CAPÍTULO V


De la mansedumbre


Llamamos mansedumbre la medianía de la afección que se dize ira, porque, ¿qué otra cosa es ser manso que carecer de aquella perturbación en que los hombres, movidos del furor del ánimo, no acometen cosa con constancia y consideración? Éstos, como sean iracundos, pecan con exceso, y los que nunca se airan son de reprehender por defecto, pues no hay cosa más estúpida e insensata que no airarse cuando es menester, y si es ansí que una fuerza se ha de reprimir con otra, si se deve defender la vida del padre, la salud del hijo y la castidad de la muger, necesaria cosa es que se tome del malhechor venganza, la cual no se puede tomar sin algún rastro de ira. Pero hay muchos géneros désta, porque unos luego que se enojan se aplacan, como evaporado el ardor, y esto acontece a los choléricos, y otros, por el contrario, como sean combatidos de ira durable nunca se amansan hasta vengarse; el tercer género y peor de todos es el de aquellos que, como sin causa se aíren, no sólo guardan por mucho tiempo el enojo, pero sobre pensado le conservan. Por lo cual los hábitos excesivos son más contrarios a la mansedumbre, por ser la naturaleza de los hombres muy inclinada a venganza, y la conversación de los que con facilidad se aíran desapacible y enojosa.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS