CAPITULO VI


De los géneros de ópalas y de sus defetos y experimentos, y de otras varias piedras preciosas


Las ópalas1 se diferencian déstas muy poco, pero ellas mismas se diferencian mucho entre sí, dando ventaja solamente a las esmeraldas. Sola la India es también madre déstas, y por esta causa los componedores o pulidores de las piedras preciosas las dieron preciosísima estimación y alabanza, y sobre todo inenarrable dificultad. Porque hay en éstas un fuego más delgado que de carbunco, hay la púrpura resplandeciente del amethisto, hay el verdemar de la esmeralda y, finalmente, codos los colores de rodas luziendo con increíble mistura. Unas con sumo aumento de resplandor igualaron los colores finos de la pintura; otros la ardiente llama del azufre o también del fuego encendido con azeite. Su tamaño iguala al de una avellana, con una notable historia sucedida entre nosotros. Porque se halla hasta hoy una piedra preciosa deste género, por la qual desterró Antonio a Nonio, senador, hijo de aquel Nonio Struma a quien Caculo, poeta, sufrió con indignación verle sentado en silla de curul, y fue abuelo de Servilla Noniano, al qual vimos cónsul. Este, pues, huyendo desterrado, de todos sus bienes llevó consigo sólo este anillo, el qual es cierro que fue estimado en veinte mil sextercios, pero admirable fue la crueldad y demasía de Amonio, desterrándole por una joya. Y no fue menor la contumacia de Nonio, amando su proscripción y destierro, siendo cierto que aun las fieras dexan coreadas las partes de su cuerpo, por las quales saben que tienen peligro de perder la vida.2 Los defetos de la ópala son: si su color se indina a flor de la yerva que llaman heliotropio o a christal o a granizo. Si interviene en él sal o aspereza, o pintas que se ofrecen contra los ojos. Y ningunas piedras falsea y adultera la India con vidrio que sean de tan parecida semejanza. La experiencia para provar éstas se haze solamente al sol. Porque las falsas, colgadas contra los rayos del sol con el dedo pólice, trasluze un mismo color consumido en sí. Pero el resplandor de la verdadera varía el color en todas partes y le esparce más aquí y allí, y se derrama el resplandor de la luz por los dedos. A esta piedra preciosa, por su excelente gracia y hermosura, la llamaron muchos pederota. También hay algunos que hazen particular especie désta, y dizea que la llaman los indios sangenon. Dizen también que nacen en Egipto y en Arabia, y vilísimos en Ponto; también en Galacia y Taso y Cypro. Y es cierro que tiene gracia y hermosura de ópala, pero relumbra menos y raras vezes se halla sin aspereza. La suma de su color consta de cobre y púrpura y fáltale el verde de la esmeralda, y conócese que es mejor color aquel cuyo resplandor se escurece con un color de vino, que el que se aclara con color de agua.

Hasta aquí conviene la opinión común que las piedras preciosas tienen el principado, principalmente por decreto y parecer de las mugeres. Menos ciertas son las cosas de que juzgan también los hombres. Porque la voluntad y apetito de cada uno da precio y estimación a cada cosa, y principalmente el gusto de los reyes. Claudio César traía en sus vestiduras esmeraldas y sardónicas, y el primero de los romanos que usó de sardónicas fue Africano, como escrive Demóstrato, y desde él fue esta piedra estimadísima de los romanos. Por lo qual daremos el próximo lugar. Antiguamente las sardónicas, como se muestra del mismo nombre, se conocían en Sarda por la blancura. Esto es, como puestas sobre las carnes la uña del hombre, y uno y otro trasparente. Ismenias, Demóstrato, Zenothemis y Sotaco dizen que son tales las indianas, y éstos llaman a todas las demás, que no son transparentes, ciegas, las quales aora han perdido el nombre. Las de Arabia no tienen señal ni muestra alguna de sardas, y comenzaron estas piedras a conocerse por los muchos colores, con la raíz negra, que imite el verde escuro, y la forma de uña, porque se cree que se pinta con blanco y, sin alguna esperanza de púrpura, se convierte la blancura en bermellón. Estas escrive Zenothemis no ser estimadas de los indios, siendo de tanta grandeza que usavan hazer dellas empuñaduras o pomos de espadas, y es cosa cierta que se descubren allí con las corrientes de las aguas y haver agradado al principio, en estas partes, porque casi solas ellas entre las piedras preciosas esculpidas no levantan la cera, y después persuadimos a los indios que ellos también las estimasen. También usa déstas el vulgo, agugereadas, sólo para traerlas al cuello: y esto es aora argumento y prueva de las que son indianas. Las de Arabia se aventajan en la blancura de un círculo luzidísimo y no delgado ni resplandeciente en la superficie, o en lo profundo, sino en la hoja en que haze repercusión y, puesta debaxo, cosa de negrísimo color, y esto se halla en las indianas como de cera o de cuerno, y también de cerco blanco. En éstas hay una cierta anhelación de arco celeste, pero la superficie es más colorada que las costras de las langostas del mar. Ya son reprovadas las que tienen color de miel o de cieno (que este nombre tiene su defeto) y si el círculo blanco se difunde y no está recogido. De la misma suerte, si admite en sí feamente otro color. Porque no agrada que en su asiento tenga interpuesta alguna cosa agena. Hay también otras de Armenia, dignas de ser estimadas entre las demás, pero tienen una cinta pálida.

También se ha de tratar la naturaleza de la misma ónyche, por la afinidad del nombre. Esta, de piedra de Carmania pasa a ser piedra preciosa. Súdines dize que en ésta hay una blancura con semejanza de uña de hombre, y tiene color de chrysolito y sarda y jaspe. Zenothemis dize que la ónyche de India tiene mucha variedad de colores, porque es ígnea, negra, córnea y la ciñen unas venas blancas a manera de ojos, con otras venas blancas al través. Sotaco trae también óniche arábica, pero dize ser diferente de las demás, porque la indiana tiene unos colores ígneos ceñidos con unas zonas blancas, o una o muchas, de otra suerte que en la sardónicha de Indias. Porque allí hay una cosa muy poca y aquí un círculo, y que se hallan óniches arábigas negras con cíngulos blancos. Sátyro dize que las índicas son carnosas, con parte de carbunco y parte de chrysolito y de amethisto, y todo aquel género le reprueva. Porque la verdadera óniche tiene muchas y diversas venas con lácteas cintas, con un color en el paso de todas que no se puede significar, y que buelve en una proporción con muy agradable suavidad. Tampoco se ha de dilatar el dezir la naturaleza de la sarda, dividiéndola con el mismo nombre, y de paso se mostrará la naturaleza de las piedras preciosas ardientes.


EL INTERPRETE

1(Opala). Hay también girasoles que la imitan, pero no con tanto vigor como la ópala. 2(Peligro de perder la vida). Como cuentan del castor.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a