Libro Séptimo


CAPITULO LV


Del alma


Después de la sepultura, muchas y varias cosas de duda y confusión se dizen de las almas, pero rodas, pasado el postrer día de la vida, tienen lo mismo que tenían antes del primero, ni hay después de la muerte más sentido alguno en el cuerpo ni en el alma que le havía antes del nacer. Pero nuestra vanidad se estiende a lo venidero, y al tiempo de la muerte ella se miente a sí misma, prometiéndose la vida. Unas vezes dando al alma inmortalidad, otras la transfiguración, otras diziendo que tiene sentido en el infierno, y reverenciando las almas que están allá y haziendo dios al que también ha dexado de ser hombre: como si en el modo de respirar se diferenciase el hombre de todos los demás animales, o no se hallasen muchos de más larga vida, de los quales ninguna adivina semejante inmortalidad. Pero ¿qué cuerpos sigue la materia del alma? ¿Dónde tiene su imaginación? ¿Cómo ve? ¿Cómo oye? O ¿cómo obra? ¿En qué entiende? O ¿qué hay bueno sin estas cosas? ¿Quáles son después deseo sus sillas? O ¿quánto es en tantos siglos el número de las almas? ¿Cómo ha havido de los cuerpos? Todas estas cosas son locuras de muchachos y ficciones de nuestra mortalidad, codiciosa de ser inmortal. Y semejante es la vanidad de guardar los cuerpos de los hombres y creer que han de resucitar, como prometió Demócrito, y él nunca resucitó. ¿Qué es (oh, mal grande) esta locura, que la vida se renueve con la muerte? ¿Qué reposo pueden tener jamás los nacidos, si el sentido del alma está puesto en lugar sublime y alto y las sombras en el infierno? Por cierto, esta dulzura o credulidad destruye el bien de Naturaleza, que es la muerte, y dobla y multiplica el dolor del que ha de morir, penando en lo venidero. Porque, si es dulce el vivir, ¿a quién puede ser dulce el haver vivido? Ah, quánto más fácil y más cierto es creerse cada uno a sí mismo y tomar seguridad con la experiencia de lo que éramos antes de nacer.


EL INTERPRETE

En el segundo capítulo del libro de la Sabiduría está escrito lo siguiente. Dixeron los malos, pensando mal entre sí: corta es, y llena de pesar, nuestra vida, y al fin della no ay descanso, ni contento alguno. Ninguno se conoce que aya buelto al mundo, porque somos hechos de nada, y después de la vida vendremos a ser lo que fuimos antes, corno si no huviéramos sido. Porque nuestro cuerpo e convertirá en ceniza, y el espíritu se derramará como ayre delgado, y passará nuestra vida como el rastro de la nuve, y se deshará como niebla que se ahuyenta con los rayos del sol. Nuestros nombres se olvidarán con el tiempo, y ninguno tendrá memoria de nuestras obras. El tiempo se passa como la sombra, y no ay tornar después de nuestro fin, que ya está experimentado, y ninguno buelve. Venid, pues assí es, y gozemos de los bienes que ay en la tierra. (Y adelante dize:) Estas cosas imaginaron los malos, y erraron ciegos de su malicia. Este parecer, sin discrepar un punto, tuvieron Alexandro, Aristógeno, Dicearco, Epicuro y todos sus sequaces diziendo: comamos y bebamos, pues es cierto que mañana nos moriremos y nos convertiremos en nada; y la misma vemos que sigue Plinio en este capítulo, negando la inmortalidad, y excelencias grandes del alma; error herético lleno de ceguedad y locura: pues como dize la misma Sabiduría: las almas de los justos están en las manos de Dios, y a ellos no les tocará el tormento de la muerte, que aunque parece a los ojos de los necios que mueren, y tienen por aflicción y trabajo su fin, reposan y viven en paz. Y así como el real Profeta será justo en esta parte llamar a los temerosos de Dios a aquellos que confiessan su Fe, y creen sus obras y maravillas, para que consideren la nobleza grande del alma, y las excelencias que puso el Criador en ella. Venid (dize), oíd, y contaros he a todos los que teméis a Dios los grandes bienes que ha puesto Dios en mi alma, lo cual considerava bien el devoto Bernardo, cuando hablando con ella dezía: Oh alma señalada con la imagen de Dios, hermoseada con su semejanza, redimida con su sangre, desposada con la Fe, dotada de espíritu, acompañada de ángeles, capaz de bienaventuranza, heredera de bienes eternos, y partícipe de razón, ¿qué tienes tú que ver con el cuerpo? San Agustín en el libro De Trinitate dize: aunque el alma nuestra no es de la misma naturaleza de Dios; con todo esto se halla en ella la imagen suya, que es la mayor excelencia que tiene; y pruévase del primero del Génesis, donde dice: Hagamos al hombre a la imagen y semejanza nuestra. Pero esta semejanza, como dize San Ambrosio, no hemos de entender que es de roda la identidad de Dios; porque desea suerte no ay nadie semejante a él, sólo el Verbo es semejante al Padre, y el Divino Espíritu es semejante a los dos, porque son un Dios sin distinción de esencia pero es semejante a Dios porque la proporción que su naturaleza tiene con él, en ser una, indivisible, espiritual, intelectiva, toda en todo, y en qualquier parte de su cuerpo impassible, gozosa, incorruptible y perpetua.

Pero para prueva desta inmortalidad del alma, pues no solamente estamos obligados a creerla, sino a confessarla, será bien traer algunas razones de Doctores Santos contra aquellos que dezían no ser posible provarse: y pruévase primero de su producción, porque siendo el alma espíritu intelectual, no puede engendrarse de cuerpo alguno, pues el efeto no puede ser más perfecto que la causa que le produce; y assí como no ay agente corpóreo de donde pueda producirse, tampoco le ay para poder corromperse, que una misma es la razón y fuerza de los contrarios, luego síguese ser el alma incorruptible y perpetua.

Pruébase también de su modo de sustancia, la cual no tiene contrarios y no se halla corrupción sino entre ellos; porque las generaciones se hazen de un contrario en otro: y assí los cuerpos celestes, por no tener materia sugeta a contrarios, no son corruptibles, y de la misma suerte el alma; porque ella recibe en sí conforme es; y lo que recibe no tiene contrario, que las razones de contrarios en el entendimiento no son contrarias, sino una ciencia de contrarios: luego impossible es que el alma sea corruptible.

También se prueva de sus acciones, porque cualquiera cosa a su modo desea ser; y el deseo en las cosas que conoce sigue su conocimiento: el sentido sólo conoce lo presente; y assí sólo desea aquello que conoce presente. Pero el entendimiento aprehende ser absolutamente en todo tiempo, porque tiene conocimiento de lo infinito, y assí desea siempre ser infinito: pues el deseo natural no puede ser vano: luego el alma intelectual es incorruptible y perpetua.

Fuera desto el entendimiento tiene infinita capacidad, porque quando más conoce, puede conocer más; y la voluntad de la misma suerte, porque siempre desea mucho bien hasta lo infinito. Luego si esta capacidad es infinita su duración ha de ser infinita porque, qual es el propio de la cosa, tal ha de ser la essencia de la misma cosa y rodas sus propiedades: luego necesariamente el alma será infinita. Pruébase también claramente de la libertad de la voluntad a quien no pueden vencer los Angeles, ni todas las criaturas jumas, ni forzarla, ni necessitarla, para que ame lo que aborrece, o quiera lo que no quiere, sino sólo Dios que la crió. Y assí pues la voluntad es señora de todas sus acciones y obras, se sigue ser inmortal porque lo que se mueve solamente por sí y no por otra criatura, o agente natural es eterno, y no puede perecer; y si se huviera de acabar, o corromper, avía de aver algún agente natural que la pudiera mover, pues no aviendo quien mueva esta facultad del alma, que es la voluntad, tampo(co) avrá quien mueva a la misma alma para su corrupción.

Cierto es también que no ay cosa que nos diferencie de los brutos, sino la religión y conocimiento del sumo Dios, y que ningún animal conoce más de aquello que es para su fin, como el buey no conoce el oro, ni las piedras preciosas, porque no son hechas para uso suyo. Pues si el hombre desea naturalmente conocer a Dios, cierto es que nos enseña naturaleza ser hechos para este fin; y assí para verle, queda el alma después de la muerte del cuerpo inmortal: y si esto no fuera assí se sigue evidentemente que el hombre fuera el más infeliz de todas las criaturas, pues todas tienen algún determinado fin; donde, aviéndole alcanzado, reposan, y están quietas, y solo él nunca llega en esta vida a tenerle; y esta razón se colige de San Bernardo en el libro De contemptu mundi, donde dize: El alma racional hecha a la imagen de Dios, puédese ocupar en mucho más que las otras de los otros vivientes: pero no puede llenarse, ni satisfazerse de todo punto con ellas. Porque quien es capaz de Dios no le puede satisfazer todo lo que es menos que Dios y de aquí se sigue que naturalmente apetecen el bien eterno, que es el fin para que fueron criadas; y este apetito se ha de cumplir, para no quedar e1 hombre más imperfecto que todos los animales, siendo el más perfeto dellos.

Finalmente se prueva esto de la justicia y equidad de Dios; porque siendo como es justíssimo, ni dexa obra buena sin premio, ni maldad, o pecado sin castigo. Pues si vemos universalmente en esta vida, que a los malos los llena de prosperidad y bienes, y los dexa sin el castigo que merecen sus obras, y a los buenos los da trabajos y miserias, y no el premio de su virtud: síguese que ay otra vida, y que es el alma inmortal, y que recibe después désta el premio, o la pena que merecía, y que allí es el cumplimiento de la divina justicia. De suerte que de la producción y principio del alma de su essencia, y modo de sustancia, de sus acciones, de su capacidad, de su fin, de su apetito, de la semejanza que tiene con Dios, y de la justicia del mismo Dios, se prueva claramente ser el alma inmortal, y de duractón eterna: pero porque acerca del vulgo suelen tener más fuerza las autoridades de los antiguos que las razones de la verdad, será bien veamos lo que sintieron ellos desta inmortalidad, comenzando desde los Poetas, en los quales suele ser más dudosa la verdad; y lo que hallamos en ellos es, que a cada passo tratan del infierno y purgatorio, y de los campos Elíseos, y de los cielos, lugares adonde, según ellos dizen, van las almas de los difuntos, conforme a los méritos, o deméritos de sus obras: vémoslo en la Eneida de Virgilio, y casi en todas las tragedias de Séneca, y en los Metamorfoseos de Ovidio, y en otros muchos Poetas.

También los historiadores, escriviendo los hechos de excelentes varones, publican la inmortalidad de las almas. Salustio dixo: la naturaleza de las riquezas tiene corta gloria, y que en poco tiempo se acaba; pero la virtud es eterna, y nunca perece su nombre: de suerte que la hermosura del rostro, las riquezas de la tierra, la fuerza del cuerpo, y todas las cosas desta vida en poco tiempo se pierden: pero los grandes y virtuosos hechos inmortales son como el alma. Valerio Máximo haze mención de los indios, y dize, que las mugeres procuravan acabar la vida en la muerte de sus maridos, para gozarse en la otra con ellos; y lo mismo cuenta Gómara que usavan los umaneses, y otros de algunas provincias de nuestras Indias: lo mismo entendieron muchos de los filósofos morales; y assí Catón, con deseo de llegar a aquella vida inmortal, se dio la muerte a sí mismo, para que subiesse al cielo su alma; y lo mismo hizieron Diógenes, y Xenón. Lucrecio (aunque algún tiempo parece aver tenido lo contrario) escrivió últimamente estos versos:


Cedit enim retro de terra quod fuit ante

in terram, sed quod misum est ex atheris oris,

id rursum coeli fulgentia templa receptat.

 

Lo que era tierra se convierte en tierra,

mas lo que fue embiado de la altura,

torna a subir y en los lucidos templos

del cristalino cielo se recibe.


También los Astrólogos paganos tuvieron por cierta la inmortalidad del alma, y entendieron (como escrive Macrobio) que avía dos puertas en el Zodiaco, que eran los dos Trópicos de Capricornio, y de Cancro, por las cuales decendían las almas del cielo a la tierra, y después de la muerte de los cuerpos tornaban a subir a él, y el decendir era por Cancro; y assí llamavan a aquel lugar puerca de los hombres, porque entonces baxavan las almas a informar los cuerpos humanos: y el subir era por Capricornio y por esto le llamavan puerta de los dioses, porque en entrando por ella alcanzavan la deidad eterna. Entre los Filósofos naturales fue Pitágoras el primero que afirmó por cierta esta inmortalidad, y después siguieron su parecer Platón, Arquita Tarentino, y Plotino. Aristóteles (aunque algunos son de parecer contrario) es cieno que en muchos lugares afirmó lo mismo, y véese claramente en el segundo libro De anima, donde dize: el entendimiento es otra especie de alma diferente de la sensitiva, y vegetativa; y assí se puede apartar dellas, como lo perpetuo de lo corruptible: lo mismo significó en otros muchos lugares, de suerte que no ha avido Bárbaros, ni Paganos, Poetas, Oradores, ni Filósofos, que no ayan tenido por cierto ser el alma incorruptible y perpetua, excepto aquellos que al principio diximos: pero entre ellos que confesaron ser el alma de duración infinita, tuvieron algunos errores. Unos dixeron que las almas eran inmortales, y tantas quantas era el número de los cuerpos; pero que no eran sus formas sino que assistían en ellas para governarlos, como los marineros en las naos. Esta opinión tuvieron Platón, Plotino, y Filópono. Otros encendieron que estavan criadas antes que los cuerpos, y que baxavan del cielo a encerrarse en ellos. Este parecer tuvieron Pirágoras, Lucrecio, y Ptolomeo: pero la verdad Católica es que el alma racional es forma del cuerpo que informa y que en cada uno ay una sola, la qual cría allí Dios, cuando en el vientre de La madre está organizado el cuerpo, y dispuesto para recebirla y según las obras que el hombre haze mientras dura esta unión recibe premio, o castigo después que con la muerte se apartan.



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TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a