CAPÍTULO DECIMOTERCERO


De los tres meses restantes


[SPR, I, 107] El decimosexto mes se llama Atemuztli porque en él se pedía la lluvia, indicios de la cual suelen aparecer en su mayor parte por ese tiempo307 y los sacerdotes de los tlaloques acostumbraban hacer fiesta a los dioses de las lluvias y entonces comenzaban por primera vez la penitencia prescrita y los sacrificios. Cuando empezaban los truenos y los relámpagos ofrecían con gran cuidado y solicitud el incienso de la tierra, llamado también sahumerios para inducir en el ánimo a los [Nota 287] dioses que concedieran a la tierra las lluvias abriendo el cielo y desgarrando las nubes. Los del pueblo prometían encargarse de que se hicieren los ídolos llamados tepictli porque estaban consagrados a los dioses de las lluvias. El día decimosexto de este mes preparaban todo lo que tenían que ofrecer a los tlaloques y durante cuatro días atestiguaban la penitencia de sus crímenes atormentándose de varios modos; los varones se abstenían completamente del consorcio de las mujeres y las mujeres del de los varones. Cuando llegaba la fiesta que era costumbre celebrar el día último de este mes cortaban tiras de papel de membrana de árbol (chartaceas phyluras) y las dejaban colgadas de unas varas en los patios de las casas. Hacían estatuas de tzoalli de los montes y les ponían dientes de pepitas de calabaza y ojos de aquel género de frijol que se llama ayocotli [ayocotli]; les ofrecían también comida y los adoraban con gran reverencia. Se acostumbraba después de los cantos, bailes y vigilias con música de varios instrumentos, matar a los [SPR, I, 108] cautivos después del canto308 abriéndoles el pecho con un tzotzopatli309 [tzotzopaztli] o con una gran espada de piedra y extraído el corazón y cortada la cabeza, por fin se entregaban los troncos de los cadáveres a los ciudadanos, y se quemaban los ornamentos en los patios de las casas. Hecho lo cual, llevaban las cenizas y todos los instrumentos de que se habían servido a los oratorios llamados ayauhcalco y con convites y bebida y mil maneras de juegos daban fin a la solemnidad, porque otras cosas que paso en silencio eran de tal modo pueriles que sería superfluo narrarlas.

Al decimoséptimo mes lo llamaban Tititl, en el cual era costumbre hacer fiesta a la diosa Illamateuhtli [Ilama Tecutli], Tona o Cozcamiauh, en cuyo honor inmolaban una mujer a la cual, como a las otras víctimas, le sacaban el corazón y le cortaban la cabeza, que por los cabellos llevaba uno por delante para adorno de los juegos y bailes. Los que tenían que matar a esta mujer la vestían con los ornamentos de esa diosa en cuyo honor se ordenaba que muriera y la obligaban a bailar sola siguiendo al compás de su movimiento el canto de unos viejos y llorando y suspirando porque le venía a la mente cuán pronto tenía que sucumbir a una [SPR, I, 109.] muerte lastimera. Después del mediodía los sacerdotes la vestían con las vestiduras de todos los dioses y procedían al templo adonde tenía que morir y, puesta sobre la piedra de sacrificios, le arrancaban el corazón para ofrecerlo a la diosa para la que se hacían las ceremonias sagradas {y le cortaban la cabeza} que serviría de ornamento en los bailes, adonde asida por los cabellos sería llevada por un varón precediendo a los demás, vestido como los dioses y representando a la bailadora.310 El mismo día en que era sacrificada la mujer, los ministros de los dioses divididos en dos batallones hacían unos simulacros y remedos de guerra, persiguiéndose los unos a los otros por todo el templo, correteando de aquí para allá con muchas ceremonias esta blecidas. El día siguiente rellenaban unos sacos con alguna materia blanda, los llevaban ocultos bajo sus mantas y con ellos golpeaban a los que se encontraban descuidados cuando menos lo pensaban. Esto mismo hacían los muchachos.

Al decimoctavo mes lo llamaban Itzcalli, en el cual hacían fiesta a Xiuhteuhtli [Xiuhtecutli], dios del fuego, o Izcoçauhqui, y fabricaban con gran industria un ídolo en su honor, el que parecía vomitar flamas por la boca. Mataban [SPR, I, 110.] cada cuatro años en esta misma solemnidad algunos cautivos en honor de ese dios y perforaban las orejas de los niños nacidos en todos esos años y les asignaban pedagogos o ministros de costumbres como padres [padrinos y madrinas] de la enseñanza y de las almas. El décimo día de ese mismo mes distribuían el fuego recientemente encendido, delante del ídolo Xiuhteuhtli adornado con magníficos ornamentos, entrada ya la noche. Y desde que salía el sol matutino, encendido ya por doquiera el fuego nuevo, acudían los adolescentes, quienes durante los diez días anteriores se habían entregado con ahínco a la caza, cargados de casi todo género de animales terrestres, volátiles y acuáticos y los entregaban a los viejos a los cuales había sido encomendado el cuidado de ese día por los sacerdotes; y estos viejos repartían ya asada {la carne} a los mismos jóvenes y a cualesquiera otros para que la comieran con unos tamales de semilla de bledos y llamados hoaquiltamalli que habían sido ofrecidos el mismo día por todo el pueblo. No había ninguno que no los comiera en honor de la solemnidad y que lleno de alegría no dejara en seco muchas copas. En esa fiesta en los años comunes no mataban a nadie, pero en el bisiesto que venía cada cuatro años, no perdonaban ni a los esclavos ni a los cautivos cuya muerte celebraban delante de la imagen de Xiuhteuhtli preciosamente vestida, y (como ya se ha dicho), con grandes y peregrinas ceremonias a las cuales ningunas [SPR, I, 111.] otras se pueden comparar. Una vez muertos los esclavos y cautivos, se presentaban ante el ídolo de Izcogauhqui, dios del fuego. Todos los proceres y los reyes mismos, vestidos con hermosísimos ropajes y adornados con los ornamentos más [areyto de los señores] preciosos, iniciaban el baile, digno de verse por su pompa y solemnidad, llamado netecuitoteliztli [Nota 171], y por la multitud de proceres que concurría a él. Este baile era costumbre celebrarlo solamente el mismo día cada cuatro años, y ese mismo día, muy de mañana, perforaban las orejas de los niños y les pegaban a la cabeza un casco de plumas de papagayo con resina de pino y asignaban maestro a cada uno de ellos.

[cinco] A los cuatro días restantes del año, que son los últimos de enero y el primero de febrero, llamaban nemontemi311 o baldíos y eran considerados nefastos. Hay quienes opinen que, puesto que cada cuatro años se perforaban las orejas de los párvulos y no en otro tiempo, habían llamado esos días nemontemi o bisiestos.312 Decíase pues, que aquellos cinco días eran infelices y que a los que nacían en ellos todo les salía mal y por esto eran llamados neno, si eran hombres nenoquichitl [nenoquich] y si mujeres neçioatl. Nada hacían durante esos días, puesto que eran infaustos, y ante todo evitaban las riñas y los pleitos, porque tenían por indudable que, los que en esos días fueran malos o impertinentes con alguien, lo seguirían siendo y habían de ser siempre malos o impertinentes y también tenían por infausto perjudicar a cualquiera. Todas las fiestas antedichas se llamaban [SPR, I, 112.] fijas porque venían a ser celebradas siempre dentro de ese mes o dentro de los dos días siguientes; otras eran movibles porque se decía que eran designadas por el curso de los veinte signos. Éstos cerraban el círculo en doscientos sesenta días; por consiguiente cada año ocupaban {las fiestas movibles} varios y diversos meses.









307 Decimo sexte mense atemuztli vocato, ob impetrandam pluviam cuius per ea tempora magna ex parte apparere solent indicia. . . Según Sahagún, lib. II, cap. XVI, este decimosexto mes, atemoztli, corresponde desde su día tres a diciembre; no veo cómo puede haber sido el principio de la estación de lluvias en México ni podía haber en él “demuestras de agua”. El doctor Hernández sigue a Sahagún.

308 captivos vero post cantus, etc. En este pasaje Sahagún, libro II, cap. XVI (SPR, 1, 108 primer párrafo de la página) no menciona el sujeto del sacrifi cio. El doctor Hernández sobreentendió cautivos y así lo puso porque no debe haber leído el cap. XXXV de este libro con los pormenores de la fiesta de este decimosexto mes, donde dice ( SPR, p. 202) : “ . .. hecho todo esto, en amaneciendo los ministros de los ídolos demandaban a los dueños de la casa aquel instrumento para tejer que llaman tzotzopaztli, y metÍanselo por los pechos a las imágenes de los montes, como matándolas, y cortábanles el cuello y sacábanles el corazón, y luego lo daban al dueño de la casa puesto en una jícara verde. Habiendo ya muerto como está dicho a todas aquellas imágenes o estatuas, etc.”

Sabido esto no debe llamar la atención lo que dice Sahagún en el primer párrafo de la p. 108, con• tinuación de la anterior, porque todo lo podían hacer con una figura de tzoalli, pero el error del docror Hernández está muy justificado.

309 Sahagún, loc. cit.: “tzotzopaztli, que es instrumento con que tejen las mujeres, casi a manera de machete”.

310 ...extrahebant cor ornamento tripttdiis fttturo, cum ab aliquo viro paeeunte ornato deorum more ac saltantis imaginem praeferente capillis apprehensum deferretur. Las palabras entre corchetes las he suplido porque sin duda faltan, como puede verse leyendo el texto original de Sahagún, lib. II, cap. XVII (SPR, 1, 109) confirmado por el mismo libro, cap. XXXVI (ib., 204).

311 Quatuor reliquos anni dies, qui sunt ianuarii postremi, primusque februarii, vocabant nemontemi. Esto no está bien, porque los nemontemi no son cuatro sino cinco. Véase Sahagún, lib. II, cap. XIX initio (SPR, I, 111).

312 Sunt turn qui sentient, cum auriculae parvulorum quarto quoque anno perforarentur, non alias, signaste dies tilos nemontemi seu bisextiles. Esto ni tiene sentido ni es lo que dice Sahagún, lib. II, cap. XIX initio (SPR, I, 111): “...hay conjetura que cuando agujereaban las orejas a los niños y niñas, que era de cuatro en cuatro años, echaban seis días de nemontemi, y es lo mismo del bisiesto que nosotros hacemos de cuatro en cuatro años.”

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS