millones de años. {T.}

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS