CAPITULO IV


De los géneros de diamantes y sus medicinas, y de las perlas


Grandísimo precio tiene en las cosas humanas, no sólo entre las piedras preciosas, el diamante, el qua! en mucho tiempo no fue conocido sino de los reyes,1 y dellos aun de muy pocos, y sólo él fue hallado con los metales y poquísimas vezes en compañía del oro, pareciéndoles a algunos que no nacía sino con él. Los antiguos entendieron no haverse visto sino solamente en los metales de los ethíopes, entre el templo de Mercurio y la isla de Meroe, y dixeron que ninguno se hallava mayor que una pepita de cohombro, ni desemejante de su color. Aora se conocen seis diferencias dellos. El indiano no nace en el oro, y tiene una cierta cognación y parentesco con el cristal, porque no se diferencia dél en el color transparente, y está formado en punta con seis ángulos muy lisos, o por la una parte o por encrambas,2 para que más nos admire, como si dos pirámides se juntasen por su mayor anchura, pero con el tamaño de la médula de una avellana. Semejante es a éste el arábico, solamente es menor, y nace de la misma manera; los demás tienen la amarillez de su gente y no nacen sino en excelentísimo oro. Estos se conocen con el martillo y ayunque, resistiendo de tal manera el golpe que el hierro por entrambas partes se abre, y los mismos ayunques se hienden,3 porque es tal su dureza que no se puede dezir: y junto con esto vence su naturaleza los fuegos y nunca se calienta,4 de donde recibió el nombre, interpretando los griegos su indómita fuerza. A uno déstos llaman cenchrón, el qual es del tamaño de grano de mijo; otro se llama macedónico, hallado en la mina de oro de Philipo, y éste es igual a una pepita de cohombro. Después déstos es el que llaman cyprio, hallado en Cypro, que tira a color de cobre. Pero en medicina (como diremos) es eficacísimo. Después déste es el siderites, que tiene resplandor de hierro y es más pesado que los demás, pero de naturaleza diferente, porque se quiebra con golpes y se puede agugerear con otro diamante, lo qual sucede también al cyprio, y brevemente, como bastardos y degenerados, no tienen autoridad sino del nombre. Y cierto que de ninguna otra manera se puede entender más claramente aquello, que en todos estos libros he procurado enseñar, de la discordia y concordia de las cosas, a quien llamaron los griegos antipathía y simpathía. Pues aquella no vencida fuerza de las dos cosas violentísimas de naturaleza, y que es su menospreciadora del hierro (digo) y del fuego, se rompe con la sangre del cabrón5 y no de otra suerte sino echándose a mazerar en ella estando fresca y caliente: y aun así, también ha de ser con muchos golpes, porque entonces rompe también ayunques y martillos de hierro, si no son grandes. ¿Qué ingenio inventó esto? O ¿con qué caso fue hallado? O ¿qué conjetura huvo para experimentar cosa de tan gran secreto y en el más suzio de los animales? Cierto, qualquiera invención semejante es dádiva de los dioses y no hay que buscar la razón en alguna parte de naturaleza, sino la voluntad. Y quando felizmente sucede el romperle, se quiebra en tan pequeñas migajas que apenas se pueden ver. Y procúranlas los escultores y enciérranlas en hierro y no hay dureza alguna que no la caben con ellas fácilmente. Es el diamante tan contrario de la piedra imán que, puesto junto al hierro, no dexa que le lleve a sí o, si ya la piedra imán le tiene asido, se le arrebata y quita. Haze también el diamante que no dañen los venenos y ahuyenta las furiosas locuras y expele del entendimiento los temores vanos, y por esto le llamaron algunos anáchite. Metrodoro Scepsio escrive que nace en la misma Alemania6 y isla de Balthia, en la qual nace el succino o ámbar, cosa que en quanto he leído no hallo que lo diga otro, y prefiérele a los de Arabia. Pero ¿quién duda ser esto falso? Cercano es entre nosotros a los diamantes el precio de las perlas de Indias y de Arabia, de las quales tratamos en el libro noveno entre las cosas marinas.


EL INTERPRETE

1(De los reyes). Diamantes siempre preciosos, aunque ya comunes por superflua y loca demasía. 2(O por entrambas). Al que tiene dos puntas, una en lo alto y otra en lo baxo, llamamos hoy nayfe. 3(Y los mismos ayunques se hienden). La experiencia muestra ser esto falso, pues se muelen en almirez de hierro para labrar con su polvo otros diamantes o otras piedras duras. 4(Y nunca se calienta). También es falso dezir que no se calientan. 5(La sangre del cabrón). Opinión recebida de los antiguos, pero falsa, aunque hayan sustentado al cabrón con vino y yervas que quiebran piedras.

6(Alemania). Los que se crían en Alemania tienen el reflexo de diamantes; llámanlos gergones y apenas se pueden labrar por su blandura y, así, no merecen (como dize Plinio) nombre de diamantes.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a