CAPÍTULO IV


De la prudencia


Exercítase la prudencia acerca de las mismas cosas, pero cuando son tales que no se pueden fabricar, pero solamente hazerse, acerca de acciones que permanecen en la gente, como querer, entender, apetecer, y ansí aquél es, y se tiene por prudente, que mira muy bien y consulta qué es en cada cosa provechoso, y qué más conviene para pasar virtuosamente la vida. De manera que es la prudencia un hábito de hazer con razón aquellas cosas que son al hombre buenas o malas. Porque el arte no tracta de los bienes del hombre, antes de la perfección de su obra, a do afecta como a fin, porque de la ficción no es el fin la misma ficción, sino la cosa que se ha de formar, pero el fin de la acción es la misma acción y llámase la templanza, en griego, ευφροσύνη,1 casi conservadora de la prudencia, porque los destemplados ignoran los fines de los bienes y de los males, los cuales ignorados es necesario ignorar también los principios de las acciones. Porque es el fin en cualquiera acción el principio, pero difiere la prudencia del arte en que no podemos usar bien del arte sin virtud moral, y de la prudencia sí. Iten, el que peca de su voluntad en el arte peca menos que el que por no saberla y el que desampara lo que toca a la prudencia de su voluntad yerra más gravemente que el que de ignorancia. Lo cual se vee también en las virtudes morales. Finalmente, la prudencia abraza al apetito y a la razón, y las demás virtudes intelectuales no abrazan el apetito. Porque de los demás hábitos que están en la parte intelectual nos podemos olvidar, y de la prudencia no podemos.









1 Sic, por οωφροσύυη. {E.}

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS