PROEMIO A FELIPE II ÓPTIMO MÁXIMO, REY DE LAS ESPAÑAS Y LAS INDIAS



A un cuando me hayas comisionado tan sólo para la historia de las cosas naturales de este orbe, Sacratísimo Rey, y aunque el cargo de escribir sobre antigüedades pueda considerarse como que no me pertenece, sin embargo, juzgo que no distan tanto de ella las costumbres y ritos de las gentes, porque aun cuando en gran parte no deban atribuirse al cielo y a los astros, puesto que la voluntad humana es libre y no está obligada por nadie sino que espontáneamente ejecuta cualesquiera acciones, todavía los más doctos de los filósofos opinan que hay concordia entre el alma y el cuerpo y mutua correspondencia entre el cuerpo y los astros; de modo que muy a menudo haciendo a un lado lo honesto y lo justo, sigamos las afecciones del cielo y del cuerpo y rara vez se encuentran quienes en contra de esos impulsos y de esa fuerza resistan firmes y tranquilos. Lo más difícil y que más me apartaba de este trabajo, es que sean los ritos de estas gentes tan varios e inconstantes, que apenas algo firme y continuo pueda trasmitirse y que esto mismo apenas pueda arrancarse a estos hombres, porque o cuidándose ellos mismos u odiándonos a nosotros, esconden en arcanos lo que tienen conocido e investigado, o porque olvidados de las cosas de sus mayores (tanta es su rudeza y desidia) nada puedan contar de notable. Pero yo, considerando la historia para la cual trabajo con empeño por tu clemencia y liberalidad y que sin esta parte no puede ser considerada concluida en todos sus números y buscando la claridad y recreo para los nuestros que viven en este mundo, y lo que es más, el esplendor tuyo y la conveniencia de estos indios, para la cual consideraba de importancia que conocieras sus ritos y costumbres, me apliqué con cuanto esmero pude y cuidado para que no se considerase que había yo fallado completamente a esta parte y que no había echado algunos fundamentos a una fábrica que tal vez dilataré y aumentaré en los días futuros. Entretanto, recibe, Sacratísimo Felipe, esta semilla de historia, cualquiera que sea, trasmitida, si no con la facundia que conviniera al menos con la que me fue dada por mi fe y afecto no común hacia tu Majestad; cuyo amplísimo imperio en gracia de la república cristiana, Cristo Óptimo Máximo, Señor de todos, se digne proteger y conservar largos años.

TOMO VI.

ESCRITOS VARIOS